LAS DOS COLUMNAS DE LA VIRTUD DE LA ESPERANZA
Iluminación: «Venid a mí todos los que estáis
fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo,
y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; = y hallaréis descanso
para vuestras almas. = Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28-
30)
La esperanza cristiana viene y nace de fe y se expande hacia la caridad. Las tres
son dones de la Dios, que en Cristo, son derramadas en el corazón de todo
creyente. Escuchemos a san Pablo: “Así
pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de
la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis
gloriosos con él.” (Col 3, 1- 4)
La clave para recibirlas es haber muerto y haber resucitado con
Cristo. Es ser una nueva creación, haber crucificado con Cristo para morir al
pecado y entonces vivir para Dios (cf Gál 5, 24) El gran enemigo de la fe es la
soberbia que se fortalece con la mentira. La esperanza, para que nazca y crezca
en nuestro corazón necesita de un corazón pobre y humilde con la disponibilidad
de amar a Dios y amar al prójimo. Lo anterior nos ayuda a comprender la
necesidad de “Nacer de nuevo” son las palabras del mismo Jesús: “Jesús le
respondió: “«En verdad, en verdad te
digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.»” (Jn 3,
3).
Las columnas de la
Esperanza.
Muchas son las promesas de la Biblia, todas vienen de los
Profetas. Toda Promesa tiene su cumplimiento en el Nuevo Testamento. Las
columnas de la esperanza son dos: la promesa y el acontecimiento. Para Mateo,
Jesús, el Mesías es el cumplimiento de todas las promesas del Antiguo
Testamento. Jesús es Emmanuel, Dios con nosotros; Dios entre nosotros y en
favor de nosotros. La promesa del Profeta: “Pues bien, el Señor mismo va a
daros una señal: “He aquí que una
doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel.” (Is 7, 14) Ezequiel también nos presenta otra promesa: “Por eso, profetiza. Les dirás: Así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo
abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os
llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy Yahveh cuando abra
vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi
espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que
yo, Yahveh, lo digo y lo haga, oráculo de Yahveh.»” (Ez. 37, 12- 14)
El acontecimiento lo describe el Nuevo Testamento: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él.” (Jn 3, 16- 17) San Pablo lo confirma al
decirnos: “Pero, al llegar la plenitud de
los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la
filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gá. 4,
4- 6)
El gran acontecimiento que ha dividido a la historia en dos
es el Nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios nacido pobre y humilde de una
Mujer llamada María en el pesebre de Belén como el cumplimiento de todas las
promesas del Antiguo Testamento: “Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor
Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os
enriquecierais con su pobreza.” (2 Cor 8,9) Este acontecimiento san Pablo lo
sigue describiendo: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a
sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.” (Flp 2, 6-8)
Hoy este acontecimiento que sucede en nuestra historia,
también divide nuestra vida en dos: en un antes de conocer a Cristo y en un
después de conocer a Jesús, el Señor: “Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor.
Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad,
justicia y verdad.” (Ef
5, 8-9)
El cristiano está
llamado a ser un testigo de la esperanza.
No podemos ser cristianos tristes, aburridos ni frustrados.
No podemos ser negativos, pesimistas o derrotados. El testigo de la esperanza,
está en un continuo y en un permanente cambio, tal como lo dice san Pablo: “Y
no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la
renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad
de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.” (Rom 12, 2) Renovar nuestra
manera de pensar por la acción del Espíritu Santo para dejar de ser hombre
viejo y ser hombres nuevo conocedor de la Voluntad de Dios para con alegría
ponerla en práctica como manifestación de nuestra fe en Cristo:
Creer en Cristo, esperar en Cristo y amar a Cristo es la
voluntad de Dios. Según lo dice san Mateo: “ «No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en
el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.”
(Mt 7, 21) Creer en Cristo es el camino para apropiarnos de las Promesas de la
Biblia. Creer en Cristo significa: “Confiar
en él, obedecerlo, amarlo, pertenecerle, seguirlo y servirle.”
¿Qué nos promete el
Señor?
Nos promete “Vida eterna.” “Porque esta es la voluntad de mi
Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le
resucite el último día.»” (Jn 6, 40) “ He venido para que tengan vida en
abundancia” (Jn 10, 10).
El Señor nos promete “El
perdón de nuestros pecados.” “sacarnos del pozo de la muerte y llevarnos a nuestro suelo:”
“Por eso, profetiza. Les dirás: Así dice el Señor Yahveh: “He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas,
pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel.” (Ez 37, 12)
El Señor nos promete
darnos un Consolador, un Paráclito, al Espíritu Santo. San Pablo describe lo anterior al
decirnos: “Cristo Jesús fue entregado por nuestros pecados, = y fue resucitado
para nuestra justificación.” (Rom 4, 25) Murió para el perdón de nuestros
pecados y resucitó para darnos vida eterna, para darnos Espíritu Santo.
¿Qué hacer para hacer nuestra Esperanza? Lo primero es creer en Jesús: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; = y hallaréis descanso para vuestras almas. = Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28- 30) Lo segundo es dejarse perdonar por él: Pedro les contestó:
«Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de
Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y =
para = todos = los que están lejos, = para cuantos = llame el Señor = Dios
nuestro.» (Hch 2, 38- 39). Para recibir el perdón de los pecados hay que
reconocer que somos pecadores y confesar nuestros pecados. El Señor no rechaza a un
corazón contrito y arrepentido. Tal como lo dice la Escritura (Slm 51, 9) Si
decimos: “No tenemos pecado», nos
engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados,
fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda
injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», le hacemos mentiroso y su Palabra
no está en nosotros.” (1 Jn 1, 8-10) Vivamos como testigos de la Esperanza, con gusto y con
alegría esperando lo que Dios nos ha prometido: Vida eterna, el perdón de
todos nuestros pecados y el don del Espíritu Santo para que seamos fieles a
la Voluntad de Dios, obedientes a la Palabra de Cristo y dóciles al Espíritu
Santo; para que formamos parte de una Comunidad fraterna, solidaria y
servicial, ese es nuestro suelo, es nuestra patria (cf Ez 37, 12) Seamos una
Comunidad de Esperanza |
Publicar un comentario