CADA CUAL DÉ SEGÚN EL DICTAMEN DE SU CORAZÓN

 


CADA CUAL DÉ SEGÚN EL DICTAMEN DE SU CORAZÓN

Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Vosotros, que en otro tiempo no erais pueblo, sois ahora pueblo de Dios; vosotros, que estabais excluidos de la misericordia, sois ahora objeto de la misericordia de Dios. (1Pe 2, 9-10)

¿A quién le está hablando Pedro? A los no judíos que no eran pueblo de Dios, a los que no conocían la Palabra, que no podían dar culto al verdadero Dios, los que no eran familia. Pero, también habla para los judíos que habían entrado en la Nueva Alianza, tanto, judíos como gentiles, ahora son parte de un mismo pueblo y de una misma familia, son unidad en virtud de la sangre de Cristo que los reconcilió con Dios y entre ellos.(Ef 2, 14)

Jesús lo había dicho: “También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo.” (Jn 10, 16- 17) Para eso va a morir para hacer de todos los pueblos un solo pueblo, el pueblo de Dios. Este es el misterio que estuvo oculto por siglos y generaciones que “Dios a todos ama y que quieren que todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento de la verdad” (2 de Tim 2,4) Los hombres llegan al conocimiento de la verdad por medio de la predicación de la Palabra y la salvación llega a ellos por medio de los Sacramentos, signos de la Nueva Alianza.

El camino para que judíos y gentiles entren a los terrenos de la fe es la escucha de la Palabra de Dios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros,” (1 de Pe 1, 3- 4)

“Pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible, sino incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente. Pues toda carne es como hierba y todo su esplendor como flor de hierba; se seca la hierba y cae la flor; pero la Palabra del Señor permanece eternamente. Y esta es la Palabra: la Buena Nueva anunciada a vosotros.” (1 de Pe 1, 23- 25)

 

La Palabra nos lleva a nacer de lo alto, nacer de Dios, del agua y del Espíritu. Nos lleva al Nuevo Nacimiento. (Jn 1, 11- 12; 3, 1-5) Para eso fuimos elegidos por amor desde antes que el mundo fuera creado, para ser santos e inmaculados por amor y fuimos destinados a ser adoptados como hijos de Dios, en Cristo Señor, nuestro (cf Ef 1,4- 5) Ahora, ¿Qué podemos hacer? “Rechazad, por tanto, toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno.” (1 de Pe 1, 2- 3)

Ahora a trabajar en nuestra liberación, en nuestra salvación y en nuestra santificación. Hay que cultivar el barbecho de nuestro corazón para ir creciendo en la gracia de Dios hasta dar frutos de vida eterna, mediante la fe y la conversión. (Mt 4, 17) Dos palabras que significan lo mismo: Llenarse de Cristo, echando fuera lo que no es Reino de Dios. Ahora es el momento de obedecer la Palabra de Dios y de Cristo: Aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón para que tengan paz en sus corazones. (cf Mt 11, 29)

La fe cristiana que viene de la escucha y de la obediencia de la Palabra nos va dejando Luz, Poder y Amor. Cuando Pablo nos invita a fortalecernos en la fe, nos invita a llenarnos de Cristo, es decir a convertirnos: Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. (Ef 6, 10- 12) Que nuestra fe sea fuerte, firme y férrea. Para esto hay que alimentarse y hacer los ejercicios de la fe: la Oración, la Palabra de Dios, los Sacramentos, las obras de Misericordia y la vida de Comunidad, la guía y el modelo es Jesús.

La primera hija de la fe es la Fortaleza. Es el resultado de los ejercicios de la fe. La fortaleza lleva, poder, energía y vigor, para levantarse del suelo, para caminar y para seguir trabajando en la fe. Con la fortaleza podemos vencer las pruebas y vencer nuestras debilidades. Hija de la fortaleza es la sencillez, virtud poderosa para vencer la hipocresía y ser auténticos, honestos, sinceros e íntegros, humildes y mansos de corazón. Hija de la sencillez es la pureza de corazón, que es también hija de la fe. La pureza nos trae pobreza espiritual, corazón limpio y misericordioso. La hija de la pureza del corazón es la santidad, sin la cual no veremos a Dios. (Heb 12, 14) La santidad nos trae la paz, el gozo, el amor y la filiación divina. Hija de la santidad es la ciencia que nos hace ser prudentes, justos y castos. La ciencia nos lleva al conocimiento de Dios y hace que la voluntad de Dios sea nuestro alimento favorito, la delicia de nuestro corazón. La Hija de la ciencia es el Amor. Corona de todo el proceso y Padre de todas las virtudes. Es señal que estamos en Dios. La Fe y el Amor son inseparables.

El Amor es el corazón de nuestra conversión: Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. (1 de Cor 13, 1- 6)

Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. (1 de Jn 4, 7- 8)

El Amor es inseparable del servicio, del compartir, del darse y entregarse a los demás con respeto y con dignidad. Recordando lo que dice el Apóstol Pablo: “Que los más fuertes, carguen a los más débiles” (Rm 15, 1) Con voluntad, libertad y amor: “Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría.” (2 de Cor 9, 7)

 

 

 

 

 



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