Todos estaban muertos a causa del pecado, pero Dios nos ha dado vida en Cristo
Jesús.
Iluminación. “Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros
delitos
y pecados, en los cuales vivisteis en
otro tiempo según el proceder de este mundo, según el príncipe del imperio del
aire, el espíritu que actúa en los rebeldes...
entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, sujetos a
las concupiscencias y apetencias de nuestra naturaleza humana, y a los malos
pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, a la ira...” ( Ef 2,
1- 4)
La
Biblia divide a la humanidad en dos, “Justos y en malvados”
Los que hacen el mal y los que hacen el bien, los que creen y los que no creen:
“Mira, yo pongo hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pongo
hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida
o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que viváis tú y tu
descendencia, amando a Yahvé tu Dios,
escuchando su voz, viviendo unido a él.” (Dt 30, 15. 19- 20) “Frente a ti está
la vida y la muerte (Gn 2, 17), “El bien o el mal” (Dt 30, 15) el agua o el
fuego (Eclo 15, 16), escoge lo que tú quieras, de los que tú hagas eres
responsable. Es el libre albedrío, el hombre tiene la capacidad de hacer en
bien o puede hacer el mal. Si hace el bien se hará generoso y se será hijo de
Dios; si hace el mal, se hace esclavo del mal, y se hace malo. Do decimos que
hay gente buena y gente mala, más bien decimos que todos y cada uno podemos
hacer el bien o podemos hacer el mal.
Dios
ha puesto su ley en el corazón de cada hombre, al menos de los que tengan
pensamiento: “Escribiré mi ley en su interior.” Ley que
se manifiesta con cuatro palabras que el hombre puede escuchar en sus corazones
(en su conciencia). Dios habla a nuestros corazones lo dice el profeta Oseas
(2, 16) ¿Qué nos dice? “No hagas cosas
malas” “haz cosas buenas” (cf Rm 12, 9) Sí hacemos el mal le hacemos daño a
los demás y a nosotros mismos, pecamos. Sí no hacemos el bien pecamos de
omisión, tal como lo dice Santiago: “Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no
lo hace, comete pecado.” (4, 17). No obstante pecamos, Dios no retira su amor y
nos dirige una tercera palabra: Arrepiéntete.
(Mc 1, 15) As lo dice san Juan: “Hijos
míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos un
abogado ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima propiciatoria por
nuestros pecados; pero no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo
entero” (1 Jn 2, 1- 2). Una cuarta palabra que Dios habla a nuestro corazón
es aquella que encontramos de diferentes maneras en las páginas de la Biblia:
Proyéctate; orienta tu vida; sigue tras las huellas de Jesús; “Levántate, toma
tu camilla y vete a casa” (Mc 2, 11) “Levántate y la luz de Cristo será tu luz”
(f 5, 14)
El
Mensaje de Pablo acerca de lo mismo. La experiencia de pecado
la encontramos en Pablo en el capítulo 7 de romanos: “Descubro, pues, esta ley:
que, aunque quiera hacer el bien, es el mal el que me sale al encuentro. Por
una parte, me complazco en la ley de Dios, como es propio del hombre interior;
pero, a la vez, advierto otra ley en mi cuerpo que lucha contra la ley de mi
razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Pobre de mí!
¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas
a Dios por Jesucristo nuestro Señor!” (Rm 7, 21- 25) Pablo divide a los
pecadores en dos: en pecadores redimidos y los pecadores sin redimir. El
Apóstol divide la vida de los hombres en un antes de conocer a Cristo y en el
después de conocer a Cristo. A los primeros les llama “Tinieblas” y a los otros
en “luz” (Ef 5, 7-8) Para Pablo, sólo en Cristo hay Redención: “Es cierta y
digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a
salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo.” (1 Tim 1, 15) Para el
Apóstol la redención de Cristo hace referencia al “sacrificio perfecto de
Cristo que ofrece al Padre Dios por toda la humanidad, pero sólo los que creen
en Cristo reciben la justificación, el perdón de los pecados y reciben el
Espíritu Santo de adopción que nos hace hijos de Dios (Rm 5, 1; Gál 2, 16; Ef
1, 5)
Para
el Apóstol todos somos pecadores, judíos y gentiles.
Los gentiles son idolatras y los gentiles son violadores de la Ley: “Y a vosotros, que estabais muertos
en vuestros delitos y pecados, en los
cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el
príncipe del imperio del aire, el espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos vivíamos también todos nosotros
en otro tiempo, sujetos a las concupiscencias y apetencias de nuestra
naturaleza humana, y a los malos pensamientos, destinados por naturaleza, como
los demás, a la ira...” ( Ef 2, 1- 4)
Por
la fe en Cristo Jesús podemos entrar en la casa del Padre. Creer
que Dios nos ama, y su amor se ha manifestado en Cristo, nacido para nuestra
salvación, porque todos somos pecadores: “Pero ahora, independientemente de la
ley, se ha manifestado la justicia de Dios de la que hablaron la ley y los
profetas. Se trata de la justicia que
Dios, mediante la fe en Jesucristo, otorga a todos los que creen, pues no hay
diferencia; todos pecaron y están
privados de la gloria de Dios.” (cf Rm
3, 21- 23)
¿Quién
es el justo? Justo es el que ha sido justificado y
practica la justicia. Es como un árbol plantado a la orilla de un río: Esto
dice Yahvé: Bendito quien se fía de Yahvé, pues no defraudará su confianza. Es
como árbol plantado a la vera del agua, que enraiza junto a la corriente. No
temerá cuando llegue el calor, su follaje estará frondoso; en año de sequía no
se inquieta ni deja de dar fruto. (Jer 17, 7- 8) Para el profeta, justo es el
que pone su confianza en el Señor, en cambio, para aquel que no cree y la busca
la salvación fuera del Señor, el profeta estalla diciendo: Maldito quien se fía
de las personas y hace de las creaturas su apoyo, y de Yahvé se aparta en su
corazón. 6 Es como el tamarisco en la Arabá, y no verá el bien cuando viniere.
Vive en los sequedales del desierto, en saladar inhabitable. (Jer 17, 5-
6)
Para todo aquel que
escucha las palabras de la ley en sus corazones, dice el salmista, con san
Pablo, garantiza que no quedará defraudado (cf 2 Tim 1, 12): Feliz quien no
sigue consejos de malvados ni anda mezclado con pecadores ni en grupos de
necios toma asiento, sino que se recrea en la ley de Yahvé, susurrando su ley
día y noche. (Slm 1, 1- 3) “Será como árbol plantado entre acequias, da su
fruto en sazón, su fronda no se agosta. Todo cuanto emprende prospera: pero no
será así con los malvados. Serán como tamo impulsado por el viento. No se
sostendrán los malvados en el juicio, ni los pecadores en la reunión de los
justos. Pues Yahvé conoce el camino de los justos, pero el camino de los
malvados se extravía.” (Slm 1, 4- 6) ¿Cuál es el camino de los justos?
El
camino de los justos es la fe, es el camino de Jesús. Juan,
que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus
discípulos a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a
otro?» Jesús les respondió: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos
ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los
muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva. ¡Y dichoso aquel a
quien yo no le sirva de escándalo!» (Mt 11- 2- 6) En algunas biblias dicen:
“Dichoso el que no se sienta defraudado por mí.” El camino de la fe es estrecho
y lleno de obstáculos, el primero en recorrer este camino es Jesús, y detrás de
él su Madre, sus Discípulos y miles y miles de hombres y mujeres que se
aventuraron a seguir las huellas del Maestro (cf Lc 9, 23) Camino lleno de
experiencias liberadoras, dolorosas, gozosas, luminosas y gloriosas.
Con
san Pablo decimos: “Hasta el día de hoy, siempre que se lee
a Moisés, un velo ciega sus mentes. Y cuando se convierta al Señor, caerá el
velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí
está la libertad. Y todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos
como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma
imagen, cada vez más gloriosos. Así es como actúa el Señor, que es Espíritu.”
(2 Cor 3, 15- 18) En el “Camino de la fe” no hay garantías, no hay cartas de
recomendación que garantice que nos va a ir bien o que vamos a quedar bien. No
busquemos sentir bonito y no busquemos éxitos, sino frutos. Nos puede ir bien y nos puede salir bien,
pero no se pide ni se exige. La fe consiste en escuchar, levantarse, salir
fuera y ponerse en camino de éxodo; eso es creer, y por el Camino iremos viendo
las maravillas que el Señor hace en nosotros y en los demás. Busquemos frutos y
no éxitos. El fruto es el que brota de la Cruz de Cristo (cf Lc 9, 23; Jn 15,
9-10) “Si el grano de trigo no muere, estéril se queda” (Jn 12, 24)
El
mandato de Dios es para todos, creyentes y no creyentes. “Y
este es su mandamiento: que creamos en su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos
unos a otros” (1 de Jn 3, 23). Lo primero es creer y después es amar. No
podemos invertir el orden. Creer en Jesús es confiar en él, es obedecerlo, es
amarlo para seguir sus huellas y servirlo con amor y por amor: “Si sabéis que él
es justo, reconoced que quien hace lo que es justo ha nacido de él.” (1 Jn 2,
29) “Mirad qué amor nos ha tenido el
Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Por eso el mundo no nos
conoce, porque no le reconoció a él. (1 Jn 3, 1). Creer e Jesús por la escucha
de su Palabra (Rm 10, 17) nos inicia en el cambio de mente y de conversión,
para la “humildad, primer fruto de la fe, la confianza en su Palabra y en sus
Promesas nos deja la “Esperanza” que nos guía y a la purificación del corazón y
se despliega hacia el Amor. Amor a Dios y al prójimo. Amor que se manifiesta en
la “Honra y Gloria a Dios y en amor y servicio a la comunidad fraterna y
solidaria y misionera, para hacer a otros de los dones de Dios. “Quien tiene esta esperanza en él se
purifica, porque él es puro. Todo el que comete pecado comete una acción
malvada, pues el pecado es la maldad. Y sabéis que él se manifestó para borrar
los pecados, pues en él no hay pecado. Quien permanece en él, no peca; por eso,
el que peca no le ha visto ni conocido. Hijos míos, que nadie os engañe: el que
obra la justicia es justo, porque él es justo.” (1 Jn 3, 3- 7).
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