EL
HOMBRE NO VALE POR LO QUE TIENE SINO POR LO QUE ES: PERSONA E HIJO DE DIOS.
Pero
Yahveh dijo a Samuel: «No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le
he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el
hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón.» (1 de Sm 16, 7)
El
hombre no puede vivir en una fachada, necesita de una casa aunque sea humilde. Y
muchos son los que son pura fachada, no viven en la realidad, sino, viven en
las apariencias. ¿Cómo es esto? Cuando alguien se valora por lo que tiene,
piensa que su valor se lo dan las cosas, los lujos, su ropa, sus vehículos, su
dinero. Depende de la opinión de los demás, anhela y desea vivir como viven los
demás, se angustia y se frustra cuando no es invitado a una fiesta y todo lo
hace para quedar bien. Desconoce la más hermosa de las verdades: “Qué vale por
lo que es y no por lo que tiene.” Los demás, los pobres son cosa, son un objeto, son desechables. Por eso busca los primeros lugares, le gusta
que siempre le vaya bien y en que todo le vaya bonito, al estilo de los
escribas y fariseos: “Todas sus obras las hacen para ser vistos por los
hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del
manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las
sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame
"Rabbí". (Mt 23, 5- 7)
Cuando
nosotros queremos vivir haciendo lo que otros hacen o haciendo lo que otros
dicen, nos hacemos copias y títeres de los demás, no nos realizamos. Por eso
Jesús dice: «Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los
escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. (Mt 5, 20) Todo lo
hacen para agradar a la gente y para que en todo les vaya bien (Mt 6, 1- 8) Porque
donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. «La lámpara del cuerpo es
el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; (Mt 6, 21- 22) La
lámpara del cuerpo es tu ojo, el modo como tú te miras, como tú te valoras,
como tú piensas de ti mismo y de los demás. Si tu ojo está sucio, todo tu
cuerpo está sucio. De la misma manera la intención, es el ojo de tu acción, si
la intención está sucia, toda tu acción está sucia. “Si, pues, tu ojo derecho
te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se
pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehena”
(Mt 5, 30). Fesprende de eso modo de pensar.
La
recta intensión que siempre busca la gloria de Dios y el bien de los demás,
está unida a un corazón limpio y a una fe sincera (1 de Tim 1, 5) Y pide un
cambio de actitudes y de conducta a la luz de la instrucción de Dios que está a
nuestro alcance en su Palabra para que nos guíe, nos conduzca y nos eduque:
Padre, santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado
al mundo, yo también los he enviado al mundo. (Jn 17, 17- 18) Y la verdad es la
que nos hace libres de criterios, de toda malicia (Jn 8, 32) Las apariencias o
lo que los otros digan viene de fuera, no te hace daño, lo que hace daño viene
de dentro:
No
es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la
boca, eso es lo que contamina al hombre.» Entonces se acercan los discípulos y
le dicen: «¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tu palabra?» El
les respondió: «Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será
arrancada de raíz. Dejadlos: son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía
a otro ciego, los dos caerán en el hoyo.» (Mt 15, 11- 14) Y de dentro del
corazón viene todo lo que deshumaniza y despersonaliza: Porque del corazón
salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos,
falsos testimonios, injurias. (Mt 15, 19)
La
conversión cristiana comienza en la inteligencia, en la manera de pensar, luego
sigue en la voluntad para que unidas por el amor podamos distinguir lo que es
bueno de lo que es malo, podaos tener la fuerza para rechazar el mal y el amor
para hacer el bien. Entonces dejaríamos de ser fachada, para ser Casas de Dios.
“Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la
renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad
de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.” (Rm 12, 2) Una fe que se acomoda
al mundo presente, es una fe cómoda, mediocre, superficial y vana, no sirve
(Snt 2,14) Mezclamos las cosas de Dios con la vida mundana y pagana, caemos en la
tibieza que es una modalidad de pecado: “Conozco tu conducta: no eres ni frío
ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio,
y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.” (Apoc 3, 15- 16) Todo se hace
como un simulacro, somos fachada, no hay conversión auténtica.
Recordemos
la unidad de las tres: la inteligencia, la voluntad y el amor, unidad que nos
llena de luz, fuerza y amor. Para que Cristo habite por la fe en vuestros
corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con
todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y
conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis
llenando hasta la total Plenitud de Dios. A Aquel que tiene poder para realizar
todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar,
conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en
Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén. (Ef 3,17-
21)
Cristo
es la Verdad, nuestro Maestro interior que nos conduce a la verdad plena (Jn
16, 13) Nos lleva a su Pascua, a su muerte y resurrección para que muramos al pecado
y vivamos para Dios (Gál 5, 24) Así es, y ésta es nuestra conversión. Con la
Gracia de Dios y nuestras decisiones dejamos de ser fachada para ser “casitas
de Dios”.
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