2.
EL MISTERIO DE NAZARETH
1.- ¿Qué significa Nazaret en la vida de Jesús?
“Jesús se fue con ellos a Nazaret y les estaba
sumiso. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Jesús crecía en
sabiduría, en estatura y en Gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc. 2,
51-52).
La
dimensión más olvidada de la vida de Jesús porque aparentemente, no tiene significado
misionero, es Nazaret. Mucho se ha dicho sobre la etapa de Jesús que comprende
entre los doce años y el momento de su aparición en su vida pública. Nazaret
era una aldea semipagana y sin prestigio, un pequeño poblado casi olvidado de
la región de Galilea; no obstante fue escogida por Jesús para compartir esos
años de su vida con los más sencillos. Comparte su trabajo y su persona en lo
más ordinario y gris de las cosas de cada día.
Con
respecto a María, Nazaret fue el tiempo de maduración en la fe y en las cosas
que hacen referencia a la salvación que Dios ofrece en Jesús. María en Nazaret
aceptó los caminos de Dios aún sin comprenderlo todo, sencillamente guardaba
estas cosas en su corazón (Lc 2, 16- 21), después de la resurrección de su Hijo
lo comprendería todo.
2.- ¿Qué significa Nazaret para nuestra
vida humana y cristiana?
Nazaret
es valorar el testimonio sencillo de los demás; la simple presencia de amistad;
la caridad simple y rutinaria con la cual nos encontramos todos los días. Pues
la solidaridad y el servicio del Evangelio no se prueban en las cosas
extraordinarias, sino en la rutina de cada día, en las pequeñas cosas y con
aquellos que Dios pone cada día en nuestro camino. Existen tres actitudes que
expresan nuestra espiritualidad de Nazaret:
a)
La primera actitud se refiere a la práctica de la caridad y la justicia.
Virtudes
que en la realidad van unidas. La caridad y la justicia, en sentido de Nazaret,
no se dan con las personas que nosotros elegimos, sino con aquellas que la vida
nos impone, que son las personas y las circunstancias que Dios manda. Ese es
nuestro Nazaret: los familiares, los compañeros de trabajo, los que se acercan
a nosotros por cualquier razón, los que viven bajo nuestro propio techo. Los
que viven cerca de nosotros son los que ponen a prueba la madurez de nuestro
amor al prójimo. Es fácil decir que amamos a los que están lejos, lo difícil es
amar a los que están junto a nosotros y conocen nuestros defectos.
Podemos
tener ideas sociales y políticas muy avanzadas, pero si faltamos a la justicia
juzgando a los que vemos habitualmente y sofocando los derechos de nuestra
propia familia, de muy poco sirven nuestras ideas. Cuando actuamos sin
misericordia y de manera injusta con las personas que nos rodean nos
convertimos en los primeros opresores. Amor y justicia comienzan en la propia
casa.
b) La segunda actitud se refiere a
nuestro servicio y entrega a favor de los más pobres.
El
pobre que no tiene los valores y el dinamismo para pagarnos por nuestros
servicios, es realmente el que nos ayuda a crecer en amor y en libertad, le
ayudamos sin esperar nada a cambio. El pobre siempre está ahí, con una
necesidad concreta, es él quien nos cuestiona y nos arranca de nuestros planes.
Un amor que no se compromete por ayudar a los pobres a vivir mejor, no es aún
un amor maduro.
Pobre
es la muchacha que quiere estudiar, al menos su primaria, secundaria o
preparatoria, pero el medio ambiente de pobreza, la incomprensión de unos
padres o el celo de unos hermanos impiden que sus deseos se vean realizados.
Pobre es la joven desprestigiada por el pecado de los hombres. La peor y más
grande pobreza no es la material, sino la de negarse a que los mismos hijos le
arranquen a la vida un poco de preparación. Muchos son los jóvenes que no
asisten o se salen de la escuela por falta de apoyo de la sociedad o de la
misma familia.
c) La tercera actitud se refiere a la
práctica de la pobreza evangélica.
3.- Aplicación a nuestra vida.
El
misterio de Nazaret no nos ofrece solo un modelo para la imitación del Señor
pobre, humilde y obediente, que pasó la mayor parte de su vida sin ser
reconocido como el Mesías de Dios, trabajando como el carpintero de Nazaret,
sino que además, nos invita a buscar la Gracia que nos hace hijos de Dios.
Gracia que exige una respuesta de comunión fraterna.
La
comunión fraterna, entendida como la manifestación de Cristo en nuestras
familias y comunidades nos invita a poner en práctica el amor de los hermanos y
especialmente a los más necesitados. Nadie es lo suficientemente pobre que no
pueda aportar algo suyo a la necesidad de otros. Todos tenemos algún valor que
los demás pueden necesitar. Todo valor es un bien y éste debe estar al servicio
de la liberación de la servidumbre del pecado que esclaviza al hombre. Esta
liberación se inicia en el corazón y afecta a toda la comunidad. Nos podemos
hacer una pregunta: ¿estamos dispuestos a dejar una vida cómoda, de lujos
superfluos y de derroches para preocuparnos de otros puedan tener una vida más
digna?
4. ¿Qué podemos dar?
La
comunión fraterna que el Evangelio nos presenta es el camino que nos permitirá
la participación de bienes y valores, destinados a beneficiar a toda la
comunidad. No esperes que vengan a pedirte una limosna, busca más bien a
alguien que necesite de ti. Busca a quien puedas ayudar con tu aporte.
Podemos
dar conocimientos sobre la vida: enseñar el arte de vivir con otros de manera
más digna.
· Podemos dar
respeto a la verdad del otro. El otro es persona única e irrepetible, tiene
nombre propio y un rostro que clama reconocimiento, aceptación y respeto.
· Podemos dar
perdón al que nos ha ofendido. Así llegaremos a ser hijos de Dios, libres para
acercarnos al Señor con la confianza que no nos negará lo que le pidamos si eso
está dentro de su Plan de Salvación.
· Podemos dar una
disculpa al que hemos herido con nuestras palabras o actitudes. Esta es una
actitud valiente que ha de acompañar siempre a los cristianos. Disculparse
cuando hemos ofendido es lo mismo que pedir perdón con sencillez de corazón.
· Podemos dar una
ayuda material o espiritual a los necesitados de alimento, vestido, medicina,
amistad, amor, etc. En la medida que compartimos estaremos siendo libres del
ídolo de la avaricia que tantas víctimas esclavas tiene. Quien no comparte,
nunca aprende a ser hermano.
Comunión
es poner al servicio de los demás, no solo lo que no necesitamos, sino y sobre
todo, lo que estamos necesitando. (cf Hech 2, 42) Comunión es participar al
otro de lo que se sabe, se tiene y sé es, pero siempre al estilo de Jesús.
5. Canto: Amémonos de corazón.
6. Oración: “Concédenos tu
gracia para descansar todos los hechos y pensamientos pecaminosos, para
rendirnos totalmente a ti y mantener en calma nuestras alamas ante ti como un
lago tranquilo, para que los rayos de tu gracia, puedan reflejarse en ellas, y
pueda encenderse en nuestros corazones el brillo de la fe, la esperanza, el
amor y la oración”-
7. Compromiso: personal. ¿Dónde, con
quién, y cómo podré comprometerme con otros a favor de los demás? Especialmente
con hermanos yhermanas que hacemos juntos un camino de sinodalidad, siguiendo
juntos las huellas del Maestro Jesús de Nazaret.
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