LA LIBERTAD ES DON Y CONQUISTA

           La Libertad, Don y Conquista.

Objetivo: Enfatizar en la necesidad de distinguir entre Libertad y liberación, para poder entender la vida como un “proyecto” no terminado y en el que el hombre tiene que responder haciéndose responsable de su propia realización.

Iluminación. “Dios quiso dejar al hombre en manos de su propia decisión” (Eclo 15, 14) “Para ser libres os liberó Cristo” (Gál 5, 1), para que pueda adherirse libremente a su Creador y llegar a así a la bienaventurada perfección (Catic 1743).

1.           El camino para hacerse libres.

El camino es estrecho y lleno de obstáculos, pero también, lleno de experiencias liberadoras, gozosas, gloriosas y luminosas. Un estilo de vida que nos presenta el Evangelio: Vivir en la verdad, practicar la justicia, tener misericordia, abrir campos de acción para que otros desarrollen sus carismas; estar siempre en lucha contra toda forma de manipulación en la comunidad y tener la disponibilidad para soportar el precio por trabajar a favor de la emancipación humana. Trabajar en hacerse libres o en ayudar a otros es necesario saber distinguir entre libertad y liberación.
Una cosa es la libertad y otra es la liberación. La libertad, lo hemos dicho es un don y la liberación es un proceso, es la acción de la libertad. La libertad que otorga Cristo es real y verdadera. “La verdad os hará libres” (Jn 8, 33) “Sí el Hijo nos libera seremos, realmente libres” (Jn 8, 36) Ser libre es estar liberándose continuamente. Digamos con firmeza y gratitud que la libertad es el regalo que Dios nos ha hecho.

Al hacernos libres, Dios se nos regala Él mismo, pues Dios es libertad. San Pablo nos dice que el Espíritu Santo es el Espíritu de la libertad. (2 Cor 3, 17) Jesucristo es el hombre totalmente libre: Libre para dar su vida… libre para entregarse; libre para amar a los suyos hasta el extremo (Jn 13, 1) libre para amar a sus enemigos y orar por ellos: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34) Por eso pudo decirnos: “Amen a sus enemigos y recen por ellos” (Lc 6, 27) En el camino para hacernos libres encontramos varios pasos:

2.           Escuchar la Palabra de verdad (Jn 17, 23).

La Palabra es semilla de humildad y libertad, de santidad y de caridad. La escucha de la palabra nos  engendra en la fe (Rm 10, 17) que es: confianza filial en el amor del Padre amoroso del Cielo. Fe que es obediencia y pertenencia al Señor que nos amó y se entregó por nosotros (Ef 5, 1; Gal 2, 19-20) Escuchar la Palabra es mucho más que oírla, es guardarla y ponerla en práctica. “Felices los que escuchan mi palabra y la guardan” “felices los que escuchan mi palabra y la cumplen” (Lc 8, 21; 11, 27)
Dios nos llama a la conversión, no escucharlo es endurecer el corazón, es darle la espalda y cerrarse a la acción del Espíritu. Cuando el Señor quiere liberar a una persona, se acerca a ella como Buen Pastor y el primer regalo que le hace es el don de su Palabra. Quien se abre a la acción de la Palabra recibe un segundo regalo: el amor y la misericordia, es decir, el perdón de sus pecados. Para luego recibir el tercer regalo: el conocimiento de Dios y la fidelidad al amor recibido (cf Os 2, 21s)

3.           Reconocimiento y aceptación del vacío de libertad.

Este reconocimiento es como la antesala del Encuentro con Jesús, Salvador del Hombre. Exige el dejarse encontrar por el amor del Buen Pastor que busca a las ovejas perdidas hasta encontrarlas (Lc 15, 4). Dejarse encontrar significa: reconocer que no somos felices, que nos hemos equivocado, que estamos necesitados de ayuda y que esa ayuda sólo puede venir de Dios.
Esto pide el reconocimiento de los defectos, debilidades y pecados personales. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos… (1 Jn 1, 8) El reconocimiento de los defectos personales requiere ya, de una porción de humildad, por eso sólo puede lograrse con la luz del Espíritu Santo que se nos ha dado, implícito en la Palabra de Dios que es escuchada con fe y esperanza.

4.           Buscar el Rostro de Cristo.

Humilde y liberador en el encuentro con él. Con un corazón contrito y abatido. Esto es arrepentirse. El arrepentimiento consiste en un cambio en la manera de pensar, de mirarse, de valorarse y aceptarse a sí mismo. Sólo en medida que tengamos la manera de pensar de Cristo Jesús (cf Flp 2,5) seremos capaces de entender el daño que nos ha ocasionado el pecado y el daño que hemos hecho a los demás. El arrepentimiento cuando es auténtico, se diferencia del remordimiento. La persona se abre al cambio, deja de culpar a otros para, con los pies sobre la tierra, experimentar las dos dimensiones del arrepentimiento: el dolor por haber hecho daño a otros y el firme propósito de no volver hacerlo.
Un ejemplo de arrepentimiento lo encontramos en el “hijo pródigo”. Vuelve a los brazos del Padre con un deseo profundo de cambio y con un corazón abatido: “He pecado contra el cielo y contra Ti”. El Padre, no sólo lo recibe, sino que va a su encuentro, y lo acoge incondicionalmente. (Lc 15,11s)

5.           Romper  con el pecado.

Despojarse del hombre viejo (Col 3, 5s) huir de la corrupción (1 Pe 1, 4b) huir de la fornicación (1Cor 6,18) Romper con el pecado es liberarse del yugo de esclavitud, en situaciones de desgracia y de no salvación con la ayuda del Espíritu. Quien se convierte al Señor ha de abandonar los terrenos de la mentira, del fraude, de la explotación, de las supersticiones, de la lujuria, para que el pecado no reine en sus miembros mortales. Es un morir al pecado para poder vivir para Dios, buscando el perdón y la paz que sólo el Señor  puede darnos.
Para darle muerte al hombre viejo y al pecado que reina en sus miembros mortales, el cristiano, sabe que su pecho no es el lugar para guardar sus pecados, sino, Jesús que llama al pecador y lo atrae hacia el Él con cuerdas de ternura y con lazos de misericordia (Os 11, 5s) “Vengan a mí los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28) Jesús invita al pecador a acercarse al Sacramento de la Reconciliación para un encuentro entre la miseria y la misericordia. Encuentro liberador, gozoso y glorioso. Jesús no sólo perdona al pecador a quien acoge con cariño y ternura por medio de la Iglesia, sino que también, lo reviste de fuerza y poder espiritual, para que pueda caminar en el poder de Dios, como hombre libre y reconciliado con Dios y con la Iglesia.
6.          Oración y Alabanza.

La alabanza es por excelencia el anti-pecado. Al inicio de su carta a los Romanos, San Pablo dice que hay un pecado madre, un pecado que es el fundamento de todos los pecados y se llama impiedad. Y este pecado consiste en no reconocer a Dios (por tanto no es el pecado de los ateos). Podemos conocer que hay Dios, pero no darle gloria y no darle gracias como es debido. Esto es el pecado-madre: la impiedad. No alabar, no agradecer a Dios, sino gloriarse en sí mismo. (Cantalamessa)

Entonces, si el pecado-madre es la impiedad, es decir, el rechazo a glorificar y dar gracias a Dios, lo exactamente contrario al pecado de impiedad no es la virtud, sino la alabanza. Lo repito: lo contrario del pecado no es la virtud, sino la alabanza de Dios. Concibiendo nuestra liberación del pecado como un éxodo pascual, hemos hecho una emigración personal o comunitaria de Egipto, tierra de esclavitud, hacia los terrenos de la Gracia, los terrenos de Dios. Ha sido una verdadera pascua, un verdadero paso de la muerte a la vida. Pascua que es fuente de gozo, de alegría, de paz, de amor, amistad y comunión. Pascua que transforma nuestra vida en fiesta, en gratitud, en alabanza de la gloria de Dios.

7.          La docilidad al Espíritu Santo.

Por la acción del Espíritu en el Sacramento de la Reconciliación hemos renovado nuestro  Bautismo. De la misma manera que el Faraón y sus ejércitos fueron ahogados en el Mar Rojo, hoy el demonio, nuestros pecados, nuestro hombre viejo y nuestros pecados actuales han sido vencidos, expulsados y perdonados. Ya no están, ahora somos libres con la libertad que Cristo nos otorga y revestidos con su poder podremos luchar para permanecer siendo libres. Así podemos decir que la libertad cristiana es don y conquista.

8.           A modo de testimonio.

Recuerdo el mismo día que por gracia de Dios viví esta inefable experiencia dentro de un “confesionario”, más tarde, al llegar a casa ofrecí al Señor mi primer “sacrificio de alabanza”, con libertad y conciencia dije: “Te prometo Señor no volver a fumar cigarros ni marihuana en toda mi vida”. Sí se puede, no estamos solos, el Señor está con nosotros.

Pocos días después, guiado por el Espíritu, de eso estoy convencido, decidí no volver a los centros nocturnos, romper con la borrachera y guardar el “Sexto Mandamiento” No al adulterio, no a la fornicación, no a la pornografía y no a la masturbación. La razón: “Para ser libres nos libertó Cristo” (Gál 5, 1). Ahora podía ofrecer sacrificios de acción de gracias: Guardar los Mandamientos, de Alabanza y de Reparación (Eclo 31, 1ss). No hay duda el “Espíritu Santo guía  a los hijos de Dios” (Rm 8, 14) Lo importante es conocer el camino: nos lleva a Cristo. Esto implica varios pasos, el primero es el desierto, la alianza, la tierra prometida…

V  El Desierto. Es el lugar de la victoria de Dios, y es la vez, el lugar donde habitan los demonios. Demonio es todo aquello que estorba, que impide el crecimiento del Reino de Dios en nuestra vida: impureza, miedos, inseguridades, odios, machismo, ambiciones, apegos, y muchísimos más. Uno a uno tiene que ir siendo descubierto, atado y echado fuera para ser quemado en la “hoguera del Espíritu”. De la manera que el Espíritu llevó a Jesús al desierto para prepararse para su misión, todo discípulo-misionero, es llevado a la intimidad, a la interioridad, al silencio, a la oración, a la lectura asidua de la Palabra, a nuevas opciones y decisiones que van limando sus asperezas y llenándolo de luz, de verdad, de amor, de Cristo. En el desierto Dios vence a sus elegidos, mejor aún, nos dejamos vencer por Él, aceptamos su voluntad para nuestra vida y nos abrimos a ella libre y conscientemente, renunciando a nuestros planes de vida para aceptar alegremente los que Dios nos propone. Dios no nos obliga, no nos violenta. Él amorosamente propone y el discípulo lo acepta o lo rechaza.

V  La alianza. En el desierto Dios hace alianza con sus elegidos. Él no hace alianza con esclavos, primero los libera, los hace libres y luego, a manera de seducción los lleva al momento de hacer una “Opción fundamental” por el Reino. Renuncio a ser amigo del Mundo para ser amigo de Dios. Renuncio a ser del Mundo para ser de Cristo, caminar con Él y vivir con Él. Está opción radical por el Reino de Cristo y sus valores, se da, más o menos, tres meses después de haber cruzado el Mar Rojo, es decir, después de haber nacido de nuevo por medio del Encuentro Personal con la Misericordia de Dios que ha tomado rostro humano: Jesús, el Salvador del hombre.

V  Dos experiencias, dos encuentros inolvidables: en el primero acepté ser amigo de Jesús y en el segundo, acepté ser sacerdote. Los dos fueron dentro de una misma semana. El primero fue en un “centro nocturno” al que no iba desde hacía tres meses 7 días. El siete de noviembre regresé a la Iglesia, y esta bella experiencia fue el día 14 de febrero, día del amor y la amistad. Romper la amistad con el mundo para ser amigo de Jesús, sólo puede ser fruto de la Gracia dentro de un proceso de liberación lleno de experiencia gozosas, liberadoras, gloriosas y dolorosas. En honor a la verdad, sólo puede haber dolor cuando no se ha experimentado “lo bueno que es el Señor”. Entre más estemos enraizados en el pecado más doloroso es el rompimiento.

V  Cuando llegué a aquel lugar el recibimiento fue espectacular. Me dijo el mesero: “Ya llegó el que andaba ausente”. Me sirvió una copa de coñac con una porción cinco veces mayor que lo normal, diciéndome: “La casa paga”. Vino la mesera con una muy amable sonrisa me saluda, me besa y me ofrece mesa, en un lugar donde había tanta gente que no había lugar ni para estar de pie. Me hizo sentir importante. Llegaban los antiguos amigos con palabras llenas de halagos. Había invitaciones para ir a sentarme a la mesa con la antigua novia o amante, realmente aquello era una invitación a volver la mirada al pasado, a la vida mundana. Por un momento me separé del lugar del bar hacía el lado del restaurant que estaba vacío, parado junto a una chimenea en la cual ardía el fuego, medité cada una de las palabras del mesero, la mesera, los amigos y las ex novia… me dije, así andaba yo antes… vacío, comprando amores, amistades… ahí, en ese momento hice mi opción por Jesús. Comencé por darle gracias por lo que había comenzado a hacer en mi vida. Luego le ofrecí no volver a tomar bebidas alcohólicas y no volver a pisar un “centro nocturno”, lugar de vicio. Inmediatamente salí de aquel lugar. Era la hora de “la luz y la verdad”. Sólo experimentaba una paz profunda y un gozo inefable. Una hora más tarde, ya en casa, tome la Biblia en mis manos y encontré que Jesús mismo me decía estas palabras del Evangelio de san Juan: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”. “El mundo los odia porque ustedes me aman; sí ustedes me odiaran el mundo los amaría”. “Ya nos los llamo sirvientes…A ustedes los llamo amigos…Yo los he elegido a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto…Ustedes no son del mundo…Yo los he sacado del mundo” (Jn 15, 14- 27) Hice mías todas estas palabras: amigo, elegido, destinado, enviado, con la misión de llevar amor. Lo que realmente había sucedido es que había hecho mi opción fundamental por Jesucristo.

V  El compromiso. El compromiso es con Dios y exige haber experimentado su amor, estar viviendo de encuentros con el Señor y con la Comunidad. La clave del compromiso es: “Ser de Cristo” y su ley es “el Amor”. Cuando en el corazón del discípulo se ha ido entretejiendo una doble certeza: la primera  tiene su iniciativa en la acción de Dios que nos amó primero. La certeza de que Dios me ama. La segunda certeza, fruto de la acción del Espíritu y de respuestas generosas es indispensable para sellar el compromiso: La certeza que también yo lo amo. Dos amores que se encuentran, dos voluntades que se donan una a la otra.

El compromiso no es por uno o dos años es para toda la vida. “soy del Señor que me amó primero” Acepto pertenecerle a Él y al Grupo de Jesús: Los Doce. Iré a donde me envíe y diré lo que me ordene decir. Le entrego las llaves de mi vida para que haga conmigo lo que Él quiera. Estoy en sus manos, mi vida le pertenece. El compromiso es expresión de triunfo y victoria contra las fuerzas del demonio, es la victoria de Dios que se manifiesta en su discípulo con la triple afirmación de: “Obedecerlo”, “Amarlo” y “Servirlo”. Nuestro corazón es ahora un odre nuevo dispuesto a recibir el vino nuevo que es el Espíritu Santo.

9.          La libertad y la práctica del bien.

La liberación del mal se despliega con la fuerza del Espíritu al cultivo de las virtudes, sin las cuales la libertad queda en entre dicho, en su simple concepto, pero no en fuerza liberadora. De la misma manera que para poder crecer en el conocimiento de Dios, es indispensable  que  la virtud de la fe tenga frutos, que son a la vez “frutos de la libertad”. Sin la virtud de la continencia, la fe está muerta y vacía y el hombre ha vuelto a ser esclavo. La fe es vida, es amor, es libertad; la fe es inseparable de la libertad. Unidas son poder que actúa en nuestros corazones. El ejercicio de la libertad se manifiesta en la renuncia al mal y en la práctica de la virtud.  Cada virtud es manifestación y despliegue de la libertad.  Decimos que sin libertad no hay continencia, pero a la misma vez, decimos que la continencia perfecciona la libertad y al amor, por lo tanto, fortalece y robustece la voluntad. Una voluntad orientada a Dios sería el arma más poderosa contra cualquier acechanza del pecado que busca hacernos esclavos. Fe y libertad… están siempre alumbrando a un “hombre nuevo” que está naciendo, capaz de caminar con los pies sobre la tierra y con la cabeza levantada, con dignidad.





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