EL
SALARIO DEL PECADO ES LA MUERTE
Iluminación.
“Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los
cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el príncipe
del imperio del aire, el espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos
vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, sujetos a las concupiscencias y
apetencias de nuestra naturaleza humana, y a los malos pensamientos, destinados
por naturaleza, como los demás, a la ira...” ( Ef 2, 1- 3)
La
Biblia divide a la humanidad en dos, “Justos y en malvados” Los que hacen el
mal y los que hacen el bien, los que creen y los que no creen: “Mira, yo pongo
hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pongo hoy por testigos
contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte,
bendición o maldición. Escoge la vida, para que viváis tú y tu descendencia,
amando a Yahvé tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él.” (Dt 30, 15. 19-
20) “Frente a ti está la vida y la muerte (Gn 2, 17), “El bien o el mal” (Dt
30, 15) el agua o el fuego (Eclo 15, 16), escoge lo que tú quieras, de lo que
tú hagas eres responsable. Es el libre albedrío, el hombre tiene la capacidad
de hacer el bien o puede hacer el mal. Si hace el bien se hará generoso y se
será hijo de Dios; si hace el mal, se hace esclavo del mal, y se hace malo. No
decimos que hay gente buena y gente mala, más bien decimos que todos y cada uno
podemos hacer el bien o podemos hacer el mal.
Dios
ha puesto su ley en el corazón de cada hombre, al menos de los que tengan
pensamiento: “Escribiré mi ley en su interior.” Ley que se manifiesta con
cuatro palabras que el hombre puede escuchar en sus corazones (en su
conciencia). Dios habla a nuestros corazones lo dice el profeta Oseas (2, 16)
¿Qué nos dice? “No hagas cosas malas” “haz cosas buenas” (cf Rm 12, 9) Sí
hacemos el mal le hacemos daño a los demás y a nosotros mismos, pecamos. Sí no
hacemos el bien pecamos de omisión, tal como lo dice Santiago: “Aquel, pues,
que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.” (4, 17). No obstante
pecamos, Dios no retira su amor y nos dirige una tercera palabra: Arrepiéntete.
(Mc 1, 15) As lo dice san Juan: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis.
Pero si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre: a Jesucristo, el Justo.
Él es víctima propiciatoria por nuestros pecados; pero no sólo por los
nuestros, sino también por los del mundo entero” (1 Jn 2, 1- 2). Una cuarta
palabra que Dios habla a nuestro corazón es aquella que encontramos de
diferentes maneras en las páginas de la Biblia: Proyéctate; orienta tu vida;
sigue tras las huellas de Jesús; “Levántate, toma tu camilla y vete a casa” (Mc
2, 11) “Levántate y la luz de Cristo será tu luz” (f 5, 14)
El
Mensaje de Pablo acerca de lo mismo. La experiencia de pecado la encontramos en
Pablo en el capítulo 7 de romanos: “Descubro, pues, esta ley: que, aunque
quiera hacer el bien, es el mal el que me sale al encuentro. Por una parte, me
complazco en la ley de Dios, como es propio del hombre interior; pero, a la
vez, advierto otra ley en mi cuerpo que lucha contra la ley de mi razón y me
esclaviza a la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Pobre de mí! ¿Quién me
librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por
Jesucristo nuestro Señor!” (Rm 7, 21- 25)
Pablo
divide a los pecadores en dos: en pecadores redimidos y los pecadores sin
redimir. El Apóstol divide la vida de los hombres en un antes de conocer a
Cristo y en el después de conocer a Cristo. A los primeros les llama
“Tinieblas” y a los otros en “luz” (Ef 5, 7-8) Para Pablo, sólo en Cristo hay
Redención: “Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo
Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo.” (1
Tim 1, 15) Para el Apóstol, la redención de Cristo hace referencia al
“sacrificio perfecto de Cristo que ofrece al Padre Dios por toda la humanidad,
pero sólo los que creen en Cristo reciben la justificación, el perdón de los
pecados y reciben el Espíritu Santo de adopción que nos hace hijos de Dios (Rm
5, 1; Gál 2, 16; Ef 1, 5)
Para
el Apóstol todos somos pecadores, judíos y gentiles. Los gentiles son idolatras
y los judíos son violadores de la Ley: “Y a vosotros, que estabais muertos en
vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo según el
proceder de este mundo, según el príncipe del imperio del aire, el espíritu que
actúa en los rebeldes... entre ellos
vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, sujetos a las concupiscencias y
apetencias de nuestra naturaleza humana, y a los malos pensamientos, destinados
por naturaleza, como los demás, a la ira...” ( Ef 2, 1- 3)
Por
la fe en Cristo Jesús podemos entrar en la casa del Padre. Creer que Dios nos ama,
y su amor se ha manifestado en Cristo, nacido para nuestra salvación, porque
todos somos pecadores: “Pero ahora, independientemente de la ley, se ha
manifestado la justicia de Dios de la que hablaron la ley y los profetas. Se trata de la justicia que Dios, mediante la
fe en Jesucristo, otorga a todos los que creen, pues no hay diferencia; todos
pecaron y están privados de la gloria de Dios.”
(cf Rm 3, 21- 23)
¿Quién
es el justo? Justo es el que ha sido justificado y practica la justicia. (Rm 5,
1; Gál 2, 16) Es como un árbol plantado a la orilla de un río: Esto dice Yahvé:
Bendito quien se fía de Yahvé, pues no defraudará su confianza. Es como árbol
plantado a la vera del agua, que enraíza junto a la corriente. No temerá cuando
llegue el calor, su follaje estará frondoso; en año de sequía no se inquieta ni
deja de dar fruto. (Jer 17, 7- 8) Para el profeta, justo es el que pone su
confianza en el Señor, en cambio, para aquel que no cree y busca la salvación
fuera del Señor, el profeta estalla diciendo: Maldito quien se fía de las
personas y hace de las creaturas su apoyo, y de Yahvé se aparta en su corazón.
Es como el tamarisco en la Arabá, y no verá el bien cuando viniere. Vive en los
sequedales del desierto, en saladar inhabitable. (Jer 17, 5- 6)
Para
todo aquel que escucha las palabras de la ley en sus corazones, dice el
salmista, con san Pablo, garantiza que no quedará defraudado (cf 2 Tim 1, 12):
Feliz quien no sigue consejos de malvados ni anda mezclado con pecadores ni en
grupos de necios toma asiento, sino que se recrea en la ley de Yahvé,
susurrando su ley día y noche. (Slm 1, 1- 3) “Será como árbol plantado entre
acequias, da su fruto en sazón, su fronda no se agosta. Todo cuanto emprende
prospera: pero no será así con los malvados. Serán como tamo impulsado por el
viento. No se sostendrán los malvados en el juicio, ni los pecadores en la
reunión de los justos. Pues Yahvé conoce el camino de los justos, pero el
camino de los malvados se extravía.” (Slm 1, 4- 6) ¿Cuál es el camino de los
justos?
El
camino de los justos es la fe, es el camino de Jesús. Juan, que en la cárcel
había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a preguntarle:
«¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» Jesús les respondió:
«Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los
leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a
los pobres la Buena Nueva. ¡Y dichoso aquel a quien yo no le sirva de
escándalo!» (Mt 11- 2- 6) En algunas biblias dicen: “Dichoso el que no se
sienta defraudado por mí.” El camino de la fe es estrecho y lleno de
obstáculos, el primero en recorrer este camino es Jesús, y detrás de él su
Madre, sus Discípulos y miles y miles de hombres y mujeres que se aventuraron a
seguir las huellas del Maestro (cf Lc 9, 23) Camino lleno de experiencias
liberadoras, dolorosas, gozosas, luminosas y gloriosas.
Con
san Pablo decimos: “Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo
ciega sus mentes. Y cuando se convierta al Señor, caerá el velo. Porque el
Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la
libertad. Y todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un
espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada
vez más gloriosos. Así es como actúa el Señor, que es Espíritu.” (2 Cor 3, 15-
18) En el “Camino de la fe” no hay garantías, no hay cartas de recomendación
que garantice que nos va a ir bien o que vamos a quedar bien. No busquemos
sentir bonito y no busquemos éxitos, sino frutos. Nos puede ir bien y nos puede
salir bien, pero no se pide ni se exige. La fe consiste en escuchar,
levantarse, salir fuera y ponerse en camino de éxodo; eso es creer, y por el
Camino iremos viendo las maravillas que el Señor hace en nosotros y en los demás.
Busquemos frutos y no éxitos. El fruto es el que brota de la Cruz de Cristo (cf
Lc 9, 23; Jn 15, 9-10) “Si el grano de trigo no muere, estéril se queda” (Jn
12, 24)
El
mandato de Dios es para todos, creyentes y no creyentes. “Y este es su
mandamiento: que creamos en su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros”
(1 de Jn 3, 23). Lo primero es creer y después es amar. No podemos invertir el
orden. Creer en Jesús es confiar en él, es obedecerlo, es amarlo para seguir
sus huellas y servirlo con amor y por amor: “Si sabéis que él es justo,
reconoced que quien hace lo que es justo ha nacido de él.” (1 Jn 2, 29) “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para
llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Por eso el mundo no nos conoce, porque
no le reconoció a él. (1 Jn 3, 1). Creer en Jesús por la escucha de su Palabra
(Rm 10, 17) nos inicia en el cambio de mente y de conversión, para la
“humildad, primer fruto de la fe, la confianza en su Palabra y en sus Promesas
nos deja la “Esperanza” que nos guía a la purificación del corazón y se
despliega hacia el Amor. Amor a Dios y al prójimo. Amor que se manifiesta en la
“Honra y Gloria a Dios y en amor y servicio a la comunidad fraterna y solidaria
y misionera, para hacer a otros los dones de Dios. “Quien tiene esta esperanza
en él se purifica, porque él es puro. Todo el que comete pecado comete una
acción malvada, pues el pecado es la maldad. Y sabéis que él se manifestó para
borrar los pecados, pues en él no hay pecado. Quien permanece en él, no peca;
por eso, el que peca no le ha visto ni conocido
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