LA IGLESIA NO CRECE POR PROSELITISMO SINO POR "ATRACCIÓN"




La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción» (GE 14)

El mandato de ir a todas las naciones. La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: «Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20).

El proselitismo hace de la fe una ideología. Sirve a interés personales o intereses de grupo, pero, no al Evangelio que nos muestra la finalidad de toda acción misionera: La gloria de Dios y el amor y el servicio gratuito a los hombres y a los pobres. El proselitismo no es  una “moción” del Espíritu Santo, sino de la “carne” que no es agradable a Dios (cf Rm 8, 8) Ya que según las palabras de Jesús: “El que busca su propia gloria, en ese hay maldad (cf Jn 7, 19). No busca la gloria del Evangelio, sino crear fama, prestigio, dinero. En el proselitismo se cumplen las palabras del Señor: “Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se escandalizaron cuando oyeron tus palabras? Pero El contestó y dijo: Toda planta que mi Padre celestial no haya plantado, será desarraigada.  Dejadlos; son ciegos guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en él” (Mt 15, 12- 14). El proselitismo cae en el “individualismo” en el “relativismo” y en el Fariseísmo” Nos deshumaniza y despersonaliza. Razón por la que el Apóstol nos advierte: Evita las discusiones necias y estúpidas; tú sabes bien que engendran altercados. Y a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable, con todos, pronto a enseñar, sufrido, y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad, y volver al buen sentido, librándose de los lazos del diablo que los tiene cautivos, rendidos a su voluntad. (2 Tim 23- 26) Para el Evangelio, el proselitismo, es fuente de falsos profetas (cf Mt 7, 24)

Uno de los hijos del proselitismo es la “acepción del personas” que responde al pecado religioso del que habla la carta de Santiago: “la referencia de los que más tienen, pueden o saben, sobre los más débiles o menos favorecidos (cf Sant 2, 1- 4) En el proselitismo encuentra su fuerza en la mentira, en la que no hay sinceridad, honestidad como tampoco integridad. La verdad en cambio es la piedra firme, fuerte y férrea en la que se construye la casa del hombre prudente que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica (cf Mt 7, 24- 26) Para la verdad, el hombre, vale por lo que es: persona, creada a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 27) Cristo Jesús realza la grandeza del hombre: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 23s)

La conversión Pastoral. (EG 26) Pablo VI invitó a ampliar el llamado a la renovación, para expresar con fuerza que no se dirige sólo a los individuos aislados, sino a la Iglesia entera. Recordemos este memorable texto que no ha perdido su fuerza interpelante: «La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio […] De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia —tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)— y el rostro real que hoy la Iglesia presenta […] Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí»[23]. La conversión Pastoral se debe iniciar con los Pastores (Obispos, sacerdotes, diáconos y coordinadores de las pastoral de la Iglesia) la conversión pastoral es una manifestación de la fidelidad del amor de la Iglesia a Jesucristo: «Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación […] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad»[24].

La conversión pastoral es un llamado a todos, jerarquía y laicos,  a ser misioneros discípulos de Jesucristo para irradiar su Amor a los hombres, llamados a formar comunidades fraternas, solidarias, misioneras y serviciales con vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la propia vocación», cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo.

Una Iglesia en salida. (EG 48) En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te envío» (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (cf. Ex 3,17). A Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo te envíe irás» (Jr 1,7). Salir del exilio para ponernos en camino de éxodo, siguiendo las huellas de Jesús. Es un llamado al arrepentimiento para recibir el perdón de los pecados y recibir el don del Espíritu Santo (1 Ts 1, 9; Hech 2, 37ss) Se trata del camino de la fe, caminar con alegría siguiendo a Jesús para despojarse del hombre viejo y revestirse de Jesucristo (Rm 13, 14; Ef 4, 23- 24); Col 3, 12)
Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio. “El grito de los profetas es hoy día actual, como hace siglos: “Huyan de Babilonia, (Jer 5, 6) huyan de la corrupción, (2 Pe 1, 4b) huyan de las pasiones juveniles, (2 Tim 2, 22) huyan de la inmoralidad sexual (1 Cor 6, 18). Es la invitación a salir del exilio, entendido como una situación de desgracia, de no salvación; situación de esclavitud y de servidumbre que encuentra su fuerza en la mentira. Con sintonía del Apóstol Pablo, la Iglesia, dice a las naciones: Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador,  que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad.” 1 Tim 2, 3- 4)

En Camino de éxodo. Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá. El Señor dice: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido» (Mc 1,38). Cuando está sembrada la semilla en un lugar, ya no se detiene para explicar mejor o para hacer más signos allí, sino que el Espíritu lo mueve a salir hacia otros pueblos. El espíritu misionero, hace nacer en nosotros el amor a la misión, y nos capacita y fortalece para que nos pongamos en camino, a ejemplo de Jesús, María, Pablo y miles y miles de hombres y mujeres que han escuchado el llamado de Jesús: Ámame, levántate y sígueme.” Caminar el éxodo con alegría: “hemos probado lo bueno que es el Señor” “y nosotros hemos creído que eres el Hijo de Dios” (Jn 6, 67) Del encuentro con Jesús nace la “nueva creación” (2 Cor 5, 17) Nacen los hijos de la luz, los hijos de Dios, que caminan en  la luz, que nos lleva  a laverdad, la bondad y la justicia (Ef 5, 8). El camino del éxodo nos pide romper con el pecado y de toda esclavitud (1 Jn 1, 8-10) Nos pide guardar los Mandamientos de Dios y practicar las virtudes sobres todo el amor (1 Jn 2, 3).

El Poder de la Palabra. (EG 22) La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor duerme (cf. Mc 4,26-29). La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas. La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. Un corazón misionero sabe de esos límites y se hace «débil con los débiles […] todo para todos» (1 Co 9,22). Nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva. Sabe que él mismo tiene que crecer en la comprensión del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de vaciarse de lo bueno, de lo verdadero y delo perfecto (cf Rm 12, 2). El poder de la Palabra es la verdad, el Amor y la Vida que se manifiesta en el servicio de Dios en Jesucristo a los hombres para unirlos, liberarlos para que amen a Dios y entre los hombres. Es Luz que nos guía a la salvación por la fe en Cristo Jesús y a la perfección cristiana por la caridad (Jn 8, 31- 32; 2 Tim 3, 14ss)

El Dinamismo Misionero. (EG 48) Si la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a todos, sin excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar? Cuando uno lee el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que «no tienen con qué recompensarte» (Lc 14,14). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio»[52], y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos. Recordemos las palabras de san Pablo: “Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza.” (2 Cor 8, 9) También los pobres y nos evangelizan, dejémonos amar por ellos para que también, ellos nos abran la puerta de sus corazones a nuestra palabra. Mutuamente, lavémonos los pies unos a otros para enriquecernos mutuamente con nuestra pobreza. Recordemos que la Palabra nos hace pobres, desprendidos y generosos para con amor recíproco, nos dejemos abrazar por los pobres (Jn 13, 34)

La Iglesia en salida, significa, también, “abrir nuestros corazones a los demás, “los que están cerca y a los que están lejos.” Recordando al apóstol: “amarse sin fingimiento” Que vuestra caridad sea sincera, alegre y hospitalaria ( cf Rm 12, 9- 19) Significa escuchar a todos en sus diferentes necesidades, penas y angustias, con espíritu de escucha, de acogida y apertura. El Señor Jesús a nadie despacha con las manos vacías, es rico en generosidad para dar a todos lo que tiene y lo que es: Amor, generosidad, misericordia, paz, alegría. A todos quiere darnos un corazón rebosante de las aguas vivas de la salvación: Del corazón del que crea en mí, brotaran ríos de aguas vivas” (Jn 7, 37- 38)

La caridad pastoral, es y será siempre la disponibilidad de amar a todos, aún a los enemigos (Lc 6, 27). Es la disponibilidad de salir de una fe mediocre, vacía y superficial para ir al encuentro de personas concretas para iluminarlas con la luz del Evangelio: el Amor. Es, además, la disponibilidad de dar la vida por realizar los objetivos anteriores para que otros tengan vida en abundancia (cf Jn 10, 10). Gracias a la caridad pastoral, el misionero, se convierte en un “nómada,” un ser sin echar raíces. Un apóstol sin apegos, ni de las cosas, ni persona, ni lugares. Donde hay caridad hay libertad para salir fuera, para servir. El origen de la caridad pastoral es la fe, la esperanza y la caridad. Si el misionera no está enamorado de Jesucristo, lo más seguro, es que se haya enamorado de cualquier tontería: una cuenta bancaria, un carro de lujo, de una posición de poder, o romper la comunión con Jesús por la malicia, el engaño, la envidia, la hipocresía o la maledicencia (1 Pe 2, 1). La clave está enamorarse de Jesucristo, de su Iglesia y de todo lo que el Señor ama.



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