EL PRIMER SERVICIO QUE LOS CRISTIANOS PUEDEN DAR AL GÉNERO HUMANO ES ANUNCIAR EL EVANGELIO



El primer servicio que los cristianos pueden dar al género humano es anunciar el Evangelio.

Iluminación. El anuncio y el testimonio del Evangelio son el primer servicio que los cristianos pueden dar a cada persona y a todo el género humano, por estar llamados a comunicar a todos el amor de Dios, que se manifestó plenamente en el único Redentor del mundo, Jesucristo”. (Benedicto XVI)

Id a proclamar el Reino de Dios. En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa. Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes. (Lc 9, 1- 6)

Enviados con  la fuerza del Espíritu Santo para anunciar el amor sin límites de Dios a la humanidad que se ha manifestado en Jesucristo: “Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen - pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios - y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús” (Rm 3, 21- 24). Que verdadera es la palabra de Dios en san Juan: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del mundo. (1 Jn 4, 10- 14)

Cuatro hermosas verdades sostienen el “edificio espiritual del Cristianismo:” a)El Amor de Dios a los hombres; b)la realidad de que todo hombre es pecador necesitado de Dios; Jesucristo que nos amó y se entregó por la redención del pecado; c) la fe y la conversión para entrar al reino de Dios y d) recibir el don del Espíritu Santo que viene a actualizar la Obra de Dios realizada por Cristo y actualizada por el Espíritu en nuestras vidas. Es una realidad que se ha perdido el sentido del pecado, pocos son los que se saben pecadores, la inmensa mayoría se saben “buenas gentes” que no pecan. Escuchemos a Esdras hablando desde el fondo de su corazón:

“A la hora de la oblación de la tarde salí de mi postración y, con las vestiduras y el manto rasgados, caí de rodillas, extendí las manos hacia Yahveh mi Dios, y dije: «Dios mío, harta vergüenza y confusión tengo para levantar mi rostro hacia ti, Dios mío. Porque nuestros crímenes se han multiplicado hasta sobrepasar nuestra cabeza, y nuestro delito ha crecido hasta el cielo. Desde los días de nuestros padres hasta el día de hoy nos hemos hecho muy culpables: por nuestros crímenes fuimos entregados, nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes, en manos de los reyes de los países, a la espada, al cautiverio, al saqueo y al oprobio, como todavía hoy sucede. Mas ahora, en un instante, Yahveh nuestro Dios nos ha concedido la gracia de dejarnos un Resto y de darnos una liberación en su lugar santo: nuestro Dios ha iluminado así nuestros ojos y nos ha reanimado en medio de nuestra esclavitud. Porque esclavos fuimos nosotros, pero en nuestra esclavitud nuestro Dios no nos ha abandonado; nos ha granjeado el favor de los reyes de Persia, dándonos ánimos para levantar de nuevo la Casa de nuestro Dios y restaurar sus ruinas y procurándonos un valladar seguro en Judá y Jerusalén. Pero ahora, Dios nuestro, ¿qué vamos a decir, si, después de todo esto, hemos abandonado tus mandamientos,” (Esd 9, 5- 10)

La verdad proclamada por San Pablo, sigue siendo de actualidad: “Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio, a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad. Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús. Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores;” y el primero de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna.” (1 Tim 1, 12- 16) “En virtud de la sangre de Cristo hemos sido redimidos y hemos recibido el perdón de nuestros pecados” (cf Ef 1, 7)

No basta con saber que Dios nos ama, y no basta, con saber que somos pecadores, la palabra del Señor Jesús es actual: “Creed y convertíos” (Mc 1, 15) Sin fe y sin conversión no somos gratos a Dios (cf Hb 1, 6) Y seguimos haciendo historia en los terrenos del hombre viejo, desprovistos de la Gracia de Dios y revestidos de tinieblas:  “Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas. Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido,” (Ef 4, 17- 20) Mente, voluntad y corazón, sin Cristo se encuentran vacíos de amor, de verdad y de justicia.
Para el apóstol San Pablo la conversión consiste en “Llenarse de Cristo” “Tener los mismos pensamientos, sentimientos, preocupaciones, intereses y luchas de Cristo” Se trata del cambio de mente, de voluntad y de corazón. De un cambio de Dueño, de Reino, de Casa, de vestiduras, y sobre todo de “Padre” para llevar en nuestro corazón las palabras del Padre Nuestro: “Un Nombre, un Reino y una Voluntad” para comprender que el Cristianismo no es una “ideología,” sino, una Persona, Cristo Jesús.

“Vayan y anuncien todo lo que yo les he enseñado; el que crea y se bautice se salvará.” (Mc 16, 15) ¿Qué enseñó Jesús a sus discípulos? El apóstol San Mateo confirma lo anterior: Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 18- 20) Discípulo de Cristo es aquel que lo acepta como Maestro, escucha su Palabra y la obedece, por eso es portador del Amor, de la Verdad y de la Vida (Jn 14, 6) El Amor es Luz, es Vida, y sigue a Jesús para que pueda dar amor, luz y vida por donde pasa o camina e irradia la luz de Cristo en el rostro de los hombres. Pero, cuidando, que sí yo digo: “Dios te ama, y yo, no te amo, soy un mentiroso.”

La enseñanza del Maestro de Nazaret la podemos sintetizar en tres lecciones enseñadas por amor y compasión: “El arte de vivir en comunión, consigo mismo, con Dios, con los demás y con la creación” Lo enseñó con su Palabra y con su propia vida: “Así que, recordad cómo en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne, llamados = incircuncisos = por la que se llama = circuncisión = - por una operación practicada en la carne -,estabais a la sazón lejos de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. (Ef 2, 11- 18)

La segunda lección es “El arte de amar” Amar a Dios y amar a todos, también a los enemigos (Lc 6, 27) También lo enseñó con su Palabra y dando su vida (cf Jn 10, 18) y Con toda autoridad nos dejó su Mandamiento regio: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (13, 34) El amor es la señal que le pertenecemos a Cristo y que hemos nacido de Dios: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.“ (cf 1 Jn 4, 7-9)

La tercera lección del Señor Jesús es la “Igualdad entre los suyos” “Entre ustedes todos son hermanos” (Mt 23, 9) Con su testimonio de vida nos dejó el Mandamiento de la humidad: “Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís.” (Jn 13, 13- 17)

El verdadero discípulo de Cristo es aquel que camina en la Verdad y vive en el Amor, por eso, evangeliza con su testimonio de vida y con su palabra. Las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran (San Agustín) Lavar pies es servir, es compartir para ayudar a otros a vivir dignamente y ayuda a crecer en la fe, la esperanza y en la caridad.”

No somos enviados con las manos vacías: el Agente principal de la evangelización es el Espíritu Santo (Pablo V1) Es la Promesa de Jesús: “sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.” (Hch 1, 8)








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