Las Obras de Misericordia, un camino que lleva a la salvación
Iluminación: Y él entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.” Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt 25, 40.45)
Dios invita a ser misericordiosos. El Dios de toda Misericordia, que se ha manifestado en Jesucristo quiere, invita y exhorta a todos sus seguidores a la perfección: “Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo” (Lc 6, 36) “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Es una amorosa invitación a tener los mismos sentimientos de ternura, de bondad y de misericordia de Cristo Jesús (cf Flp 2,5). Perfección que sólo será posible si estamos en comunión con el Señor (cfr Jn 15,5s), y buscamos de todo corazón las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre (cf Col 3, 1s). Para Lucas el evangelista de la Misericordia, esta perfección sólo será posible mediante la práctica de la bondad y de la generosidad que se manifiesta en la práctica de las Obras de misericordia: “Sed compasivos” o “sed misericordiosos” como vuestro Padre celestial es compasivo y misericordioso” (Lc 6, 36). Esta ternura nos lleva a ser prójimo del miserable, del enfermo, del pobre, del necesitado como lo hizo el Buen Samaritano (Lc 10, 30-37). A la misma vez me debe llevar a dar misericordia al que me ha ofendido (cfr Mt 18, 23s), de acuerdo, también, a las palabras que rezamos en el Padre Nuestro: “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6, 9-13).
Quien cultiva la Misericordia con el prójimo es a la vez, fiel al Señor, a su Palabra, a su Mandamientos, y la recompensa la podemos encontrar en la Biblia: “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo” (1Pe 1, 15). Sin amor, sin misericordia, no hay santidad; lo que equivale a no tener los sentimientos de Cristo Jesús, para con el Padre y para con el prójimo, entonces diremos con San Juan: “El amor de Dios no mora en nuestros corazones” (1Jn 3, 17).
La opción de Dios por la
vida y por los pobres. En el Antiguo Testamento el
mensaje de la misericordia no es un mensaje puramente espiritual; se trata de
un mensaje de vida en el que le es inherente una dimensión encarnadamente
concreta y social. A causa del pecado, el ser humano se ha hecho merecedor de
la muerte, pero, Dios que es rico en misericordia nos da la vida en Cristo
Jesús (Rm 6, 23) Lo que nos ayuda a entender que Dios es un Dios vivo y no un
Dios muerto. Que no quiere la muerte para el hombre, sino la vida; razón por la
que dice Ezequiel: “Dios no quiere la muerte del pecador y que se convierta y
viva” (Ez 18, 23; 33, 11)
Así, la misericordia de Dios es el poder divino que
conserva, protege, fomenta, recrea y fundamenta la vida. La Misericordia divina
quiere la vida y no la muerte de los hombres. La misericordia es la opción de
Dios por la vida: Dios es baluarte, fuente y amigo de la vida (Slm 36, 10; Sab
11, 28) Él se muestra, especialmente, solícito con los débiles y los pobres. De
lo más profundo del corazón de Ana brota el anhelo de Dios: ““Levanta del polvo al humilde, alza del
muladar al indigente para hacerle sentar junto a los nobles, y darle en heredad
trono de gloria, pues de Yahveh los pilares de la tierra y sobre ellos ha
sentado el universo.” (1 Sm 2, 8) Después de entrar Israel en la tierra
prometida, el amor y la solicitud tiene como destinatarios especiales a los
pobres y a los débiles. Qué hermoso es recordar que el Poder de Dios se
manifiesta en la solidaridad, en la justicia y en el servicio. El poder de Dios
es su Misericordia que se ha manifestado en Cristo Jesús.
Dios no es el Dios de la ira ni de la injusticia, sino de
la Misericordia que se manifiesta en “todas las virtudes cristianas” como son
la humildad, la mansedumbre, la fe, la esperanza y la caridad. La soberanía de
Dios se manifiesta en el perdón y en la absolución de todos los pecados, los
grandes y los pequeños: Dios perdona lo mucho y perdona lo poquito. El único
que puede perdonar es Dios, y el perdón forma parte de su esencia. “Porque tú,
Dueño mío, eres bueno y perdonas, eres misericordioso con los que te invocan”
(Slm 86,5) “Nuestro Dios es rico en perdón” (Is 55. 7) “Ama la misericordia”
(Mi 7, 18; Slm 134, 4)
El amor de Cristo se expresa particularmente
en el encuentro con el sufrimiento, en todo aquello en que se manifiesta la fragilidad humana, tanto
física como moral. De esta manera revela la actitud continua de Dios Padre
hacia nosotros, que es amor (1 Juan 4, 16) y rico en misericordia (Efesios 2,
4) La misericordia es el núcleo fundamental de su predicación y la razón
principal de sus milagros: “Todo lo hizo por compasión” (Mc 6, 34). También la
Iglesia “abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más
aún, en los pobres y en los que sufren reconoce la imagen de su Fundador, pobre
y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a
Cristo” (CONCILIO VATICANO II, Lumen Gentium) ¿Y qué otra cosa haremos nosotros
si queremos imitar al Maestro y ser buenos hijos de la Iglesia? Cada día se nos
presentan incontables ocasiones de poner en práctica la enseñanza de Jesús ante
el dolor y la necesidad, con un corazón lleno de misericordia.
La mayor desgracia, el peor de los desastres,
es alejarse de Dios, nuestra
mayor obra de misericordia será en muchas ocasiones acercar a los sacramentos,
fuentes de Vida, y especialmente a la Confesión, a nuestros familiares y
amigos. Toda miseria moral, cualquiera que sea, reclama nuestra compasión, y la
verdadera compasión comienza por la situación espiritual del alma de los que
nos rodean, que hemos de procurar remediar con la ayuda de la gracia. Ahora que
el número de analfabetas ha decrecido en tantos países, ha aumentado la
ignorancia religiosa con el total desconocimiento de las más elementales
nociones de la Fe y la Moral y de los rudimentos mínimos de la piedad. Por esta
razón, la catequesis ha pasado a ser una obra de misericordia de primera
importancia (J. ORLANDIS, Bienaventuranzas)
Imitar a Jesús misericordioso nos llevará a
dar consuelo y compañía a
quienes se encuentran solos, a los enfermos, a los ancianos, a quienes sufren
una pobreza vergonzante o descarada. Haremos nuestro su dolor y les ayudaremos
a santificarlo mientras que procuramos remediar ese estado en el modo que nos
sea posible. La misericordia nos lleva a perdonar con prontitud y de corazón,
aunque quien ofende no manifieste arrepentimiento por su falta o rechace la
reconciliación. El cristiano no guarda rencores en su alma, no se siente
enemigo de nadie, ni juzga severamente a nadie. Si somos misericordiosos,
obtendremos del Señor la misericordia que tanto necesitamos, particularmente
para esas flaquezas, errores y fragilidades que Él bien conoce. María, Madre de
la misericordia, nos dará un corazón capaz de compadecerse de quienes sufren a
nuestro lado. (SAN JUAN PABLO 11)
Teniendo
presente el gran discurso de Jesús, el Señor, sobre el juicio universal, la
tradición cristiana nos ha enseñado que la misericordia es un camino para
vencer las cuatro clases de pobreza. Se trata de vencer la dureza del corazón ante
la llamada de Dios que nos llega a través del encuentro con las necesidades de
los demás, manifestadas en la pobreza física, en la pobreza cultural, la
pobreza relacional y la pobreza espiritual. Para enseñarnos que la misericordia
es algo más que la justicia, ya que la misericordia nos ayuda a prestar
atención y ser sensible a la necesidad concreta que nos sale al paso en las necesidades
corporales y espirituales de los demás. Para practicar las obras de la
misericordia, se necesita ser libres de… y libres para amar a Dios y al prójimo
Las obras de misericordia son las siguientes, las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar y cuidar a los enfermos, redimir al cautivo y enterrar a los muertos. Y las espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, consolar al triste, corregir al que yerra, perdonar las injurias, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y rogar a Dios por los vivos y los difuntos. La práctica de las obras de la Misericordia nos exige ser portadores del amor de Dios, pues, como dice el refrán, nadie da lo que no tiene. Escuchemos la Palabra de Dios decirnos: “Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como = oblación y víctima de suave aroma” (Ef 5, 1- 2)
Seremos juzgados según el discurso del Señor Jesús (Mt 25, 31ss) por lo que hicimos y por lo que dejamos de hacer. Los pecados de omisión, son los que más cometemos y los que menos reconocemos y confesamos.
Oración: “Llena Señor
nuestros corazones de ternura, bondad y Misericordia para que seamos capaces de
amar con el corazón, la miseria en nuestros hermanos.”
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