Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
Las cegueras de los
hombres. La ceguera espiritual es una modalidad de pecado; una especie de parálisis
espiritual que atrofia las cualidades que los hombres hemos recibido de Dios;
son una manera de vivir al natural, al margen de la Gracia de Dios. El hombre
sin la luz de Cristo vive en tinieblas, sus ojos están atrofiados y le impiden
ver y releer los signos de los tiempos. ¿Quiénes
son los ciegos y cortos de vista? Nosotros cuando no permitimos que el
Evangelio nos regenere o cuando con nuestros pecados personales desfiguramos la
imagen de Dios que nos creó a su “imagen y semejanza”. Las principales cegueras
que podemos descubrir y denunciar hacen
referencia a nuestra realidad como personas:
·
Ciego es aquel que se valora mal, no reconoce su dignidad
de ser humano. Se valora al revés, piensa y cree que vale por lo que tiene, el
dinero es la medida de su corazón. Piensa que vale por lo que tiene, por lo que
sabe o por lo que hace.
·
Ciego es aquel que no ve las manifestaciones de Dios en
su vida o en la vida de los demás.
·
Ciego es aquel que ha hace de la creatura, o de sí mismo
un dios. La idolatría es una modalidad de pecado que embota la mente, perturba
y confunde el corazón del hombre.
·
Ciego es aquel que reduce a los demás a objeto; los
cosifica, los instrumentaliza, los manipula y los desecha. No reconoce la
belleza de la dignidad humana.
·
Ciego es aquel que no decide por sí mismo, otros lo hacen
por él. En casi todo depende de otros. No tiene fuerza de voluntad para hacer
el bien, ni dominio propio por eso es incapaz para rechazar el mal e incapaz
para realizar toda obra buena con espontaneidad.
El hombre al natural. “Sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy débil,
vendido como esclavo al poder del pecado. No entiendo el resultado de mis
acciones, pues no hago lo que quiero, y en cambio aquello que odio es
precisamente lo que hago.”(Rom 7, 14) ¿Quién me librará de la ley de la muerte que
está en mi cuerpo? Gracias a Dios que en Cristo Jesús nos ofrece su ayuda para
liberarnos de las opresiones del pecado. Cualquiera que sea la modalidad de
pecado que se encuentre en nosotros, es ceguera espiritual, nos hace ciegos
necesitados de la bondad de Dios. La ceguera espiritual es desnudez espiritual:
desnudos, es decir, sin los dones gratuitos de Dios. El hombre al natural es
aquel que es conducido por cualquier espíritu que no sea el Espíritu de Dios.
El apóstol Pablo lo designa como alguien que vive según la carne: “Efectivamente, los que viven según la
carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu desean, lo
espiritual. Las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu,
vida y paz” (Rom 8, 5-6). Dos clases de cristianos: carnales y espirituales. La
vida según la carne genera tibieza, y a los tibios son excluidos de la gloria
de Dios. Son ciegos, cojos, mudos y sordos, hombres mutilados por el pecado.
El ciego de Jericó. “Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de
sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo, (Bartimeo), un mendigo
ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse que era Jesús de Nazareth,
se puso a gritar: “! Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” Muchos le
increpaban para que se callara, el pero él gritaba mucho más: “!Hijo de David,
ten compasión de mí!!” (Lc 18, 35ss)
Jericó, la ciudad de las
palmeras, situada en valle fértil del Jordán, rodeada de hermosas fincas
habitadas por ricos terratenientes, ganaderos y comerciantes, había sido
reducida al anatema por Josué: “Maldito
sea delante de Yahveh el hombre que se levante y reconstruya esta ciudad”
(Jos. 6, 26) Jericó es sinónimo de
fortaleza de pecado, está nuevamente de pie. Jesús en su viaje a Jerusalén
tiene que pasar por Jericó, última ciudad antes de entrar al desierto de Judá.
En una de sus hermosas residencias vivía Zaqueo el que hospedó a Jesús en su
casa.
El grito de Bartimeo. “Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y
de una gran muchedumbre”. La mayoría serían curiosos que querían presenciar algún
milagro o que Jesús dirigiera su palabra a alguien. Caminan hablando en voz
alta y en medio de gritos. El ciego pregunta: ¿De qué se trata? Alguien le dice: “Es Jesús de Nazareth”. Al
escuchar ese nombre, su memoria se le agolpa y se reaviva en él una esperanza;
su corazón le late con fuerza y con toda la fuerza de sus pulmones grita: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”.
“Muchos le increpaban
para que se callara”. No es la primera vez que la gente quiere callar a quien
invoca a Jesús o impidiendo que se acerquen a Él. “Pero él gritaba mucho mas”. Su grito es manifestación de su fe y
expresión de su esperanza. Ha estado al borde del camino por muchos años, tal
vez, toda su vida, dependiendo de otros, viviendo de limosnas, sin valerse por
sí mismo. Estar al borde del camino significa estar al margen de su
realización, en situación de miseria, de esclavitud de opresión; situación de
desgracia que no es querida por Dios. Habiendo experimentado el hastío de la
vida alguien le había dicho: si conocieras a Jesús de Nazareth, Él podría hacer
algo por ti. El momento había llegado y el hijo de Bartimeo no quería dejarlo
pasar. No fue el ciego quien busco a Jesús, ha sido el Nazareno quien se acercó
a él para irrumpir en su vida y
liberarlo de las cadenas de la opresión, para hacerlo entrar al Camino.
Jesús escucha el clamor de los oprimidos. “Jesús se detuvo y dijo: “Llamadle”. Llaman al ciego, diciéndole: “! Animo,
levántate!”, Te llama”. Jesús llama a los ciegos, a los sordos
y a los mudos. Si los llama es porque antes los ha elegido por amor para ser de
su propiedad particular y para formar parte de se pueblo santo (Rom 1, 7) El
gesto de Jesús es notable: “se detuvo”. No pasa de largo, no se hace el
indiferente. Escucha el grito del pobre que lo invoca como en otro tiempo Yahvé
escuchó el clamor del pueblo de Israel que era esclavizado en Egipto: “He
escuchado el clamor de mi pueblo” (Ex 3, 7) El “Mandato” de Jesús es preciso
“Llamadle” y es a la vez una generosa invitación a dar ánimo y valor a los
débiles. La Iglesia existe para evangelizar, para llevar a los hombres a Jesús,
para que se encuentren con Él y conozcan su salvación: “lo conozcan, lo amen y
lo sirvan” La llamada de Jesús llegó al
ciego por medio de los discípulos: “Animo, levántate!”, Te llama”. La fe es la
respuesta a la llamada de Jesús, es apertura y es acogida. Así lo vemos en
Zaqueo que escuchó la voz de Jesús que lo invitaba a bajarse del árbol y
abrirle las puertas de su casa, él no dudó en hacerlo, fue dócil a la Palabra y su vida cambió. (Lc 19, 1-11)
La noticia se había regado como pólvora y ahora le tocaba uno que estaba al
borde del camino. El encuentro entre Jesús y el ciego es liberador y gozoso.
El salto de la fe. “Y él arrojando su
manto, dio un brinco y vino donde Jesús.” El manto, la capa que usaban
los pobres es de cuero pesado. El ciego no solo soltó la capa, sino que la
arrojó, como disponibilidad para desprenderse del peso del pecado; de quitarse
el yugo de la esclavitud. Para dar el salto de la fe y acercarse a Jesús, quien
dirigiéndose a él, le dijo: “¿Qué quieres que haga?” El ciego le dijo:
“Rabbuni” ¡que vea! Jesús le dijo; “Vete, tu fe te ha salvado”. Y al instante,
recobró la vista y le seguía por el camino.
¿Qué significa creer en
Jesús? ¿Cómo
podemos entender las palabras de Jesús?: “Tú fe te ha salvado” ¿Dónde hay fe? Y ¿Dónde no la hay? Hay fe
donde en el hombre que tiene la disponibilidad para dejar a Dios ser Dios en la
vida; para abrirse a la voluntad y a la acción del Espíritu Santo. Abrirse a la
acción del Espíritu para reconocer a Jesús como Salvador y Redentor, Maestro de
Maestros y Señor de señores, aceptar su “Verdad” como “El camino” que nos lleva a la “Casa del
Padre”. Una “Verdad” que la podemos manifestar en cuatro palabras: “Mi Padre te
ama”; “Mi Padre te perdona” “Mi Padre te
salva” y “Mi Padre te da el Espíritu Santo. Es una Verdad que salva y que libera. Al igual que el ciego
de Jericó y otro muchos recorramos el proceso.
A) Creer en Jesús. “Jesús hijo de David” “Tú eres el Hijo
de Dios vivo”. ¿Qué expresa esta profesión de fe? Jesús es el Hijo
de Dios y es el Hijo del Hombre; es el Mesías de Dios. Creer en Jesús es dar un
“sí” a la voluntad de Dios manifestada en el Hijo de María. Es aceptar a Jesús
como “nuestro Salvador personal”. Es
aceptar su Evangelio como norma para nuestra vida. Es adherirse a su Persona y
hacer nuestro su destino y su misión. Creer en Jesús es aceptar que Él es el
único que puede llenar los vacíos de
nuestro corazón. El único que
puede darnos vida eterna.
B) Acercarse a Jesús. Ir a
Jesús cómo lo hizo la hemorroisa del Evangelio y tocó sus vestiduras para
arrancarle su sanación: “Con sólo tocar
su manto me sanaré” (9, 21); como lo hizo el leproso que se arrojó a los
pies de Jesús para decirle: “Si tu
quieres puedes sanarme”(Mc 1, 40); como lo hizo el oficial romano: “No soy digno de que entres en mi casa pero
una palabra tuya bastara para que mi criado quede sano”(Lc 7, 7). Como lo
hizo la mujer pecadora en la casa de Simón el leproso que baño los pies de Jesús
con sus lágrimas y secarlo con sus cabellos, recibiendo de Jesús en perdón de
sus pecados y la paz. (Lc 7, 48-49)
Quien se acerca a Jesús de todo corazón, con humildad y confianza, no queda defraudado. Sí el leproso y el ciego
se acercaron a Jesús es porque antes
Jesús se acercó a ellos, y los llamó: “Los
atrajo hacia él con cuerdas de ternura con lazos de misericordia” (Os 11,
5ss) El encuentro con Jesús es liberador por que nos quita las cargas y gozoso
porque experimentamos el triunfo de su resurrección de Jesús. Es el momento
para apropiarnos de los frutos de la Redención: El perdón y la paz; la
resurrección y el don del Espíritu. “Jesús ayúdame, soy pecador”. “Dame, Señor
Jesús, de tú paz”
C) Aceptar la verdad de Jesús. “Rabbuni:”
Jesús es el Maestro de Maestros, así lo reconoce la mujer cananea, que acepta
la verdad de Jesús: “Es cierto Señor”. No basta con acercarse a Jesús, hay que
aceptar su verdad que nos hace libres. El ciego sencillamente reconoce que
Jesús es el “Maestro” prometido por Dios y esperado por Israel (Dt 18, 30).
Aceptar la Verdad que Jesús nos enseña
“El Reino de los cielos ha llegado, conviértanse y crean el Evangelio” (Mc 1,
15) Aceptar el “Evangelio de Jesús” como norma de nuestra vida es aceptar el
“Sermón de la Montaña”, la carta magna de Jesús para alcanzar la plenitud de
vida, es dejarse conducir por el Espíritu Santo por los caminos de la rectitud
y de la justicia (Jn 16, 13) “hasta alcanzar la verdad plena”
D) Creer en Jesús es confiar en él. Es
amarlo y por amor obedezco sus Mandamientos, hago la voluntad de Dios. Quien
ama y obedece a Jesús, también le pertenece, lo sigue y le sirve para llevar
una vida consagrada a él para la honra y gloria de Dios y por amor al prójimo.
Cuando hacemos nuestra profesión
de fe en Jesús, nos acercamos a Él y aceptamos su Verdad como norma de nuestra
vida, escucharemos la “Palabra” liberadora y sanadora del Maestro: “Hágase como lo has creído” y nosotros
podemos responder. Señor, “Sólo tú tienes
palabras de vida eterna”. Tú tienes poder para darme lo que yo necesito y
mucho más. Gracias Señor Jesús, me abandono en tus manos para que hagas conmigo
lo que Tú quieras, por lo que hagas conmigo te doy gracias. Entonces podemos
decir con los grandes de la Biblia: “Heme aquí,” (Ex 3, 4. Moisés) “Envíame a mí, Señor”( (Is 6, 9. Isaías) o decir
gozosos con María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su
Palabra.(Lc 1, 38).
Publicar un comentario