La incredulidad en la Biblia.
1.
El relato
bíblico.
“Salió de allí
y se dirigió a su patria, seguido por sus discípulos. Cuando llegó el sábado,
se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y
se preguntaba: «¿De dónde le viene esto? ¿Quién le ha dotado de esta sabiduría?
¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de
María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas
aquí, entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: «Un
profeta sólo carece de prestigio en su patria, entre sus parientes y en su
casa.» Y no pudo hacer allí ningún milagro, a excepción de la curación de unos
pocos enfermos, a quienes sanó imponiéndoles las manos. Jesús se quedó
asombrado de su falta de fe” (Mc 6, 1- 6).
2. La ausencia de fe es fuente de
incredulidad.
La fe cristiana
es una fe trinitaria, cristocéntrica, pneumatológica, eclesial, antropológica,
mariana y pascual. Pero ante todo es Cristo céntrica, ya que ha sido la persona
del Verbo la que asumió nuestra condición humana para manifestarnos el amor del
Padre y salvarnos de la esclavitud de la muerte: “Y la Palabra se hizo carne y
puso su Morada entre nosotros; y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe
del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad”. (Jn 1, 14). A la
pregunta, ¿Qué hacer para tener vida eterna? Escuchemos a la Sagrada
Escritura decirnos por medio del testimonio
de la Iglesia:
a)
Mateo: Él les preguntó: «Pero vosotros ¿quién
decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios
vivo.» (Mt 16, 15- 16) Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus
bienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Luego
sígueme.» Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía
muchos bienes (Mt 19; 21- 22).
b)
San Marcos: «El tiempo se ha cumplido y el Reino
de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena Nueva.» (Mc 1, 15)Entonces
se formó una nube que los cubrió con su sombra, y llegó una voz desde la nube:
«Éste es mi Hijo amado; escuchadle.» Al momento miraron en derredor y ya no
vieron a nadie más que a Jesús con ellos (Mc 9, 7-8)
c)
Lucas: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la
que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las
gentes y gloria de tu pueblo Israel.» (Lc 2, 29- 32).
d)
San Juan: El que cree en mí, aunque muera,
vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Respondió ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el
que iba a venir al mundo” (Jn 11, 25- 27)
“Ésta es la voluntad de mi Padre: que quien vea al Hijo y crea en él
tenga vida eterna, y que yo le resucite el último día.» (Jn 6, 40) Los
Apóstoles creyeron en el testimonio de Jesús, el Señor, y nosotros hemos creído
por el testimonio que ellos nos trasmitieron.
e)
San Pablo: “No me avergüenzo del Evangelio, que
es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío en primer
lugar, pero también del griego. Porque en él se revela la justicia de Dios, de
fe en fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por la fe (Rom 15- 17). Ahora
estoy crucificado con Cristo; yo ya no vivo, pero Cristo vive en mí. Todavía
vivo en la carne, pero mi vida está afianzada en la fe del Hijo de Dios, que me
amó y se entregó a sí mismo por mí (Gál 2, 19- 20).
3.
Las exigencias
de la fe cristina
Creer que
Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios,
el Enviado del Padre (Jn 3, 16) qué se hizo hombre para manifestarnos la “Justicia
de Dios” en favor de toda la humanidad a la que Dios ama y quiere justificar
por la fe en Jesucristo (Rom 3, 21- 22; 5,1-5).
Creer es
aceptar a Jesús como el único Salvador del
Mundo y por ende, mi Salvador personal (Hech 4, 12). “Me amó y se entregó
por mí” (G´l 2, 20) “Por qué nos amó y se entregó por nosotros” (Ef 5, 2) “Amó
a su Iglesia y se entregó y se entregó por ella” (Ef 5, 25) “murió para que
nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para darnos vida eterna” (Rom 4,
25).
Creer en
Jesús es aceptarlo como el único Maestro
que nos enseña el “Arte de vivir en comunión” “el Arte de amar” y nos enseña el
“Arte de servir”. Creer en Jesús es hacer de su Palabra la Norma para nuestra
vida; la Luz para nuestro sendero y lámpara para nuestros pies. “Permanezcan en
mi Palabra y serán mis discípulos” (Jn 8, 31) Jesús, Palabra de Dios echa
carne, habla al corazón de los hombres y los invita a ir a él:
«Venid a mí
todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso.
Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi
carga ligera.» (Mt 11, 28- 30) Palabra que se cree, se obedece, se vive, se anuncia
y se celebra.
Creer en
Jesús es aceptarlo como el Señor de
nuestra vida, de nuestra historia y del Cosmos. «Sepa, pues, con certeza
todo Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a ese Jesús a quien vosotros
habéis crucificado.» (Hch 2, 36) Jesús es Señor de aquellos que lo dejan entrar
en sus vidas y se dejan lavar los pies por él: “Replicó Pedro: «No me lavarás
los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.»
(Jn 13, 8) Para luego seguir sus huellas y configurar su vida con él como sus
discípulos, en el servicio, donación y entrega a sus hermanos. “Vosotros me llamáis
‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y
el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies
unos a otros” (Jn 13, 13- 14).
La fe
verdadera, aquella que nace de la escucha de la Palabra de Dios y nos lleva a
ser discípulos de Cristo, crece y madura, haciéndose caridad (Gál 5, 6) para
que su fruto sea “el reproducir en cada creyente la imagen de Jesús” (Rom 8,
29) Y podamos tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús que se humilló a si
mismo para destruir el cuerpo del pecodo (Flp 2, 7) “Ya conocéis la generosidad
de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros
para enriqueceros con su pobreza” (2Cor 8, 9) La pobreza que nos hace ricos es
su encarnación, el padecer sufrir y morir por amor a los hombres para sacarlos
del pozo de la muerte y llevarlos al reino de la Luz (Col 1, 13). La riqueza de
Jesús es ser en él, con él y por él: hijos en el Hijo; hermanos y servidores unos de los otros: “En efecto, todos los que se dejan guiar por
el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un
espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un
espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu
mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.
Y, si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de
Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados”
(Rom 8, 14- 17).
Es muy conocido
el adagio que dice: “Muchísimos son los bautizados, muchos los creyentes, pocos
los practicantes y poquísimos los comprometidos”. La verdad de las cosas que
muchos bautizados son “ateos”. El ateísmo hace referencia al “vacío de Dios”.
Puede ser un ateísmo teórico o u ateísmo práctico. Mientras unos niegan la
existencia de Dios, otros la afirman, pero viven como su Dios no existiera. Muchos
son los creyentes en los que la fe es superficial mediocre o arrastrada. San Juan
en las cartas del Apocalipsis nos descubre la “tibieza espiritual”: “Conozco tu
conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero como
eres tibio, es decir, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Apoc 3,
15). La tibieza espiritual es el resultado de la mezcla entre Fe y vida mundana
o pagana; entre Cristo y Satanás; entre la luz y las tinieblas; entre el pecado
y la Gracia: “¡No unciros al mismo yugo
que los infieles! No sería posible el equilibrio. Pues ¿qué relación hay entre
la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y la tiniebla? ¿Qué armonía
entre Cristo y Beliar? ¿Qué comunicación entre el fiel y el infiel? ¿Qué
conformidad entre el templo de Dios y el de los ídolos?” (cfr 2 Cor 6, 14- 16).
San Pablo nos
describe la realidad que conocemos por la lucha interior entre dos realidades
que son entre sí antagónicas: “Os digo,
pues, que procedáis según el Espíritu, sin dar vía libre a las meras apetencias
humanas, es decir, a la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al
espíritu, y el espíritu contrarias a la carne; y son tan opuestos entre sí, que
no hacéis lo que queréis. Pero, si sois guiados por el Espíritu, ya no estáis
bajo la ley (Gál 5, 16- 18). Para el Apóstol la carne es una vida conducida
por cualquier espíritu que no sea el Espíritu Santo. Es decir para el Apóstol
la carne es una vida mundana, pagana una vida de pecado… de vacío, caos,
tinieblas muerte espiritual.
Creer en Jesús
es confiar en él y “fiarse de él”. Creer en Jesús es “obedecerlo y amarlo” (Jn
14, 21). Creer en Jesús es pertenecerle, seguirlo y servirlo: “Además, los que
son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias”
(Gál 5, 24). Sólo quienes aman a Jesús le pertenecen, por lo anterior puedo
decir: O nos enamoramos de Jesucristo o nos vamos a enamorar de una cuenta
bancaria ($$$), de un carro de lujo, de unas faldas o de lo que hay debajo de
las faldas… De aquello que amo con todo mi corazón, y con toda mi mente y con
todas mis fuerzas, eso es mi dios… para eso vivo y a eso le doy culto.
4.
La ausencia
de Fe es incredulidad.
1)
La incredulidad es el divorcio entre la fe y la
vida. Por un lado creo y por el otro vivo… Digo que creo en Dios, pero, vivo
como si Dios no existiera. Dios es un añadido en mi vida: “Nadie cose un
remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido
tiraría de él, el paño nuevo del viejo, y se produciría un desgarrón peor” (Mc
2, 21). Está actitud me llevó a decirme: Dios nada tiene que decirme, para mí
está muerto. Yo decido mi vida y camino sin él. Esto me llevo al “vacío de Dios”
a la muerte de Dios” al “Caos existencial” y al endurecimiento del corazón.
2)
La incredulidad es ausencia de confianza, es no
“fiarse de la Palabra revelada”. Es endurecerle el corazón al Amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús. Es desobediencia, es rebeldía, es rechazo a su
¨Palabra y a sus Mandamientos”. «No seáis tercos como en Meribá, como el día de
Masá en el desierto; allí vuestros padres me probaron, me tentaron aunque
vieron mis obras. Cuarenta años me asqueó esa generación, y dije: Son gente de
mente desviada, que no reconocen mis caminos. Por eso juré en mi cólera: ¡No
entrarán en mi reposo!» (Slm 95, 8- 11)
3)
La incredulidad lleva a la pérdida de identidad…
las actitudes, los pensamientos, las palabras y las acciones no son coherentes
con lo que sé es… o sé debe ser. La voluntad de Dios no es la delicia de mi
vida, más bien es un estorbo. Digo: “Señor, Señor, pero hago lo que me da la
gana”: «No todo el que me diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (cfr
Lc 6, 46; Mt 7, 21). La incredulidad es generadora de modalidades de pecado
entendidas estas en personas espiritualmente ciegas, sordas, paralíticas,
mudas, es decir, como personas atrofiadas, pero, con la posibilidad de
encontrarse con Jesús para que él con su poder sanador restaure en ellas su
integridad y dignidad: “¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? (Mc 8,
18).
“En aquel
momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias y de malos espíritus, y
dio vista a muchos ciegos. Después les dijo: «Id y contad a Juan lo que habéis
visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los
sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva. ¡Y
dichoso aquel a quien yo no le sirva de escándalo!” (Lc 7, 21- 23).
4)
La incredulidad es negación, es rechazo y es dar
la espalda a la Verdad manifestada en Jesucristo (Jn 14, 6). Es por eso, cerrar
la mente y el corazón al Amor y a la Justicia, para encerrarse en sí mismo, en
los propios criterios o en los criterios mundanos. El Apóstol Pablo nos alerta
al decirnos: “Y no os acomodéis a la
forma de pensar del mundo presente; antes bien, transformaos mediante la
renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad
de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom 12, 2).
5)
La incredulidad se enraíza en aquella persona
que no guarda los Mandamientos de la Ley de Dios. No va a Misa los domingos,
comete fraude, adulterio, no honra a sus padres, y la ambición de poder, placer
y tener llenan su mente y su corazón convirtiéndose en un opresor y explotador
de sus hermanos. Esto me lleva a pensar que la incredulidad endurece el corazón
de los hombres, les embota la mente y los incapacita para vivir en la
experiencia del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. “Por tanto, os digo y
os repito en nombre del Señor que no viváis ya como los gentiles, que se dejan
llevar por su mente vacía, obcecados en las tinieblas y excluidos de la vida de
Dios por su ignorancia y por la dureza de su corazón. Habiendo perdido el
sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno
toda suerte de impurezas” (Ef 4, 17- 20). Pablo nos advierte que este estilo de vida nos
lleva a la idolatría: “Por tanto, dad
muerte a todo lo terreno que haya en vosotros: fornicación, impureza, pasiones,
malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la ira de Dios sobre los
rebeldes” (Col 3, 5- 6).
6)
La incredulidad me lleva hacer de las
“criaturas” o de la “Creación” un dios a mi medida y a mis gustos. Es la puerta
para entrar a los terrenos de la “idolatría”. Nada que haya sido creado debe de
ser adorado… En efecto la cólera de Dios, se revela desde el cielo contra toda
impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia,
pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto. Porque lo
invisible de Dios, desde la Creación del mundo, se deja ver a la
inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de formas
que son inexcusable,… (Rom 1, 19sss).
7)
La fuerza de la incredulidad es la mentira que
se esconde en la “soberbia de los hombres”. Pero no sólo en la soberbia, la
mentira es la fuerza del pecado, cualquiera que éste sea. Escuchemos al Señor
Jesús decirnos: “Éste fue homicida desde el principio, y no se mantuvo en la
verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale
de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44)
8)
Para san Pablo la incredulidad nos arroja al
exilio, a una situación de desgracia y enemistad con Dios y entre los hombre
(Rom 5, 10); situación que no es querida por Dios: “Verdad es que, cuando erais esclavos del pecado, erais libres en lo
referente a la justicia. ¿Pero qué frutos cosechasteis entonces de todo aquello
que ahora os avergüenza, y cuyo fin es la muerte? Pero ahora, libres ya del
pecado y esclavos de Dios, dais frutos de santidad, cuyo fin es la vida eterna.
El salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna,
unidos a Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 6, 20- 23).
9)
Para la Sagrada Escritura quién hace de la
religión su propio negocio aprovechándose de la fe del pueblo para enriquecerse
o para crear grupos de poder al servicio de sus intereses, eso es incredulidad,
que hace decir al Autor de la carta a los Hebreos “Que sin fe nada es grato ni
agradable a Dios” (Heb 6,11).
10)
«El que no está conmigo, está contra mí; y el
que no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12, 30). «Por eso os digo que a los
hombres se les perdonará todo pecado y blasfemia, pero la blasfemia contra el
Espíritu no les será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del
hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le
perdonará ni en este mundo ni en el otro (Mt 12, 31- ss).
5. La Obra del Espíritu Santo.
La Obra del Espíritu Santo es hacer que el Mundo crea
en Jesús, para que creyendo se salve… quien rechaza la acción del Espíritu,
¿Quién lo ira a salvar? “Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los
hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12). Busquemos entonces
el crecimiento en la fe permitiendo al Espíritu Santo conducir nuestra vida; en
la obediencia a la de Palabra de Cristo y haciendo de la “voluntad de Dios la
delicia de nuestra vida”. Abracemos el compromiso de la fe y ayudemos a otros a
crecer y a caminar en la fe para que juntos vivamos la experiencia de la fe,
viviendo tras las huellas de Jesús, el Señor.
“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me
vaya, porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy,
os lo enviaré; y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al
pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio” (Jn 16, 7-8).
El Espíritu Santo nos convence de que Dios nos Ama; nos convence de nuestra
dignidad personal; nos convence de que somos pecadores y nos convence que sólo
Cristo puede redimirnos, liberarnos y salvarnos, en virtud de su sangre
derramada en la Cruz (Ef 1, 7; Heb 9, 28).
Teniendo siempre presente la exhortación de san Pablo:
“Os exhorto, pues, hermanos, por la
misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio
vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual. Y no
os acomodéis a la forma de pensar del mundo presente; antes bien, transformaos
mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es
la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom 12, 1- 2).
Sin la acción del Espíritu Santo no hay conversión, no
hay comunidad ni fraternidad. Gracias a la acción poderosa del Espíritu de Dios
que viene a nosotros por la Fe de Jesucristo, hoy podemos cultivar y poseer una
voluntad, firme, férrea y fuerte para amar y servir a Dios en los hermanos. Hoy
podemos sumergirnos en la Pascua de Cristo y pasar de la muerte a la vida, del
pecado a la Gracia, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad,
de la aridez a las aguas vivas del Espíritu (Jn 7, 38-39) Hoy podemos creer,
obedecer, amar, seguir y servir a Jesucristo para vivir como discípulos suyos,
y por ende como hijos de Dios. Teniendo presente las Palabras de san Pablo:
“Que vuestra caridad no sea fingida; detestad el mal y
adheríos al bien; amaos cordialmente los unos a los otros, estimando en más
cada uno a los otros. Sed diligentes y evitad la negligencia. Servid al Señor
con espíritu fervoroso. Alegraos de la esperanza que compartís; no cejéis ante
las tribulaciones y sed perseverantes en la oración. Compartid las necesidades
de los santos y practicad la hospitalidad” (Rom 12, 9- 13).
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