HEREDEROS DE DIOS Y COHEREDEROS
CON CRISTO EN EL ESPÍRITU.
En efecto, todos los que
son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un
espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un
espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu
mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.
Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya
que sufrimos con él, para ser también con él glorificados. Porque estimo que
los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha
de manifestar en nosotros. (Rm 8, 14- 18)
La Obra del Espíritu Santo
es hacer que el mundo crea en Jesús, para que creyendo se salve. Creer en Jesús
es pasarse de una vida mundana, pagana y de pecado a Jesús para llenarse de él
y revestirse de él. (Gál 5, 16; Rm 13, 14; Ef 4, 23- 24) El Espíritu Santo es
el Espíritu de Dios que no nos lleva a un lugar donde pongamos en peligro nuestra
salvación, no nos lleva al pecado. Dios no quiere que pequemos (1 de Juan 2, 1-
2; Jn 8, 11) Nos lleva al Nuevo Nacimiento (Jn 16, 8- 10) Luego nos lleva por
los camino de Dios (Jn 14, 21. 23) Nos conduce a la unidad, al conocimiento de
Dios hasta la madurez en Cristo (Ef 4, 13)
Por esto te recomiendo que
reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque
no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de
caridad y de templanza. (2 de Tim 1, 6- 7) Pero, al llegar la plenitud de los
tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la
filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que
ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de
Dios. (Gál 4, 4- 6) Es el cumplimiento de una Promesa: Por eso, profetiza. Les
dirás: Así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré
salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel.
Sabréis que yo soy Yahveh cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de
vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os
estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, Yahveh, lo digo y lo haga,
oráculo de Yahveh.» ( Ez 37, 12- 14)
La presencia del Espíritu en nuestro corazón
por la fe y el bautismo (cf Mc 16, 16; Gál 3, 26- 27) Somos hijos de Dios, para
eso hemos sido destinados:
"Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda
clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha
elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en
su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad,"(Ef
1, 3- 5) Hijos del Padre, hermanos de Jesucristo y templos del Espíritu Santo.
Jesucristo es el hijo por naturaleza, nosotros somos hijos por participación,
pero, si somos hijos, somos también herederos con Cristo de la herencia de
Dios. Dios es nuestra herencia. Somos en Cristo hijos, hermanos y servidores. Llamados
a compartir como Cristo los dones que Dios nos ha dado para nuestra realización
y para la realización de los demás. Llamados a compartir nuestra vida con los
demás.
El más
grande de los enemigos de nuestra salvación es el “individualismo” que nos
encierra en sí mismos, para decir: “Estando yo bien los demás, no me preocupan.”
El hombre que se aísla, se queda sólo y se
apaga. Escuchemos a Jesús darnos una enseñanza sobre el compartir: Entró de nuevo en la
sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al
acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que
tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio.» Y les dice: «¿Es lícito en sábado
hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Pero ellos
callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón,
dice al hombre: «Extiende la mano.» El la extendió y quedó restablecida su
mano. (Mc 3, 1- 5) Extender la mano es compartir, es servir, es amar. Es darse
donarse, entregarse a los demás como regalo de Dios para servir y ayudarles a
llevar una vida más digna.
No le hagamos al ciego ni al sordo, veamos a
los otros en sus necesidades, escuchemos el clamor de los más pobres, tengamos
los mismos sentimientos de Dios: Dijo Yahveh: «Bien vista tengo la aflicción de
mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores;
pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los
egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una
tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, de los hititas, de los amorreos,
de los perizitas, de los jivitas y de los jebuseos. (Ex 3, 7- 8) Hoy nuestros
enemigos ya no son Egipto, Asiria, Babilonia o Canaán, son nuestros pecados, nuestros
vicios que oprimen nuestra tierra, nuestro corazón.
El encuentro con Cristo es liberador y es reconciliador: «Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera.»(Mt 11, 28- 30) A partir del encuentro
podemos ser libres con la libertad de Cristo Jesús (Gál 5,1) Con la verdad que
nos hace libres (Jn 8, 32) Libres de toda esclavitud y de toda atadura, y
libres para amar y para servir. Sólo los que son libres tienen la fuerza para
rechazar el mal y para hacer el bien.
Y cuando se convierte al Señor, se arranca el velo. Porque el
Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la
libertad. Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en
un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada
vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu.(2 de Cor 3, 16-
18)
No tengamos miedo ser libres, porque la libertad es nuestra
vocación (Gál 5, 13) Y Cristo ha prometido estar siempre con nosotros (Mt 28,
20) Está con nosotros como Luz, Fuerza y Amor. No tengamos miedo comprometernos
con Jesús y con la Iglesia en favor de los hombres que son amados por Dios y
redimidos por él. No tengamos miedo dar testimonio de Cristo Jesús, con palabras
y con obras, renunciando al mal y haciendo el bien para vencer el mal (Rm 12,
9. 21) El camino ha sido puesto por Jesús: Decía
a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su
cruz cada día, y sígame. (Lc 9, 23)
En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su
vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida
eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también
mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. (Jn 12, 24- 26)
Los dones del Señor crecen con el uso de su ejercicio. No seamos
mezquinos ni tacaños, sino generosos, misericordiosos y prontos para servir, con
alegría, con libertad y con amor. Todo porque estamos en Cristo, participando
de su herencia que en esta vida se gasta sirviendo por amor
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