HOY CON LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
SE CORONA EL TIEMPO DE LA PASCUA.
Hoy han llegado a su término los días de Pentecostés, aleluya; hoy el
Espíritu Santo se apareció a los discípulos en forma de lenguas de fuego y los
enriqueció con sus dones, enviándolos a predicar a todo el mundo y a dar
testimonio de que el que crea y se bautice se salvará. Aleluya.
El
deseo eterno de Dios es dar a los hombres Espíritu Santo. Por eso hizo un Plan
para todo el hombre y para todos los hombres: “Bendito sea el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo por cuanto nos ha elegido en él antes de
la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el
amor eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de
Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de
su gracia con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de su
sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que
ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia.” (Ef 1, 3- 8)
Cuatro bendiciones espirituales en Cristo: la elección gratuita e inmerecida; la
filiación divina; la redención y la santificación.
Dos
regalos para poner en Plan de salvación en marcha: Cristo y el Espíritu Santo.
Podemos afirmar que el perdón que Dios nos da se llama Espíritu Santo: “Dios es quien nos confirma en Cristo a
nosotros junto con vosotros. Él nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto
en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.” (2Co 1, 21-22) Hablamos del
Espíritu de la Unidad que no une en Cristo por el bautismo (Gál 3, 26- 27) “Todos
nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un
mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo
Espíritu.” (1Co 12, 13)
Jesús
antes de irse al cielo, oró al Padre en la oración sacerdotal pidiendo tres
cosas: La Unidad, la Verdad y la Santidad para toda la Iglesia. Para eso tenía
que pasar por la Cruz, para hacernos uno y reconciliarnos con el Padre y entre
nosotros. La Unidad nos lleva a la Verdad, al Amor que nos hace libres para que
entremos en la Santidad. Donde hay Santidad hay Verdad y hay Unidad. A sí lo
dice Pedro: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros
matasteis colgándole de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe
y salvador, para otorgar a Israel la conversión, el perdón de los pecados.
Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le
obedecen.” (Hch 5, 30-32)
Esforzaos
por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y
un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la
que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de
todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. (Ef
4,3-6) La Santidad nos lleva a la Unidad, porque santo es el que ama, y sin amor
a Dios y al prójimo no hay Santidad, como tampoco hay Verdad. Así lo dice el apóstol:
“En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien
dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad
no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios
ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él.” (1 de Jn 2, 3-
5)
Hablemos
de Pentecostés, el cumplimiento de las promesas del Padre y del Hijo. “Sucederá
después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y
vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros
jóvenes verán visiones. Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi
Espíritu en aquellos días.” (Jl 3, 1- 2) “Pero yo os digo la verdad: Os
conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el
Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando él venga, convencerá al
mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo
referente al juicio.” (Jn 16, 7- 8)
Al
llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De
repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que
llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas
como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron
todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según
el Espíritu les concedía expresarse. (Hch 2, 1. 4) Jesús había hablado de
ese fuego: “He venido a arrojar un fuego
sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc 12, 49) Es
el fuego que quema, pero, no destruye, tan sólo purifica. Es el fuego del amor
que une y plenifica, es el fuego de la evangelización. El Espíritu Santo ha sido
enviado, es el Espíritu de la Unidad, de la Verdad y de la Santidad.
Es
lo contrario a Babel. Es como la cara de una misma moneda. Babel es confusión,
es dispersión, es expulsión. No pudieron los hombre ponerse de acuerdo, no
pudieron seguir trabajando juntos y se dispersaron, nacieron las lenguas de la
confusión, del engaño, de la opresión, de la división y de la muerte. No se
reconoció y no se aceptó el trabajo de los demás, se ofendieron, se cerraron al
diálogo y se fueron cada uno por diferentes caminos. Fracasaron el querer ser
como Dios. Lo mismo sucede en el libro de Apocalipsis: “Conozco tu conducta: no
eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que
eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.” (Apoc 3, 15-
16) Ser expulsados, arrojados, fuera del Cuerpo.
El
Pentecostés hablaban diferentes lenguas, pero todos entendía las palabras de
Pedro que con autoridad y parresia les decía: “Israelitas, escuchad estas
palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con
milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como
vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio
y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por
mano de los impíos; a éste, pues, Dios
le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase
bajo su dominio;”(Hch 2, 22- 24) «Sepa, pues, con certeza toda la casa de
Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros
habéis crucificado.» (Hch 2, 36) Y aquellos judíos religiosos creyeron por las
palabras de Pedro en Jesucristo y dijeron: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro
les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el
nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y
para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.» (Hch
2, 37- 39)
El
bautismo del Espíritu Santo es una experiencia de la presencia del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo en nuestro interior. La acción del Espíritu Santo nos
lleva al Nuevo Nacimiento y por los caminos de Dios, al conocimiento del verdadero
Dios y a la plenitud en Cristo (Ef 4, 13) Pablo nos dice: “el amor de Dios es
derramado en nuestro corazón juntamente con el Espíritu Santo que se nos ha
dado” (Rm 5, 5) El amor de Dios y el Espíritu Santo es lo mismo. La Obra del
Espíritu es que amemos a Jesús y a todos los que Jesús ama. Fruto de la experiencia
del bautismo del Espíritu Santo es el amor a Cristo, a su Palabra, a la oración
y a su Iglesia. A los que aman a Jesús son invitados a servir: Así pues,
queridos míos, de la misma manera que habéis obedecido siempre, no sólo cuando
estaba presente sino mucho más ahora que estoy ausente, trabajad con temor y
temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y
el obrar, como bien le parece. (Flp 2, 12- 13)
Por
la acción del Espíritu Santo nos convertimos es seres sinodales: Caminamos con
otros, trabajamos con otros, servimos con otros y amamos con otros, siguiendo
las huellas de Jesús. “Amando en el Espíritu Santo” (cf Col 1, 8).
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