EL QUE ME AMA GUARDA MIS MANDAMIENTOS Y ME SIRVE.

 


EL QUE ME AMA GUARDA MIS MANDAMIENTOS Y ME SIRVE.

“No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.” (Mt 5, 17) El sentido de los mandamientos es el amor y el servicio a Dios y a los hombres.

Tal como lo dice en evangelio de san Mateo: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?»El le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.» (Mt 22, 36- 40) Dos mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo. Pablo comparte los evangelios en sus cartas:

Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud. (Rm 13, 8- 10) Para Pablo la caridad está por encima de todo y de todos: Porque Dios es la Caridad.

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. (1 de Cor 13, 1- 8)

San Juan, el discípulo amado nos habla de la importancia que tiene la fe en la práctica de los mandamientos: El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» Le dice Judas - no el Iscariote -: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. (Jn 14, 21- 24) El que  quebranta uno de los mandamientos, apaga la vela y se queda sin fe. Así lo dice en la primera de sus cartas:

En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. (1 de Jn 2. 3- 5) Los mandamientos son palabras divinas que han salido de la boca de Dios: Palabras santas, divinas y veraces.

En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe; porque, ¿quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? (1Jn 5, 3-5)

No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 de Jn 2, 15- 17) El mundo ofrece a los hombres poder, tener y placer. Dios en cambio nos invita a creer en Jesús y amar a los hombres:

Éste es el mandamiento de Dios: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos mutuamente conforme al mandamiento que nos dio. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Y conocemos que permanece en nosotros por el Espíritu que nos ha dado. (1Jn 3, 23-24) El que guarda los mandamientos de Dios tiene el Espíritu Santo que nos conduce y nos lleva a los terrenos de Dios: Creer es amar a Cristo y a los hermanos:

Amad la justicia, los que juzgáis la tierra, pensad rectamente del Señor y con sencillez de corazón buscadlo. Porque se deja hallar de los que no le tientan, se manifiesta a los que no desconfían de él.  (Sb 1, 1-2) Porque camina en la Verdad que es Cristo: Luz, Poder y Amor. Pensad y Buscad. ¿Dónde podemos encontrarlo? En la caridad, en la verdad, en la humildad, en la mansedumbre, en la misericordia… el que así vive piensa rectamente y guarda los mandamientos de la Ley de Dios.

·       Amar a Dios con todo tu corazón, mente y fuerzas.

·       No jurarás el Nombre del Señor tu Dios.

·       Santificar los días de guardar. (Los domingos y los días festivos)

·       Honra a tu padre y a tu madre. Respétalos, obedécelos, ámalos.

·       No matarás- Ni con armas, ni con la lengua.

·       No cometer acciones impuras: adulterio, fornificación, pornografía.

·       No robarás, lo que no es tuyo es ajeno, no lo tomes.

·       No levantes falsos testimonios: mentira, calumnias, juicios…

·       No codiciaras la mujer de tu prójimo (o al hombre de tu prójima)

·       No codiciaras los bienes ajenos.

El apóstol Pedro sintetiza los diez mandamientos en cinco realidades que rompen la comunión con Dios: La malicia, la mentira, la envidia, la hipocresía, y la maledicencia (1 de Pe 2,1) Jesús los sintetiza en uno sólo: “ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34).

Lo contrario a los mandamientos son: la lujuria, la pereza, la avaricia, la codicia, la gula, el alcohol, la droga, la soberbia, el egoísmo, la ira, el odio, la mentira, la envidia, el fraude y otros. Contra todo eso, el Amor y el que ama vence al pecado.




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