MAESTRO: ¿QUÉ DEBO HACER PARA TENER VIDA ETERNA?


Maestro bueno: ¿Qué tengo qué hacer para tener vida eterna?”

Objetivo: Mostrar la importancia del llamado de Dios a la santidad a todos los bautizados, y  resaltar que la santidad más que enseñarse, se debe contagiar a los ambientes en los que se mueven los santos.

Iluminación: “Maestro bueno: ¿Qué tengo qué hacer para tener vida eterna?” “¿Por qué me llamas bueno? Bueno y Santo, sólo Dios”. La respuesta de Jesús, tan llena de luz y de verdad ilumina toda historia humana para despertarnos del sueño de grandeza que puede estar escondido en lo más íntimo y recóndito de nuestro corazón humano: el deseo de ser como Dios. 

1.      Nuestra pobre realidad.

Fuera de Dios todo es caos, vacío, tinieblas, imperfección, desorden, angustia, etc. De ahí a decir que todo hombre es pecador, necesitado de la gracia de Dios, incapaz para que pueda responder al “proyecto del Señor” que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (2Tim 2, 4). San Pablo nos describe la obra de Dios a favor de la humanidad pecadora: “Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios. Estos son justificados gratuitamente, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús” (Rom 3, 23- 25). Nadie, puede escapar de esta sentencia: “Quien dice que no tiene pecado, está diciendo que Dios es mentiroso, y la verdad no está en él” (1Jn 1, 8-9). San Pablo, a la luz de su propia experiencia nos dice: “No hago el bien que quiero, sino, el mal que no quiero” (Rom 7, 19).

La experiencia de pecado hace al hombre sentirse esclavo (Rom 5, 11; 6, 20); muerto, sin vida (Rom 6, 23; Ef 2, 3). Pero a la misma vez afirma: “gracias sean dadas a Dios que en Cristo Jesús nos hace libres del dominio del pecado” (cfr Rom 7, 25). En la primera de Timoteo lo reafirma: “Es una verdad que tiene que ser creída que Cristo Jesús vino al mundo a morir por los pecadores de los cuales yo soy el primero” (1 Tim 1, 15). Pablo, el fariseo, perseguidor de la Iglesia ahora, después de su encuentro con Cristo en el camino de Damasco nos puede decir: “Pero la gracia de nuestro Señor Jesucristo sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús” (cfr 1 Tim 1, 12- 14)El mismo Señor Jesús frente a una multitud enardecida de fariseos, escribas y pueblo en general, que buscaba apedrear a la “mujer adultera” les dijo, y hoy nos dice a nosotros: “Aquel que de entre vosotros esté sin pecado que le arroje la primera piedra” (Jn 8, 7). Antes de la experiencia de encuentro con Cristo, Pablo era el fariseo, el rabioso perseguidor, después, es Pablo el Apóstol, misionero y siervo de Jesucristo por voluntad del Padre (Ef1, 1; 1 Tim 1, 1)

2.      Responder con la vida.

Juan Pablo II nos ayudó a entender la respuesta de Jesús: “Si quieres ser bueno y tener la bondad de Dios, orienta tú vida hacia Él”. Otra manera de hacer la pregunta podría ser: ¿Qué tengo que hacer para salvarme? La respuesta del Maestro es la misma hoy, ayer y mañana: “Orienta tu vida hacia Dios”. Orientar la vida hacia la Casa del Padre implica creer en Jesús, el enviado del Padre (Jn 6, 39- 40). Pedro, en nombre de los Doce dice a su Maestro: “Sólo tú tienes palabras de vida eterna” y nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios (Jn 6, 67-69).

Orientar la vida hacia Dios, es entrar en un proceso, primero de búsqueda, que después será de presencia y de compañía. “Dedícate a buscar a Dios”, fue la exhortación del Papa. Jeremías nos asegura que Jesús, el Señor,  se deja encontrar a condición de que lo busquemos de todo corazón (Jer 29, 12)Lucas en la primera de las parábolas de la misericordia: la oveja pedida, nos dice que Jesús Buen Pastor, busca  a los que se han perdido en los caminos de este mundo; los busca hasta el extremo, hasta encontrarlos (Lc 15, 3-4), otras veces se hace el encontradizo como en el caso de la Samaritana (Jn 4, 1ss). La clave para vivir la experiencia del Encuentro es dejarse encontrar por el Dios de toda Misericordia que atrae a los pecadores hacia Él con cuerdas de ternura y lazos de misericordia (Os 11, 1-5). Sin la ayuda de Dios nadie se acercaría a Él, fuente de toda Bondad.

El hombre es un buscador, todo lo que hace, lo hace buscando ser feliz; lo hace para sentirse bien, lo que realmente no sabe, es que en el fondo lo que busca es a Dios. ¿Dónde lo busca? En las tumbas vacías: el poder, el placer, el tener, la fama, el prestigio que llevan al derroche de la vida, al vacío existencial y a la frustración. ¿Dónde buscar a Dios?. Búscalo en ti mismo, en lo íntimo de tu corazón: Búscalo en los caminos de la vida, ahí Él se hace el encontradizo (Lc 24, 13ss). Búscalo en la oración íntima, cálida y confiada. Otro lugar para encontrarlo es la Escritura, leída y meditada con fe; lo encontramos en la hospitalidad: “Quédate con nosotros, y él entró para quedarse con ellos” (Lc, 24, 29) En la liturgia de la Iglesia, especialmente en  la fracción del pan (Lc 24, 30s). A Dios lo encontramos en el encuentro con los pobres y en el Apostolado: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20)

3.      El Encuentro con Cristo Jesús.

¿A qué ha venido el Señor Jesús? Los mismos demonios confiesan que ha venido a destruir las obras del Diablo: “Haz venido a destruirnos” y a liberar a los oprimidos por el mal (Hech 10, 38).Para el evangelista San Juan: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) Para san Lucas: “He venido arrojar un fuego sobre la tierra” (Lc 12, 49)Para san Pablo: Jesús vino para liberarnos del yugo de la opresión del pecado y darnos el Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios (cfr Gál 4, 4-6). Benedicto XVI, nos dijo: El Señor Jesús vino a traernos a Dios (Deus Caritas est)

La tarea para esta vida es “dedicarse a buscar a Dios”, es decir: Orienta tú vida hacia la Casa del Padre, tras las huellas de Jesús, el Hijo de Dios. Es decir ve a Jesús, Él es, el Dios que se hizo hombre para salvarnos, para sacarnos del pozo de la muerte y llevarnos al reino de su amado Padre (cfr Col. 1, 13). Ir a Jesús es creer en Él,y creer en Jesús es confiar en Dios que nos llama a la Libertad, al Amor y a la Santidad. Su Mensaje de salvación es llamada e invitación al que se debe escuchar y responder con sencillez y humidad para entrar en la Vida.

El llamado de Jesús es actual, personal, y a la vez es, universal. “Venid a mí los que están cansados y fatigados por la carga”. Es un llamado, una invitación generosa de Jesús a los pecadores a creer en él, para luego, cambiar de vida, de actitudes, de mente, de corazón. Jesús movido por la compasión dice: “Vengan tráiganme, sus cargas” y yo os aliviaré (Mt 11, 28-29) El pecado es una carga que agobia, esclaviza y mata (Rom 6, 20-23) Es una invitación a creer en él, que nos ama incondicionalmente, hasta el extremo (Jn 13, 1) El lugar para guardar nuestras piedras no debe ser nuestro pecho, el lugar es Jesús. El encuentro es liberador y gozoso, luminoso y glorioso. Es el encuentro entre la miseria del que regresa a Casa y la ternura y la misericordia del que lo recibe (Lc 15, 11sss) Encuentro justificador (Rom 5, 1s) por él se entra en la paz reconciliadora y se recibe el amor de Dios derramado en el corazón con el Espíritu Santo que Dios nos ha dado en Cristo y por Cristo (Rom 5, 59.  Del Encuentro sale un “hombre nuevo”, libre, responsable y capaz de amar. Una nueva creación, lo viejo ha pasado, ha nacido lo nuevo (2 Cor 5, 17). Hay una trasformación: de tinieblas en luz (Ef 5, 8). En el encuentro las tinieblas del error son echadas fuera, el odio es arrancado del corazón y la muerte es destruida para ser revestidos de verdad, amor y vida, es decir: “Cristo habita por la fe en el corazón del creyente (Ef 3, 17). Por el Encuentro con el Señor Jesús podemos gritar al mundo: “¡¡¡Soy una nueva creación, he nacido de nuevo, soy hijo de Dios!!!”

Ha nacido un hijo de Dios, un cristiano con el deber de proteger y cultivar la vida que ha recibido como “Don” y que debe vivirla dándose, entregándose en servicio al Reino como “Don de Cristo a los demás”. Esta entrega de sí mismo a los demás no es fácil, puesto que el hombre con sus solas fuerzas no puede, para él es un imposible. Qué bello es apropiarse de las palabras del Apóstol: “Todo lo puedo en Cristo Jesús que me fortalece” (Flp 4, 13).El hombre nuevo no está solo, Cristo es Presencia en su corazón y compañero de camino, unidos con el “yugo de Cristo”, el Amor, miran en la misma dirección, trabajan en la misma empresa, comparten las mismas luchas, el mismo sufrimiento (2 Tim 2, 2-4), tienen las mismas preocupaciones, los mismos sentimientos y los mismos intereses (Flp 2, 5): la gloria de Dios y el bien de los hombres.

El encuentro con Cristo me llena de confianza para  ir a él y seguirlo, para escuchar su Palabra y ponerla en práctica (Lc 11, 28; 8, 21); para que me cure de mis enfermedades, sane mis heridas y vende mis huesos rotos. Creer es abandonarse en las manos de Dios para dejar que nos haga a su “Imagen y semejanza”; abandonarse para que pueda realizar su “Obra liberadora y sanadora”; sólo desde las manos de Dios podré con mi fe mover montañas, caminar sobre el agua y darme en servicio a la causa del reino de Dios. Jesús nos ha dicho: “Mi Padre siempre trabaja, y Yo también”. Para Dios no hay descanso ya que la salvación y la liberación de los hombres es su “proyecto favorito” para que todo hombre reproduzca la “Imagen de su Amado Hijo Jesús” (Rom 8, 29) Seré santo en la medida que viva de encuentros con el Señor, en los que Él amorosamente va purificando mi corazón y revistiéndome con su gracia santificadora que me da en los Sacramentos, canales de su Gracia, en la obediencia a su Palabra y en seguimiento de Aquel que nos amó y se entregó por nosotros (Ef 5, 2).

Todo el que cree en Jesús entra en comunión con él, es liberado de sus cargas y experimenta el gozo de la Resurrección, es trasformado en “nueva creación” (2 Cor 5, 17) ha entrado en el Reino de Cristo y ahora puede alimentarse con los frutos del “Árbol de la vida” que está en el Paraíso de Dios (Apoc, 2, 7) Lo viejo ha pasado, es historia que quedó atrás, ahora la mente, la voluntad y el corazón están orientados hacia Dios. Jesús así lo ha confirmado: “Yo soy la luz del mundo y el que me sigue no camina en tinieblas, tiene la luz de la vida” (Jn 8, 12) Ahora, ayudado con la Gracia de Dios, hace el bien y rechaza el mal. Se ha convertido al Señor para conocerlo, amarlo y servirlo. Lo anterior me hace decir que la salvación que es don gratuito de Dios, es también conquista del hombre, que apoyándose en la Gracia de Dios, entra y camina en la “obediencia de la fe” que hace una doble invitación a sus discípulos: “Ámame y Sígueme”.
La obediencia de la fe pide poner en práctica la enseñanza del Maestro: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les digo” (Jn 15, 14) Todo el que obedece a Jesús, confía en él, lo ama, lo sigue y lo sirve: “permanezcan en mi amor” (Jn 15, 9) ¿Cómo podemos permanecer en el amor de Cristo? La respuesta la tendremos que buscar en la experiencia de vida al caminar con Jesús dejando que realice en nosotros “La obra del Padre”. Permanecer siendo amados, liberados, reconciliados, salvados y santificados. La misma experiencia nos dice que la fe es respuesta al amor incondicional de Dios, razón por la que entendemos eso de que amor con amor se paga: Dios quiere que lo amemos, que guardemos sus Mandamientos para poder permanecer en su amor (Jn 15, 10- 11) Sólo quien guarda su Mandamientos puede decir que conoce y que ama a Dios (1 Jn 2, 3s). Amor que tiene que manifestarse en donación, entrega y servicio a la “causa del Reino de Dios y de Cristo.

4. Con sabor a proceso.

El ritmo del crecimiento espiritual está marcado por la conversión a Dios; es conversión a la verdad, al amor, a la libertad, a la santidad, a la familia y al prójimo. Sin conversión no hay procesos. El hombre de hoy quiere todo inmediato, rápido, como por arte de magia. Dios en cambio nos propone el ritmo del “grano de mostaza que ha sido sembrado en tierra, nace, para luego ser cultivado y crecer, para un día dar frutos de vida eterna (cfr Mc 4, 30). El proceso es sanador y liberador, pero con sus implicaciones; ser fieles al amor del Padre manifestado en Cristo. Con la ayuda de la Gracia hay que echar fuera la basura para estar cada vez más unidos a Jesús (Jn 15, 1- 7). Con la libertad de los hijos de Dios hay que erradicar toda mentira, pereza, conformismo, derroche, hipocresía, envidia, traición, idolatría, etc.

San Juan en su primera carta nos propone cuatro condiciones para vivir en comunión con Dios, con los demás, con nosotros mismos y con la naturaleza; en y con Cristo todo es posible:

·         Romper con el pecado (1 Jn 1, 8-9). El pecado es la raíz de la iniquidad; es rechazo a Dios y  a la vida; entra poco a poco en el corazón del creyente para hacerlo inicuo, lo endurece y lo vacía. La paga del pecado es la muerte espiritual que además esclaviza, divide y oprime a los que lo ejecutan y padecen (Rom 6, 20-23).

·         Guardar los Mandamientos, especialmente los del amor (1 de Jn 2,3-4). Guardar los Mandamientos por amor. La Nueva Ley es la persona de Cristo Jesús. Quien ama a Jesús guarda sus Mandamientos y sus Palabras, permanece en la verdad y practica la justicia.

·         Proteger y cultivar la fe (1 de Jn 2, 15s). Guardarse del mundo, no convertirse a sus criterios de poder, grandeza y riquezas (Rom 12, 2). Sin el cultivo de las virtudes morales: prudencia, justicia, templanza y fortaleza, estaremos expuestos a los vaivenes de una vida mundana, pagana, vida de pecado. Además, hemos de buscar las cosas de arriba donde está Cristo sentado  ala derecha del Padre (Col 3, 1-2): La fe, la esperanza, la piedad, el amor fraterno  y la caridad (2 Pe 1, 5ss)

·         Guardarse de los falsos profetas (1 de Jn 2, 18) qué hacen de la religión un negocio y un espectáculo que engaña a los incautos e inmaduros que buscan comprarle a Dios su salvación y milagros que sabemos por la Escritura toda “Gracia” es gratuita e inmerecida.

De la mano de Cristo, unidos a él por el amor, la verdad y la vida, el Espíritu Santo lleva a quienes son conducidos por él a tomar la firme determinación de seguir a Cristo, de vivir con él y para él. Esto pide lo que se ha llamado la “Opción fundamental por Cristo”. Es la opción por amar y seguir a Cristo, Luz del mundo y Salvador de los hombres. Opción que implica abandonar las “Obras de la carne”: el rechazo al pecado para abrazar la voluntad de Dios en la práctica de las “Obras de misericordia”. Usando el ejemplo del árbol decimos que la “Opción” es el tronco del árbol que hunde sus raíces en Dios. De la opción emergen las actitudes que serían las ramas del árbol. De las actitudes dependen las acciones que serían los frutos que se dan en las ramas. La sabia del árbol es la gracia del Espíritu Santo que fluye de las raíces al tronco y de éste a las ramas para que su fruto sea permanente, bueno, santo y agradable a Dios (Ez. 47,12; Apoc 22, 2 ).

5. La meta: ser llenos de Cristo.

Convertirse es llenarse de Cristo, llevando una vida plena, fértil, fecunda y fructífera; vida digna del Señor, llena de frutos y del conocimiento de Dios, llena de la fortaleza del Espíritu, revestidos de la alegría del Señor y con espíritu de agradecimiento aceptando (cfr Col 1, 9. 12) la voluntad de Dios y ofreciéndose a Él como hostia viva, santa y agradable a Dios (Rom 12, 1) No fuimos creados para ser estériles o infecundos, razón que me hace entender que para llenarse de Cristo, ayudado por la Gracia de Dios he de barrer la casa, el corazón, quemando la basura con el fuego del Espíritu Santo, es decir, dando muerte al hombre viejo (Col 3, 5); huyendo del adulterio y de la impureza (1 Cor 6, 18); huyendo de toda corrupción (2 Pe 1, 4b) para poder participar de la naturaleza divina y dar los frutos anhelados del corazón en el que habita la Gracia de Dios. Sin vaciamiento de todo lo que es incompatible con el Reino de Dios, todo quedaría es buenos propósitos que terminan siendo estériles y en una vida frustrada.

Amar y seguir a Cristo son el fruto de la acción del Espíritu Santo y de los esfuerzos, renuncias y sacrificios hechos por amor a Cristo y a su Iglesia, a los pobres, viudas, huérfanos, extranjeros, y aún a los enemigos (Lc 6, 27ss) Para eso hemos sido elegidos: Para pertenecer a Jesucristo y formar parte de su pueblo santo (Rom 1, 7).

6. La vocación a la santidad.

“Sed santos como vuestro Padre celestial es santo”( 1Pe 1, 15). Es la vocación de todo bautizado, que nadie se sienta excluido: Dios no nos llama a la impureza, sino a la santidad” (1 Tes 4, 7). Por el bautismo todos hemos sido sellados con el Espíritu Santo (Ef. 4, 30) Todos hemos bebido de un mismo Espíritu (1Cor 12, 13), por lo tanto todos somos llamados a la santidad, don y conquista, llamada y respuesta: Dios quiere vuestra santificación” (1 Tes 4, 5). Seremos santos en la medida que estemos en comunión con Cristo (Jn 15, 2) y en la misma medida que seamos conducidos por el Espíritu Santo que guía a los hijos de Dios (Rom 8, 14), sólo entonces podremos abrazar hasta el fondo la voluntad de Dios, manifestada en su Hijo Jesucristo y realizada en todos los que creen y le obedecen. Santo es aquel o aquella que con la ayuda del Espíritu Santo, reproducen en sí mismos la “Imagen de Jesús”. De manera que podemos decir que santo es el que ama a Cristo, está crucificado con él, luchando y dando muerte a su propio pecado para llevar una vida digna del Señor (Gál 5, 24; Col. 1, 9-12) Sin santidad nadie verá al Señor.

7. La vocación a la libertad.

Esta vocación es inseparable de la vocación a la santidad: santo es el hombre que libre y conscientemente abraza por amor la voluntad de Dios de seguir a Cristo en el servicio a los demás, especialmente a los menos favorecidos. La libertad en Cristo tiene como fundamento la Verdad y el Amor que nos hace libres para el Reino de Dios, para ser instrumentos de liberación, constructores de la “civilización del amor y de la paz. “Para ser libres nos liberó Cristo” (Gál. 5, 1). Sin responsabilidad no hay libertad. Ser responsable para ser libre es el camino que nos lleva al amor y al servicio. Responsable es el que responde a la vida, a la verdad, al amor, es decir, a Dios. Es el camino para madurar como personas y para crecer en la fe como discípulos del Señor Jesús. Libres de apegos, adiciones, emocionalismos, sentimentalismos, esclavitudes, ataduras, actitudes negativas, pesimistas y derrotistas para ser hombres de esperanza, ministros del Evangelio de la vida y de la paz. Libres para amar y servir a Dios desde la Iglesia a favor de los demás.

8. La vocación al amor.

Sin amor no hay santidad. La santidad es amor, es vida, es donación y entrega al Reino de Dios y de Cristo. “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es Misericordioso” (Lc. 6, 36) Para san Mateo la santidad se alcanza en la perfección: “Sed perfectos como vuestro Padre del Cielo es perfecto” (Mt 5, 48). Perfección que se alcanza mediante la caridad a Dios y al prójimo: “Amémonos  unos a los otros”. “Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es Amor y el que se mantiene en amor, se mantiene en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 7.16). La santidad exige superar la justicia de los fariseos legalistas, rigoristas y legalistas, dejar de hacer las cosas para quedar bien o buscar intereses personales para abrirse a la acción del Espíritu Santo que nos guía por el camino angosto hacia los terrenos de la verdad, la bondad y la justicia hacia los terrenos de la Paz y del Gozo del Señor.

La santidad, la libertad y el amor: Tres vocaciones que se fusionan para darse consistencia mutuamente. Tres vocaciones que tienen el mismo fundamento: La Verdad que nos libera (Jn 8, 32) para que amemos y demos vida a la familia, a los que no tienen “vida” porque no conocen a Cristo Jesús o por que se han separado de Él, dándole la espalda para irse a servir a los ídolos. Qué hermoso es recodar las palabras de Jesús a los suyos: “El mundo los odia porque ustedes me aman, sí ustedes me odiaran el mundo los amaría” (Jn 15, 18).

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