“…Esa pobre viuda ha echado en
la alcancía más que todos”
El relato evangélico
En aquel tiempo
enseñaba Jesús a la multitud y le decía: “¡cuidado con las escribas! Les
encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles;
buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los
banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de
largos rezos. Éstos recibirán un castigo muy riguroso.”
En una ocasión
Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente
echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó
una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus
discípulos, Jesús les dijo:” Yo les aseguro que esa pobre viuda la echado en la
alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba: pero
ésta, en su pobreza ha echado todo lo que tenía para vivir”. Palabra de Dios. (Marcos 12, 38-44)
Explicación del texto.
¿Tenía Jesús dos
enseñanzas, una para sus discípulos y otra para la multitud? Respondemos, con
un no radical. La enseñanza de Jesús es una para todos los que crean en su
nombre, y una para toda la humanidad. El enseñaba a la gente adaptándose a su
capacidad de entender, sólo que de la calidad de la escucha depende la
capacidad de entender y de abrirse a una nueva vida. En la enseñanza de Jesús a
sus discípulos no hay lugar para lo esotérico, lo mistérico o lo misterioso:
“Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo único” (Jn 3, 16), “Quién quiera
ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y me
siga” (Lc 9, 23) ¿Existe algo misterioso en estas palabras; todo parte de un
acontecimiento, envuelve la realidad del que lo escucha y compromete a la
persona en su totalidad. Sin el compromiso evangélico no hay cristianismo, y el
compromiso, hunde sus raíces en la fe en Jesucristo y en el amor cristiano. Él
cual no admite violencia, egoísmos, odios, venganzas…todo esto destruye al
hombre, y Cristo ha venido, según las palabras de Juan a “Traer vida en
abundancia” (Jn 10, 10) Lo que sí hemos de decir que Cristo nos invita a creer
en él y a seguirlo…por el camino iremos entendiendo el mensaje… en la medida de
nuestra apertura y del seguimiento.
Cuando el Evangelio
dice que Jesús atravesaba Galilea y que quería que no se supiera porque “iba
enseñando a los suyos”, (Mc 9, 30) no quiere decir que tenía otra enseñanza
para ellos distinta a la que daba a la multitud, sino, que él había descubierto
que le quedaba poco tiempo, y quería dejar preparado al “Grupo de los Doce”
para que continuaran su misión después de su muerte y resurrección. Los mismos
discípulos muchas veces no entendían a Jesús y él tenía que explicarles el
significado de sus palabras. ¿Por qué no lo entendían? Por que su cabeza y sus
corazones estaban llenos con otros intereses, muy distintos a los de Jesús.
Mientras él les hablaba de dolor, sufrimiento y muerte, ellos hablaban de
ocupar los primeros lugares y del poder milagroso del Señor. (Mc 9, 31-32)
¿Qué enseña Jesús a sus discípulos?
Jesús, en su camino
a Jerusalén enseña a sus discípulos a apartarse de la avaricia de los jefes de
las naciones y a entrar en la dinámica del servicio. Jesús el revolucionario
del Reino, ha iniciado una revolución, la del servicio. La única capaz de
cambiar el mundo. Jesús invita a sus discípulos a no buscar la fama, el
prestigio, el poder y la riqueza de este mundo. Jesús es el Profeta del Reino
al llegar a Jerusalén denuncia la vanidad y la avaricia de los escribas y
fariseos, de los hombres encargados de la religión, de la cual han hecho su negocio. Dios, Jesús, no se fija en el tamaño
del paquete, es decir, del regalo, sino en la intención del corazón. Además
Jesús presenta como modelo a seguir la pobreza y la total entrega de sí mismo a
la causa del Reino. Con las cosas de Jesús no se trata de entregar, sino de
entregarse. Este es el camino del discipulado. “Las aves tienen sus nidos, las
zorras tienen sus madrigueras, pero el Hijo del Hombre, no tiene donde reclinar
su cabeza”. “Deja que los muertos entierren a los muertos, tú dedícate a
anunciar el Reino de Dios” (Lc 9, 57ss) ¿Existe algo de misterioso en estas
palabras? No, la verdad está manifiesta en las palabras de Jesús: no hay lugar para el derroche consumista, para
el conformismo, para los lujos superfluos o para la búsqueda de intereses
personales.
Lo que realmente humaniza
“Yo les aseguro que
esta pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos”. ¿Será que Dios nos pide mucho? No, Dios no
nos pide mucho, tampoco, nos pide poquito, Él, lo pide todo… y pide que lo
demos con amor. Un servicio sin amor no humaniza, no es fraterno, y no realiza.
Por otro lado la religión de Jesús, no permite el buscar quedar bien, el
lucirse, el sentirse por encima de los demás. “Quién busque quedar bien delante
de los hombres”…no es grato a los ojos de Dios. Los hipócritas (los fariseos),
daban de la abundancia de sus bienes, pero, todo lo hacían para agradar a la
gente, buscando el bien personal, la viuda en cambio, lo dio todo, aún de lo
que tenía para vivir, razón por la que salió del Templo justificada, su
desprendimiento era manifestación de su amor, de su humildad y de su confianza
en Aquel que se preocupa de alimentar a los pajaritos.
Dios no
se fija en la acción, se fija en la intención
Dios no se fija en
exterior, como tampoco en la acción, sino en la intención con la que hacemos
las cosas. El amor brota de un corazón limpio, de la fe sincera y de una recta
intención (2 Tim 1, 5) la ambición de la riquezas, como cualquier otro pecado,
mancha al hombre y le hace daño (Mc 7, 14- 23) “El ojo es la lámpara del cuerpo,
si el ojo está sucio, todo el cuerpo estará sucio, de la misma manera, la
intención es el ojo de la acción, si la intención está sucia, toda acción
estará igualmente sucia. No basta con dar, hay que tener una intención recta. No
hagamos buenas obras para tener méritos de frente al Señor, eso sería expresión
de egoísmo y de un infantilismo crónico, pidamos más bien al Señor que nos
regale “una recta intención” que se define como el hacerlo todo para la mayor
gloria de Dios y para el bien de los hombres. “Dios bendice al que ama con
alegría” (cf 2 Cor 9, 7) Dar con amor es sinónimo de dar con alegría. Y esto
exige tratar a quien damos una ofrenda reconocerlo como lo que es: un alguien,
una persona que merece nuestra justicia, es decir, el reconocimiento de que
además de ser persona, es nuestro hermano, creado a “imagen y semejanza de
Dios”. Sólo entonces nuestras donaciones nos ayudarán a ser lo que estamos llamados a ser: mejores
personas.
Jesús al ver a la
viuda dar de lo que necesitaba para vivir, seguro estoy que recordó su propia
enseñanza: “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los
Cielos”. ¿Por qué nos costará tanto trabajo el reconocer que tan sólo somos
administradores de la multiforme gracia de Dios? ¿Será que en cada uno de
nosotros existe la tendencia a “ser como dioses? ¿No será que nosotros somos
hoy día los modernos fariseos? Somos personas religiosas que venimos al templo,
tenemos altares en nuestras casas, Pero…cerramos los ojos ante el dolor ajeno o
arremetemos contra quien se atraviesa en nuestro camino. Nos hacemos
indiferentes ante el dolor, pobreza o necesidades de los demás. Nos apropiamos
de lo que en justicia pertenece a otros, especialmente a los menos favorecidos.
¿Será por qué tenemos corazón de rico, aún siendo pobres materialmente? A eso
se le llamaría ser ricos espiritualmente (fariseos). El rico de espíritu se
llena de soberbia, avaricia, codicia, vanidad, presunción y otras realidades,
que bien pueden ser espirituales, intelectuales, morales o materiales. Mientras
que la humildad, unida a la pobreza de espíritu y al desprendimiento es la
madre de la caridad.
Aplicación a
nuestra vida.
¿Qué nos pudiéramos
proponer para buscar una vida cristiana que responda a la medida de nuestra fe?
Lo primero sería buscar la unidad entre fe y vida por el camino del
arrepentimiento mediante el encuentro con Cristo. El divorcio entre fe y vida
es fuente de desgracias, divorcios, opresión, explotación, drogadicción,
prostitución y más. Después de romper con el pecado, aprender a escuchar al
hombre concreto, con una necesidad específica y tratarlo como lo que es: una persona.
Esforcémonos por ser más misericordiosos, especialmente con los que no tienen,
o con los que han perdido el brillo de su dignidad. Tengamos la sensibilidad de
Cristo en nuestro trato con los que sufren. Revisemos nuestra manera de gastar;
todo lo que se gasta en lujos innecesarios, en cosas superfluas, es un fraude
al pobre. Entonces comprenderemos que la verdadera religión consiste en ayudar
a la viuda, a los huérfanos y a los pobres (cf Santiago 1, 27)
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