ACERCAOS A DIOS Y ÉL SE ACERCARÁ A VOSOTROS.

 


ACERCAOS A DIOS Y ÉL SE ACERCARÁ A VOSOTROS.

Vivid sometidos a Dios. Resistid al diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros. Humillaos en la presencia del Señor y él os ensalzará. St 4, 7-8a. 10

Vivid sometidos a Dios es aceptar su voluntad y someterse a ella. La voluntad de Dios es buena, santa y perfecta. (Rm 12, 2) Es vivir amando con el mismo amor con el que el Padre y Cristo se aman  nos aman a nosotros (Jn 17) El que ama a Dios vive en la humildad, es manso y pobre de corazón. La caridad y la humildad son inseparables, son como hermanas gemelas. Una no existe sin la otra. Son como las caras de una msma moneda. Donde ellas se encuentran está Cristo, el corazón está ocupado por una fe viva, una esperanza cierta y por un corazón ardiente, no hay lugar para el Diablo. Anda buscando a quien devorar, pero eso es todo, la casa está ocupado, no hay lugar para él (cf 1 de Pe 5, 8)


Cuando así es, el apóstol Pedro nos exhorta al decirnos: “Con ánimo dispuesto y vigilante poned toda vuestra esperanza en la gracia que os llegará cuando Jesucristo se manifieste. Como hijos obedientes no os amoldéis a las pasiones que teníais cuando estabais en vuestra ignorancia.” (1Pe 1, 13-14) Jesucristo se manifiesta para hacer de nosotros una “Nueva Creación” en la que lo viejo ha pasado, lo que ahora hay es nuevo (2 de Cor 5, 17) Lo nuevo es Cristo y su Espíritu que habitan en nuestro corazón. “Vigilad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41) “Con los lomos ceñidos y con las lámparas encendidas” (Lc 12, 35)

"Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con esp1ritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis."(Rm 12. 9- 14)

La caridad es alegre, generosa y hospitalaria. Viviendo así, somos de Cristo, y estamos en la voluntad de Dios participando de lo que Él es y de lo que Él tiene: “Como es santo el que os llamó, sed también santos en toda vuestra conducta, porque está escrito: «Sed santos, porque yo soy santo.” (1Pe 1, 15-16) Somos hijos de Dios, coherederos de su herencia, hermanos de Jesucristo, sus discípulos y servidores de los hombres (Cf Rm 8, 17) Jesús nos llama Amigos porque sabe que nos amamos, a Él, y a los otros. “Ustedes son mis amigos, porque hacen lo que yo les digo” (Jn 15, 13)

Por eso Santiago nos recuerda: “Llevad a la práctica la palabra y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. El que se concentra en el estudio de la ley perfecta (la que hace libre) y es constante no como oyente olvidadizo, sino para ponerla por obra, éste encontrará la felicidad en practicarla.” (St 1, 22. 25) Este es el que construye su Casa sobre Roca, sobre el Amor, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6; Mt 7, 24) La obediencia a la Palabra es garantía de paz, amor y alegría: "Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.»"(Lc 11, 28) Para estos, nada podrá apartarnos del amor de Dios (Rm 8, 31)

Acercarse a Dios con un corazón pobre, humilde y contrito, Él no lo rechaza (cf Slm 51, 1), Es más, es Él quien nos busca hasta encontrarnos (Lc 15, 4) Y Jeremías nos recuerda una promesa: “Si me buscas de todo corazón me dejaré encontrar por ustedes” (Jer 29, 13) De la misma manera como se encontró con Bartimeo, el ciego de Jericó; con Zaqueo, con la mujer samaritana y con muchos más a quienes hizo de sus vidas una Nueva Creación, discípulos, misioneros y apóstoles de él (Lc 18, 40- 43; Lc 19, 1-11; Jn 4, 10ss) Y, como en el caso del hijo prodigo, el Padre, sale al encuentro de su hijo perdido para recibirlo y hacer una fiesta en su honor (Lc 15, 11ss)

La alegría de Dios está en nuestros corazones cuando nos dejamos encontrar por Él, aceptamos su voluntad y nos someteos a ella. Hace una fiesta en nuestros corazones, la duración no depende de Dios, sino de nosotros. La fiesta la hace entrando Cristo a nuestros corazones. A sí lo dice san Juan: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo." (Apoc 3, 20)

Para que la fiesta dure Jesús nos recomienda: “Permanezcan en mi amor (Jn 15,9) “Guarden mis Mandamientos” (Jn 14, 21) “permanezcan en mi Palabra, serán mis discípulos, conocerán la verdad y la verdad os hará libres (Jn 8,1- 32) La fiesta con Jesús pide caminar con él, trabajar con él, orar con él y hacernos uno con él para Gloria de Dios Padre y para servir a la Iglesia.

 



 

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