La vida se acrecienta dándola y se
debilita en el aislamiento y la comodidad
Iluminación.
Oh Dios, sabio y amoroso: San Benito
enseñó sabiamente a sus monjes que deberían combinar equilibradamente estos dos
elementos: trabajo y oración. No permitas que olvidemos o menospreciemos
ninguno de los dos. Que nuestra oración inspire lo que hacemos para cumplir con
conciencia nuestra tarea en la vida y para usar nuestros talentos, regalos de
Dios, para tu servicio y el de nuestros hermanos. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
(Oración colecta de hoy 11 de julio)
El
camino de la madurez humana- cristiana. «La vida se acrecienta
dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más
disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan
en la misión de comunicar vida a los demás» (EG 10). La puerta de la felicidad,
se abre hacia fuera, para salir y buscar, para vivir de encuentros con los
demás, la creación y con Dios, y poder intercambiar lo que sabemos, lo que
tenemos y lo que somos. Lo anterior exige hacer presencia, acompañar y caminar
juntos. La Biblia nos presenta tres realidades que son inseparables para
recorrer en camino que nos lleva a la Meta: la Plenitud en Cristo (Col 2, 9). “El
Anuncio, el Culto y la Moral”
1. El
Anunció profético: Id, pues, y haced discípulos a todas
las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí
que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 19-
20) Discípulo es aquella persona que escucha la palabra de Dios y la obedece,
es abrirle el corazón al Señor, para que entre en el corazón y se deje conducir
por él.
El
Anuncio es el origen de la fe: nace, crece y madura en
la escucha y obediencia del Anuncio. En la donación y en la entrega en servicio a los demás. Papa Francisco nos dice: «Aquí descubrimos
otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que
se la entrega para dar vida a los otros. Un anuncio renovado ofrece a los
creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y
una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el
mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él
hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, «les renovará el vigor,
subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse»
(Is 40,31).
Cristo
es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el mismo ayer y
hoy y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables.
Él es siempre joven y fuente constante de novedad. La Iglesia no deja de
asombrarse por «la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del
conocimiento de Dios» (Rm 11,33). Él siempre puede, con su novedad, renovar
nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y
debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo
también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos
encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina.
Cristo es la Luz del
Mundo, (Jn 8, 12) es nuestra Verdad y el sentido de nuestra vida. (Jn 14, 6) Cada vez que intentamos volver a la fuente y
recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos
creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas
de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica
acción evangelizadora es siempre «nueva». El alma de toda evangelización es “La
Ley Nueva” “La Ley de Cristo” “La Ley del amor.” Todo evangelizador es portador
de esa ley de amor, como ministro del Evangelio no debería tener
permanentemente cara de funeral. Con la fuerza del Amor recobremos y
acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar,
incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que
busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena
Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o
ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor
de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo» (EG 6).
2.
El Culto al Padre, por Cristo en el Espíritu Santo.
La Liturgia es el culto que Jesucristo, y en él la Iglesia, ofrece al Padre por
la salvación de los hombres, para que por la fe se incorporen al Señor y a su
Plan de vida, de reconciliación y de vida nueva: “Todo el que está en Cristo es
una nueva creación, lo viejo ha pasado, lo que ahora hay es nuevo” (2 Cor 2,
17) El hombre viejo ha sido crucificado con Cristo (cf Gál 2, 19) para
resucitar con Cristo y ser en él “hombre nuevo.” Lo viejo ha pasado, (las
tinieblas) Lo nuevo a brotado, (la Luz, la bondad, la verdad y la justicia” (Rm 6, 11) Hemos muerto y resucitado con
Cristo (Rm 4, 25)
El culto a Dios pide un
sacrificio. “Hagan esto en conmemoración
mía” Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. = Entonces
dije: ¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el rollo del libro - a
hacer, oh Dios, tu voluntad! Dice primero: = Sacrificios y oblaciones y
holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron = -
cosas todas ofrecidas conforme a la Ley = entonces = - añade -: = He aquí
que vengo a hacer tu voluntad. = Abroga lo primero para establecer el segundo. Y
en virtud de esta = voluntad = somos santificados, merced a la = oblación = de
una vez para siempre del = cuerpo = de Jesucristo. (Hb 10, 6- 10) Jesús como
sacerdote, ofreció su sacrificio, abrazó la voluntad de su Padre, se hizo
obediente hasta la muerte (Flp 2, 9) Con su sacrificio perfecto, nos ha
redimido, derramó su sangre para sellar la Nueva Alianza para hacer de los que
crean en su Nombre un “Pueblo Nuevo” “Redimido, salvado y santificado” De quien
la Biblia dice: “Pero vosotros sois = linaje elegido, sacerdocio real,
nación santa, pueblo adquirido, = para anunciar las alabanzas de Aquel que os
ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1 Pe 2, 9) Por su sacrificio
redentor y con su resurrección, Jesucristo ha instaurado el “Nuevo Culto” para
que ahora, en la época de la Gracia, podamos ofrecer el culto agradable a Dios:
“Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis
vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será
vuestro culto espiritual.” (Rm 12, 1)
Hoy
no ofrecemos toros ni machos cabríos, sino nuestro
sacrificio espiritual, con corazón limpio, una fe sincera y una conciencia
recta. (cf 1 Tim 1, 5) Nuestro sacrificio espiritual es “Aceptar la voluntad de
Dios y someternos a ella” La voluntad de Dios es que “creamos en su Hijo
Jesucristo y nos amemos unos a os otros” (1 Jn 3, 23) La fe es Confianza, Obediencia,
Amor y Pertenencia a Dios en Cristo por la acción del Espíritu Santo: “Hagan esto en conmemoración mía” (1Co
11, 24- 25) Es la invitación con Cristo a ser “pan partido y sangre derramada”
para inmolarnos, sacrificarnos y ofrecernos con él al Padre en favor de los
hombres a quienes Dios ama y quiere salvarlos (1 Tim 2, 4). Nuestro sacrifico
existencia se vive, según la Biblia, viviendo según Cristo, que se pasó la vida
haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo (Hch 10, 38) Eso es
en definitiva la misión: dar vida en Cristo a los hombres (EG 5)
3.
La Moral cristiana. Vuestra caridad sea sin fingimiento;
detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los
otros; estimando en más cada uno a los otros; (Rm 12, 9) ¿Qué nos pide la Moral
cristiana? Las respuestas pueden ser muchas, Pero pensemos en dos: Fidelidad a
la voluntad de Dios y la obediencia a la palabra de Cristo. (Una misma
realidad) Una vida en la Verdad para que movidos por el Amor pongamos en
práctica la Justicia que nos lleva a la Paz, don y respuesta, Justicia a Dios y
a los hombres, María, la Madre nos dejó en camino de la Moral cristiana: “Hagan
lo que él les diga” (Jn 2, 5) Lucas en su evangelio nos invita a confrontar
nuestra vida con la Voluntad de Dios: “¿Por qué me dicen y no hacen lo que yo
les digo?” (Lc 6, 46; cf Mt 7, 21) La primera carta de Pedro nos propone un
itinerario a seguir: “Pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a
la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado
por su propia gloria y virtud, Por esta misma razón, poned el mayor empeño en añadir
a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, Creced, pues, en la
gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él la
gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén. (2 Pe 1, 3. 5. 18)
El
Evangelio de san Juan nos presenta dos recomendaciones:
Guardar sus Mandamientos y sus Palabras para configura con él nuestra vida
mediante la práctica de las Bienaventuranzas (Jn 14, 21. 23; Jn 5, 3) San Pablo
confirma lo que nos dice san Juan al decirnos: “hasta que lleguemos todos a la
unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre
perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo.” (Ef 4, 13) Un vivir en
comunión con Dios y con todos los miembros del Cuerpo de Cristo. Obedeciendo
los Mandamientos para crecer en el conocimiento de Dios (1 Jn 2, 3) y
practicando las virtudes cristianas para revestirnos de Cristo (Rm 13, 14; Col
3, 12) La madurez en Cristo, según la recomendación de san Pablo es un “estar
crucificado con él” (Gál 2, 19) Un muriendo con Cristo y resucitando con él (Rm
6, 11) Un morir al pecado y viviendo para Dios” (Gál 5, 24) Lucas nos recuerda
la condición fundamental para seguir a Cristo: “Decía a todos: «Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y
sígame.” (Lc 9, 23)
Sin
seguimiento a Cristo la fe quedaría vacía y superficial,
con palabras de Santiago estaría muerta (Snt 2, 14) La Moral cristiana nos pide
vivir de encuentros con el Señor de la Gloria y de encuentros con los demás
como iguales en dignidad para que en toda verdad nuestras relaciones estén
cimentadas en la Verdad para practicar los hábitos, valores y virtudes en
referencia al reino de Dios: Sinceridad, honestidad, integridad, reciprocidad,
compartir los dones y valores, la dignidad humana, la solidaridad humana y el
servicio por caridad a todos, teniendo como esencia de nuestras acciones “la
caridad,” el amor a Dios y al prójimo. Esto es posible cuando con la ayuda del
Señor y nuestros esfuerzos, renuncias y sacrificios vamos adquiriendo una
voluntad, firme para amar. Es el camino para tener los sentimientos, los
pensamientos, las preocupaciones, los intereses y las luchas de Cristo de
Cristo, Jesús. El que ama a Cristo y a sus hermanos busca la Unidad, la
liberación de todas las esclavitudes, para adentrándose en los terrenos de
Dios, caminemos y actuemos a la luz del “Arte de Amar.”
La
armonía de los tres, el Anuncio, el Culto y la Moral,
nos garantiza estar en posición de una “Moral Conciencia,” luz en nuestro
camino, en compañía de otros para compartir con ellos “el pan de vida, la
palabra, el tiempo, y el camino.” Hablemos de un camino en el que nadie se encuentra
sólo ni camina sólo” Camino en el que el yo se hace nosotros y el mío se hace
nuestro. Es el camino para vencer a los más grandes enemigos, como el
individualismo, el conformismo, el totalitarismo, el fariseísmo, el relativismo
y el subjetivismo. El Señor, nos propuso el único camino que nos lleva a
nuestra realización: el Camino que nos lleva al amor y al servicio: “Lávense
los pies unos a otros” (Jn 13, 13) En este Mandato del Señor Jesús, encuentro
la armonía de los tres: Anuncio, Culto y Moral. Un morir al egoísmo para darse
y donarse a los demás, un morir para vivir, y madurar como profetas, sacerdotes
y reyes (cf 1 Pe 2, 9)
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