La aventura de la fe un camino a
recorrer.
Iluminación:
Jacob salió de Berseba y fue a Jarán.11. Llegando a cierto lugar, se
dispuso a hacer noche allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las
piedras del lugar, se la puso por cabezal, y acostóse en aquel lugar.12. Y
tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los
cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella.13. Y
vio que Yahveh estaba sobre ella, y que le dijo: «Yo soy Yahveh, el Dios de tu
padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy
para ti y tu descendencia.14. Tu descendencia será como el polvo de la
tierra y te extenderás al poniente y al oriente, al norte y al mediodía; y por
ti se bendecirán todos los linajes de la tierra; y por tu descendencia.15. Mira
que yo estoy contigo; te guardaré por doquiera que vayas y te devolveré a este
solar. No, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho.»16. Despertó
Jacob de su sueño y dijo: «¡Así pues, está Yahveh en este lugar y yo no lo
sabía!»17. Y asustado dijo: «¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra
cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!»18. Levantóse Jacob de
madrugada, y tomando la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió como
estela y derramó aceite sobre ella.19. Y llamó a aquel lugar Betel, aunque
el nombre primitivo de la ciudad era Luz. (Gn 28, 10- 19)
1.
La Llamada de Dios al hombre. La vida espiritual
comienza en nuestra vida cuando Dios nos envía una Palabra, una “llamada a
estar con él” para iniciar en nuestra vida un proceso de ascensión y de superación, hasta llegar a
ser “Betel” “Casa de Dios. La llamada de Dios nos invita a salir del exilio, de
la servidumbre, de la esclavitud del mal para ponernos en camino de éxodo para
ir a la “Tierra prometida.” Para ir a Cristo, nuestra “Escalera” para subir al
Cielo. Todo hombre, no importa quien sea, es amado por Dios, y lo invita a
dejar de ser “Cueva de ladrones” para que sea “Casita de Dios”, Por esta razón
nos llama a la conversión, “Nos atrae hacia él con cuerdas de ternura y con
lazos de misericordia” (Os 11, 1ss) EL Señor nos llama al Amor, a la Verdad, a
la Justicia, a la Libertad, a la Santidad. “Nos llama, nos elige con Amor, en
Cristo, para estar con él, santos e inmaculados en el Amor (Ef 1, 4).
2.
La respuesta. Toda llamada pide una respuesta para establecer un diálogo con el
que nos llama o nos dirige su palabra. El Señor de la Gloria
y de toda Misericordia nos habla a nuestros corazones para decirnos: No hagas
cosas malas; haz cosas buenas. Cuando no hay respuesta a estas palabras, con
gran misericordia nos llama al arrepentimiento, a la conversión para que
entremos al Reino de verdad, de bondad, de justicia y de paz. “Levántate, y
Cristo será tu luz (Ef 5, 14) Este es el llamado a dejar de llevar una vida
arrastrada, oprimida, para poder caminar a la Plenitud en Cristo y llegar a la
madurez en Aquel que nos amó y se entregó a la muerte para darnos vida en
abundancia (Col 2, 9; Ef 4, 13; Gál 2, 19- 20; Jn 10, 10).
¿Cómo tiene que ser
nuestra respuesta? Tiene que ser como los grandes, hombres y mujeres, de la
Biblia: Moisés: “Aquí estoy” (Ex 3,5) Samuel: “Habla que tu siervo escucha” (1
de Sm 3, 10) Isaías “Heme aquí, envíame a mí Señor” (Is ,6, 9 ) María: “Hágase
en mí según su Palabra” (Lc 1, 38) En todos y cada uno de los discípulos
encontramos prontitud, disponibilidad y agradecimiento. Disponibilidad para
hacer la voluntad de Dios en cada situación de nuestra vida. Disponibilidad
para salir fuera de nuestro interior para ir al encuentro de una persona
concreta para iluminarla con la Luz del evangelio. Disponibilidad por dar la
vida para realizar los objetivos anteriores. La palabras de Jesús resplandecen
en la respuesta que demos al Maestro que nos llama: “Niégate a ti mismo” (Lc 9,
23) “Ámame y Sígueme” (cf Jn 21, 19) Sin respuesta no hay fe, no hay
seguimiento no hay salvación. Zaqueo cuando escuchó la llamada de Jesús, se
desprendió del árbol y con prontitud de abrió las puertas de su casa (cf Lc 19.
1ss) La samaritana, del encuentro con el Señor Jesús se convirtió en su
Misionera (Jn 4, 10ss) Levy: levántate y sígueme, él se levantó y lo siguió (Mc
2, 14).
La verdadera respuesta
nos pone en camino de conversión. Con alegría nos vamos despojando del hombre
viejo; de las vestiduras de tinieblas para revestirnos con vestiduras de
salvación, revestirnos de Cristo (Rm 13, 13- 14) Ha habido a la respuesta de
hombre una manifestación del amor del Señor que había dicho: “He venido a
encender un fuego en el corazón de los hombres” (cf Lc 12, 49) Un fuego que
quema lo mucho y lo poquito, lo pequeño y lo grande. Quema y purifica nuestro
corazón con el fuego del Amor para que podamos responder con amor al Amor y
nuestra entrega sea cada día más auténtica. Escuchemos al Apóstol Pablo: Por
eso, tampoco nosotros dejamos de rogar por vosotros desde el día que lo oímos,
y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría
e inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor,
agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el
conocimiento de Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria,
para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias
al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en
la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del
Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados. (Col
1, 9- 14)
3.
La “Entrega” de nuestra vida al Señor con corazón alegre y agradecido por la
maravillas que ha realizado en nosotros. La experiencia de Dios
en nuestra vida es el Motor de la vida nueva, Es fuerza para amar y seguir a
Cristo en el servicio a los hombres amados por él. "Así también vosotros
consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor
nuestro." (Rm 6,11) Sin abrazar la “Cruz de Jesús” no hay entrega de
acuerdo a las palabras del mismo Señor Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera
salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará.(Lc
9, 23- 24) La cruz de Jesús, hoy no es de madera, de metal o de piedras
preciosas, es el camino para identificarnos con él y reproducir su Imagen (Rm
8, 9) Es confianza y abandono en las manos de Dios; es donación, entrega y
servicio a Dios en los hermanos; es humildad, amor fraterno y servicio a todos
ayudados con la Gracia de Dios.
4.
La clave para unir la llamada, la respuesta y la entrega.
La podamos encontrar sin miedo y con toda confianza en la “fracción del pan.”
Jesús tomó el pan y lo partió (Lc 24, 30s) Partir el pan significa sacrificarse
e inmolarse en la presencia de Dios en favor de toda la humanidad. Es darse y
donarse para que otros tengan vida en abundancia. Para Jesús, es aceptar ser “Cordero
de Dios” para quitar los pecados del mundo (Jn 1, 29-34) y ofrecer a Dios como
sacrificio perfecto (Heb 9,11ss). Todo discípulo de Cristo sirve para servir,
para extender su mano y compartir con los demás el “don” que ha recibido para
servir con alegría y amor a los enfermos o muertos por el pecado. El mandato de
Cristo es claro y preciso: “Id proclamando que el Reino de los Cielos está
cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad
demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. (Mt 10, 7, 8) En la fracción del
pan escuchamos un Mandato del señor Jesús: “Tomó luego pan, y, dadas las
gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por
vosotros; haced esto en recuerdo mío.»” (Lc 22, 19) No hay ni duda ni
confusión, todos somos invitados a ser pan partido, regalo y bendición para los
demás.
¿Cuáles
son los medios que encontramos en la fe para realizar la Misión que el Señor ha
confiado a su Iglesia para realizar la Misión de dar vida a los hombres? Los
medios que la Iglesia recibió de su Señor son: La Palabra y los Sacramentos,
los “dos denarios” que el buen samaritano entregó al servidor del “mesón” (Lc 10,
35) Con el Espíritu Santo el Señor nos entrega la “Oración,” las “obras de Misericordia” (Mt 6, 5- 6; Mt
25, 31- 46) y los carismas para edificar la Iglesia e instaurar y construir el
reino de Dios en la tierra. Para entrar el reino del Dios el señor Jesús nos ha
propuesto dos exigencias fundamentales: Creer y convertirse; es decir, creer y
amar, dos condiciones para servir a Dios en favor de los hombres. Recordando
que la caridad debe ser sincera, alegre y hospitalaria, acompañada de la
verdad, fundamento de la sinceridad, de la honestidad y de la integridad para
no llevar una vida dividida que nos dice: “una cosa crees y otra cosa vives.”
La Calidad de la respuesta y la entrega que demos a la llamada de Dios está en
la integridad de vida que nos presenta san Pablo: “Vivid, pues, según
Cristo Jesús, el Señor, tal como le habéis recibido; enraizados y
edificados en él; apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en acción
de gracias.” (Col 2, 6-7)
Dios nos llama a ser
agradecidos. El agradecimiento va acompañado con la humildad del evangelio que
nos hace responder con prontitud en servicio y ayuda a los pobres, huérfanos,
viudas y extranjeros. Hombres de la entrega al servicio del Reino, al estilo de
nuestra Madre María que presurosa se puso en camino de servicio a su pariente
Isabel (Lc 1, 39s) La respuesta y la entrega tienen como finalidad la gloria de
Dios y el amor y el servicio al Hombre. El llamado es a llegar a ser “betel” “Casa
de Dios” la respuesta es llenarnos de Jesucristo, echando fuera todo lo viejo,
despojarse del hombre nuevo para ser un sacricicio vivo, santo y agradable a
Dios. Que este se nustro culto espiritual (Rm 12, 1)
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