Objetivo: Mostrar la necesidad de poner límites en la vida, de examinar
nuestros pensamientos y deseos, de actuar con disciplina para adquirir un
rostro de discípulo o de profeta para alcanzar la virtud probada.
Iluminación: “No
todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi” (Mt 7, 21).
1. La energía que mueve al mundo.
Todo ser humano es manifestación del
amor de Dios al haber sido llamado a la existencia por amor y haber sido creado
a “Imagen y semejanza de Dios” (Gn 1, 26). Dios es amor y nos ha creado por
amor, con amor y para amar. (cf Ef 1, 4) El hombre que nace, generalmente, es
fruto del amor de sus padres, es fruto del amor de las personas que lo engendran en un acto de amor y
lo esperan con amor. Podemos decir que el amor de los padres sólo será saciado
y colmado en su hijos, fruto de su amor.
Amar es más que un sentimiento, es una
elección, es una decisión. Yo elijo y yo decido amar a una persona como es
permanentemente. Amar es darse, es donarse, es entregarse a un alguien, para
que ese alguien se realice como persona en el amor que recibe y en el amor que
entrega. Cuando el amor es limpio, puro y verdadero, es fuerza que atrae, acoge,
empuja, respeta, transforma y santifica. El amor es el fundamento y el sentido
de todo vida humana; es raíz y culmen.
2. La energía que transforma
“La energía principal que mueve el
ánimo humano es el amor” (¿Dónde se encuentra? ¿Quién lo posee?). En definitiva
cada ser humano tiene una sola tarea: aprender a amar sincera, gratuita y
auténticamente. Pero solamente en la escuela de Dios se puede cumplir esta
tarea y el ser humano puede alcanzar el fin para el que fue creado”. La escuela
de Dios es el camino del discipulado: Discípulos
de Jesús. Son aquellos que han tenido un encuentro con Él. Jesús el Señor
lo ha llamado y elegido a estar con él y para un día enviarlos a llevar su amor
por los caminos de la vida. Discípulos son aquellos que escuchan a su Maestro
Jesús, el Señor; lo obedecen haciendo todo lo que Él les pide; aceptan por amor
pertenecer a su Maestro para toda la vida y acepten libremente pertenecer al
Grupo de Jesús, los Doce.
3. El Amor de Dios.
El Amor de Jesús es Luz, es Vida, es
Poder. Es amor que “ilumina la
inteligencia y hace que conozcamos mejor y más profundamente a Dios y, en Dios,
a las personas y las obras. (...) El amor produce atracción y comunión hasta el
punto de que hay una asimilación entre el sujeto que ama y el objeto amado.
(...) Y esto es válido ante todo en el conocimiento de Dios y de sus misterios
que superan la capacidad de comprensión de nuestra inteligencia: ¡Conocemos a
Dios si lo amamos!” (cfr 1 Jn 2, 3).
4. ¿Cómo amar a Dios a quien no vemos?
Quien dice que ama a Dios que ame
también a su prójimo; y, quien dice que ama a su prójimo que ame también a
Dios. (1 Jn 4, 21) Es doctrina evangélica. Ama quien elige el camino que Dios
nos propone: Jesucristo; y ama a Jesucristo quien elige el camino que él nos
propone: el amor a los pobres. Ama al pobre quien elige el camino recorrido por
Jesús: el servicio (cfrJn 13, 13). En otras palabras el amor nos pide “guardar
los Mandamientos de la Ley de Dios< especialmente, el de la caridad y amar
al pobre de manera solidaria, generosa y servicial. (cf 1 Jn 2, 2ss)
5. ¿Qué pide el amor?
Lo primero que el amor nos pide es
dejarse amar. Dejarse lavar los pies para poder tener parte en su Reino. (cf Jn
13, 13, 6-7) Nadie da lo que no tiene, lo que no ha recibido. Sólo cuando hemos
abierto las puertas de nuestro corazón al Amor de Dios que se hizo hombre:
Jesús, podremos ser poseedores del Amor que el derrama en nuestros corazones
por medio de su Espíritu (cf Rm 5, 5)
En segundo lugar el amor pide cultivarlo
y protegerlo. (cf Gn 2, 15) Protegerlo contra todos los enemigos del amor: la
envidia, el egoísmo, el odio, resentimientos, vicios, complejos, ataduras, y
todo obstáculo que impide al hombre ser lo que tiene que ser: un ser para los
demás, un regalo de Dios. Cuando lo
contrario al amor entra y crece en el corazón del hombre, aquello a lo que
Jesús llama Cizaña, éste se atrofia y se incapacita para amar, se le descompone
la vida y se le convierte en caos. Aquí decimos las palabras del Apóstol: “El
que no trabaje que no coma” (2 Ts 3, 10) El cultivo del corazón pide limpieza,
quema, aflojar la tierra, siembra, riego, fertilizante, poda, y… todo esto con
la ayuda de Dios que no abandona la obra de sus manos, y no descansa hasta
llegar a feliz término todo lo que él por amor ha iniciado.(cf Flp 1, 6)
Recordemos las palabras de Jesús: “Mi Padre siempre trabaja, y yo también” (Jn
5, 17). Si Dios no trabajara en vano nos cansaríamos los obreros.
6. Las vertientes del amor.
¿Hacia
dónde apunta el amor? El amor tiene cuatro dimensiones que abarcan la totalidad
del ser: una hacia arriba, otra hacia abajo, otra hacia fuera y una más hacia
dentro. La primera apunta hacia Dios a quien hemos de amarlo con toda la mente,
con todas las fuerzas y con todo el corazón (Mt 22, 37ss). La segunda apunta
hacia abajo: amar la creación que Dios no ha dado como nuestro hábitat. La
tercera apunta hacia los demás a quienes hemos de amar como a nosotros mismos.
La última apunta hacia nosotros mismos
que debemos amarnos como Dios nos ama: incondicionalmente.
De las cuatro sólo dos son
Mandamientos: Amar a Dios y amar al prójimo. (Mt 22, 34- 40) Esto sólo puede
ser posible en la medida que nos amemos a nosotros mismos. Lo que nos pide
cambios profundos en la manera de mirarnos, de pensarnos, de valorarnos y
aceptarnos de la misma manera que Dios nos piensa, nos mira, nos valora y nos
acepta… con amor incondicional, gratuito e incansable, eterno (cf Jer 31, 3).
La mirada de Dios para todo hombre es de amor, de misericordia, de bondad…
Los frutos del amor.
Los frutos del amor son
consecuencia del cultivo permanente, tenaz, arduo que hemos realizado en
colaboración con el Espíritu Santo en el “Barbecho de nuestro corazón” (Jer 4,
3). Un amor que no se protege y cultiva, se desvirtúa y muere, estéril se
queda. Decimos que “La imagen de Dios presente en el ser humano lo empuja a la
similitud, es decir a una identidad cada vez más plena entre la voluntad propia
y la divina. A esta perfección, se le llama “unidad de espíritu”, no se llega sólo
con el esfuerzo personal, (...) sino por la acción del Espíritu Santo que actualiza
el Plan de Dios en nuestra vida, purifica nuestros corazones de toda inmundicia
y transforma en caridad todo empuje y deseo de amor presente en el ser humano (pero
que no está a la altura del amor de “ágape”). De ese modo el ser humano llega a
ser, por gracia, lo que Dios es por naturaleza”.
Los frutos del amor (cfr Gál
5,22) son a la vez frutos de la fe o frutos del Espíritu la comunión con Dios y
con los hermanos; la paz que es armonía interior y exterior: Con Dios, con los
demás, con la naturaleza y con uno
mismo; el gozo del Espíritu; gozo que no pueden dar los sentidos, sólo puede
ser fruto de la Paz; la misericordia que nos hacer amar con libertad la miseria
de los otros y ser fieles a la Verdad de Dios… El hombre nuevo sólo puede
llegar a poseer un corazón que llegue a ser “manantial de aguas vivas” cuando ha bebido de la fuente,
ha sido purificado y ha aprendido a ser dócil a las mociones del Espíritu Santo
que guía a los hijos de Dios (cfrJn 7, 37s).
7. ¿Es fácil amar?
En la escuela del amor que debería de
ser toda familia encontramos que no es fácil amar. El amor siempre exige
negarse a sí mismo frente a la verdad del otro para amarlo por lo que es y no
por lo que tiene. Estamos acostumbrados a que se nos premie por nuestros
pequeños esfuerzos; se nos recompense cuando nos hemos comportado bien; se
reconozcan nuestros éxitos… pareciera que me escucho a mí mismo decir: Merezco
ser amado y exijo ser amado. Se nos olvida el proverbio popular que dice: “El
amor, ni se compra ni se vende”. Charles Péguy ha dicho: “Caminante, no hay
camino, el camino se hace al andar”. Lo que sí es cierto es que todo hombre
nace con la capacidad para amar… puede hacer el bien y puede, si se lo propone,
hacer el mal (Dt 30, 15s).
“Para aprender a amar es necesario un
camino arduo y largo que ha de elegirse libre y conscientemente. Es el camino
de la Pascua: muerte y resurrección. Es el Camino del discipulado que Jesús
propone a los suyos: “Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (Lc 9, 23)
Sin el seguimiento de Jesús, no podemos remover la “escoria del metal precioso”
(cf Jer 15, 19) para adquirir el brillo del Evangelio que nos capacita para ser
servidores y ministros de la multiforme Gracia de Dios (1 Cor 4, 1). En este
itinerario la persona debe imponerse una ascesis eficaz (disciplina) para
eliminar cualquier afecto desordenado (que llene el corazón) y unificar su vida
en Dios, fuente, meta y fuerza del amor, hasta llegar a la cumbre de la vida
espiritual. Al final de este itinerario
ascético, se experimenta “gran serenidad y dulzura”.
Los autores espirituales dan “una
notable importancia a la dimensión afectiva” porque en el fondo, nuestro
corazón es de carne y, cuando amamos a Dios, que es el Amor mismo, no podemos
dejar de expresar en esta relación con el Señor nuestros sentimientos humanos.
(...) El Señor mismo, haciéndose hombre, nos quiso amar con un corazón de
carne”. Volvemos a lo mismo, para amar con un amor, puro y santo, nuestro
corazón y nuestro amor tiene que pasar por muchas purificaciones, sin las
cuales no veremos al Señor, es decir, al Amor. Ésta tarea es para toda la vida,
y es tarea de todos los días y de cada situación concreta de nuestra vida:
“Hacerlo todo con amor, y sin amor no hacer nada” esto nos pide el cultivo de
las virtudes naturales, de las virtudes morales y de las virtudes teologales.
Hablemos, especialmente, de la virtud de la Constancia.
8. La virtud de la Constancia
“Constancia”. Ésta es la traducción de la palabra original griega, que es
rica en contenido. Incluye también paciencia,
perseverancia, resistencia, confianza. Perseverar en el Camino para
alcanzar la meta. Perseverar en la Oración para no secarse (Mt 26, 41) y estar
siempre verdes. Perseverar en la Palabra para conocer la verdad que nos hace
libres (Jn 8, 32). Perseverar en Cristo para dar frutos de vida eterna (Jn 15,
1- 10). Perseverar en la lucha para alcanzar la corona de la vida.
Creemos que la constancia es necesaria e indispensable en toda actividad
emprendida, sobre todo cuando se trata de nuestra conversión, como camino del
amor y de todo proyecto que emprendemos en la Iglesia buscando la Gloria de
Dios y el bien de los demás. Ser pacientes y perseverantes cuando sufrimos,
cuando somos tentados, cuando somos proclives a desanimarnos, cuando somos
atraídos por las seducciones del mundo, cuando somos perseguidos y calumniados
(cfr Eclo 2, 1ss).
9.
¿Quién no se ha encontrado en alguna de estas circunstancias?
Sabemos y lo hemos experimentado que, sin constancia, hemos sucumbido más
de una vez. A veces nos justificamos diciendo que somos humanos y que somos
débiles. La auto justificación debemos eliminarla, nos hunde y nos arrastra; en
vez de auto justificarnos, deberíamos reconocer nuestro pecado, pedir perdón y
comenzar nuevamente. Podemos caer, pero, no nos quedemos caídos para no perder
el “sabor”, llevaríamos una vida estéril.
Tal vez en este momento te sientas decaído, desanimado y con ganas de
abandonar el camino.
10.
¿Qué hacer?
Recomienza y... persevera. De otro modo, no puedes llamarte “cristiano”. Lo
sabes: quien quiere seguir a Cristo tiene que tomar cada día su cruz, debe
amar, al menos con la voluntad, el dolor. La vocación cristiana es una vocación
a la constancia. Pablo, el Apóstol, muestra a la comunidad su perseverancia
como signo de autenticidad cristiana. Y no duda ubicarla en el plano de los
milagros. Si además se ama la cruz y se persevera, se podrá seguir a Cristo que
está en el cielo y, por lo tanto, salvarse.
11.
“Gracias a la constancia salvarán
sus vidas” (Lc 21, 19).
Se pueden distinguir dos categorías de personas: las que sienten la
invitación a ser verdaderos cristianos, pero esta invitación cae en sus almas
como la semilla sobre el terreno pedregoso. Los que son constantes y los que no
lo son. Por un lado vemos mucho entusiasmo; somos como fuego de paja, y después,
muy pronto, no queda nada. Se nos llama “llamaradas de petate”. (cf Mt 13, 3-
9)
Las segundas, en cambio, reciben la invitación, como un buen terreno recibe
la semilla. Y la vida cristiana germina, crece, supera dificultades, resiste a
las tormentas. Éstas tienen constancia, perseverancia, paciencia, y... “Gracias
a la constancia salvarán sus vidas”. Naturalmente, si quieres perseverar no te
bastará apoyarte sólo en tus fuerzas. Te hará falta la ayuda de Dios. Pablo
llama a Dios: “El Dios de la constancia”. “El Padre de toda Misericordia y el
Dios de todo Consuelo” (2 Cor 1, 4).
Es a Él, entonces, que tienes que pedirla y Él te la dará. Porque si eres
cristiano no te puede bastar el haber sido bautizado o alguna esporádica
práctica de culto y de caridad. Te hará falta crecer como cristiano. Y todo
crecimiento, en campo espiritual, no puede acontecer si no en medio de las
pruebas, los dolores, los obstáculos, las batallas porque el “Reino de Dios
está en tensión y es de los que lo arrebatan” (Mt 11, 12) Hay quien sabe ser
constante de verdad: es el que ama. En la castidad: es el que ama. En la
tribulación: es el que ama. En la oración: es el que ama. El amor no ve
obstáculos, no ve dificultades, no ve sacrificios. Y la constancia… es el amor
probado por el fuego en el horno del sufrimiento. (1 de Pe 1, 6-7)
12.
La perseverancia es constancia.
Jesús pidió constancia a los nuevos creyente: “Sí perseveran en mi Palabra,
serán mis discípulos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31s)
La constancia es contagiosa cuando se vive con alegría, con entusiasmo, con
amor. De ver dan ganas. Quien es constante da ánimo y contagia a los demás para
seguir hasta el final. Apuntemos alto. Miremos
lejos… la >>Cruz delante<< y el >>mundo atrás<<. Tenemos
una sola vida y es también breve. Apretemos los dientes día tras día,
afrontemos una dificultad tras de la otra para seguir a Cristo... y salvaremos
nuestras almas. (Chiara Lubic)
13.
María: Mujer de la Constancia.
María es la mujer de la constancia. Ella la Virgen Fiel, desde el
principio, hasta su último aliento. Es por eso Modelo y Figura de la Iglesia.
Para Ella la constancia es amor, es fidelidad, es abandono, es entrega, es
servicio, es Dios que encendió en su corazón el Fuego del Amor y pudo decir en
cada circunstancia de su vida: “he aquí la humilde esclava del Señor, hágase en
mí según su Palabra” (cf Lc 1, 38) María es constante en la oración, en la
escucha de la Palabra, en su vida de oferta y de fidelidad en situaciones
difíciles. Sin constancia la vida se marchita y se seca… no hay crecimiento, no
hay frutos… no hay amor…no hay conocimiento de Dios… no hay salvación.
(Focolares. Kiara Lubic)
Objetivo: Mostrar la necesidad de poner límites en la vida, de examinar
nuestros pensamientos y deseos, de actuar con disciplina para adquirir un
rostro de discípulo o de profeta para alcanzar la virtud probada.
Iluminación: “No
todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi” (Mt 7, 21).
1. La energía que mueve al mundo.
Todo ser humano es manifestación del
amor de Dios al haber sido llamado a la existencia por amor y haber sido creado
a “Imagen y semejanza de Dios” (Gn 1, 26). Dios es amor y nos ha creado por
amor, con amor y para amar. (cf Ef 1, 4) El hombre que nace, generalmente, es
fruto del amor de sus padres, es fruto del amor de las personas que lo engendran en un acto de amor y
lo esperan con amor. Podemos decir que el amor de los padres sólo será saciado
y colmado en su hijos, fruto de su amor.
Amar es más que un sentimiento, es una
elección, es una decisión. Yo elijo y yo decido amar a una persona como es
permanentemente. Amar es darse, es donarse, es entregarse a un alguien, para
que ese alguien se realice como persona en el amor que recibe y en el amor que
entrega. Cuando el amor es limpio, puro y verdadero, es fuerza que atrae, acoge,
empuja, respeta, transforma y santifica. El amor es el fundamento y el sentido
de todo vida humana; es raíz y culmen.
2. La energía que transforma
“La energía principal que mueve el
ánimo humano es el amor” (¿Dónde se encuentra? ¿Quién lo posee?). En definitiva
cada ser humano tiene una sola tarea: aprender a amar sincera, gratuita y
auténticamente. Pero solamente en la escuela de Dios se puede cumplir esta
tarea y el ser humano puede alcanzar el fin para el que fue creado”. La escuela
de Dios es el camino del discipulado: Discípulos
de Jesús. Son aquellos que han tenido un encuentro con Él. Jesús el Señor
lo ha llamado y elegido a estar con él y para un día enviarlos a llevar su amor
por los caminos de la vida. Discípulos son aquellos que escuchan a su Maestro
Jesús, el Señor; lo obedecen haciendo todo lo que Él les pide; aceptan por amor
pertenecer a su Maestro para toda la vida y acepten libremente pertenecer al
Grupo de Jesús, los Doce.
3. El Amor de Dios.
El Amor de Jesús es Luz, es Vida, es
Poder. Es amor que “ilumina la
inteligencia y hace que conozcamos mejor y más profundamente a Dios y, en Dios,
a las personas y las obras. (...) El amor produce atracción y comunión hasta el
punto de que hay una asimilación entre el sujeto que ama y el objeto amado.
(...) Y esto es válido ante todo en el conocimiento de Dios y de sus misterios
que superan la capacidad de comprensión de nuestra inteligencia: ¡Conocemos a
Dios si lo amamos!” (cfr 1 Jn 2, 3).
4. ¿Cómo amar a Dios a quien no vemos?
Quien dice que ama a Dios que ame
también a su prójimo; y, quien dice que ama a su prójimo que ame también a
Dios. (1 Jn 4, 21) Es doctrina evangélica. Ama quien elige el camino que Dios
nos propone: Jesucristo; y ama a Jesucristo quien elige el camino que él nos
propone: el amor a los pobres. Ama al pobre quien elige el camino recorrido por
Jesús: el servicio (cfrJn 13, 13). En otras palabras el amor nos pide “guardar
los Mandamientos de la Ley de Dios< especialmente, el de la caridad y amar
al pobre de manera solidaria, generosa y servicial. (cf 1 Jn 2, 2ss)
5. ¿Qué pide el amor?
Lo primero que el amor nos pide es
dejarse amar. Dejarse lavar los pies para poder tener parte en su Reino. (cf Jn
13, 13, 6-7) Nadie da lo que no tiene, lo que no ha recibido. Sólo cuando hemos
abierto las puertas de nuestro corazón al Amor de Dios que se hizo hombre:
Jesús, podremos ser poseedores del Amor que el derrama en nuestros corazones
por medio de su Espíritu (cf Rm 5, 5)
En segundo lugar el amor pide cultivarlo
y protegerlo. (cf Gn 2, 15) Protegerlo contra todos los enemigos del amor: la
envidia, el egoísmo, el odio, resentimientos, vicios, complejos, ataduras, y
todo obstáculo que impide al hombre ser lo que tiene que ser: un ser para los
demás, un regalo de Dios. Cuando lo
contrario al amor entra y crece en el corazón del hombre, aquello a lo que
Jesús llama Cizaña, éste se atrofia y se incapacita para amar, se le descompone
la vida y se le convierte en caos. Aquí decimos las palabras del Apóstol: “El
que no trabaje que no coma” (2 Ts 3, 10) El cultivo del corazón pide limpieza,
quema, aflojar la tierra, siembra, riego, fertilizante, poda, y… todo esto con
la ayuda de Dios que no abandona la obra de sus manos, y no descansa hasta
llegar a feliz término todo lo que él por amor ha iniciado.(cf Flp 1, 6)
Recordemos las palabras de Jesús: “Mi Padre siempre trabaja, y yo también” (Jn
5, 17). Si Dios no trabajara en vano nos cansaríamos los obreros.
6. Las vertientes del amor.
¿Hacia
dónde apunta el amor? El amor tiene cuatro dimensiones que abarcan la totalidad
del ser: una hacia arriba, otra hacia abajo, otra hacia fuera y una más hacia
dentro. La primera apunta hacia Dios a quien hemos de amarlo con toda la mente,
con todas las fuerzas y con todo el corazón (Mt 22, 37ss). La segunda apunta
hacia abajo: amar la creación que Dios no ha dado como nuestro hábitat. La
tercera apunta hacia los demás a quienes hemos de amar como a nosotros mismos.
La última apunta hacia nosotros mismos
que debemos amarnos como Dios nos ama: incondicionalmente.
De las cuatro sólo dos son
Mandamientos: Amar a Dios y amar al prójimo. (Mt 22, 34- 40) Esto sólo puede
ser posible en la medida que nos amemos a nosotros mismos. Lo que nos pide
cambios profundos en la manera de mirarnos, de pensarnos, de valorarnos y
aceptarnos de la misma manera que Dios nos piensa, nos mira, nos valora y nos
acepta… con amor incondicional, gratuito e incansable, eterno (cf Jer 31, 3).
La mirada de Dios para todo hombre es de amor, de misericordia, de bondad…
Los frutos del amor.
Los frutos del amor son
consecuencia del cultivo permanente, tenaz, arduo que hemos realizado en
colaboración con el Espíritu Santo en el “Barbecho de nuestro corazón” (Jer 4,
3). Un amor que no se protege y cultiva, se desvirtúa y muere, estéril se
queda. Decimos que “La imagen de Dios presente en el ser humano lo empuja a la
similitud, es decir a una identidad cada vez más plena entre la voluntad propia
y la divina. A esta perfección, se le llama “unidad de espíritu”, no se llega sólo
con el esfuerzo personal, (...) sino por la acción del Espíritu Santo que actualiza
el Plan de Dios en nuestra vida, purifica nuestros corazones de toda inmundicia
y transforma en caridad todo empuje y deseo de amor presente en el ser humano (pero
que no está a la altura del amor de “ágape”). De ese modo el ser humano llega a
ser, por gracia, lo que Dios es por naturaleza”.
Los frutos del amor (cfr Gál
5,22) son a la vez frutos de la fe o frutos del Espíritu la comunión con Dios y
con los hermanos; la paz que es armonía interior y exterior: Con Dios, con los
demás, con la naturaleza y con uno
mismo; el gozo del Espíritu; gozo que no pueden dar los sentidos, sólo puede
ser fruto de la Paz; la misericordia que nos hacer amar con libertad la miseria
de los otros y ser fieles a la Verdad de Dios… El hombre nuevo sólo puede
llegar a poseer un corazón que llegue a ser “manantial de aguas vivas” cuando ha bebido de la fuente,
ha sido purificado y ha aprendido a ser dócil a las mociones del Espíritu Santo
que guía a los hijos de Dios (cfrJn 7, 37s).
7. ¿Es fácil amar?
En la escuela del amor que debería de
ser toda familia encontramos que no es fácil amar. El amor siempre exige
negarse a sí mismo frente a la verdad del otro para amarlo por lo que es y no
por lo que tiene. Estamos acostumbrados a que se nos premie por nuestros
pequeños esfuerzos; se nos recompense cuando nos hemos comportado bien; se
reconozcan nuestros éxitos… pareciera que me escucho a mí mismo decir: Merezco
ser amado y exijo ser amado. Se nos olvida el proverbio popular que dice: “El
amor, ni se compra ni se vende”. Charles Péguy ha dicho: “Caminante, no hay
camino, el camino se hace al andar”. Lo que sí es cierto es que todo hombre
nace con la capacidad para amar… puede hacer el bien y puede, si se lo propone,
hacer el mal (Dt 30, 15s).
“Para aprender a amar es necesario un
camino arduo y largo que ha de elegirse libre y conscientemente. Es el camino
de la Pascua: muerte y resurrección. Es el Camino del discipulado que Jesús
propone a los suyos: “Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (Lc 9, 23)
Sin el seguimiento de Jesús, no podemos remover la “escoria del metal precioso”
(cf Jer 15, 19) para adquirir el brillo del Evangelio que nos capacita para ser
servidores y ministros de la multiforme Gracia de Dios (1 Cor 4, 1). En este
itinerario la persona debe imponerse una ascesis eficaz (disciplina) para
eliminar cualquier afecto desordenado (que llene el corazón) y unificar su vida
en Dios, fuente, meta y fuerza del amor, hasta llegar a la cumbre de la vida
espiritual. Al final de este itinerario
ascético, se experimenta “gran serenidad y dulzura”.
Los autores espirituales dan “una
notable importancia a la dimensión afectiva” porque en el fondo, nuestro
corazón es de carne y, cuando amamos a Dios, que es el Amor mismo, no podemos
dejar de expresar en esta relación con el Señor nuestros sentimientos humanos.
(...) El Señor mismo, haciéndose hombre, nos quiso amar con un corazón de
carne”. Volvemos a lo mismo, para amar con un amor, puro y santo, nuestro
corazón y nuestro amor tiene que pasar por muchas purificaciones, sin las
cuales no veremos al Señor, es decir, al Amor. Ésta tarea es para toda la vida,
y es tarea de todos los días y de cada situación concreta de nuestra vida:
“Hacerlo todo con amor, y sin amor no hacer nada” esto nos pide el cultivo de
las virtudes naturales, de las virtudes morales y de las virtudes teologales.
Hablemos, especialmente, de la virtud de la Constancia.
8. La virtud de la Constancia
“Constancia”. Ésta es la traducción de la palabra original griega, que es
rica en contenido. Incluye también paciencia,
perseverancia, resistencia, confianza. Perseverar en el Camino para
alcanzar la meta. Perseverar en la Oración para no secarse (Mt 26, 41) y estar
siempre verdes. Perseverar en la Palabra para conocer la verdad que nos hace
libres (Jn 8, 32). Perseverar en Cristo para dar frutos de vida eterna (Jn 15,
1- 10). Perseverar en la lucha para alcanzar la corona de la vida.
Creemos que la constancia es necesaria e indispensable en toda actividad
emprendida, sobre todo cuando se trata de nuestra conversión, como camino del
amor y de todo proyecto que emprendemos en la Iglesia buscando la Gloria de
Dios y el bien de los demás. Ser pacientes y perseverantes cuando sufrimos,
cuando somos tentados, cuando somos proclives a desanimarnos, cuando somos
atraídos por las seducciones del mundo, cuando somos perseguidos y calumniados
(cfr Eclo 2, 1ss).
9.
¿Quién no se ha encontrado en alguna de estas circunstancias?
Sabemos y lo hemos experimentado que, sin constancia, hemos sucumbido más
de una vez. A veces nos justificamos diciendo que somos humanos y que somos
débiles. La auto justificación debemos eliminarla, nos hunde y nos arrastra; en
vez de auto justificarnos, deberíamos reconocer nuestro pecado, pedir perdón y
comenzar nuevamente. Podemos caer, pero, no nos quedemos caídos para no perder
el “sabor”, llevaríamos una vida estéril.
Tal vez en este momento te sientas decaído, desanimado y con ganas de
abandonar el camino.
10.
¿Qué hacer?
Recomienza y... persevera. De otro modo, no puedes llamarte “cristiano”. Lo
sabes: quien quiere seguir a Cristo tiene que tomar cada día su cruz, debe
amar, al menos con la voluntad, el dolor. La vocación cristiana es una vocación
a la constancia. Pablo, el Apóstol, muestra a la comunidad su perseverancia
como signo de autenticidad cristiana. Y no duda ubicarla en el plano de los
milagros. Si además se ama la cruz y se persevera, se podrá seguir a Cristo que
está en el cielo y, por lo tanto, salvarse.
11.
“Gracias a la constancia salvarán
sus vidas” (Lc 21, 19).
Se pueden distinguir dos categorías de personas: las que sienten la
invitación a ser verdaderos cristianos, pero esta invitación cae en sus almas
como la semilla sobre el terreno pedregoso. Los que son constantes y los que no
lo son. Por un lado vemos mucho entusiasmo; somos como fuego de paja, y después,
muy pronto, no queda nada. Se nos llama “llamaradas de petate”. (cf Mt 13, 3-
9)
Las segundas, en cambio, reciben la invitación, como un buen terreno recibe
la semilla. Y la vida cristiana germina, crece, supera dificultades, resiste a
las tormentas. Éstas tienen constancia, perseverancia, paciencia, y... “Gracias
a la constancia salvarán sus vidas”. Naturalmente, si quieres perseverar no te
bastará apoyarte sólo en tus fuerzas. Te hará falta la ayuda de Dios. Pablo
llama a Dios: “El Dios de la constancia”. “El Padre de toda Misericordia y el
Dios de todo Consuelo” (2 Cor 1, 4).
Es a Él, entonces, que tienes que pedirla y Él te la dará. Porque si eres
cristiano no te puede bastar el haber sido bautizado o alguna esporádica
práctica de culto y de caridad. Te hará falta crecer como cristiano. Y todo
crecimiento, en campo espiritual, no puede acontecer si no en medio de las
pruebas, los dolores, los obstáculos, las batallas porque el “Reino de Dios
está en tensión y es de los que lo arrebatan” (Mt 11, 12) Hay quien sabe ser
constante de verdad: es el que ama. En la castidad: es el que ama. En la
tribulación: es el que ama. En la oración: es el que ama. El amor no ve
obstáculos, no ve dificultades, no ve sacrificios. Y la constancia… es el amor
probado por el fuego en el horno del sufrimiento. (1 de Pe 1, 6-7)
12.
La perseverancia es constancia.
Jesús pidió constancia a los nuevos creyente: “Sí perseveran en mi Palabra,
serán mis discípulos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31s)
La constancia es contagiosa cuando se vive con alegría, con entusiasmo, con
amor. De ver dan ganas. Quien es constante da ánimo y contagia a los demás para
seguir hasta el final. Apuntemos alto. Miremos
lejos… la >>Cruz delante<< y el >>mundo atrás<<. Tenemos
una sola vida y es también breve. Apretemos los dientes día tras día,
afrontemos una dificultad tras de la otra para seguir a Cristo... y salvaremos
nuestras almas. (Chiara Lubic)
13.
María: Mujer de la Constancia.
María es la mujer de la constancia. Ella la Virgen Fiel, desde el
principio, hasta su último aliento. Es por eso Modelo y Figura de la Iglesia.
Para Ella la constancia es amor, es fidelidad, es abandono, es entrega, es
servicio, es Dios que encendió en su corazón el Fuego del Amor y pudo decir en
cada circunstancia de su vida: “he aquí la humilde esclava del Señor, hágase en
mí según su Palabra” (cf Lc 1, 38) María es constante en la oración, en la
escucha de la Palabra, en su vida de oferta y de fidelidad en situaciones
difíciles. Sin constancia la vida se marchita y se seca… no hay crecimiento, no
hay frutos… no hay amor…no hay conocimiento de Dios… no hay salvación.
(Focolares. Kiara Lubic)
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