NOSOTROS
HEMOS DEJADO TODO Y TE HEMOS SEGUIDO
En
aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos
dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo «En verdad os digo que no hay nadie
que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o
tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien
veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con
persecuciones— y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos,
y muchos últimos primeros». (Marcos 10,28-31)
El
contexto en el que se relata este evangelio es el del joven rico: Se ponía ya
en camino cuando uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante él, le
preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?»
Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya
sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes
falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.» El,
entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.» Jesús,
fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto
tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego,
ven y sígueme.» Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido,
porque tenía muchos bienes. (Mc 10, 17- 22)
¿Por
qué me llamas bueno? Bueno sólo Dios, lo que Jesús quiere decir: “orienta tu
vida hacia Dios” ¿Cómo? Guarda mis mandamientos y sígueme. Por el camino de la
pobreza espiritual serás humilde y manso de corazón como yo lo soy (Mt 11, 29)
Pedro le pregunta: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos
seguido». ¿De a cómo nos va tocar? ¿Cuánto vamos a recibir? Nos podemos
preguntar: ¿Qué dejó Pedro? Era un humilde pescador de Betsaida tierra oprimida
por los romanos. Dejó unas barcas y unas redes viejas y remendadas, una
sinagoga donde no era bien acogido desde que siguió a Jesús, una suegra vieja y
enferma, un futuro incierto. Desde que Jesús lo eligió para ser parte del grupo
de los Doce, le cambió la vida y el sentido de su existencia. De pescador de
peces a pescador de hombres. Líder de los Doce y fundamento de la Iglesia,
Vicario de Cristo. Un hombre lleno del Espíritu Santo.
La
promesa de Jesús es para todos los creyentes y discípulos de Cristo: “En verdad
os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o
padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en
este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y
tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna.”
Dejar
familias, comunidades, bienes materiales, por el Evangelio es relativamente
fácil, lo difícil, es dejar el “Ego” con sus vicios: la soberbia, el egoísmo,
la ira, la lujuria, etc. Sólo con la Gracia de Dios y nuestros esfuerzos
podemos lograr vencer nuestro “Ego” Para revestirnos del hombre nuevo en
justicia y en santidad (Ef 4, 23- 24) El punto de partida es dejarnos encontrar
por Cristo, el Buen Pastor. El dejarnos encontrar nos lleva a ofrecer nuestro
primer sacrificio que se hace por amor: “Buscar con un corazón contrito y arrepentido
a Cristo para recibir el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo.”
Entrar entonces en la Nueva Alianza para pertenecer a Cristo, amarlo y
servirlo. Y, ¿hora que hacer?
El
libro del Eclesiástico nos ofrece tres sacrificios que son gratos y agradables
a Dios por que se ofrecen por amor: Observar la ley es hacer muchas ofrendas,
atender a los mandamientos es hacer sacrificios de comunión. Devolver favor es
hacer oblación de flor de harina, hacer limosna es ofrecer sacrificios de
alabanza. Apartarse del mal es complacer al Señor, sacrificio de expiación
apartarse de la injusticia. No te presentes ante el Señor con las manos vacías,
pues todo esto es lo que prescribe el mandamiento. La ofrenda del justo unge el
altar, su buen olor sube ante el Altísimo.(Eclo 35, 1- 5) Tres sacrificios que
está unidos uno con el otro, para apoyarse mutuamente: El sacrificio de
comunión que es guardar los mandamientos. El sacrificio de alabanza que
consiste en practicar la caridad, y el sacrificio de expiación que consiste en
romper con el pecado.
Algo
para saber sobre los sacrificios: “Porque el Señor sabe pagar, y te devolverá
siete veces más. No trates de corromperle con presentes, porque no los acepta,
no te apoyes en sacrificio injusto. Porque el Señor es juez, y no cuenta para
él la gloria de nadie. No hace acepción de personas contra el pobre, y la
plegaria del agraviado escucha. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la
viuda, cuando derrama su lamento. Las lágrimas de la viuda, ¿no bajan por su
mejilla, y su clamor contra el que las provocó? Quien sirve de buena gana, es
aceptado, su plegaria sube hasta las nubes.” (Eclo 35, 10-16)
Jesús
aprueba lo anterior al decirnos: Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar
te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu
ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano;
luego vuelves y presentas tu ofrenda. (Mt 5, 23- 24) No lleves las manos vacías
ni manchadas de sangre (Is 1, 15- 16) Lleva en tus manos los frutos de la fe
(Gál 5, 22- 23) Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con
mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia. Cada
cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios
ama al que da con alegría. (2 de Cor 9, 6- 7)
Los
sacrificios anteriores san Pablo los encierra en un solo: “Os exhorto, pues,
hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una
víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual.” (Rm
12, 1) Un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios para que haya culto a Dios,
es decir, nuestro sacrificio espiritual, viene de dentro, de nuestro corazón y
se hace por amor, y consiste en “Hacer la voluntad de Dios”, aceptarla y
someternos a ella: “Amen a Cristo y ámense unos a los otros” (cf 1 de Jn 3, 23)
Recordemos que sin sacrificio no hay culto a Dios. Por eso con tres palabras
podemos entender nuestros sacrificios:
Y
a todos les decía: «Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su
cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá,
pero el que pierda su vida por causa de Mí, ese la salvará.(Lc 9, 23)
Niégate
a ti mismo, toma tu cruz y sígueme. Las tres palabras son inseparables,
significan caminar en la verdad, en amor y en la vida. La verdad que nos hace
libres, nos lleva al amor y a la vida (Jn 14, 6) El que sigue a Cristo tiene la
Gracia de Dios y puede por lo mismo amar y servir por que le pertenece a
Cristo. La Gracia increada es Dios mismo: “Por eso doblo mis rodillas ante el
Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que
os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción
de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros
corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con
todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y
conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis
llenando hasta la total Plenitud de Dios.” (Ef 3, 14- 19)
Los
gritos de Victoria son: “Despojaos, Reconciliaos, Revestíos y Configuraos con
Cristo.” Para que nuestro Sacrificio sea grato y agradable a Dios.
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