El camino
de Jesús debe ser nuestro camino. Jesús, el Hijo de Dios hecho uno de
nosotros, tenía como alimento hacer la voluntad de su Padre Dios, y pasó
haciendo el bien entre nosotros para que experimentáramos el perdón y la
misericordia del Señor. Su camino debe ser nuestro camino, ya que no sólo queremos llamarnos hijos de Dios,
sino, serlo de verdad. El camino de la fe es para recorrerse siguiendo las
huellas del Maestro para que podamos realizar el sentido de la vida y
realicemos el Plan de Dios, en comunión miles y miles e hermanos y hermanas
que han tomado la decisión de seguir a Cristo. El Padre Dios tiene un
proyecto sobre nosotros, que somos su Iglesia: que vivamos en comunión con
Él por medio de su Hijo. Y para eso nos ha purificado con la sangre del
Cordero inmaculado para que estemos ante Él resplandecientes, sin mancha ni
arruga, ni cosa semejante, sino santos y libres de todo pecado (cfr Efesios
5, 21-32). 5. ¿A quien iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos que tú eres el Santo de
Dios. Ojalá y, junto con
Pedro, permanezcamos fieles a esa confesión de fe y no a escuchemos la
Palabra de Dios como discípulos distraídos; Ojalá y nos iniciemos en un
verdadero camino de conversión y de buenas obras, como fruto que la misma
Palabra del Señor produce en nosotros. Y junto con la escucha fiel de la
Palabra de Dios, hemos de alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Hacernos uno con el Señor nos debe llevar a ser un signo de su amor y de su
entrega en medio de nuestros hermanos.
Por eso,
la participación en la Eucaristía no puede tomarse a la ligera; no podemos
ir a ella sólo por tradición. Quienes estamos en la presencia del Señor venimos
con el compromiso de llegar, junto con Él, a dar nuestra vida por nuestro
prójimo, para que, alimentado con nuestro cariño, amor, respeto,
comprensión y misericordia, pueda, también él, tener vida, y tenerla en
abundancia. Para luego hacer en favor de otros lo que el Señor de la casa
ha hecho con nosotros: “Como Cristo nos amó amemos también nosotros a
nuestros hermanos” (Jn 1 Jn 4,7).
Digamos
con Pedro, ¡A dónde iríamos? Volver a la sinagoga, volver a la casa de la
suegra, o volver a las redes viejas y rotas. Nosotros, volver a la vida sin
sentido que se vivía antes de conocer a Cristo; volver a los centros de
vicio o a ir por la vida buscando razones para sentirse bien o ser feliz.
¿Queremos estar con Él eternamente? sigamos las huellas, del aquel que se
pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el mal
(Jesucristo) (cfrHech 10, 38). Vayamos tras él cargando nuestra cruz de
cada día y luchando contra la tentación de abandonar a Cristo porque nos
parecen excesivas sus enseñanzas respecto a la fidelidad conyugal, a la
interrupción del embarazo, al amar aún a los enemigos. Jesús nos dice que
para entrar en la vida hay que guardar sus Mandamientos, que tienen como
finalidad dar vida a los hombres mediante el amor y el servicio. No basta
con leer la Biblia, no basta con rezar, de nada nos serviría, si éstas
obras de piedad no van acompañadas de una desinteresada entrega y donación
a favor de los nuestros hermanos: “Una
fe sin obras está muerta” (Snt 2, 14).
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima
Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, la gracia de vivir fieles,
tanto, en la escucha de su Palabra como en la puesta en práctica de la
misma, así como en una auténtica comunión de vida con el Señor por la
participación de su Cuerpo y de su Sangre, que nos convierta en auténticos
signos de su salvación para todos; llevándoles así, no la muerte, sino, la
vida eterna que Dios nos ofrece en Cristo Jesús. Amén.
¿De qué compromiso hablamos?
Hablamos
del compromiso de la fe. Comprometidos con Cristo a favor de nuestros
hermanos. Este compromiso se inserta en la “Opción fundamental” que sella
nuestra Alianza con el Señor que nos amó y se entregó por nosotros (cfEf 5,
2). Este compromiso pide haber probado lo bueno que es el Señor, Encuentro
que el compromiso cristiano tiene que estar sostenido por tres columnas a
las que podemos llamar las “leyes del Compromiso”. Entre las tres existe
una correlacionalidad y una indivisibilidad que una sin las otras pierden
su consistencia y el edificio espiritual se derrumba:
· La Ley de la pertenencia. Soy del Señor, y a
él le pertenezco (Gál 5, 24)
· La Ley del Amor. Amo al Señor porque hago lo
que a él le agrada, guardo sus Mandamientos y amo a mis hermanos. (Jn 13,
34)
· La Ley del servicio. Sirvo con amor al Señor
(Mt 20, 28: Jn 13, 13ss)
Creo en
Jesucristo, me entrego a él, para amarlo y servirlo todos los días de mi
vida. Estoy en tus manos Señor, soy tuyo, haz con mi vida lo que Tú
quieras, por lo que hagas con migo, te alabo y te doy gracias. La
centralidad del Compromiso cristiano es el Amor a Dios y al prójimo.
Jesucristo es el Fundamento y a la misma vez el contenido de nuestra fe
cristiana: Creo en ti Señor Jesús, Confío en ti y me fío de ti….
Soy
siervo de Jesucristo por voluntad del Padre, para servir a mis hermanos por
Amor a Jesús (Ef 1, 1; 2 Cor 4, 5)
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