DAR A DIOS, LO QUE ES DE DIOS, Y AL CÉSAR, LO QUE ES DEL CESAR

 


DAR A DIOS, LO QUE ES DE DIOS, Y AL CÉSAR, LO QUE ES DEL CESAR

  1. Yo soy el Señor y no hay otro.

Así habló el Señor a Ciro, su ungido, a quien ha tomado de la mano para someter ante él las naciones y desbaratar la potencia de los reyes, para abrir ante el los portones y que no quede nada cerrado: “por amor a Jacob, mi siervo, y a Israel, mi escogido, te llamé por tu nombre y te di un título de honor, aunque tú no me conocieras. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay Dios. Te hago poderoso, aunque tú no me conoces, para que todos sepan, de oriente a accidente, que no hay otro Dios fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro” Palabra de Dios. (Is. 45, 1. 4-6)

2.     La Obra de Dios.

El Creador de cielo y tierra y de cuanto habita en ellos, es quien ha formado a su Siervo en quien tiene sus complacencias. En él ha puesto su Espíritu. Cumplirá con su misión no con gritos ni clamores, no con gesto amenazante, sino con la sencillez de quien llega al corazón para hacer brillar en él la justicia. Esto no le restará la firmeza en su propósito. Así será una personificación de la salvación de Dios. Es el Señor quien toma a su siervo de la mano y lo forma para que pueda llevar a buen término la obra que se le confía: Ser Alianza entre Dios y el pueblo, y liberar a los cautivos de sus cadenas, levantar los ánimos decaídos, y hacer que brillen la justicia y el derecho hasta los últimos confines de la tierra.

3.     Jesús es el Siervo de Dios.

Sólo entendiendo este cántico desde Cristo podremos entender todo su significado. Ya en su Bautismo se nos habla del Espíritu de Dios que reposa sobre Él, y de la voz del Padre que dice que Jesús es su Hijo amado en quien Él se complace. El Espíritu de Dios está sobre Él para evangelizar a los pobres, para sanar a los de corazón contrito. Él no ha venido a condenar, a destruir, a arrancar, a apagar la poca luz y esperanza que aún queda en los corazones deteriorados por el pecado.

Él ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Así, Jesús se convierte para nosotros en la Nueva y definitiva Alianza que nos une con Dios y lo hace ser nuestro Padre. Dios velará por nosotros, nosotros permaneceremos unidos a Cristo. Sólo así seremos partícipes de la vida de Dios y un signo de su amor para nuestros hermanos, a quienes no destruiremos, sino ayudaremos para que recobren su dignidad de hijos de Dios.

  1. El relato evangélico.

 

En aquel tiempo, se reunieron los fariseos para ver la manera de hacer caer a Jesús, con preguntas insidiosa, en algo de que pudieran acusarlo. Le enviaron, pues, a algunos de sus secuaces con algunos del partido de Herodes, para que le dijeran: “Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie. Dinos, pues, qué piensas: ¿Es lícito o no pagar el tributo al César?”

 

Conociendo Jesús la malicia de sus intenciones les contestó: “Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme? Enséñenme la moneda del tributo” Ellos le presentaron una moneda. Jesús les preguntó: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César”. Y Jesús concluyó: “Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12, 17s).

Nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Más aún, gracias a la Redención llevada a cabo por Cristo, hemos sido revestidos de Él y hemos sido re-creados conforme a la imagen del Hijo de Dios. Debemos devolverle, darle a Dios lo que es de Dios. Dios nos ha concedido la “Redención en Jesucristo”, para que volvamos a Aquel que es nuestro legítimo Dueño. Puesto que todo ha sido creado para la Gloria de Dios, no porque necesite más gloria que la suya propia, sino porque nos la quiere comunicar, la totalidad de nuestra vida debe realizarse siempre como una continua alabanza a su Santo Nombre. Dios nos ha llamado a participar, por el conocimiento de Él y el amor que infunde en nosotros, de su Vida Divina. Para este fin hemos sido creados y esta es la razón fundamental de nuestra dignidad de hijos en Cristo. A nosotros corresponde amar y servir a Dios y ofrecerle toda la creación. Perteneciendo a Dios, pero habiendo sido esclavizados y deteriorados por el pecado, Él nos ha renovado y salvado por Cristo. Volvamos como hijos en el Hijo a Aquel que nos creó y nos llamó con santa llamada para que seamos suyos eternamente.

5.     Creados para servir.

En medio de las realidades de cada día los cristianos no podemos eludir nuestras responsabilidades terrenas. Sin embargo no podemos elevar el poder temporal a la dignidad que sólo le corresponde a Dios. No podemos trabajar por las cosas temporales y por la construcción de la ciudad terrena como si eso fuese lo único que le diese sentido a nuestra vida. Dios, Creador de todo, nos quiere al servicio del bien de los demás. No podemos oprimirlos, buscando el poder temporal, o queriendo conservarlo mientras pisoteamos la dignidad y los derechos fundamentales de los demás. Dios puso la vida en nuestras manos para que la convirtamos en una continua alabanza de su Santo Nombre. Pero también debemos colaborar para que la vida de todos aquellos que nos rodean, o que han sido encomendadas a nuestros cuidados pastorales, familiares, políticos o laborales, vuelvan a Dios, disfrutando de Él ya desde ahora por vivir con la debida dignidad, de hijos de Dios y hermanos nuestros, que les corresponde.

El Señor nos has escogido como pueblo suyo. Nos ha librado del poder del pecado y de la muerte, y nos ha llamado para que participemos de su gloria eternamente. Los que hemos sido beneficiados por el amor y la misericordia de Dios estamos llamados a proclamar su Nombre a todas las naciones, para que todos puedan alcanzar en Cristo Jesús el perdón de sus pecados y la salvación que Dios ofrece a la humanidad de todos los tiempos y lugares. Entonces todos viviremos como un solo pueblo guiado por el Espíritu de Dios, y amándonos como hermanos.

Aquellos que vivan en un continuo camino de destrucción y de muerte, que sean los autores de la injusticia, o destruyan la paz, jamás podrán gloriarse en verdad de ser personas de fe, pues con sus obras estarán manifestando que no conocen ni aman a Dios. Vivamos con mayor lealtad la fe que hemos depositado en Cristo Jesús, Luz de las naciones y Salvación para todos los pueblos.

6.     La Iglesia existe para evangelizar.

No somos nosotros, sino el Señor, el que lleva a buen término su obra salvadora en todos y cada uno de nosotros. La Iglesia sólo es colaboradora en la obra del Señor. Por eso hemos de anunciar incansablemente su Santo Nombre a todas las personas, sin excepción. Hagámoslo con gran fe, valentía y esperanza, sabiendo que el Señor nos ha confiado la misma Misión salvadora que Él recibió de su Padre Dios. Dando testimonio de nuestra fe mediante nuestras buenas obras estaremos colaborando para que la Palabra de Dios no sea aceptada únicamente en la mente, sino en el corazón, y pueda, realmente, mover a la persona a vivir no como quien hable del Señor, sino como quien se convierta en testigo de la fe que ha depositado en Él, y como enviado para continuar su obra salvadora en el mundo y su historia.

Todo hombre es Imagen de Dios, a veces empolvada, otras veces sucia y arrastrada, otras veces para la Gloria de Dios, vivimos como pecadores redimidos, perdonados, reconciliados y salvados, pero necesitados del Señor para serle fieles hasta la muerte. Con todos nosotros hay una promesa: “Estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 20) Con esta Promesa se sella el evangelio de san Mateo: Jesús se compromete a permanecer con nosotros en las buenas y en las malas. Jesús es fiel y cumple lo que promete, pongamos en él nuestra confianza, no seremos defraudados. Digamos con san Pablo las siguientes palabras:

 

"A mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad. Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús. Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna. Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén."(1 de Tim 1, 13- 17)



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