MARÍA SE HABÍA QUEDADO LLORANDO JUNTO AL SEPULCRO DE JESÚS.
Aleluya, aleluya. Aleluya. Éste es el
día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo. (Sal 117, 24)
El día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo, es el día de la
resurrección, la de Cristo y la nuestra. La experiencia de la resurrección en nuestra
vida es el Motor de la Vida Nueva: Experiencia de la presencia del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo en nuestro interior, en nuestro corazón. Experiencia
que orienta nuestra vida hacia los Terrenos de Dios: La bondad, la verdad, la
justicia, la libertad, la santidad. Nos lleva a los terrenos del Amor y del
Servicio. Experiencia que nos lleva a enamorarnos de la Persona de Jesús de
Nazaret. Amor que nos hace hacer de la Palabra de Cristo la delicia de nuestro
corazón. Amamos a Jesús y amamos su Palabra, es Fuego que nos quema, pero, no
nos destruye, tan sólo nos purifica. Experiencia que nos hace ser orantes,
amamos la Oración con Jesús. Oramos siempre, en cualquier momento y por
cualquier circunstancia. La oración es un diálogo filial, fraterno y amistoso. Experiencia
que nos lleva a enamorarnos de todo lo que Jesús amó: su Iglesia, hasta dar su
vida por ella (Ef 5, 25) Y amarla como ella es, y no como quisiéramos que
fuera, perfecta. La Iglesia es débil y fuerte, sana y enferma, santa y pecadora.
Experiencia que nos lleva amar a los pobres porque descubrimos a Jesús en
ellos. El amor a los pobres nos ayuda a ser generosos, desprendidos y
serviciales.
La experiencia
de la resurrección hace nacer en nosotros los deseos de servir, tal como lo dice
Pablo: "Así pues, queridos míos, de la misma
manera que habéis obedecido siempre, no sólo cuando estaba presente sino mucho
más ahora que estoy ausente, trabajad con temor y temblor por vuestra
salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien
le parece."(Flp 2, 12- 13) Nos lleva al compromiso de la fe. Servir
en la Iglesia y desde ella. Van apareciendo en los carismas que crecen con el
uso de su ejercicio, todo acompañado por un gozo inefable, se trata del gozo
del Señor que brota y nace de un corazón que vive de encuentros con Jesús resucitado.
Digamos con alegría “Hoy es el día del triunfo del Señor que ha resucitado a
Jesús y a nosotros.” Es una alegría que contagia, por eso Pablo nos dice: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”
(Flp 4, 4) Es la alegría, el gozo de la resurrección.
Hay muchos
hombres y muchas mujeres que tienen el espíritu de María Magdalena. Están
tristes, desconsolados, lloran, han perdido la fe. Unos buscan a Jesús en la
Iglesia, quieren verlo, sentirlo y experimentarlo, y nada, y se van. Otros ven
malos testimonios, se desilusionan y se van de la Iglesia. Algunos son maltratados
o hasta los corren y se van. No le encuentran sentido al viernes santo, al
sufrimiento que nos enseña que es oblativo, que hay que padecer antes de entrar
en la gloria (cf Lc 24, 26) Para muchos Jesús es sólo un parche, lo buscan
cuando tiene alguna fiesta, algún difunto, pero, no tiene fe.
Todo
hombre y toda mujer, son buscadores. ¿Qué buscan? Buscan razones para sentirse
bien, para ser felices. Buscan en el trabajo, en el alcohol, en la fiesta, en
el placer, en el dinero, en los lujos, en la droga, en el sexo: buscan ser
felices pero parece que la felicidad no se busca, el que lo haga estás
condenado a vivir sin encontrarla. Blas Pascal, filósofo católico dijo: Lo que en
el fondo buscan es a Dios, pero, lo buscan en las tumbas vacías. Es Jesús
resucitado, el Buen Pastor que nos busca hasta encontrarnos (Lc 15, 4) La clave
está en dejarnos encontrar, Jesús se hace el encontradizo. A Jesús podemos
encontrarlo en el servicio a los pobres, en la Misericordia, en la Justicia, en
la Caridad, en el servicio a los Enfermos, en la ayuda a los más necesitados,
en su Palabra, en la Oración bien hecha, en los Sacramentos bien celebrados en
la Comunidad fraterna, solidaria y servicial.
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