7.- ¡Configuraos con Cristo! ¡Despojaos del Hombre
Viejo! ¡Revestíos del Hombre Nuevo!
Iluminación. “Por lo demás,
sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, de
aquellos que han sido llamados según su designio. Pues Dios predestinó a
reproducir la imagen de su Hijo a los que conoció de antemano, para que así
fuera su Hijo el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó,
también los llamó; y a los que llamó, también los hizo justos; y a los que hizo
justos, también los glorificó (Rom 8, 29- 30).
El Proyecto de Dios, El
designio de Dios es que nos configuremos con su Hijo, como modelo y prototipo
(Cfr. Rm 8, 28-30) “Y
todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la
gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más
gloriosos. Así es como actúa el Señor, que es Espíritu” (2
Co 3, 18). Esto se inicia con el bautismo. Se logrará plenamente, en cuerpo y
alma, el día de la resurrección, cuando Cristo haya transfigurado este cuerpo
de bajeza conforme a su cuerpo glorioso (Flp 3, 21). Esta obra que
Dios realiza en nosotros requiere de nuestra participación. Con la ayuda de
Dios y nuestros esfuerzos vamos adquiriendo “una voluntad fuerte para amar y
servir” a Dios y a nuestros hermanos. Con la gracia del Espíritu Santo vamos
aprender a discernir lo que viene de Dios o lo que viene de otra fuente; Con la
ayuda del Señor y nuestros esfuerzos rechazamos el mal y amamos apasionadamente
el bien, según las palabras del Apóstol (Rom 12, 9)
Los gritos de victoria. La vida
cristiana es un don inmerecido y es a la vez una lucha sin tregua entre el Bien
y el Mal, entre Cristo y el Diablo, entre el ego y el amor espiritual. Los
gritos de guerra que el Diablo había dicho: “No serviré” “No obedeceré” y “No
amaré”. Jesús al final de su desierto se confirma como el Hijo de su Padre
gritando con la fuerza del Espíritu; “Si te amaré” “Si te obedeceré” y “Si te serviré”.
En fidelidad a su Padre vence al Diablo y lo ata, para irse a invadir los
dominios del Príncipe de las tinieblas, y liberar a los oprimidos por el
Maligno (cfr Hech 10, 38). Fue en Cafarnaúm donde se escucharon por primera
vez, tal vez en la sinagoga, donde Jesús con la fuerza del Espíritu Santo
rompió el silencio diciendo a sus oyentes y a todos nosotros: “Convertíos”
para entrar en el reino de Dios. Así lo explica Marcos: “Después que
Juan fuese entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de
Dios: «El tiempo se ha cumplido y el
Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 14- 15).
Convertirse es la invitación a pasar del Judaísmo a Jesucristo. Después de
Pentecostés será el grito de los Apóstoles: “Pedro y a los demás apóstoles:
«¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro
les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el
nombre de Jesucristo, para perdón de vuestros pecados y para que recibáis el
don del Espíritu Santo” (Hech 2, 37- 38).
Convertirse es la invitación a los paganos a
convertirse a Jesucristo: “Ellos mismos comentan cómo llegamos donde vosotros
y cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir a
Dios vivo y verdadero (1 Ts 1, 9) “Convertíos” aquí es sinónimo de otro grito
de guerra: “Arrepentíos” que significa una vida orientada hacia la “Casa del
Padre, rompiendo el pecado, guardando los Mandamientos y siguiendo las huellas
del Señor Jesucristo, tal como lo dice san Juan a los creyentes en su primera
carta: Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y no hay verdad en
nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos
los pecados y purificarnos de toda injusticia.
Si decimos: «No hemos pecado», hacemos de él un mentiroso y su palabra
no está en nosotros (1 Jn 1, 8- 10) El verdadero arrepentimiento nos lleva a la fidelidad de la Ley Nueva:
“Guardaos” los Mandamientos de Dios (cfr 1 Jn 2, 3).
Escuchemos los gritos de guerra del Apóstol san
Pablo. San
Pablo fue un guerrero de Cristo, hizo de su vida un arma poderosa para amar y
servir a Cristo y al Pueblo de Dios. El Apóstol desea y por esto entrega su
vida para que cada creyente sea un guerrero en la obra del Señor. Por eso nos invita a vivir nuestro Bautismo. ¿Qué diremos, pues? ¿Qué debemos permanecer en el
pecado para que la gracia se multiplique? ¡De ningún modo! Nosotros ya hemos
muerto al pecado; ¿cómo vamos a seguir entonces viviendo en él? ¿O es que
ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos incorporados a su
muerte? Por medio del bautismo fuimos, pues, sepultados con él en la muerte, a
fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos mediante la
portentosa actuación del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (Rom
6, 1- 4) Morir con Cristo, ser sepultados con él y resucitar con él, a una
nueva vida en el que su grito de guerra fue: “Levantaos” “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los
muertos, y te iluminará Cristo” (Ef 5, 14)
“Renovaos, Despojaos y Revestíos”. Por tanto, os digo y os repito en nombre del
Señor que no viváis ya como los gentiles, que se dejan llevar por su mente
vacía, obcecados en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por su
ignorancia y por la dureza de su corazón. Habiendo perdido el sentido moral, se
entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de
impurezas. Pero esto no tiene nada que ver con lo que habéis aprendido de
Cristo, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme
a la verdad de Jesús: en cuanto a vuestra vida anterior, despojaos del hombre
viejo, que se corrompe dejándose seducir por deseos rastreros, renovad vuestra
mente espiritual, y revestíos del Hombre Nuevo, creado según Dios, que se
manifiesta en una vida justa y en la verdad santa. (Ef 4, 17- 24) Despojarse
para Pablo es desechar, es dar muerte, es huir de las pasiones de la juventud
(Col 3, 5ss; 2 Tim 2, 22; Rom 13, 11ss) Para el Apóstol Pedro es “Huir de la
corrupción (2 Pe 1, 4b)
“Ofreceos”
“transformaos” “Negaos” “Os exhorto, pues, hermanos, por la
misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio
vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual” (Rom
12, 1). “Y no os acomodéis a la forma de pensar del
mundo presente; antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra
mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo
agradable, lo perfecto (Rom 12, 2) Estos dos gritos de guerra son la
invitación a decidirse por seguir a Cristo y a dejar la vida mundana y pagana,
vida de pecado a la que el Apóstol le dice “Vivir según la carne”; una vida que
no es conducida por el Espíritu Santo, sino por cualquier otro espíritu. (cfr
Gál 5, 19, 21) Vida que lleva al libertinaje que no es agradable a Dios:
“Efectivamente, los que viven según la carne desean lo que es propio de la
carne; mas los que viven según el espíritu buscan lo espiritual. Ahora bien,
las tendencias de la carne desembocan en la muerte, mas las del espíritu conducen
a la vida y la paz, ya que las
tendencias de la carne llevan al odio de Dios: no se someten a la ley de Dios,
ni siquiera pueden. Así que los que
viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Rom 8, 5- 8).
“Fortaleceos” “Revestíos” “alegraos” Revestíos más
bien del Señor Jesucristo, y no andéis tratando de satisfacer las malas
inclinaciones de la naturaleza humana (Rom 13, 14) “Por lo demás, fortaleceos
por medio del Señor, de su fuerza poderosa.
Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del
diablo” (Ef 6, 10) “Por eso, tampoco nosotros hemos dejado de
rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno
conocimiento de su voluntad, con total sabiduría y comprensión espiritual, para
que procedáis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando
en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios. Le pedimos también
que os fortalezca plenamente con su glorioso poder, para que seáis constantes y
pacientes en todo y deis con alegría gracias al Padre, que os hizo capaces de
participar en la luminosa herencia de los santos (Col 1, 9- 12)
“Así que, como elegidos de Dios, santos y amados,
revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y
paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene
queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por
encima de todo esto, revestíos del amor, que es el broche de la perfección. Que
la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados
formando un solo cuerpo. Y sed agradecidos” (Col 3, 12- 14). Para el Apóstol de
los gentiles el “Agradecimiento” al Señor” es un arma poderosa contra las
fuerzas del mal.
“Reconciliaos” “Orad” “Luchad” En efecto, Dios
estaba reconciliando al mundo consigo por medio de Cristo, no tomando en cuenta
las transgresiones de los hombres, al tiempo que nos confiaba la palabra de la
reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por
medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!
(2 Cor 5, 18.) “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres.
Y que todos conozcan vuestra clemencia. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien,
en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la
súplica, acompañadas de la acción de gracias.
Y la paz de Dios, que supera toda inteligencia, custodiará vuestros
corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús” (Flp 4, 4- 7) “Revestíos de las
armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del diablo. Porque nuestra
lucha no va dirigida contra simples seres humanos, sino contra los principados,
las potestades, los dominadores de este mundo tenebroso y los espíritus del mal
que están en el aire. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis
resistir en el día funesto; y manteneros firmes después de haber vencido todo”
(Ef 6, 11- 13).
Oremos con la súplica de san Pablo. Así que doblo mis rodillas ante el Padre, de quien
toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que, en virtud de su
gloriosa riqueza, os conceda fortaleza interior mediante la acción de su
Espíritu, y haga que Cristo habite por la fe en vuestros corazones. Y que de
este modo, arraigados y cimentados en el amor,
podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la
altura y la profundidad, y conozcáis el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento. Y que así os llenéis de toda la plenitud de Dios (Ef 3, 14ss). “Manteneos
siempre en la oración y la súplica, orando en toda ocasión por medio del
Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los
santos. Y orad también por mí, para que Dios me conceda la palabra adecuada
cuando abra mi boca para dar a conocer con valentía el misterio del Evangelio,
del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de él valientemente, como
conviene” (Ef 6, 18- 20).
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