Los Mandamientos de la Ley de Dios
Objetivo. Mostar la importancia
de guardar los Mandamientos de Dios de parte, especialmente, de los que nos
llamamos cristianos, como un acto de justicia a Dios y a los hombres, para que
podamos apropiarnos de la “lluvia de bendiciones” que Dios derrama sobre la
Iglesia y la Humanidad.
Iluminación. “Los que temen
al Señor no desobedecen sus palabras, los que le aman guardan sus caminos. Los
que le temen al Señor buscan su agrado, los que le aman quedan llenos de su Ley” (Eclo.
2, 15- 16).
1.
La finalidad de los Mandamientos.
En el interior de todo ser humano Dios ha puesto como en una
cajita dos principios fundamentales para la moral cristiana: “No hagas cosas
malas y haz cosas buenas”. “Rechaza el mal y haz el bien”. Los diez
Mandamientos están grabadas por Dios en el interior de cada ser humano (Catic
2072). El “decálogo” o Las “diez palabras”, resumen y proclaman la Ley de Dios
y contienen las cláusulas de la Alianza establecida entre Dios y su Pueblo (Ex
31, 18). Por lo tanto pertenecen a la revelación que Dios hace de sí mismo, de
su gloria y de su santa voluntad. Las diez palabras son el don de Dios, no sólo
a su Pueblo, sino también a toda la humanidad. Dios entrega los mandamientos a
su Pueblo después de que ha hecho Alianza con él, para expresar que al amor
primero, el Pueblo debe dar una respuesta amorosa a Dios como amigo y como
padre y al prójimo con respeto y dignidad.
Cuando se administra el sacramento del Bautismo se hacen las
Promesas bautismales: “Renunciar al mal y la adhesión a las verdades de nuestra
fe. Los Mandamientos del Señor, expresan
los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo; son
inmutables, valen siempre y en todas partes; no son una carga cuando se les ha
encontrado el sentido y la finalidad que Dios les dio para nuestro bien y el de
toda la Humanidad: El amor a Dios y el
servicio a los hermanos. San Juan nos dice: Todo el que guarda sus
Mandamientos conoce a Dios (1 de Jn 3, 24), ha nacido de Dios (1 Jn 4, 7),
permanece en Él, y le pertenece a Dios. (1Jn 4, 12). Para Juan, el Apóstol, el
amor es el fundamento de la comunidad fraterna. Dios es Amor y todo el que ama
es de Dios.
Los Mandamientos son inseparables de la alianza que por amor
Dios hace con su Pueblo en el monte Horeb, la montaña santa. A la luz de la
Sagrada Escritura la Alianza es amor de Dios a los hombres que libera de la
esclavitud de Egipto. Alianza es amor de los hombres a Dios y amor entre ellos.
Quebrantar uno de los Mandamientos es dejar de ser fieles a la Alianza, que es
comunión con Dios y entre los hombres; es violar los derechos de Dios y los derechos del
hombre.
San Agustín hablaba
de cuatro dimensiones: Una hacia arriba: amar a Dios con todo el corazón, con
toda la mente y con todas las fuerzas; la segunda dimensión apunta hacia abajo,
es decir amar la creación que Dios creó para que fuera el lugar donde habitaran
los hombres; la tercera dimensión es el amor hacia fuera es decir, el amor a
los hermanos (cfr Mt 22, 34ss); la cuarta dimensión es el amor hacia dentro, es
decir, amarse a uno mismo. De las cuatro sólo dos son Mandamientos: Amar a Dios
y amar al prójimo. El Decálogo forma una
unidad orgánica en la que cada “mandamiento” remite a todo el conjunto (Catic
2079). Trasgredir un mandamiento es quebrantar toda la Ley. Esto sólo será
posible con la ayuda de Dios cuando
inflama nuestro corazón con el fuego de su Espíritu para que pensemos y
actuemos según la voluntad de Dios. El Salmista nos dice: “Ten confianza en Yahveh y obra el bien, vive en la tierra y crece en
paz, ten tus delicias en Yahveh y te dará lo que pida tu corazón” (Sal 37
(36).
3.
Jesús y los Mandamientos del Padre.
“No he venido a abolir la Ley ni a los Profetas. No he
venido a abolir, sino a darles cumplimiento” (Mt 5, 17). Hablar de los
Mandamientos del Padre de los Cielos es hablar de su voluntad, santa y bendita.
Lo primero es: “Que creamos en el que Dios ha enviado, su Hijo Jesucristo” (cfr Jn 3, 16; 6, 39) y “que nos amemos unos a los
otros” (cfr 1 de Jn 3, 22). Para el Apóstol Pablo creer en Jesucristo implica
aceptarlo, obedecerlo y amarlo. Estas son realidades inseparables, y a la misma
vez son manifestaciones de una fe sincera (Gál. 5, 6; 1 Tim 1, 5). Ayudados por
la Gracia de Dios es posible guardar los Mandamientos. Con la Gracia de Dios y
nuestra cooperación trabajamos en la unidad entre inteligencia y voluntad, lo
que las une es el amor. Cultivar una voluntad, firme, férrea y fuerte para amar
a Dios y al prójimo es tarea para toda la vida. El punto de partida es amarse a
uno mismo. Lo contrario es el divorcio entre fe y vida, y como resultado son
nuestros comportamientos, neuróticos y hasta esquizofrénicos. Manifestación de
que existen personas descompuestas en proceso de deshumanización o
despersonalización.
Creer en Jesús, amar a Dios y a los hermanos son la
manifestación de la voluntad de Dios por excelencia: Fe en Jesucristo y amor para los que pertenecen a su Pueblo, son
las dos exigencias fundamentales que el apóstol Pablo pide a los Efesios y a
los Colosenses para que se hagan acreedores de las bendiciones espirituales que
él pide para la Iglesia (Ef 1, 15; Col 1, 4). En la primera carta de Juan
encontramos la inseparabilidad que hay entre fe y amor: “Su mandato es que
creamos en su Hijo, Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros, conforme al
precepto que Dios nos dio” (1 de Jn 3, 22). Creer en Jesucristo y a amar a Dios
y a los hermanos encierran toda la “obediencia de la fe” que llegada “ésta a su
madurez es caridad” (Gál 5, 6).
4.
Los Mandamientos y los Derechos Humanos.
Los Derechos humanos son los Mandamientos de Dios dichos en
forma negativa. El Derecho dice: todo ser humano tiene derecho a la vida, el
mandamiento dice: no matarás; el derecho dice: todo ser humano tiene derecho a
tener una familia, el Mandamiento dice: no desearás la mujer de tu prójimo y no
cometerás adulterio; el derecho dice: todo ser humano tiene el derecho a tener
lo necesario para vivir con dignidad, el Mandamiento dice: no robarás.
Los padres, los esposos
y los hijos tienen todos, el derecho a la intimidad, a la privacidad, al
mutuo reconocimiento y al mutuo respeto, el Mandamiento dice: honra a tu padre
y a tu madre. Este mandamiento hace referencia a toda la familia: los esposos
deben honrarse y respetarse, los padres deben honrar y respetar a sus hijos y
estos deben honrar y respetar a sus padres. Cuando el padre o la madre
abandonan el hogar están violando los derechos de los hijos. Cuando el padre no
es responsable con el sustento de sus hijos, está violando sus derechos, y lo
mismo, hace todo hombre que engendra hijos fuera de su hogar, es un violador ya
que todo ser humano tiene el derecho a nacer dentro de una familia. Lo mismo
los derechos humanos son violados cuando no se reconoce la “dignidad de las
personas”, se les ignora, se les instrumentaliza o se les desecha. Dios se
declara en defensa de la persona y de sus derechos al recordarnos la unidad
indisoluble que existe entre Mandamientos y Derechos humanos ya que ambos
tienen la misma fuente: Dios mismo: “Tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo,
preso y enfermo” y me diste de comer, de beber, me vestiste, me visitaste y
fuiste a verme” (Cfr Mt 25ss)
5.
Velar por los Derechos de los pobres.
Pensemos en los derechos fundamentales de toda persona: el
derecho a la vida, a la comida, al vestido, a la medicina, a la vivienda… Dios
se levanta por los derechos de los pobres y dice a sus amigos: “Dadles vosotros
de comer” (Mc 6, 34). Velar por los derechos de la viuda, del huérfano, del
extranjero nos lleva a compartir el pan, la casa y el tiempo con ellos. Para la
Biblia no basta con saber lo que es bueno o es malo, se debe hacer lo bueno y
rechazar lo malo. Por lo anterior podemos afirmar que guardar los Mandamientos
y velar por los Derechos humanos caminan de la mano, hacen referencia a una
misma realidad: practicar la voluntad de Dios.
En la enseñanza de Jesús, en el Evangelio de san Juan,
encontramos una referencia a dos tipos de mandamientos: Los de Dios y los del
Diablo: “Vosotros hacéis las obras de vuestro Padre; vosotros sois hijos del
Diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre” (Jn 8, 41. 44). No
olvidemos que en la enseñanza de Jesús encontramos esta lapidaria verdad: “Todo
el que peca tiene por padre al diablo” (Jn 8, 34- 44).
En cambio el que es de Dios escucha las Palabras de Dios (Jn
8, 47). Cuando las pone en práctica honra y da gloria al Señor y hace el bien a
su prójimo, dando así, fruto de vida
eterna y configurándose como discípulo de Jesús, el Señor (Jn 15, 8). Unos son
los criterios cristianos y otros son los criterios mundanos; mientras que Jesús
dice: “Ámense como yo los he amado” (Jn 6, 34) El mundo dice: sed poderosos y
ricos (cfr 1 Jn 2, 15). Con razón el profeta Isaías nos dejo dicho: “Vuestros
criterios no son mis criterios; vuestros pensamientos no son mis pensamientos y
vuestros caminos no son mis caminos” (cfr Is 55, 9-10). La diferencia es
impensable. No pensamos como Dios; como tampoco nos miramos, aceptamos y
valoramos como Dios nos mira, nos acepta y nos valora…
6.
La Obediencia al Señor: condición para salvarse.
Para el Señor Jesús la obediencia a los Mandamientos de Dios
es una condición para que podamos ver las manifestaciones de Dios en nuestra
vida y para que Dios habite por la fe en nuestros corazones (cfr Jn 14, 21. 23;
Ef 3, 17). Hay en el Evangelio de Juan dos textos que así lo demuestran: “Mi
alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34) y
“Pero ha de saber el mundo que yo amo al Padre y que obro según el Padre me ha
ordenado” (Jn 14, 31). Jesús tiene plena confianza en su Padre porque él
siempre hace lo que a Dios le agrada. En el mismo Evangelio de san Juan, Jesús
nos indica el camino para permanecer en su amor: “Si guardáis mis mandamientos
como yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,
10).
Pero es la oración del huerto de Getsemaní donde queda mejor
establecida la obediencia de Cristo a su querido Padre del Cielo: “Padre, si
quieres aleja de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”
(Lc 22, 42). Para san Pablo la
obediencia de Cristo al Padre está en la base de nuestra salvación: “Se
anonadó, se humilló a sí mismo, se hizo obediente hasta la muerte de cruz, por
eso Dios lo resucitó y le concedió el Nombre que está sobre todo nombre” (cfr
Flp 2, 6-11).
Para Mateo la obediencia al Padre es la exigencia
fundamental para que los hombres entremos en la “Casa de Dios”: “No todo el que
me dice señor, señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7, 21). San Lucas nos ilustra esta verdad
al decirnos: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo os digo”?
(Lc 6, 46). Ahora bien la voluntad del Padre está manifiesta en sus
Mandamientos, ya que estos son Palabras
santas de Dios que Él reveló a su pueblo en la montaña santa. Las escribió con
su Dedo (Ex 31, 9. 24). El Decálogo es un camino de vida: “Si amas a Dios, si
sigues sus caminos y guardas sus mandamientos sus preceptos y sus normas,
vivirás y te multiplicarás (Ex 30, 16). No basta con decir que se acepta la
voluntad de Dios, nos hemos de someter a ella libre, consiente y
voluntariamente que este sea el sacrificio de nuestro culto espiritual.
Lo mínimo que se le puede pedir a un creyente que quiera
vivir a la luz de las virtudes teologales es que guarde los Mandamientos de la
Ley santa de Dios. Quien los conoce y pone en práctica, ese es el que realmente
conoce a Dios, lo ama y lo sirve. Quien no lo hace se engaña a sí mismo y la
verdad no está en él.
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