El
Buen Samaritano.
1.
El
relato bíblico
“Se levantó un legista
y dijo para ponerlo a prueba: Maestro, ¿Qué he de hacer para tener vida
eterna?” Él le dijo: “¿Qué está escrito en el Ley? ¿Cómo lees? Respondió:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus
fuerzas y con toda tu mente; y a tu próximo como a ti mismo”. Díjole entonces:
“bien has respondido. Haz eso y vivirás”. Pero él queriendo justificarse dijo a
Jesús: “Y ¿Quién es mi prójimo?”
Jesús respondió:
“Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos en manos de
salteadores, que, después de despojarlo y golpearlo, se fueron dejándolo medio
muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo dio un
rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio lo vio y dio un
rodeo.
Pero un samaritano que
iba de camino llegó junto a él, y al verlo tuvo compasión; y acercándose, vendó
sus heridas, echando aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura,
lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se
los dio al posadero y dijo; Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Quién de
estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? Él
dijo: “El que practicó la misericordia con él”. Díjole Jesús: Vete y haz tu lo
mismo”. (Lc 10, 23- 42).
2. El Buen Samaritano.
Los Padre de la
Iglesia, de los primeros siglos, están de acuerdo en decir que Jesús es el Buen
Samaritano que se ha acercado a una humanidad herida por el pecado. A una
humanidad que se encuentra al borde del camino, sin rumbo y sin esperanza, al
margen de su realización humana. Se ha acercado a una humanidad que se
encuentra en proceso de deshumanización y descomposición social. A esta
humanidad Jesús le dice: “Vengo para que tengas vida y la tengas en abundancia”
(Jn 10, 10)Jesús ha venido a destruir las obras del diablo (Hech 10, 38), a
sacarnos de la esclavitud de la ley y a traernos al Espíritu Santo que clama en
nuestro interior: “Abba Padre” (Gál 4, 4- 6) Lucas pone en la boca de Jesús
estas palabras: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra, y como ardo en
deseos de que ya estuviera ardiendo” (Lc 12, 49). ¿De qué fuego se trata?.
¿Qué hace Jesús para
rescatar a la humanidad en estado de descomposición? “Lleno de compasión se
dona y se entrega; se gasta amando a los suyos hasta la muerte de cruz”. Para
Lucas Jesús es el Buen Pastor que busca a la oveja perdida y la busca hasta
encontrarla, y cuando la encuentra la pone sus hombros y la lleva al redil de
las ovejas (Lc 15, 1-4) La busca, la encuentra, la cura, la lleva al redil… el
redil es la Iglesia… la posada es la Iglesia, es la Comunidad Cristiana. Marcos
dice que encontró a la muchedumbre que andaba como ovejas sin pastor y lleno de
compasión se puso a enseñarles muchas cosas y al final del día les da de comer.
¿Qué enseña Jesús?
Jesús, Maestro de Maestros, enseña el arte de vivir en comunión con Dios
consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. En comunión con Dios como
hijos y con los demás como hermanos. Jesús nos enseña el arte de ser
misericordiosos y compasivos: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial
es misericordioso” (Lc 6, 36) Jesús nos enseña el arte de amar hasta dar la
vida, no sólo por los amigos, sino, también por los enemigos: Amen a sus
enemigos, hagan el bien… (Lc 7, 27ss)
¿Cómo enseña Jesús? El
Maestro de Nazaret enseña con sus palabras, con sus milagros, con sus
exorcismos y con su estilo de vida. En Jesús palabras y acciones son
inseparables. Dice lo que es, hace lo que dice. En Él no hay divorcio entre su
ser, su decir y su actuar. Nosotros en cambio, por un lado creemos y por otro
lado actuamos.
3. El contexto histórico.
Un jurista le pregunta
a Jesús sobre la vida eterna. En Mateo la pregunta es sobre cuál es el
Mandamiento más importante. Ambos contextos nos refieren al encuentro de Jesús
con el joven rico que también pregunta. “Maestro, ¿Qué de hacer para tener vida
eterna?” La respuesta es la misma: “Guarda los Mandamientos”. El fin de ellos
es el amor a Dios y el amor al prójimo. Amor que se expresa en el servicio, en la
donación y en la entrega. Cuatro son las
dimensiones del amor que nos enseñan que en el amor no hay límites: dimensión
hacia arriba, hacia abajo, hacia fuera y hacia adentro: Amor a Dios a los
demás, a uno mismo y a la Creación. De las cuatro sólo dos son Mandamientos:
Amar a Dios y a los demás.
4. La historia en la época de Jesús.
Entre samaritanos y
judíos existe un odio de generaciones. Los judíos habían profanado el
templo de Garitzín y mutuamente entre ellos se llamaban herejes, idólatras,
paganos… Recodemos el pasaje de Jesús con la mujer llamada la samaritana:
“Mujer dame de beber”. La respuesta fue negativa: ¿Por qué me pides de beber?
¿Qué no sabes que ustedes y nosotros somos enemigos? (Jn 4, 1ss) Para Jesús
ellos no son enemigos, son hermanos, hijos de su Padre, por eso se hace el
encontradizo, para llevarlos a la Verdad que los hará libres. Jesús quiere
enseñar al jurista que una religión vacía de misericordia nos es grata a Dios. Para
esto elige a un samaritano para mostrar el vacío de la religión y de los ritos
del Templo.
5. Los personajes del relato.
El
herido. Un hombre, sin mas. No se dice su nombre. No
sabemos de donde era, que religión tenía, si era pobre o rico, judío o pagano,
esclavo o libre, inteligente o tonto, si tiene o no seguro de gastos médicos,
con familia o sin ella… un hombre que pertenece a la raza humana, es entonces
de la familia, no nos debe ser extraño, nos pertenece.
Los
ladrones: Los amantes de lo ajeno. Los que quieren tener o
vivir bien a costa de los demás han existido siempre. Qué otros trabajen, el
ladrón en su momento se aprovecha de la debilidad o de una situación de
inferioridad de fuerzas y despoja a su semejante de lo que necesita para vivir.
No sabemos si roban por necesidad o para tener ventajas económicas, el
resultado es el mismo: hacen daño a otras personas.
El
sacerdote: el hombre del culto. Lleva prisa, tal vez, no
quiere contaminarse para poder celebrar el sacrificio en el templo. Tiene alma
de fariseo, tal vez, se ha formado en su escuela. Se caracteriza por su
legalidad, rigorismo y perfeccionismo, pero se olvida de lo más importante: la
misericordia. Además de sacerdote es catequista que enseña la doctrina de la
Sagrada Escritura, pero de frente aquel hombre herido se olvida del anuncio del
profeta: “Misericordia quiero y no sacrificios”.
El
Levita: un hombre al servicio de Dios en el templo de
Jerusalén, educado en la Ley de Moisés que pedía cumplir 613 preceptos para
poder agradar a Dios, hace lo mismo que el sacerdote: da un rodeo, evita
involucrare en situaciones difíciles. Para él no hay tiempo para perder, los
servicios del Templo exigen ser puntuales.
Los dos hombres, el
sacerdote y el levita, no quiere decir que sean malos funcionarios, sino que la
observancia legal, para ellos estaba primero que la práctica de la
misericordia. Primero el culto que la persona; primero el que dirán que la
persona… inversión que descubre la ausencia de amor fraterno.
El
Samaritano: Lo que no hicieron los hombres
encargados de la religión, lo hace un extranjero que era considerado pagano,
ateo, un enemigo de los judíos. Con esto Jesús pone a un hereje como
protagonista de una buena acción, y a la vez desenmascara lo estéril de una
religión sin obras de misericordia.
El
posadero está al servicio de la posada. Le prometen una
recompensa y le hacen un pago por cuidar al herido. ¿Es un asalariado? O
¿alguien que trabaja con alegría y hace suyo el trabajo que se le ha confiado?
Alguien ha dicho que
todos estos personajes están dentro de nosotros: podemos ser, tanto, el
sacerdote, como el levita, el herido como el posadero, el buen samaritano como
los ladrones. Algunas veces hacemos el bien con alegría, otras a la fuerza o de
mala gana. Otras veces, vemos, pero le hacemos al ciego. Oímos pero le hacemos
al sordo. En nuestro interior llevamos la capacidad de hacer el bien y de hacer
el mal. Podemos decir con San Pablo: “No siempre hago el bien que quiero, sino
el mal que no quiero” (cfr Rom 7, 14ss)
Jesús alerta a sus
discípulos diciéndoles: “Si vuestra justicia no supera la justicia de los
fariseos, no entraréis en el Reino de Dios”. (Mt 5, 20) Los fariseos ayunaban
dos veces a la semana; hacían oración cuatro veces diarias, pagaban diezmo dos
veces por semana, pero Jesús tiene algo contra ellos: No tenían misericordia ni
amor a su prójimo. Dos realidades que deben ser inseparables amar a Dios y amar
al prójimo.
6. Llamados a encarnar las actitudes
del Buen Samaritano.
Se
acercó y lo vio. Los ciegos y cortos de vista son
personas atrofiadas por el pecado, desnudas y desprovistas de los dones de Dios
(cfr 2 Pe 1, 8s). Muchas veces le hacemos al ciego para evitar perder nuestro
valioso tiempo o para evitar el compromiso. Unos más podrán decir: no me puedo
meter las manos para porque me pueden culpar, le sacamos al parche. El miedo es
un enemigo que paraliza, nos deja manifestar el amor a los pobres, a los
enfermos, a los que sufren.
Tener la mirada de la
fe, es tener la mirada de Jesús, de Dios, para vernos a nosotros mismos y a los
demás como Dios los ve: con amor, compasión, misericordia. El cristiano que
tiene la mirada de Dios, también tiene la mente, la voz y las manos del Señor.
El hombre de Dios nunca dice: “Pobrecito, Dios que lo bendiga”. La lástima no es
lo nuestro, lo nuestro es la compasión. El grito del espíritu cristiano sería:
“¿En qué puedo ayudar? ¿De a cómo me toca? Ver las necesidades del otro; sus
preocupaciones y penas. Ver también significa descubrir la voluntad de Dios
para la persona que Él ha puesto en mi camino.
Tener
compasión. Es el llamado a la compasión; un llamado
a tener los mismos sentimientos de Cristo (Fil 2,7). La compasión significa: Padecer con; sufrir
con el que sufre; es hacerse solidario, meterse en los zapatos del otros; hacer
nuestro su problema y su necesidad para
responderle con lazos fraternos. Es el llamado que Jesús hace a sus discípulos
a ser misericordiosos: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es
misericordioso” (Lc 6, 36).
Pongamos los pies sobre
la tierra: para ser misericordiosos, es necesario desprendernos del traje de
tinieblas que envuelve nuestro corazón y revestirnos con las armas de luz que
nos propone san Pablo: “La noche va pasando el día se acerca ya, despojaos,
pues del traje de tinieblas y revestíos con la armadura de Dios” (Rom 13, 11s).
La compasión no crece en la soberbia, en la envidia, en la avaricia. Será por
eso que san Pedro nos recomienda: “Huyan de la corrupción para que puedan
participar de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4) No podemos llenarnos de Dios si
antes no vaciamos el corazón de todo aquello que es incompatible con la Gracia
de Dios. Volviendo a san Pablo encontramos una exhortación que nos ayuda a
entender nuestro mensaje: “Huyan de las relaciones sexuales impuras” (2 Cor 6,
18). El experto de Tarso dice a la comunidad de Efeso: “Fortaleceos en el
Señor, con la energía de su poder, para que podáis resistir el día malo” (Ef 6,
10ss) Nadie que viva en la mentira, en el odio, en la injusticia podrá ver la
Gloria de Dios.
La misericordia y la
compasión necesitan de un corazón reconciliado, perdonado y renovado; que haya,
y esté padeciendo la acción del Espíritu para que pueda ser pobre, humilde,
manso, casto, para que pueda nacer y crecer el amor que Dios derrama en
nuestros corazones con el Espíritu Santo que Él nos ha dado” (cfr Rom 5, 5).
Para el autor de primera carta de Juan, la condición mínima es romper con el
pecado y guardar los Mandamientos del Señor (1 Jn1,8ss; 1, Jn 2,1ss) En su
Evangelio Juan nos dice: “El que conoce mis Mandamientos y los guarda, ese es
el que me ama, y a ese, lo amo yo y lo ama mi Padre y vendremos y nos
manifestamos en él” (Jn 14, 21) El Señor se manifiesta enseñándonos a ser
misericordiosos y compasivos. Dios es Misericordia y habita en corazón que
guarda sus palabras (cfr Jn 14, 23). Estas palabras son las Bienaventuranzas:
“Limpios de corazón para poder ser misericordiosos” (Mt 5, 3ss)
Acercarse.
Acercarse para hacerse prójimo, amigo, hermano, compañero de camino. Quisiera
recordar aquí el texto del libro del Éxodo: “He visto la opresión de mi pueblo;
he escuchado el clamor de mi pueblo; he bajado para liberar a mi pueblo” (Ex.
3, 7) Acercarse exige levantarse, salir fuera para ir al encuentro del pobre,
del enfermo, de los hombres que están tirado al borde del camino, al margen de
su realización. Es buscar la oveja perdida para invitarla a volver al camino
que nos lleva a la casa del Padre. Esta acción, cuando es movida por la caridad
exige romper con el conformismo, con la dulce vida, con la vida fácil. Veces
hay que interrumpir el sueño, el descanso, abandonar la televisión, etc.
La experiencia de los
misioneros de los enfermos son muchísimas y muy hermosas. Regresan a la
Parroquia con carretadas llenas de enfermos, de leprosos, de cojos y
paralíticos. Ancianos abandonados, sin la más mínima ayuda, viviendo en
situaciones de miseria, algunos sin los sacramentos, otros, católicos, pero que
por su enfermedad y soledad se habían retirado de la Iglesia.
La caridad pastoral nos
da la triple disponibilidad para: hacer la voluntad del Padre, para acercarnos
a una persona concreta para iluminarla con la luz del Evangelio y
disponibilidad para dar la vida por realizar los dos objetivos anteriores. La
exigencia es salir fuera movidos por el amor. No perdamos de vista que el alma
de la pastoral es el amor a Cristo, a su Iglesia, a las almas, alos pobres.
Vendar
las heridas. Es trabajo solo para experienciados: aquellos que antes se han
dejado curar y que ahora son terapeutas heridos. “Echó
vino y aceite en las heridas de aquel hombre”. El vino del consuelo y el aceite
de la ternura. Teológicamente sabemos que se trata del don del Espíritu Santo,
el Consuelo que Dios nos ha dado para que nosotros consolemos a los que sufren
y padecen cualquier tipo de opresión (cfr 2 Cor 4,1ss). Gracias a la presencia
del Espíritu Santo en nuestros corazones, movidos por la compasión tenemos
palabras que animan, motivan, exhortan, consuelan, alivian y dan vida a quienes
las escuchan. Para consolar a los que sufren hemos de aprender a escuchar los
problemas, las angustias, el dolor de los otros. Lavamos y vendamos heridas
cuando damos amor, paz y alegría. Cuando tratamos a los que sufren como personas,
como hijos de Dios; como seres valiosos, importantes y dignos.
Llevar
a la Posada y Pagar por los servicios. “Lo puso sobre su
cabalgadura y lo llevó a la posada”. El
herido es un ser humano creado a la imagen y semejanza de Dios; no me debe ser
extraño; no es un extranjero ni un
forastero me pertenece, es de mi familia. Sólo entonces puedo entender al
Espíritu Santo que se mueve en mi corazón pidiendo: “carga con sus
debilidades”. El herido es un “don de Dios”, y Yo, soy un “don de Dios para
él”. El que ama no tiene miedo a manifestar su amor cargando las debilidades de
los demás. La acción de cargar con los pobres pide tener un corazón libre de
apegos, de esclavitudes, de miedos para darse y entregarse en servicio a los
que sufren.
El Buen Samaritano lo
puso sobre sus hombros antes de ponerlo sobre su cabalgadura. Lo abrazó y se
dejó abrazar. No hubo miedo hacerse impuro. Recordemos a Jesús que se dejo
tocar y abrazar por el leproso que le pidió que lo curara. Jesús extendió su
mano, lo toca con su poder y le dice: “Quiero queda sano” (Mc 1, 40). Nos
recuerda al Buen Pastor que pone a la oveja que antes estaba perdida sobre sus
hombros y regresa con ella al redil (Lc 15, 4) Los hombros de Jesús son los
hombros de Dios, es el poder de su Espíritu que hace volver a los pecadores a
la Iglesia. Ahí, en redil, frente ala mirada curiosa de los presentes, Jesús
cura las heridas y venda las heridas de los enfermos para que los que están
mirando, aprendan la pedagogía del Médico de almas y de cuerpos para sanar a
los enfermos.
Llevarlo a la posada significa
no dejarlo en el camino en que se le encontró; significa no abandonarlo, sino
buscar la ayuda adecuada, profesional, de otros. Algunas veces esta acción pide
ir y buscar la ayuda a los hermanos de la comunidad para compartir
responsabilidades. “Vengan encontré a un anciano abandonado”. “Encontré a una
viuda con sus huérfanos sumergidos en la miseria”. “Encontré a una familia y
quieren que le llevemos la Palabra, la oración, el amor de Dios”. Cargar con el herido es poner en práctica el
Mandamiento Nuevo que toca y llega hasta lo económico, hasta la cartera y nos
invita hacernos responsables de los gastos médicos y aún a desprendernos de
nuestro tiempo y de lo que podemos necesitar. Hagamos las cosas como hombres de
Dios, movidos por la compasión, y no, como hombres mundanos y paganos buscando
la vanagloria.
El
Buen Samaritano dio al posadero dos denarios. Los Padres de
la Iglesia ven en este gesto el don de la Palabra y de los Sacramentos que el
Señor Jesús dio a su Iglesia como medios para sanar los corazones enfermos por
el pecado. “No los dejaré huérfanos, regresaré para estar con ustedes”. (Jn 14,
) Soy testigo de la presencia de Cristo en el Sacramento de la Reconciliación y
del poder sanador que hay en este sacramento.
Comprometerse
a volver. “A mi regreso, si, es necesario te pagaré”. Se trata de acompañar al enfermo hasta su plena
recuperación. No basta con darle el pescado a los pobres, hay que enseñarlos a
pescar sin crear dependencias. Hay un momento de búsqueda, otro de acogida, y
uno más de acompañamiento. La sanación se va dando en el proceso que no siempre
es fácil porque muchos tienen mente servil de esclavos y un vestido de miseria.
Pero, para el testigo del Evangelio, Dios tiene poder para darnos lo que
necesitamos y mucho más. Pablo nos diría: “Todo lo puedo en Cristo Jesús que me
fortalece” (Flp 4, 13) Jesús no sólo es nuestra fuerza, es también nuestra
Fuente de motivaciones: “El amor de
Cristo nos apremia”, es decir, nos anima y nos motiva (2 Cor 9, ). El
acompañamiento es necesario para que el enfermo se convierta en sujeto de su
propio tratamiento, en agente de pastoral, en dueño de su propio destino y en
protagonista de su propia historia.
Cuidar.
Es pastorear, es acompañar, es ayudar a crecer en la fe, la esperanza y la
caridad. Cuidar es dar de comer el alimento espiritual.
“Pastos de conocimiento y pastos de discernimiento” (Jer 4, 15). Es ayudar para
que aprenda a distinguir entre lo bueno y lo malo. Aprender a discernir la voluntad
de Dios es una urgencia del momento presente (Ef 6, 10). Cuidar es estar con él
en sus primeras luchas y en sus primeras pruebas para animarlo y explicarle de
que se trata. “Hijito mío te has decido a servir al Señor prepárate para la
prueba (Eclo 2, 2) La prueba no será mayor que tus fuerzas (2 Cor ), pero
ánimo, esa es la señal de que Dios está contigo y tú estás con él. Cuidar es
enseñar a dar los primeros pasos del crecimiento, de la misma manera que Jesús
lo hizo con cada uno de nosotros, terapeutas heridos, ahora al servicio del
cuidado de los enfermos: “Cuando Israel
era niño, yo lo amé; a Efraín yo lo enseñé a caminar; lo atraía hacia mi con
cuerdas de ternura y con lazos de misericordia” (Os. 11, 1-5)
Oración: pidamos al
Señor que nos ayude a encarnar las actitudes del Buen Samaritano para que
podamos ser discípulos misioneros de Jesús en el mundo de hoy. Que la mano de
María nuestra Madre nos guíe y nos enseñe a ser misericordiosos y compasivos
como su Hijo.
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