EL
QUE AME A DIOS QUE AME TAMBIÉN A SU HERMANO
Le
dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para
el Reino de Dios.» (Lc 9, 62)
El
pasado ya pasó, el futuro todavía no llega, lo único que hay es el presente. El
pasado es el pecado, el presente es el Amor. A Dios y al prójimo. Cuando Cristo ha entrado en nuestro corazón
por el “Sí” a su Palabra, somos una Nueva Creación (2 de Cor 5, 17) Lo nuevo es
Cristo, es el Espíritu Santo y es el Amor de Dios derramado en nuestro corazón
(Rm 5, 5) Ahora podemos, por Amor y solo por Amor, ofrecer a Dios nuestro
sacrificio que viene de dentro, del corazón y por Amor:
“Os
exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia
viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os
ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para
que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo
perfecto.” (Rm 12, 1-2) La experiencia de la presencia del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo deja en nosotros el Amor activo, dinámico y constructivo:
La
caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es
jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no
toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.
(1 de Cor 13, 4- 6) El amor no pasa nunca. El don de predicar se acabará. El
don de lenguas enmudecerá. El saber se acabará. Mi conocer es por ahora
inmaduro; entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la
fe, la esperanza, el amor: éstas tres. La más grande es el amor. (1Co 13, 8-9,
13)
El
amor es lo nuestro, es el don por encima de todo y de todos: “Por encima de
todo, procurad el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de
Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en
un solo cuerpo.” (Col 3, 14-15) El Amor hace la Unidad con Dios y con todos los
miembros del Cuerpo de la Iglesia: Es el motor que nos lleva a crecer en el
conocimiento de Dios y es la fuerza que nos lleva a unirnos con Cristo
crucificado (Ef 4, 13)
Ahora podemos entender las palabras de
Pablo: “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a
los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los
predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos
hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a
los que justificó, los glorificó.” (Rm 8, 28-30) Y todo Dios lo hace por
Amor, sin él no hace nada. “Todo lo que
nos sucede es para bien de los que aman a Dios.” ¿Todo? Todo: fracasos,
accidentes, enfermedades, caídas en el pecado, y otras cosa, todo, encontrémosle
el sentido a todo. El sentido es el amor. Encontrémosle el sentido al sufrimiento
que es oblativo: podemos ofrecernos a dios como un sacrificio vivo, santo y agradable
a Dios por los demás, por su conversión o por la salvación de los pecadores.
Por eso dice: “a los que aman a Dios” Los que están en comunión con Cristo (Jn
15, 4) Participando de su gracia:
“Porque
se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, que nos
enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con
sensatez, justicia y piedad en el siglo presente, aguardando la feliz esperanza
y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo; el
cual se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar
para sí un pueblo que fuese suyo, fervoroso en buenas obras.” (Tito 2, 11- 14)
Los que aman a Dios con un corazón limpio y con una conciencia recta, (1 de Tim
1, 5) aborrecen el mal y aman apasionadamente el bien (Rm 12, 9) Para poder
gozar de las Bendiciones que Dios desde la eternidad nos ha hecho partícipes:
“Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda
clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha
elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en
su presencia, en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de
la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por
medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de
su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos
a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se
propuso de antemano” (Ef 1, 3- 9)
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