Justificación.
El hombre, todo hombre es un buscador. ¿Qué busca? En
todo lo que hace, lo que busca son razones para sentirse bien, para ser feliz.
Muchos son los hombres y mujeres que están en
búsqueda de identidad, de algo o de alguien que les dé sentido a sus
vidas; que los haga sentirse valiosos, dignos e importantes ante los demás, y
no pocas veces, estar por encima de los otros. Gastan, derrochan en cosas
innecesarias o en lujos superfluos para sentirse bien o mejor que los demás.
Algunos se endeudas para competir con otros que ya están endeudados hasta el
cuello.
La realidad que en esa búsqueda a muchos hombres y
mujeres se les ha endurecido el rostro y hay perdido la capacidad de sonreír
ante los chistes o juegos de sus propis hijos. No son capaces de darse cuenta
que la felicidad no está en las cosas, en lo externo, ni depende de los otros,
sino que está en el interior de todo ser humano como un anhelo que espera ser
descubierto que invita a ponerse de pie, con dominio propio, para iniciarse en
su proceso de realización caminando en la verdad, la justicia, la libertad y el
amor, hasta alcanzar la madurez.
La mentira más conocida hoy es la misma que ayer, y
con toda seguridad será también, la de mañana: “Cuánto tienes cuánto vales”. La
persona es valorada por los bienes materiales que posee, o que gasta o
derrocha, por la marca de carro o de ropa que trae encima, por el lugar donde
vive o por la clase de amistades que tiene. Esta mentira genera clases de
personas, unas que lo tienen todo o casi todo, menos la satisfacción por lo que
poseen; otros en cambio carecen de lo más indispensable para vivir con
dignidad, pero, están ahí luchando por una mejor calidad de vida; mientras, que
un tercer grupo se contentan, hombres y mujeres, con ser así, con estar ahí, al
borde del camino, al margen de su realización, diciendo: así nací, mi Dios me
quiere pobre, yo no tengo remedio, nací para sufrir. No hay motivaciones para
superarse, todo lo quieren hecho, de parte de Dios o del Gobierno.
La verdad que nos hace libres, pide a hombre y mujeres
que sean capaces de comprometerse en la liberación de los oprimidos, de los
marginados, de los que tienen hambre, de los excluidos… para ayudarlos a
hacerse más y mejores personas. Urge enseñar con palabras y con la vida el
“arte de vivir en comunión”, “el arte de amar y el arte de servir”. El mayor
acto de amor no es darles cosas o dinero a los pobres, sino ayudarles a ponerse
de pie y a iniciarse en su proyecto de realización, como protagonistas de su
propia historia.
Educar en la verdad es un verdadero desafío para
erradicar la insensatez, la inmadurez humana, la inversión de valores
generadora de guerras, guerrillas, masacres, divorcios… Educar para la
responsabilidad y la libertad, realidades que encuentran su fundamento en la
verdad, alma y sostén de la honestidad, la sinceridad, la integridad, la
lealtad y la fidelidad. El compromiso con la verdad abarca cuatro acciones que
deben estar al servicio del hombre y que se han de trabajar con otros, a favor
de otros, para ayudarles humanizar la “realidad”. Acciónes: educativa,
económica, política y religiosa. Sólo a la luz de la verdad podemos darles su
verdadero sentido. Humanizar la realidad nos lleva a comprender que tanto la
educación como la política, la economía y la religión han de estar al servicio
del hombre, y no éste al servicio ello.
Índice de
temas.
1. Abiertos
a la Verdad……………………………………………………………… 3
2. Si
conocieras el camino que lleva a la paz……………………………………….9
3. La
mentira como poder del mal.……………………………………………….14
4. La
confusión como arma de la mentira……………………………………….. 19
5. La
frustración y otros hijos de la
mentira…………………………………… .24
6. La pérdida del sentido de la
vida………………………………………………………………………………. 29
7. Picos
y valles en la vida espiritual. ………………………….............................. 33
8. Formar
en el amor a la
verdad…………………………………………………37
9. Quiero ser un hombre abierto a la
Verdad………………………………………………………………… 42
10. La
enseñanza de Jesús………………………………………………………......46
11. La Ley de
Cristo…………………………………………………………………………………………………………. 50
12. ¿Cómo entrar en el Reino de
Dios?................................................................................55
Tema 1. Abiertos a la Verdad que nos hace libres.
Objetivo: Iluminar
con la luz de la verdad que nos hace libres, para que comprendamos que es una
verdad que no nos pertenece como algo propio. Ella vine de Dios, y ante su
resplandor experimentemos nuestra pobreza (Doc. De Puebla 165).
Iluminación:
Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer
en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de
los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el
misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que
guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del
Señor (Benedicto XVI. Carta Apostólica, 11 de octubre 2011).
Cada una de las verdades del mundo creado son irradiación y esplendor
de la suprema verdad. El hombre, que tiene un anhelo insaciable de verdad, por
el cual tiende hacia ella con todas sus fuerzas, no puede prescindir del
alimento de la verdad, y la busca con todas sus ansias, como lo reconoce
bellamente san Agustín: "Donde he hallado la verdad allí he hallado a mi
Dios, la verdad en persona" (Conf. 24,35).“Porque Dios es la verdad” (Jer
10,10).
1. Jesús pide la verdad para sus discípulos.
"Padre, dijo Jesús, en la última Cena, santifícalos en
la verdad” (Jn 17, 17). "El Espíritu de la verdad, que procede del Padre,
dará testimonio de mi". El "Espíritu de la verdad" guiará a la
Iglesia "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). "Yo le pediré al
Padre que os de otro abogado que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la
verdad. El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os
lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26).
Así, el "Paráclito", el Espíritu de la verdad, es el verdadero
"Consolador" del hombre, el verdadero Defensor y Abogado, el verdadero
Garante del Evangelio en la historia.
2. Jesús es la Verdad
De esta manera
comprendemos que la Verdad que nos hace libres no es un invento de los hombres,
es Dios que se nos ha revelado en Jesucristo: Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6).
Jesús viene de Dios que es Amor, Verdad y Vida. Viene de arriba y nos
apropiamos de él por la fe, entendida como, respuesta a la iniciativa de Dios
que encuentra su delicia en estar con los hombres como Padre, hermano, amigo,
para ayudarles a vivir en comunión fraterna y solidaria, según las palabras del
mismo Señor: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si
vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32).
Creer en Jesús es la clave para vivir y crecer
en la Verdad. El alma de
la experiencia religiosa es creer en Jesús, permanecer en su Palabra, ser sus
discípulos, conocer la verdad, fundamento de la verdadera libertad, la
interior, la del corazón. Lo anterior exige entrar en la dinámica del “grano de
mostaza” (Mc 4, 30ss), vivir el proceso de la fe para poder crecer en el
conocimiento de Dios: Padre, Amor, Perdón y Libertad. El Dios que se nos ha
revelado en Jesucristo ha tomado rostro humano para amarnos con un corazón de
hombre. Amor manifestado en Jesús, Verbo e Hijo de Dios, que se hace hombre
para acercarse al hombre y brindarle por la fuerza de su ministerio, la
salvación, el gran don de Dios"
3. Lo que la Iglesia nos dijo en Puebla.
Nos proponemos anunciar las verdades centrales de la
evangelización: Cristo, nuestra esperanza, está en medio de nosotros, como
enviado del Padre, animando con su Espíritu a la Iglesia y ofreciendo al hombre
de hoy su palabra y su vida para llevarlo a la salvación integral (Puebla 166).
Los Obispos nos dijeron en Puebla: “Vamos a hablar de
Jesucristo. Vamos a proclamar una vez más la verdad de la fe acerca de
Jesucristo. Pedimos a todos los fieles que acojan esta doctrina liberadora. Su
propio destino temporal y eterno está ligado al conocimiento en la fe y al
seguimiento en el amor, de Aquel que por la efusión de su Espíritu, nos
capacita para imitarlo y a quien llamamos, y es el Señor y el Salvador de los
hombres (Puebla 180).
4. La pregunta fundamental
"¿Y vosotros quién decís que soy yo?" (Mt.
16,15). Esta pregunta de Jesús no está dirigida solamente a sus primeros
seguidores se dirige permanentemente a sus discípulos. Es la cuestión
fundamental que hemos de responder todos los que nos llamados cristianos y
seguidores del hombre de Nazaret, el Hijo amado del Padre.
La respuesta es personal, no podemos pedirla prestada ni
rebuscarla en libros. Jesús no pide simplemente nuestra opinión, más bien nos
interpela sobre nuestra actitud ante él. Actitud que se refleja, más que en
nuestras palabras en nuestro seguimiento concreto a él. La respuesta para que
sea válida, más que doctrinal, nos pide haber hecho una “opción radical” por
Jesucristo, su Evangelio, su Misión y aceptar el Proyecto de Dios para nuestra
vida: El Reino de Dios. Más que decir quién es Jesús, me he de preguntar ¿Quién
soy yo para él? ¿Cómo vivo el llamado que me hace? ¿En qué o en quién realmente creo? ¿Cuál es
mi compromiso? ¿A qué se reduce mi fe? ¿A qué aspiro en esta vida? Ya que la fe
no se puede reducir a hermosas fórmulas doctrinales, para luego, vivir lejos
del espíritu que esas mismas proclamaciones piden y exigen (José Pagola).
5. La Sagrada Escritura
“Llegada la plenitud de los tiempos, Dios
Padre envió al mundo a su Hijo Jesucristo, nacido de mujer, para liberar a los
oprimidos por la Ley y para traernos el Espíritu Santo" (Gál. 4,4-
6). La fe de la Iglesia nos dice que
Nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, nacido del Padre antes de todos
los siglos, y es verdadero Hombre, nacido de María la Virgen, por obra del
Espíritu Santo. En
Cristo y por Cristo, Dios Padre se une a los hombres para amarlos y
liberarlos de la servidumbre del pecado y para darse así mismo a todos los que
crean en la persona de su Hijo. El hijo de Dios asume lo humano y lo creado
para restablecer la comunión entre su
Padre y los hombres en virtud de su sangre derramada en la cruz (Ef 1, 7). De
esta manera introducir y restablecer a los hombres en el Paraíso.
6. La respuesta de Pedro
“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt. 16,16).
Es la respuesta de Pedro que en nombre de toda Iglesia, con la ayuda de la
gracia divina ha confesado la “Verdad de Jesús de Nazaret” como el Cristo de
Dios, el Ungido, para rescatar a los
hombres de la esclavitud de la Ley y del pecado; para dar vista a los ciegos,
libertad a los oprimidos y proclamar al año de gracia del Señor” (Lc 4, 16ss).
Ungido para ser Redentor de los hombres, ofreciéndose a sí mismo en el Espíritu
Santo a favor de toda la Humanidad”.
Jesucristo es el Amor
entregado del Padre a los hombres: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20);
“Amó a los hombres y se entregó por ellos” (Ef 5, 2); “Amó a su Iglesia y se
entregó por ella” (Ef 5, 25). Lo primero para conocer a Jesucristo es creer que
Dios, Padre nos ama con amor eterno (Jer 31, 3), incondicional, personal,
universal e inabarcable. Sólo después que se ha experimentado el amor de Dios
que se hace perdón, misericordia, compasión, liberación y salvación, podemos
los hombres tomar la decisión de seguir a Cristo y hacer una opción radical por
él. Sólo entonces nos adentramos en la aventura de la fe.
7. Unidad de verdad y vida
La verdad sobre Jesucristo pide un estilo de vida cristiano
que nos propone las condiciones básicas de la fe viva, auténtica, iluminada por
la caridad y cimentada en la verdad (cfr Gál5,6). Cuando la inteligencia y la
voluntad son unidas por el amor, la adhesión al Señor Jesús se conforma en una
unidad llamada “Conciencia Moral” que hizo decir a Pablo: “No vivo yo es Cristo
quien vive en mí” (Gál 2, 20). La Conciencia Moral es Cristo que habita por la
fe en nuestro corazón (Cfr Ef. 3, 16) Para darnos el discernimiento moral, la
capacidad para rechazar en mal y la fuerza para hacer el bien.
• La adhesión viva a Jesucristo.
La fe no es simplemente la adhesión a un conjunto de
dogmas, completo en sí mismo, que apagaría la sed de Dios presente en el alma
humana. Al contrario, proyecta al hombre, en camino en el tiempo, hacia un Dios
siempre nuevo en su infinitud (Benedicto XVI. Ángelus, 28 de agosto 2005).
La fe es, ante todo, la adhesión a un Alguien, a una
persona viva: Jesucristo, que nos atrae hacia él con cuerdas de amor y con
lazos de ternura; es la aceptación de su Evangelio como norma para nuestra
vida; es recibir de sus manos su Misión y su Destino (Jn 20, 19ss), para
entregarse apasionadamente al estilo de Jesús a la “Obra del Padre” (Jn 4, 34),
a favor de todos. Adhesión a la que se le responde con la vida hecha donación y
entrega como discípulos de Jesús.
• Confesar a Jesús con la vida
¿Quién soy yo para
ustedes? Podemos responder con la verdad más hermosa que salió de la boca de
Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16) A la confesión de
Pedro podemos agregar: Tú eres el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del
Mundo, nuestro Redentor, mi Señor y mi Dios (Jn 20, 28). Pero, no basta
pronunciar estas verdades para ser discípulos de Jesús. Y menos cuando son
repetidas de forma superficial y mecánica, por costumbre o por disciplina, viviendo
al margen del significado de lo que estamos pronunciando. En la respuesta de
Pedro está implícito el testimonio más hermoso que pueda salir de la boca de un
testigo del Evangelio: “Tú eres quien le ha dado sentido a mi vida” “Tú eres
quien ha venido a llenar los vacíos de mi corazón” Para hacer de mí una
“alabanza de tu sabiduría infinita”.
No podemos confesar a Jesús como Señor y Rey del Universo,
y seguir viviendo de espaldas a su Persona sin que sea él, “el centro de
nuestra vida”. Cuando lo llamamos Maestro, pero, no vivimos motivados por su
Palabra, por el amor a su reinado. Nos engañamos a nosotros mismos, y no
conocemos la verdad, no confiamos en él, no lo amamos, ni le servimos y ni le
pertenecemos ni somos sus discípulos. De esta manera damos lugar a la
hipocresía religiosa de la que advierte Jesús a sus discípulos (Mt 5, 20).
• Encontrarnos con Jesús
No olvidemos que la fe consiste en encontrarnos con un
Alguien vivo que viene a llenar los vacíos
de nuestro corazón y darle
sentido radical a nuestra vida. El encuentro con Jesús transforma nuestra vida
en una nueva creación (2 Cor 5, 17), nos convierte de hombres viejos en hombres
nuevos revestidos de verdad, justicia, libertad y amor (Ef 4, 21ss).
Experiencia que nos da la certeza que Jesús es la respuesta a nuestras
preguntas más decisivas, a nuestros anhelos más profundos y nuestras
necesidades más íntimas.
Sólo cuando vivamos de encuentros con Jesús dejaremos de
vivir una fe superficial y mediocre. Sólo en la medida que destruyamos nuestras
madrigueras y nuestros nidos (Lc 9, 58), para seguir las huellas de Jesús,
iremos construyendo nuestra respuesta a la pregunta: ¿Quién soy yo para
ustedes? Los lugares de encuentro con Jesús resucitado son la oración íntima,
confiada, agradecida; la lectura de su Palabra a la luz de los Padres de la
Iglesia y del Magisterio; la Liturgia, especialmente los Sacramentos de la
Confesión y de la Eucaristía, el encuentro con los pobres, la pequeña comunidad
y el apostolado libre, consciente y voluntario, hecho por amor a Cristo y a su
Iglesia.
Ser discípulos de Jesucristo pide
escuchar su Palabra y obedecerla, aceptar pertenecer a él y a su Grupo, los
Doce. Ser discípulo es vivir en comunión solidaria con él y con su pueblo. Sólo
entonces, llenos de entusiasmo, podemos
presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la vida, las esperanzas y las
angustias de los que le pertenecen y mostrar
que él es el Cristo creído, proclamado y celebrado por la Iglesia (Padre José
Pagola).
• La imagen de Jesús
¿Qué imagen nos hemos hecho de Jesús de Nazaret? ¿Cómo nos
imaginamos a Jesús? Una historia de más de dos mil años, en la que nuestros
infantilismos, intereses, estilos de vida, seguridades, eso y más, contribuyen
en la elaboración de la imagen de Jesús. No podemos desfigurar, parcializar o
ideologizar la persona de Jesucristo, ya sea convirtiéndolo en un político, un
líder, un revolucionario o un simple profeta, en una cosa, en un ídolo, o ya
sea, reduciendo, a quien es el Señor de la Historia, al campo de lo meramente
privado.
He preguntado a grupos de personas: ¿cómo se imaginan
ustedes a Jesús? Las respuestas han ido desde me lo imagino como lo veo en los
almanaques, “Chulito” o como lo veo en los crucifijos, muerto. Otros como una
energía o fuerza positiva; como un profeta; un hombre más; mientras que a otros
no les preocupa como sea Jesús. Para unos más, es un padre bonachón que da todo
lo que le piden; como alguien muy bueno que nos consuela y nos anima; un gran
general que camina delante de sus tropas invitando a conquistar la libertad y
los más altos ideales; para otros Jesús es el buen Pastor; el amigo que nunca
falla, el abogado que nos defiende, el maestro que enseña y camina delante de
su pueblo.
También he encontrado los que piensan que creen en
Jesucristo porque aceptan los “dogmas de la Iglesia”, pero, al margen del
seguimiento, del compromiso y de la obediencia de la fe. Es pura ilusión.
Probablemente, nunca tendrán la experiencia de tener un encuentro vivo con la
persona de Jesús. No sospechan lo que Jesús podría ser para ellos: Salvador,
Maestro, Señor y Dios (Jn 20, 28); sólo entonces puede cambiar nuestra mirada,
nuestra manera pensar, de sentir, de vivir, y, podamos descubrir el rostro de
Jesús en la Eucaristía, en la Creación,
en todo hombre, especialmente, en los pobres, en los enfermos, en los
que sufren (José Pagola. El camino abierto por Jesús).
• Arriesgarlo todo por Jesús.
La verdad sobre
Jesucristo no está expuesta a la superficialidad, a la curiosidad o al
chismorreo. Al leer el Evangelio con espíritu de contemplación, podemos
descubrir en el corazón de Jesús tres realidades que llenaron su vida e
iluminaron su caminar en este mundo: Una
vida de intensa oración, su identificación con los pobres y su confianza total
en el Padre. Por un lado sufre con la injusticia, las desgracias y las
enfermedades que hacen sufrir a tantos. Por otro lado, confía totalmente en ese
Dios padre que quiere arrancar de la vida lo que es malo y hace sufrir a sus
hijos. Para eso ha sido enviado: “Anunciar la Buena Nueva a los pobres, liberar
a los oprimidos, dar vista a los ciegos, unirnos a todos y conducirnos a la
Casa del Padre” (Lc 4, 18).
• ¿Cómo lograrlo?
Amando y siguiendo a Jesús que nos ha llamado a ser sus discípulos, a
trabajar con él en la “Obra del Padre”, siendo servidores del Reino a favor de
todos, también de los que no creen. Con los ojos fijos en Jesús, autor y
consumador de nuestra fe (Heb 12, 2) y olvidando lo que quedó atrás (cfr Lc 9,
62) nos vamos revistiendo con la Verdad que nos hace libres; la Justicia que
nos hace justos; la Libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1); el Amor que da
Gloria al Padre (Jn 15, 8), y se comparte con los hermanos para no ser
descalificados (1 Jn 2). Lo anterior
pide esfuerzos, renuncias, hasta llegar al sacrificio.
A ejemplo de María, la
primera creyente y discípula de Jesucristo que nos dijo: “Hágase en mi, según
su Palabra” (Lc 1, 38).
Oración compartida.
Reflexión por
grupos (Lc 9, 57- 62) Compartir experiencias.
Oración individual y comunitaria.
Tema 2.Si
conocieras el camino que lleva a la paz.
Objetivo: Fomentar el amor a la verdad, a la libertad y a la vida
para que se comprenda que la mentira es el poder del mal que engendra
corrupción, violencia y muerte en las personas, en las familias, en la
sociedad, tanto a nivel regional como nacional e internacional.
“Pero ellos no escucharon ni prestaron oído. Caminaron según sus ideas,
según la maldad de su corazón obstinado, y en vez de darme la cara me dieron la
espalda, desde que sus padres salieron del país de Egipto” (Jer 7,
24s).
La naturaleza específica de la fe es la relación con el Dios vivo, un
encuentro que nos abre nuevos horizontes mucho más allá del ámbito propio de la
razón (Benedicto XVI: Encíclica-28, 25 de diciembre).
1. Los
dos caminos.
El hombre existe,
piensa, siente, trasciende, sufre, actúa y muere. Todo hombre tiene dignidad
por el hecho de ser un ser humano. Y por lo tanto, posee derechos y deberes.
Esencialmente todos los hombres tenemos el mismo valor fundamental: somos
iguales y a la vez distintos.
El hombre, todo hombre, es un ser
único e irrepetible porque es original;
es un ser responsable, libre y capaz de amar. La estructura de su ser es la
unicidad, la belleza, la bondad y la verdad, que está llamado a cultivar.
La Biblia llama dichoso al hombre que no se guía por
criterios puramente humanos, sino que su delicia es la ley del Señor. Este
hombre a quien la Biblia le llama “justo” es
como un árbol plantado a la orilla de un río, sus raíces
están siempre en el agua, sus hojas están siempre verdes y sus ramas dan fruto
los doce meses del año” (Slm 1 ; Ez. 47, 1-13; Apoc 22, 1-2) No sucede así con
el hombre que hace el mal, a quien la Escritura lo llama
“impío” “insensato” o “malvado”,
será como paja barrida por el viento” (Slm. 1, 1-6). Dos modos de ser; dos
modos de proceder, dos estilos de vida. El Señor Jesús nos habló de dos
caminos: uno es angosto y el otro es ancho:
“Entren por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso
el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué
estrecha es la puerta!, ¡qué angosto el camino que lleva a la vida!, y son
pocos los que entran por ella.” (Mt 7, 13- 14)
¿Son pocos los que se salvan? El hombre, movido por la
curiosidad se ha hecho siempre esta pregunta. No nos preocupe la respuesta, más
bien deberíamos de preguntarnos: ¿En cuál camino me encuentro?
El profeta Jeremías, haciendo eco
del Deuteronomio, dice: “Mirad que yo os propongo el camino de la vida y el
camino de la muerte” (Jer 21, 8). Dios propone y el hombre elije; se decide por una de las dos realidades;
frente a él está la vida y la muerte; la bendición y la maldición; el agua y el
fuego (Dt 30, 15-20). Uno es el camino de la verdad y del amor que lleva a la
justicia, y por ende a la vida y a la paz; el otro es el camino de la mentira y
del odio que lleva a la injusticia, a la opresión y por ende a la muerte. Cada
camino tiene sus propios criterios de acción y sus propias líneas de
reflexión.
Los criterios humanos, aquellos
que no están de acuerdo con los criterios de Dios manifestados en sus
Mandamientos, son estériles. Los criterios puramente humanos contradicen la
Palabra de Dios, y cuando el hombre es conducido por ellos, van dejando en él,
una mente embotada, una voluntad atrofiada, para el bien; un corazón
endurecido, unos oídos sordos a la verdad, una negación a la práctica de la
Justicia; negación que lleva al desenfreno de las pasiones (cfr Ef 4,17-18);
este modo de ser y de actuar lleva al
hombre a situaciones de injusticia, de
opresión, de pobreza y miseria; a estilos de vida que no realizan ni humanizan
ni personalizan. Un hombre que no responde a lo que debería y está llamado a
ser.
2. La verdad y el amor son una vocación
humana.
Los Obispos de la región del
Golfo nos han recordado en su mensaje de Pascua que la verdad y el amor son
vocación inscrita en el interior de todo ser humano. Vocación a la que el
hombre debe responder con la vida; con dedicación, esfuerzo y empeño. El amor y
la verdad están profundamente enraizados en la persona misma. Son la vocación
que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. La verdad y
el amor son dados al hombre y recibidos por él, con la naturaleza humana. La
verdad es luz que da valor y sentido a la caridad. El hombre no produce el
amor, como tampoco hace la verdad, las recibe como don al que ha de cuidar y
cultivar para que encuentre su propio desarrollo. Benedicto XVI resalta la
inseparabilidad entre verdad y amor, en orden a construir el auténtico bien del
hombre.
Es una verdad que la existencia
humana se debate entre dos fuerzas que son entre sí antagónicas: el espíritu y
la carne (Gál 5, 16s); puede el hombre tener en su interior buenos deseos,
pero, termina haciendo el mal que no quiere (Rm 7, 14ss). Tendremos que aceptar
que la existencia del hombre se debate en una lucha interior, en la cual, él
mismo, es protagonista, tiene la posibilidad de ganar como también de perder.
¿Por quién apostar? La victoria depende del alimento que se proporcione a uno
de los dos enemigos que luchan entre sí: el bien y el mal. El ser humano, todo
hombre puede elegir a cualquiera de los dos, tiene libertad para hacerlo.
Libertad que recibió como don y puede tener la seguridad que nadie se la
quitará… de lo que elija dependerá su futuro. Se alimenta el hombre interior
cuando se cultivan los buenos hábitos, los valores, las virtudes. Por otro
lado, el alimento también pueden ser los malos hábitos, los vicios y la maldad.
3. El deber ser.
A la luz de la verdad decimos que todo ser humano tiene en
sí mismo la grandeza de la libertad y por lo tanto del error; la capacidad de
decidir y por lo tanto, la responsabilidad de sus decisiones. Jesús el Señor
nos enseñó que el pecado no está en lo que nos rodea, sino en el corazón de
donde salen las intenciones” (Mt 15, 19- 20). La Sagrada Escritura ofrece a los
creyentes una respuesta acerca de mal y del pecado. Adán y Eva viven felices y
en armonía en el paraíso; armonía con ellos, con Dios y con el resto de la
creación. Todo cambia con el engaño de la serpiente, representante, del origen
del mal, que con astucia, para sembrar en sus corazones la duda y la malicia,
confunde a Eva poniendo en boca de
Dios lo que Él no ha dicho: “¿Así
que Dios dijo que no comieran de ninguno de los árboles del huerto?” (Gn 3, 1)
La primera respuesta de Eva fue desde su inocencia, declarando que Dios no
había dicho aquello que se le atribuía (cf Gn 3, 2-3). El mal es siempre un
engaño; hay que desenmascararlo haciendo evidente que es enemigo de la
naturaleza humana. (Mensaje de los Obispos Mexicanos 2010. Pág. 117)
El hombre recibió de su Creador como gracia todo cuanto es
y cuanto tiene; pero a la vez, que lo ha recibido como don, lo ha recibido
también como tarea: “Crezcan y multiplíquense; sometan la tierra y cultívenla”
(Gn 1, 28). Todo jardín, el mismo paraíso, necesita un jardinero para que lo
proteja y lo cultive. Esa es la orden que el hombre recibió de su Creador:
“protégelo y cultívalo” (Gn 2, 15) Cuando el ser humano descuida, abandona o
destruye sus talentos, sus potencialidades, facultades o cualidades, sea cual
sea el modo o la razón por lo que esto sucede, podemos decir que está usando
mal su libertad; no está oyendo la voz interior de su conciencia que le dice:
“No te desvíes ni a izquierda ni a derecha” (Jos 1, 7), “no mires hacia atrás
para que no te conviertas es estatua de sal” (Gn 18, 26), “Haz el bien y
rechaza el mal” (Is 1, 16-17) “Cultiva el barbecho de tu corazón” (Jer
4,3).
A la luz de la Sagrada Escritura
podemos afirmar que “El hombre”, está llamado a ser protagonista de su propio
destino; todo hombre es un ser en proyección: su vida está orientada hacia algo
o hacia alguien; está llamado a vivir de encuentros consigo mismo, con los
demás, con Dios y con unos valores que está llamado a realizar. Cuando el
hombre no vive de encuentros se convierte en un pequeño monstruo: se deforma y
se desfigura; el hombre no está hecho, sino haciéndose, es por lo tanto, un ser
en devenir, puede desplegar sus capacidades y desarrollar sus potencialidades;
puede avanzar y llegar a la madurez, como también, puede retroceder y perder el
sentido de la vida.
Al hombre, a todo hombre se le debe dar la oportunidad de usar su
capacidad de auto formarse; de auto proyectarse con responsabilidad y libertad, ya que sólo así podrá tomar en
sus manos las riendas de su propio destino para que se trasforme y se supere
(Víktor Frankl).
Cuando el hombre se niega a ser
protagonista de su propio destino, se encuentra como el ciego Bartimeo,
(Bartimeo significa el hijo de lo impuro) arrojado al borde del camino,
esperando que otros hagan la “historia” por él (Lc 18, 35-43). Qué otros sean
los protagonistas de los cambios. Qué otros decidan por él. Esta situación de
desgracia, de no salvación y de no realización, no es querida por Dios para
ningún ser humano. En todo hombre, al menos, los que no estén atrofiados de su
mente, existe la capacidad de madurar, de ir más allá, es decisión de toda
persona: si así lo prefiere, puede quedarse, marchitarse y morir. A nadie se le
obliga, es cierto, pero, también es cierto que a nadie se le ha de negar esa
oportunidad, para no impedir el desarrollo y el despliegue de las mejores
potencialidades que hay en todo ser humano. La vida es don, es decir, es
llamado y a la vez respuesta. El hombre responde haciéndose responsable de su
crecimiento, de su madurez que se da en el amor y en el servicio a sus
semejantes.
Con tristeza podemos afirmar que
apenas una reducida minoría de hombres ha tomado en serio su realización
personal, mientras que una inmensa mayoría camina al margen de su realización
como personas dignas, valiosas e importantes. Pocos son los hombres que
saliendo de sí mismos, se hacen servidores de los demás para compartir con
ellos sus talentos… sus dones… sus facultades… éstos al vivir de encuentros
sanos con los demás, son felices; su alegría la encuentran en el servicio
libre, consciente y voluntario. Lo anterior nos hace decir que el
“individualismo” es el peor enemigo de la realización humana. Otro poderoso
enemigo sería el “relativismo”, si el primero reza diciendo: “estando yo bien
los demás allá ellos”; el segundo diría: “bueno es lo útil, lo que hace rico”,
es incapaz de servir o ayudar desinteresadamente.
Hemos dicho que todo hombre es un ser en proyección, y no
dudamos decir, que su meta es
Dios mismo, así lo ha dicho el Señor Jesús: “En la casa de
mi Padre hay una habitación para cada uno de ustedes” (Jn 14, 1ss). Para
alcanzar su Meta, el hombre necesita de algo o de alguien que lo guie a lo
largo del camino. ¿Quién lo podrá conducir? Digamos con toda certeza que nos
son las normas o leyes externas a él. Lo guía el mismo Dios, el Espíritu Santo
(cfr Rm. 8, 15). El Espíritu presente, implícito en la Palabra de Dios. La
Palabra es
“luz, es antorcha para nuestro
sendero” (Slm 119, 105). Nos da indicaciones por donde caminar, que hacer en
cada momento y que no hacer. Nos explica e interpreta los acontecimientos de la
vida a la luz de la Verdad; nos muestra la voluntad de Dios y como realizarla.
El que no conoce la Palabra está en tinieblas, y no conoce la Verdad.
La lectura asidua de la Palabra de Dios nos hace entender
que el camino que nos lleva a la
Paz es la “Justicia”; Justicia de
Dios para los hombres. Justicia a Dios y al hombre. Le hacemos justicia a Dios
cuando elegimos el Camino que Él nos propone: Jesucristo, que a la vez nos
propone el camino de la verdad, del amor y de la vida (cfrJn 14, 6). No basta
con ser justos, se ha de tener “hambre y sed de justicia”, sólo entonces se
comprenderá que sin “Rectitud” todo lo demás, son caminos torcidos que llevan a
la muerte. Una vida recta implica guardar los Mandamientos de Dios, cuyo
sentido, no es otro, que el amor y el servicio al prójimo. El hombre recto, el
que camina en la verdad, es fiel, honesto, sincero, íntegro, veraz, servicial y
obediente a la Palabra de Verdad que está a nuestro alcance en la lectura de la
Biblia y en la Palabra proclamada en la Liturgia de la Iglesia. La paz brota
del amor y engendra el gozo que se convierte en agradecimiento y en compromiso
a favor de otros, especialmente los más necesitados.
Un Modelo de fidelidad a la Palabra siempre será María de
Nazaret, “La humilde esclava del Señor”. La Virgen oyente que supo decir con su
vida: “Hágase en mí, según su Palabra” (Lc 1, 38. “El hágase que hizo bajar el
cielo a la tierra y “El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros”:
“Emmanuel, Dios con nosotros” ha querido visitar a la Humanidad para llevarnos
a la casa del Padre conducidos por su Palabra de vida.
Leer en grupos el
Evangelio de Juan el pasaje del lavatorio de los pies (Jn 13, 1ss) y compartir
en plenario el resultado de la reflexión de todos los grupos a la luz de las
palabras del papa Benedicto XVI.“El
servicio a la fe, que es testimonio de aquel que es la Verdad total, es también
un servicio a la alegría, y ésta es la alegría que Cristo quiere difundir en el
mundo: es la alegría de la fe en él, de la verdad que se comunica por medio de
él, de la salvación que viene de él (Discurso, 10 de febrero, año 2006).
Oración de alabanza y acción de
gracias a la luz de la obra redentora que Dios ha manifestad a favor de toda la
humanidad.
3. La
mentira como poder del mal.
Objetivo: Mostrar que lo contrario
a la verdad es la mentira, en ella no hay comunión ni hay comunicación,
sino, poder para confundir, engañar y destruir a los seres humanos o desviarlos
del camino de la rectitud.
Iluminación: “No os mintáis los unos a los otros, habiéndoos
despojado del viejo hombre con sus hechos” (Colosenses 3,9) “Por lo cual,
dejada la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros
los unos de los otros (Efesios 4,25)
Guarda tu lengua de mal, Y tus labios de hablar engaño” (Salmos 34, 13).
De tus mandamientos he adquirido inteligencia: Por tanto he aborrecido todo
camino de mentira” (Slm 119,104) “El que habla verdad, declara justicia; Más el
testigo mentiroso, engaño”. (Proverbios 12,17).
1. La Gran Mentira
Madre y matriz de
toda descomposición humana y social, deshumaniza y despersonaliza, no comunica
y no genera comunión. Quién vive en la
mentira tiene una falseada imagen de la “Realidad”. Sus criterios son mundanos y
paganos. ¿Cuánto tienes? o ¿Cuánto gastas?
Eso, es lo que vales. Es una
falacia que engaña a muchos que valoran
al hombre por lo económico, por lo externo. El hombre no vale por lo que tiene
ni por lo que sabe ni por lo que hace. “Es un ser valioso en sí mismo, vale por
lo que es”.
• La Iglesia nos dice:
“En el comienzo del pecado y de
la caída del hombre hubo una mentira del Tentador que indujo a dudar de la
palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad” (Catic 215) La Iglesia
fiel a la enseñanza de la Escritura cree en la existencia del Adversario,
llamado también Diablo o Satanás a quien Jesús el Señor llamó: “homicida y
padre de toda mentira” (Jn 8, 44).
El Catecismo nos dice: La mentira
es una violación hecha a los demás. Atenta contra ellos en su capacidad de
conocer, que es la condición de todo juicio y de toda decisión. Contiene en
germen la división de los espíritus y de todos los males que ésta suscita. La
mentira es funesta para toda la sociedad: socava la desconfianza entre hombres
y rompe el tejido de las relaciones sociales (Catic 2486). Por lo anterior
decimos que la mentira es fuerza desintegradora, despersonalizadora y
deshumanizadora, divide y sofoca toda espiritualidad y destruye todo clase de
comunión. Está a la base de todas las esclavitudes.
• La Biblia nos dice.
La
Biblia dice que Dios aborrece la mentira: “Seis cosas aborrece el Señor, y aun
siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos
derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos,
los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y
el que siembra discordia entre los hermanos.” (Proverbios 6:16-19). Como
podemos ver a la luz de la escritura la mentira y el odio son inseparables.
“Dios es luz y en él no hay
mezcla de tinieblas” (1 Jn 1, 5) “No se mientan unos a otros, háblense con la
verdad” (Ef 4, 25). La mentira: Madre y matriz de todo el desorden que vemos y
conocemos en nuestros hogares, calles, pueblos, países, regiones… fue el arma
de Satanás para confundir a nuestros primeros padres y llevarlos a romper el
diálogo con Dios y desatar toda la descomposición posterior (Gn 3, 1-6). Jesús
cuando se refiere a la mentira nos ha dicho: “La mentira tiene por padre al
diablo” (Jn. 8, 47)
Mentira, falsedad, engaño,
hipocresía, envidia, son vacíos de vida, de luz, de verdad y de autenticidad
que podemos llevar en nuestro interior; son ausencia de lo verdadero, de lo
real, del amor y de todo lo noble, justo y bueno (Rm 12, 2); la mentira fue el
arma de Satanás para confundir a nuestros primeros padres y llevarlos a romper
el diálogo con Dios y desatar toda la descomposición posterior (Gn 3,
1-6).
Los estudiosos de la Biblia nos están diciendo que “Diablo”
significa, el que divide. Sus armas son de soberbia, de odio, de avaricia, de
envidia, entre otras muchas. El Diablo, a quien Jesús llama mentiroso y
asesino, es la vez padre de la mentira y del odio (cfrJn 8, 44). Es el enemigo
que siembra la cizaña en los dormidos (cfr Mt 13, 25). Pedro, el apóstol lo
llama “adversario”, que como león rugiente, busca a quien devorar (1Pe 5, 8s).
Para esto, primero confunde y paraliza a su víctima, la atrofia y
esteriliza para luego tragársela, es decir, usarla como instrumento a su
servicio, cuando esto sucede… ya no se puede responder a aquello para lo que se
fue creado. Un ejemplo de lo anterior lo encontramos en el profeta Jonás: “Al
ser arrojado en el mar, se lo tragó la ballena”; es decir, al que desobedece a
Dios; al que le da la espalda a su Creador, se hunde y se lo traga el animal
grande: El Mal (Jon 2, 1-2). Para lograr su objetivo, primero cansa, desgasta,
aturde a sus víctimas para luego tragárselas, es decir, para ponerlas a su
servicio.
2. Pura fachada bonita.
La mentira puede presentarse como
fachada bonita, su campo de acción es la inteligencia del hombre; luego pasa a
su voluntad, y de ahí al corazón que será como el centro de distribución desde
donde alcanza a todas las dimensiones del hombre: mente, cuerpo, espíritu,
historia, familia y grupos sociales. La mentira enseña: “¿Cuánto tienes, cuánto
vales?”. Criterio mundano que divide a los hombres en clases sociales:
ciudadanos de primera, segunda o tercera. Una sociedad piramidal en la cual los
que tienen son los que pueden, los que saben y los que enseñan. Están por
encima de los que no tienen. Muchos son los que piensan que los conocimientos,
los trapos, los lujos, las cosas o las personas, son las que les da valor, como
sí todo eso fuera el fundamento de su dignidad.
La mentira propone como caminos para alcanzar la felicidad
al dinero, al poder, al placer o a sus derivados. Para los mentirosos no
importa los medios usados para alcanzar su fin. El tiempo nos ha dicho: fuimos
engañados. De lo anterior podemos sacar una enseñanza para la vida: ser fachada
bonita, es lo mismo que vivir en las apariencias, mostrando lo que no somos,
realidad que nos lleva a los terrenos de la fantasía, el engaño, la hipocresía,
el desamor, la violencia.. El hombre puede tener todo, ser dueño de todo y no
estar satisfecho de tener lo que tiene, experimenta el vacío, la
insatisfacción, y en no pocas veces, muchos han recorrido al suicidio. Muchos,
conducidos por la mentira, han terminado en el escuadrón de la muerte:
alcohólicos, drogadictos, prostitutos, asesinos, sicarios, etc.
3. ¿Cómo descubrir la mentira en nuestra vida?
Podemos pensar que estamos bien,
que no nos hace falta lo que Dios nos propone y no darnos cuenta que llevamos
cegueras que anulan la facultad de visión (Cfr Apoc 3,17). Hace falta hacer un
alto en la vida, darnos una mirada introspectiva y confrontar nuestra vida a la
luz de la verdad.
Nos podemos preguntar: ¿Será
cierto que soy mejor o superior que los demás? ¿Será cierto que las cosas son
el fundamento del valor de mi persona? ¿Será cierto que tengo el derecho de
estar por encima de los demás? ¿Será cierto que soy inferior a los demás a
quienes debo reconocer, aceptar, respetar, reverenciar y servir? ¿Me doy cuenta
que cuando pienso una cosa y digo otra, estoy en la mentira? ¿Tengo conciencia
que cuando hablo o digo una cosa y vivo otra, estoy viviendo en la mentira? ¿Me
habré dado cuenta que cuando hablo de la caridad y de la igualdad social, pero
derrocho en lujos innecesarios estoy cometiendo un fraude a los pobres?
No hay duda, cada vez, que enseño
lo que no hago; cuando exijo a otros que hagan lo que yo no estoy dispuesto a
poner en práctica, estoy fuera de la verdad y dentro de la mentira según la
enseñanza de Jesús: “De modo que haced y observad
todo lo que os digan; pero no hagáis conforme a sus obras, porque ellos dicen y
no hacen” (cfr Mt 9, 4ss). Con toda certeza decimos que el divorcio que
existe entre fe y vida es fruto de la mentira, alma y poder de la
discriminación, de los elitismos sociales, del racismo, de la trata de
personas, del consumismo… de toda desigualdad social.
4. El servilismo es hijo y fruto de la
mentira.
La verdad construye hombres haciéndolos amables,
responsables, libres, generosos y serviciales. En cambio la mentira nos hace
ser dependientes del “sistema”. Nos hace despreciar lo real, lo sólido, lo que
exige esfuerzos, pero que es útil porque construye al hombre. En las sociedades
civilizadas, servir es frecuentemente un placer y no una obligación. Ser útil
ennoblece y nos hace merecedores del reconocimiento colectivo. Pero, ¿Qué es lo
que vemos en nuestra cultura? Creo que el proceso de formación cultural,
promovida por “maestros” populistas y clientelistas, (padres, gobierno,
educadores) ha llevado a millones de compatriotas a pedir, pero no a dar, a
esperarlo todo del Estado sin retribuir nada a cambio. El resultado: una
sociedad vulnerable y dependiente, que no puede competir en el mundo real, ese
mundo en el cual no vale de mucho la altanería y lo que sí vale es la productividad.
No tengamos miedo a servir, y no
tengamos miedo dejar de ser serviles, acomplejados. Descubramos la belleza de
servir con sentido, con significado. Lo que hacemos es útil, al desarrollo de
la Patria y de la Sociedad en la medida que nuestro objetivo sea EL BIEN COMÚN.
El hombre se realiza en la medida que se haga un servidor de los demás:
familia, sociedad, Iglesia, barrio, etc. Servir, pero con dignidad. La mentira
no permite descubrir la dignidad de los demás, ni siquiera la propia.
Nuestro Señor Jesucristo hace ya más de dos mil años
instauró en la tierra una
“revolución”, la única capaz de
cambiar el Mundo…la “revolución del servicio”. Escuchemos sus palabras:
“Ustedes me llaman a mí Maestro y Señor y en verdad lo Soy, Pues Yo, siendo Maestro
y Señor les he lavado a Ustedes los pies…hagan Ustedes lo mismo (Jn. 13, 13s).
Lavar pies es compartir, es servir con espíritu evangélico, es decir, sin
envidias, sin odios, sin ventajas personales. Lavar pies es poner al servicio
de los demás nuestros talentos, que bien pueden ser intelectuales, materiales o
morales…Todo para que los demás vivan una mejor calidad de vida y para que la
auténtica dignidad brille en el rostro de cada ser humano. Qué bello sería ver
salir cada mañana hombres y mujeres con una cubeta de agua en una mano y una
toalla en la otra buscando a quien lavarle los pies. La clave del servicio es
la humildad: sólo los humildes aman, obedecen y sirven a Dios en sus hermanos.
Quien vive en la verdad es humilde y quien es humilde camina en la verdad.
5. Hablemos primero de lo que no construye.
El espíritu de servilismo no
realiza, no construye… por el contrario es enfermizo, sus manifestaciones
muestran una, no proyección, una no realización. Sus frutos los podemos ver y
analizar sin mucha dificultad. ¿Cuáles son sus frutos? En todo lo que hacemos en la vida hay una
recompensa, el tiempo se encarga de ayudarnos a descubrir si el fruto es bueno
o es malo. En el estudio, en el
matrimonio, en el trabajo, en todas nuestras decisiones…después de años de
servir en verdad y con verdad… experimento la satisfacción y la alegría que
llenan el corazón al haber trabajado y por haber gastado las energías a favor
de otros, de la sociedad, de mi País, de mí Iglesia. Lo contrario, el no hacer
nada o hacerlo sin sentido, lleva a experimentar el “Vacío existencial”, del
que nace la frustración, el aburrimiento, la agresividad, la violencia, la no
realización.
6. La mentira hace fuerte a la soberbia del
hombre.
La mentira es la fuerza del mal o
del pecado. Está presente en cada uno de los pecados capitales. Pensemos por
ejemplo en la crítica; ésta lleva una porción de egoísmo, otra porción de odio
y una más de envidia. En cada una de estas porciones hay una porción más de
mentira que las hace más fuertes y dañinas. Al mismo tiempo podemos afirmar que
el más grande enemigo de la realización humana es la soberbia, llamada también
orgullo. El soberbio dice: “no amaré, no serviré y no obedeceré”. Al unirse el
soberbio con la avaricia se genera en su corazón el “individualismo” que reza:
“estando yo bien, los demás allá ellos”. La indiferencia es el escudo del
individualismo. Este hombre piensa para sí mismo: “no necesito a los demás,
puedo vivir sin ellos”. Para él, útil es el que le sirve, tanto como
instrumento de trabajo o como instrumento de placer. El otro vale por lo que
tiene, eso es, juzgar según las apariencias. Sus juicios siempre son
despectivos, cargados de egoísmo, de envidia y de odio.
La Sagrada Escritura al hablarnos
del camino ancho, está haciendo referencia al camino de la mentira, del odio y
de la injusticia. Conforman una triada inseparable, se complementan mutuamente
para conformar el camino que lleva a la muerte, y no son pocos los que andan en
él (cfr Mt 7, 13).
El discípulo de Jesucristo ha de
estar atento a los ataques de la mentira, sus armas favoritas son la confusión,
la parálisis y la frustración; su objetivo es el impedir que la obra de Dios se
realice en cada ser humano. A la misma
vez, nunca olvidar lo que la Escritura dice acerca del verdadero discípulo:
“sus raíces han de estar siempre en el agua”, es decir, en Dios para dar fruto
a su tiempo. Una mirada contemplativa al salmo primero nos comprueba lo
anterior.
Oremos y meditemos con el Salmo:¡Feliz el hombre que no sigue el
consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se
sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y
la medita de día y de noche! Él es como un árbol plantado al borde de las
aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien. No sucede así con los malvados: ellos son como
paja que se lleva el viento. Por eso, no triunfarán los malvados en el juicio,
ni los pecadores en la asamblea de los justos; porque el Señor cuida el camino
de los justos, pero el camino de los malvados termina mal (Salmo 1).
Reflexión por grupos. Plenario
para intercambiar experiencias. Oración individual y comunitaria.
4. La
confusión como arma de la mentira
Objetivo: Mostrar la responsabilidad personal de cultivar
el bien para poder derrotar el mal que esclaviza y des humaniza a los hombres.
Iluminación: “Mientras mis siervos dormían, vino mi adversario de
noche y sembró la mala semilla” (Mt 13, 28). Habiendo
pues dejado toda malicia, y todo engaño, y fingimientos, y envidias, y todas
las murmuraciones, desead, como niños recién nacidos, la leche (1Pe 2,1)
“Vivir nuestra fe como relación de amor con Cristo significa también
estar dispuestos a renunciar a todo lo que constituye la negación de su amor”
(Benedicto XVI).
1. ¿De qué se trata?
La confusión, primera hija de la mentira, su
arma favorita. La confusión es una mentira disfrazada de verdad; genera
aturdimiento, pérdida de ubicación y falta de lucidez; es no tener las cosas
claras; es mezcla de ideas; es inversión de valores; es algo que no está
definido. La confusión puede entrarnos por los ojos, cuando vemos un mal
testimonio; cuando se hacen lecturas sin tener criterios para discernir lo que
se lee; como también nos puede entrar por los oídos, lo que se escucha:
chismes, críticas, calumnias, difamaciones, verdades a medias, etc. Si
comparamos la confusión con la cizaña del Evangelio, el Señor Jesús dijo:
“Mientras mis siervos dormían, vino mi adversario de noche y sembró la mala
semilla” (Mt 13, 28). La confusión tiene como finalidad, no sólo hacernos obrar
de manera equivocada, sino, y sobre todo, llevarnos a la pérdida de identidad.
Cuando ésta llega a perderse lo único que queda es un “vacío existencial”. Se
deja de actuar con propiedad, como lo que se es, y como lo que se debe ser;
sencillamente se vive en la mentira.
Para la persona confundida, su lema siempre será: “No sé
qué hacer”, “No sé cómo hacerlo” “No sé qué pensar”. Una especie de sopor cubre
su mente; una espesa nube lo obnubila para que tome decisiones y caminos
equivocados; una especie de velo cubre sus ojos y lo enceguece: su mente y su
voluntad ya no responden a su realidad personal o comunitaria. La confusión que
viene de la mentira es madre de los complejos de superioridad, de culpa e
inferioridad, llamados por la psicología profunda de Carlos Gustavo Jung,
verdaderos demonios, fuente de comportamientos neuróticos. Los complejos
enceguecen a las personas y las llevan al pozo de la deshumanización o de la
muerte.
El Señor dijo: “No puede un ciego
guiar a otro ciego, los dos caerían en el pozo” (cfrLc 6, 39) Una mente débil o
sin criterios propios y firmes, fácilmente pueden caer en las garras de la
confusión que lleva a la práctica de toda clase de injusticias que niegan y
esconden la verdad cambiándola por la mentira (cfr Rm 1, 18. 25) Un ejemplo de
confusión lo encontramos en los Apóstoles cuando Jesús con toda franqueza les
anuncia su Pasión. Su respuesta fue inmediata y violenta, las cosas no eran
como ellos las pensaban, Jesús estaba echando por tierra sus criterios: “Pedro
se llevó aparte al Maestro y lo reprendió: ¿Cómo te atreves hablar así?
Nosotros sabemos que el Mesías ha de ser eterno, poderoso y rico (cfr Mc. 8,
32s) desde ese momento todos entraron en crisis. Poco a poco irían entendiendo
la verdad de Jesús, para verlo todo con claridad, con la luz de la verdad.
2. El mecanismo de la mentira es confundir.
En el paraíso, el mecanismo usado
para engañar a nuestros primeros padres fue la confusión: “Seréis como dioses”,
dijo la serpiente a Eva. En la mente de Eva estaban presentes las palabras del
Creador: “Pueden comer de todos los árboles del paraíso, menos del árbol de la
ciencia del bien y del mal, porque moriréis”. Comienza la lucha entre el bien y
el mal, la verdad contra una promesa disfrazada de mentira: lo que la serpiente
prometía, el hombre ya lo poseía como gracia. Lo que realmente hace el diablo
es presentar a un Creador bueno, como un dios malo y perverso que tiene envidia
de sus creaturas (Gn 3, 1-7. La confusión llevó a la primera mujer actuar mal,
a tomar la decisión equivocada que nos trajo la muerte, el desorden, la
esclavitud, la desgracia y la salida del paraíso terrenal. La confusión se hace
acompañar del demonio de la duda, genera inseguridad, celos, miedo, y lo peor
sería: impedir que se piense con propiedad y que se tome la decisión acertada.
Es bueno recordar el principio moral: “en caso de duda, no actuar”. Se ha de
esperar que pase la crisis y poder ver las cosas con claridad, para luego tomar
la decisión madura. Para vencer la duda se ha preguntar, estudiar o
investigar.
3. ¿Qué podemos hacer?
Frente a la confusión, los
Obispos de México nos han recodado las palabras de Benedicto XVI, dejándonos a
la vez una pregunta: ¿Qué podemos hacer? “Creerse autosuficiente y capaz de
eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir
la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de
actuación social” (Caritas in Veritate, no. 34). ¿Cómo librarnos de esta
situación que nos esclaviza, despersonaliza y deshumaniza? Situación a la que
Pablo se refiere en la carta a los romanos,
reconociendo que sólo Dios puede darnos la libertad en Cristo Jesús (Rom
7, 25).
4. De la confusión a la parálisis espiritual.
¿De qué parálisis se trata?
Podemos hablar de parálisis de la mente, de la voluntad y del corazón. Manos
tullidas… mente y órganos atrofiados responden a capacidades que no se usan…
valores que dejan de cultivarse. Es común escuchar decir: “No puedo perdonar”,
“No me nace”. Digamos que quien tenga un corazón de piedra o una parálisis en
la voluntad, jamás le nacerá perdonar o amar a un enemigo. Perdonar es la
decisión de amar a un alguien como es, permanentemente, es decir siempre. Esto sólo es posible cuando existe un mínimo
de libertad interior.
Cuando se sale de los terrenos del bien para entrar a los
terrenos del mal y cultivarlo, al hombre se le atrofian sus mejores facultades
para gozar de una parálisis existencial, que habla de ataduras, de nudos, de
cegueras espirituales. La parálisis habla, no sólo de una pérdida de valores,
sino, también de una inversión de valores; lo que los profetas llamaron
“idolatría”. Ésta es consecuencia
de dar la espalda a Dios para caer en el dominio de los ídolos. Quien da culto
a los ídolos es oprimido y esclavizado por ellos. El oprimido, no camina, se
arrastra; se encuentra con un vacío de libertad interior; su corazón se
descompone y pierde paulatinamente su capacidad de amar, aún a los de su propia
casa. En vez de orientar la mente y la voluntad hacia el bien, ahora, lo hace
en sentido opuesto; se orienta hacia el mal.
5. El abandono de Dios.
Toda persona que orienta su
mente, corazón y vida hacia el mal, se auto destruye, se auto deshumaniza y se
auto despersonaliza. Del corazón de esta persona sale la vida para dar lugar a
la muerte. Se abandona a un Dios que es Padre bueno para entregarse un padre
malo y asesino (cfr Jn 8, 44) San Pablo nos describe a estos hombres diciendo: “Están repletos de injusticia, maldad,
codicia, malignidad; están llenos de envidia, homicidios, discordias, fraudes,
perversión; son difamadores, calumniadores, enemigos de Dios, soberbios,
arrogantes, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes con sus padres, sin
juicio, desleales, crueles y despiadados” (Rm 1, 29- 31). Creo que ésta es la mejor fotografía hablada
de mi vida antes de conocer a Cristo, mi Salvador.
Jesús el Señor nos explica la
parálisis espiritual: “Teniendo ojos no ven; teniendo boca no hablan; teniendo
oídos no oyen y teniendo pies no caminan” (Mc 4, 12). ¿Quiénes son los ciegos,
los cojos, los sordos y los mudos del Evangelio? Somos nosotros cuando damos la
espalda a Dios y hacemos lo que nos atrofia, aquello que hace daño y da muerte:
el pecado (cfr Rm 6, 20- 23) Pudiéramos seguir diciendo: Teniendo boca no comen
ni beben el alimento espiritual. ¿Por qué no hay hambre ni sed del alimento que
Dios nos ofrece? Porque los hombres se alimentan con el alimento chatarra: la
maldad que el mundo les ofrece por medio de revistas, periódicos, televisión,
internet. En cambio, Jesús el pan de la verdad nos dejó dicho: “Mi alimento es
hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34).
Cuando el hombre responde
realmente a lo que es: un ser para los demás, está siempre disponible para
hacer la voluntad de Dios, para buscar a sus hermanos y compartir con ellos sus
talentos, tanto materiales, como intelectuales o morales. Tanto, la abulia,
como la apatía, son señales de desnutrición, desaliento y muerte existencial;
fruto del alimento chatarra que el mundo ofrece a los hambrientos de fama,
prestigio, poder, aquellos que tienen hambre y sed de placer y riquezas, viene
servido en bandeja de oro y plata, con apariencia de ser lo bueno y lo mejor,
pero detrás de la fachada de bonito, hay un verdadero veneno que mata la
inocencia de muchos y alimenta la maldad de otros (cfr Mc 16, 18), para dar
lugar a la esclavitud y al desorden interior. Cuando la inteligencia y la
voluntad han sido sometidas a los instintos, a los impulsos y a otros elementos
externos, se atrofian, se oxidan, se deterioran: se paralizan dejan de dar respuesta al fin para el cual
fueron dados al hombre.
La parálisis espiritual comienza
por quitarnos el hambre de lo bueno: la vida de oración, la sed de lectura, la
amabilidad, la generosidad, la capacidad de escucha y de comprensión, la
capacidad de servicio… de todo lo que realmente nutre para llevarnos al
desaliento, al desgano, al desmoronamiento, a la aflicción, a la angustia y a
la tristeza que son los hijos del demonio de “la depresión”, pasando, no pocas
veces, por el “activismo” que cansa y deshumaniza, paraliza y atrofia a hombres
y mujeres que prometían ser “grandes” esposos, amantes, padres, servidores
públicos, terminan cansándose, se dan por vencidos, y arrojan la toalla: Todo
termina en frustración. El apóstol Santiago nos diría: “Pudiendo hacer el bien
no lo hacemos” (Snt. 4, 18) No se hace lo que se debe hacer porque no hay
energía, no hay motivos, no hay vida. El proverbio popular nos dice: “Nadie da
lo que no tiene”. Pablo nos dice: “No hago el bien que quiero sino el mal que
no quiero”(Rm 7,14ss). Realidad triste, pero, real: el mal esclaviza, domina y
oprime y nos incapacita para hacer el bien que debemos.
6. Prepararse para la lucha
¿Cómo defendernos del mal si no
tenemos las armas para hacerlo? Cuando Pablo nos dice: “No se dejen vencer por
el mal, al contrario, con el bien, venzan el mal” (Rm 21, 21) ¿Será que él da
por supuesto que estamos llenos de lo bueno, de lo real, de lo verdadero? Es
una verdad que “nadie da lo que no tiene”; pero, también es cierto que cuando
el hombre cultiva hábitos malos cae en los vicios; los vicios son tinieblas,
son cegueras, son mecanismos de opresión, manifiestan una ausencia o
deficiencia de vida. Jesús, el Señor dijo a un hombre que tenía la mano
tullida: “Extiende tu mano” (Mc 3, 1ss).
Extender la mano es poner el don
de Dios al servicio de los demás. Moisés extendió, levantó su mano, su bastón y
abrió el Mar Rojo en dos para que pasaran los Israelitas (Cfr Ex 14, 16).
Extender la mano para compartir una capacidad, un talento que había estado
enterrado, ahora, por la acción del Señor, es una bendición para la Comunidad.
De la misma manera decimos: Quien cultiva hábitos buenos se reviste de energía
y fuerza que llamamos virtudes, que crecen con el uso de su ejercicio. Éstas no
aparecen en la vida de los hombres como por arte de magia, son el fruto de
escuchar la “palabra de verdad” y ponerla en práctica; no basta con saber cosas
buenas, se ha de renunciar a los vicios, de manera que podemos afirmar, que en
cada renuncia brota la vida, la libertad, la virtud. Sin renuncias al desorden
de los deseos de la carne, no hay virtudes.
7. La Lucha es contra el mal.
La vida cristiana es don
y lucha. La Escritura así lo afirma cuando san Pablo nos dice: “Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su
fuerza. Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes
contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y
carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este
mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones
celestiales” (Ef 6, 10.12). El apóstol Pedro nos dice: “Sed de espíritu sobrio,
estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente,
buscando a quien devorar” (1Pe 5, 8). El mismo Jesús nos exhorta: “Vigilad y
orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41).
Las armas, llamadas armas de luz o armadura de Dios (Rm
13, 11s), son don y fruto de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida: La
verdad echa fuera la mentira, el amor echa fuera la muerte, la vida echa fuera
la muerte, a la vez que nos revisten de Jesucristo (Col 3, 12ss). El cultivo de
la verdad nos hace llegar a ser honestos, sinceros, íntegros, leales, fieles a
la vocación de la libertad para el amor, la donación y la entrega.
Con la gracia de Dios y nuestros esfuerzos vamos
construyendo, con otros, una estructura espiritual sólida, sin perder de vista
virtudes como la sensatez, la prudencia, la constancia para no ser como niños
zarandeados por cualquier viento de doctrinas… de modas… de criterios mundanos
o paganos (cfr Ef 4, 15ss).
Oremos
con Jesús: "Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para
que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda
carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado,
Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me
encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria
que tenía a tu lado antes que el mundo fuese.
He manifestado tu Nombre a los
hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has
dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado
viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y
ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han
creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por
los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo
es mío; y yo he sido glorificado en ellos”. AMEN Reflexión por grupos.
Plenario para compartir
experiencias
Oración individual y comunitaria
Tema 4. La
frustración como fruto y arma de la mentira
Objetivo: Mostrar la no proyección, desviándose a izquierda o
derecha, o quedándose en el pasado llevando una vida atascada en el hedonismo,
como el camino de la despersonalización y el origen del vacío existencial, para
comprender la necesidad de cultivarse a sí mismo.
Iluminación: “Y
no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de
vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es
bueno, aceptable y perfecto” (Rm 12, 2).
La fe es al mismo tiempo esperanza, es la certeza de que tenemos un
futuro y de que no caeremos en el vacío. La fe es amor, porque el amor de Dios
quiere “contagiarnos”. Esto es lo primero: nosotros simplemente creemos en
Dios, y esto lleva consigo también la esperanza y el amor (Benedicto XVI.
Homilía, 12 de septiembre del 2006).
1. ¿De qué se trata?
De la confusión se pasa a la parálisis, para luego entrar
en la frustración, realidad generadora
de muerte. Es consecuencia de haber usado mal la libertad y de no haber
cultivado el barbecho del corazón, del cual nos habla el profeta (Jer 4,3)
¿Cómo y cuándo aparece? Llega cuando las
cosas no han salido como se esperaban. Cuando no se han cumplido las
expectativas. La frustración genera angustia, agresividad, violencia,
aislamiento, soledad y más. Podemos afirmar que este demonio recompensa con un
“carácter fuerte o alterado”. Un hombre frustrado generalmente es violento,
opresor, manipulador y destructivo; un buscador de razones para sentirse bien,
para ser feliz, y generalmente lo hace, tratando de afirmarse como dueño de la
situación recurriendo a la violencia. Cuando se altera, pareciera que no
piensa, no escucha, no reconoce… mata, destruye, humilla, aplasta, infunde
miedo a los que lo rodean.
• La Iglesia nos dice:
El Concilio Vaticano II nos ha
dicho: “Con demasiada frecuencia los hombres, engañados por el Maligno se
pusieron a razonar como personas vacías y cambiaron el Dios verdadero por un
ídolo falso, sirviendo a las creaturas en vez de al Creador. Otras veces,
viviendo y muriendo sin Dios, en este muriendo, están expuestos a la
desesperación más radical” (LG 16)
Este modo de ser y de vivir que nos presenta el Concilio
lleva sin dudas a la frustración que hace decir: ¿Para qué fui médico? ¿Para
qué me casé con esta mujer? ¿Por qué fui sacerdote? ¿Por qué mejor no fui
maestro? Nada me complace; nada me llena… Lo que realmente estoy diciendo es
que no soy feliz, porque estoy frustrado.
• La Biblia nos dice:
Jeremía 2, 13-14.
“Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para
hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen”.
Efesios 4, 17-18. “Por
tanto, os digo y os repito en nombre del Señor que no viváis ya como los
gentiles, que se dejan llevar por su mente vacía, obcecados en las tinieblas y excluidos
de la vida de Dios por su ignorancia y por la dureza de su corazón”.
Pero, ¿A quién culpar por todo esto? Muchos son los que
culpan al otro, a la otra, a los otros,
al gobierno, al brujo, a los demonios…
El Salmo 50 nos dice: “Yo pequé”, Yo soy culpable; no son los otros; no
son los enemigos los que tienen la culpa de mis desgracias personales. Algunas
veces, el hombre, se niega a reconocer que tiene problemas, otras veces, se las
ignora o las entierra, y otras veces; se les razona, se buscan justificaciones;
como el pensar: así soy, no puedo cambiar, ya no tengo remedio, así nací y así
me quedo. Se abandona en las garras del “conformismo o del totalitarismo”;
modos de ser y de actuar que hacen que el hombre se aleje de Dios, de la
Familia, de la Comunidad. Se rompe el diálogo, se pone distancia de por medio;
se huye de la responsabilidad y del compromiso.
Se prefiere ser un hombre “light”
a un hombre pleno. El hombre “light” es aquel que rechazando los “Valores
humanos” elige para él una vida cómoda, llena de diversiones, lujos, riquezas,
modas; los valores espirituales son un estorbo, para nada le sirven.
2. La autojustificación.
Como mecanismo de defensa se
recurre a la “auto justificación”; ésta será siempre el principio de la
decadencia; primero espiritual, luego moral, después familiar y por último
civil. Cuando el hombre ha caído en una situación de desgracia, de no
salvación, en vez buscar en sí mismo la causa de su desgracia, la busca fuera,
en otros; podemos afirmar que se le “embota la mente, endurece el corazón, ha
llegado a la pérdida de lo moral y al desenfreno de las pasiones” (Ef 4, 17s)
No se piensa, no se escucha y no se ama. Situación que nos aísla y nos sumerge
en el “aislamiento” o en el “individualismo, el peor de los demonios que cuando reza dice: “estando yo bien, los
demás allá ellos”. Una existencia al margen de los demás.
Vivir para sí mismo no realiza,
no humaniza y no personaliza. Recordemos las palabras del Señor Jesús a sus
discípulos: “Ustedes son la sal del mundo” (Mt 5, 13). La sal es lo que le da
sabor al caldo e impide que la carne se eche a perder, es decir, le da sentido
a la vida e impide que los discípulos pierdan el sabor y entren en el sin
sentido, en la frustración. Pablo en la carta a los Romanos nos dice: “Si
vivimos, para el Señor vivimos y si morimos, para el Señor morimos, tanto en la
vida como en la muerte somos del Señor (Rm 14,7-8) En vez de auto
justificarnos, reconozcamos que tenemos una necesidad real; confesemos que nos
hemos equivocado, que somos culpables y con un corazón contrito busquemos la
ayuda que sólo puede venir de Dios. Él escucha el clamor de nuestro corazón.
3. El hedonismo es el reinado de la carne.
El regalo del hedonismo es una
voluntad de placer; una vida orientada hacia todo aquello que genere placer,
diversión, comodidad. Se recurre a la química del alcohol y de la droga que
alimentan el deseo de los sentidos para hacer de la vida un espejismo que
arranca, hoy día a muchos hombres y mujeres de todos los estratos sociales de
la realidad, para llevarlos a los terrenos de la evasión y de la fantasía; a
vivir de sueños y de ilusiones espumosas que son puro “vacío”, pura “fachada”
(CfrJer 2, 13). Vivir en función de la diversión, ha llenado el corazón de
muchos del mal deseo; deseo de la mujer ajena, de los bienes ajenos, deseos de
matar y destruir para obtener lo que por derecho pertenece a otros. El
hedonismo desfigura el sentido de la vida y convierte a los humanos en hombres
“light”, es decir: “vacíos de los valores que dan solidez a la estructura
personal”.
El hedonismo pertenece al reinado
de la lujuria y de la carne (Gál 5, 19ss). Sus mejores demonios son la
pornografía, la masturbación, el adulterio, la fornicación, la prostitución y
la homosexualidad, el alcoholismo y la drogadicción. Demonios que atrofian la
mente, la mirada y llevan a los seres humanos a instrumentalizarse
mutuamente.
El Señor Jesús nos dice que estas
realidades son realmente lo que hacen daño al hombre (Mc 7,21- 23) Hacen daño
porque llevan al hombre, desde la pérdida de la inocencia, hasta el no poder
ver a una mujer sanamente, se pervierte la mente y la mirada de hombres y
mujeres. San Pablo invita a los cristianos a huir de ellas (1 Cor 6, 18), para
no caer en la esclavitud y en el desenfreno de las pasiones (Ef 4, 18). A
Timoteo le recomienda “huir de las pasiones de su juventud” (2 Tm 2, 22) “Te
recuerda que no has recibido espíritu de esclavitud, sino de dominio propio, de
fortaleza y de amor” (2Tm 1, 7).
Es una realidad palpable que el
ambiente y los medios de comunicación social bombardean, tanto a jóvenes, como
a niños y adultos con “la basura de la pornografía”, no obstante, hemos de
decir que el hombre en todas estas circunstancias y condiciones es libre para
decidir huir, renunciar o también es libre para sumergirse en ellas.
Reconocemos que el hedonismo es un gran negocio que ha enriquecido a muchos y
ha empobrecido a muchos más.
La industria de la pornografía,
tanto infantil como de adultos, ha sido y es un verdadero monopolio económico,
fuente y causa de riqueza para hombres y mujeres corruptos que comercializan
con el cuerpo humano de personas, a su vez corruptas o de niños indefensos que
son arrastrados y sometidos contra su voluntad al servicio del “monopolio
económico de la pornografía.”
4. La agresividad y el reinado de los
impulsos.
Este demonio es consecuencia de la no proyección, de la no
realización; es, por ser la corona de la frustración, ausencia de felicidad y
de armonía interior. En el vacío interior reinan los impulsos agresivos y
violentos. La persona agresiva recurre a la violencia para relacionarse con los
demás, especialmente a los de cerca, a los de casa. El hombre violento no actúa
por una inteligencia iluminada por la verdad; su voluntad es débil, llena de
anemia para controlar sus impulsos que son los que realmente lo dominan. Es el
hombre insensato que se da muerte y da muerte a otros, ya sea a golpes o
mediante una lengua grosera. Sus armas son las groserías, las palabras
obscenas, las críticas que son portadoras de una porción de egoísmo, de odio y
de envidia. Sus juicios sobre los demás siempre son negativos y despectivos,
están llenos de veneno mortal. Las personas agresivas presumen de tener un
“carácter fuerte”. Éste, no es otra cosa que un carácter alterado, fuente de
comportamientos neuróticos. Un modelo de hombre agresivo lo encontramos en el
Evangelio de Marcos: “Un hombre
que habitaba en los sepulcros, haciéndose daño a sí mismo y a los demás; todo
el mundo le tenía miedo”. Su nombre es “Legión”. Jesús lo convierte en hombre
nuevo a quien sus paisanos encuentran sentado, vestido y en sano juicio;
después de que Jesús lo libera y lo regenera, también lo envía como su primer
misionero a tierra de paganos (Mc 5, 1ss)
La persona agresiva y violenta
fácilmente pierde el control de sí misma, para caer en las garras de la ira,
defecto de carácter o pecado capital. El Apóstol Pablo recomienda:
“Enójense, pero que el enojo no les dure todo el día para no darle lugar al
diablo” (Ef 4, 26); es decir, no den lugar a los resentimientos, rencores,
odios, venganzas, a los deseos de matar y destruir a los demás. El agresivo
será siempre un opresor que infunde miedo, bombardea con amenazas; como también
manipula con promesas baratas que nunca será capaz de cumplir. El arma para
vencer al violento es la mansedumbre y el amor que es paciente, servicial, no
es engreído, ni tiene envidia, todo lo puede (1 Cor 13). La Escritura nos dice:
Las palabras amables desarman a los temperamentos agitados” (cfr Prov.15, 1);
algo para tener siempre en la mente es que el mal, nunca vence al mal; es el
bien el que vence al mal (cfr Rm 12, 21)
5. La manipulación.
Para muchos el peor de los demonios es la manipulación. El
más grande, ya que es la peor ofensa contra la “dignidad humana”. La
manipulación tiene por madre a la mentira y genera mentira, deshumaniza y
despersonaliza. El manipulador es un ciego que no reconoce la dignidad de las
personas, por eso, primero las cosifica, las instrumentaliza y lo luego las
manipula. Sus mecanismos son el chantaje, la intriga, las promesas, las
mentiras, las amenazas usadas para infundir miedo; cuando no se sale con la
suya, entonces, recurre a la fuerza y aplasta al otro, a los otros. Cuando todo
le falla, lo único que le queda es la
“lástima”, la peor forma de
manipular. Cuando recurre a la lástima para manipular a sus víctimas se
arrastra ante ellas, se arrodilla, llora, pide perdón; recurre a la súplica…
para luego reírse y carcajearse… hacer sufrir y explotar a su víctima en turno…
después es capaz de botarla o destruirla.
El ser humano que toma su vida en
serio debe estar en guerra contra cualquier forma de manipulación. Ha de saber que ésta es parte de un proceso
deshumanizador; primero el ser humano es cosificado, reducido a un simple
objeto, a cosa, a un algo; después sigue el reinado de la instrumentalización:
el hombre es usado como instrumento de placer o de trabajo. El manipulador
frente a su víctima no le reconoce la dignidad como persona, por lo mismo
tampoco le reconoce sus derechos. Del demonio de la instrumentalización se pasa
a manos del demonio de la manipulación, para luego, cuando la persona ya no sea
útil, se le tira, se le bota, se le desecha o se le destruye o se le mata. Esta
realidad la podemos ver en todos los estratos sociales, tanto, en las altas
esferas de la política, como en la educación; lo hemos visto en círculos
religiosos, en las industrias, en las mafias y en núcleos familiares. La
manipulación es manifestación de una ausencia de madurez humana, es insensatez;
un vacío de verdad, bondad y justicia.
Vigilad y orad nos ha recomendado
el Señor para no caer en la tentación (Mt 26, 41), que nos lleva a la
frustración de la vida… Hagamos un alto en nuestra vida para examinar nuestro
interior, nuestras actitudes y comportamientos… no sea que estemos ya viviendo
en el error y nos hayamos convertido en personas “light”, es decir, vacías.
Oremos con el Señor Jesús:“Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos
sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que
me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo
cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se
ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí
mismos mi alegría colmada”.
“Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha
odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los
retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo,
como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: “tu Palabra es
verdad”. tú me has enviado al mundo, yo
también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que
ellos también sean santificados en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino
también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que
todos sean uno……
Tema 4. La
pérdida del sentido.
Objetivo: Mostrar como el hombre cuando no se
proyecta en la vida o cuando desvía hacia izquierda o derecha, o cuando no vive
en relación con la Realidad puede llegar a la pérdida del sentido de la vida.
Iluminación: La fe no es simplemente la adhesión a un conjunto de dogmas, completo
en sí mismo, que apagaría la sed de Dios presente en el alma humana. Al
contrario, proyecta al hombre, en camino en el tiempo, hacia un Dios siempre
nuevo en su infinitud (Benedicto XVI. Ángelus, 28 de agosto del 2005).
1. Corona de la frustración.
La pérdida del sentido de la vida es la consecuencia
de haber vivido en la mentira; de no haber caminado en la vida con dignidad y a
la luz de los valores de la verdad, de la justicia, de la libertad y del amor.
Cuando el hombre no vive de encuentros con su realidad; cuando se desvía a
derecha o izquierda; cuando cae en la inversión de valores… cuando todo aquello
en lo que había puesto su confianza le falla… entonces aparece en la vida del
hombre el sin sentido.
¿Cuándo y cómo llega? Cuando todo aquello en lo que yo
confiaba me ha fallado; cuando mis dioses me han abandonado; cuando lo que me
daba placer ha dejado de funcionar; cuando el edificio de mis ilusiones se ha
derrumbado; cuando las cosas se hacen por obligación y sin sentido, comienzo
entonces a experimentar soledad, desamor, culpa, angustia, tristeza,
desilusión... Cuando mis dioses no me han respondido; cuando mis ídolos han
caído de su altura y se me han hecho pedazos… es entonces cuando puedo llegar a
pensar: no vale la pena vivir, trabajar, seguir haciendo esfuerzos.
¿Qué es lo que realmente está pasando en el interior
del hombre? La respuesta está a flor de
tierra: no hay realización humana. Se le ha perdiendo el sentido a la vida. No
vale la pena seguir viviendo. La familia es una carga, no vale la pena invertir
en los hijos. Se ha perdido la esperanza. ¿Será que se ha llegado a tocar fondo? La fuerza de la
frustración está tocando fondo: el fondo del pozo del corazón. La persona ha
entrado en una crisis existencial en la cual puede hundirse y perderse, como
también puede sacar una enseñanza y levantarse para aceptar los retos que la
vida le presenta.
2. Aquello que sobrevive.
¿Qué queda del ser humano? En el fondo del pozo, aún
queda, un bosquejo de persona, un hilacho humano; un ser atrofiado; pero, a la
vez, un alguien poseedor de una dignidad que llevará con él hasta el último
suspiro; sigue siendo un ser valioso, importante y digno. ¿Lo sabrá? Lo más
seguro es que no, tal vez, al encontrarse en tinieblas, no tenga nada de
claridad. En lo más profundo de su ser ha aparecido la pérdida de sentido de la
vida. Puede haber perdido su razón de ser y los deseos de vivir, de luchar,
de estar ahí. Pero, puede que aún haya
en su interior un deseo, una esperanza, una ilusión: ponerse de pie, salir
fuera y comenzar un nuevo estilo de vida. El
hombre en cualquier condición y circunstancia, tiene la última palabra: puede
decidir quedarse así o decidir seguir viviendo y luchar por una ilusión, por un
ideal, por un algo, por un amor (Frankl).
Puede decidir superarse a sí mismo como puede también
abandonarse y sumergirse es su propia sepultura: su propia miseria. Quedarse
ahí, como un ser arrojado a un lado del camino, al margen de su propia
realización; Como puede también, desear vivir al servicio de una cosa o vivir
por el amor a una persona. Un ejemplo es el ciego de Jericó que grita con la
fuerza que aún quedaba en sus débiles pulmones: “Jesús, hijo de David, ten
piedad de mí”. Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que te haga?” La respuesta, el
clamor del ciego llegó hasta los Cielos: “Que yo recobre la vista” (Lc 18, 35-
43). Del encuentro con Jesús emergió un hombre responsable y libre que camina
con el Señor hacia Jerusalén.
3. La última palabra es del hombre.
Esta enseñanza evangélica nos confirma los que Víktor Frankl
ha dicho: El hombre no es una máquina que
debe ser reparada, no es un mero aparato estropeado, si lo tomamos en serio
como persona, como un ser libre y responsable, no importa su estado de
deshumanización, podemos también apelar a su libertad y responsabilidad, sólo
entonces le daremos una oportunidad para que tome las riendas de su propio
destino para que se trasforme y se supere. El hombre, aún medio de situaciones
y de circunstancias biológicas, psicológicas y sociológicas desagradables, es libre para decidir adoptar una postura
frente a esas situaciones o circunstancias, ya sea resignándose a ellas o ya
sea superándolas haciendo uso de poder de obstinación de la mente. (En el
Principio era el Sentido. pág. 90, ed. Paidos).
Lo anterior es
reforzado por el mismo Doctor que dice: ser persona no significa, nunca, tener
que ser sólo así y nada más, sino que es poder ser siempre de otra manera. Todo esto depende sólo de la propia
persona que libremente decide superarse, saliendo de la desilusión, del
conformismo, del totalitarismo, del individualismo; del vivir para sí mismo, y
decide vivir para los demás. Urge repetirlo para que no se nos olvide: Es
decisión personal salir y proyectarse como el quedarse encerrado lamentándose
de sí mismo.
4. Sólo para recordar
El hombre no fue creado para vivir en solitario (Gn 2,
18). El hombre solo no se realiza; es un ser necesitado de ayuda; necesita de
Dios, de los otros y de lo otro. Cuando se habla de la autoformación y de la
autorrealización del hombre, no se está
afirmado que él pueda realizarse a sí mismo, sin la ayuda de los demás, sino
que es él, quien ha de ser responsable y protagonista de su propia historia.
Nunca poner la vida y el destino en manos de otros, sería un crimen. El hombre
se autoforma, es decir, es él quien decide con responsabilidad y libertad el
camino a seguir. El camino no lo hace solo, otros caminan con él. Otros, con
quienes está llamado a compartir sus debilidades y sus fortalezas; sus valores,
talentos o capacidades. En ese intercambio, el hombre va saliendo de sí mismo
para ser de otra manera. Va pasando de una situación de inmadurez para crecer
como persona en un diálogo interpersonal y vivir de encuentros con su
“Realidad”. La ex – peri - encia - de hacerse persona pide >>salir
fuera>>, >>para ir hacia<< la propia >>realidad<<
Para intercambiar palabras, ideas, experiencias, vida, con los otros. El
hombre, abierto a la verdad decide por sí mismo ser lo que está llamado a ser.
5. Despertar la conciencia es un desafío actual.
Urge despertar la conciencia del hombre. Despertar,
significa sacudirlo, para que se inicie en su proceso de realización humana y
cristiana. Ayudarlo, dándole la luz de la verdad, a tomar la decisión de salir
de la mediocridad, de la superficialidad; de una situación de desgracia, de no
salvación, para que se transforme en un ser original, responsable, libre y
capaz de amar. La decisión es personal… no es tan rápida como se quisiera,
tiene que atravesar por procesos que no se pueden quemar. La mente y la
voluntad atrofiada… las ataduras del corazón…las heridas de la vida… la ceguera
espiritual y la dureza del corazón… eso y más, son barreras o demonios que
llenan de miedo, de impotencia que no pocas veces hacen decir: ¿Para qué? Ya no
tengo remedio, soy un caso echado a perder. Pareciera que solo un milagro
pudiera salvarlo, pero, hasta los milagros piden una respuesta, y ésta puede
darse cuando Dios irrumpe en la vida del hombre para ayudarlo a encontrarse
consigo mismo. Mi experiencia personal lo afirma cuando me encontraba en situaciones
realmente críticas, algo o alguien me cuestionó, me hizo pensar y sentir; hubo
un encuentro con Alguien, y comenzó un cambio en mi manera de pensar, de sentir
y de vivir. El milagro se realiza cuando el hombre, a la luz del encuentro, se
reconoce vacío: No soy feliz; me he equivocado; soy el culpable por lo que me
pasa; por la vida que llevo no puedo experimentar el amor de Dios; estoy
necesitado de ayuda… ayuda que sólo puede venir de Dios.
6. El Encuentro con el Señor.
Leamos la parábola del hijo pródigo y nos daremos
cuenta que el proceso que vivió lo hizo pasar por estas etapas: se alejó de la
casa paterna, derrochó sus bienes de fortuna; tuvo necesidad; sintió hambre;
cuidó cerdos; ni siquiera podía comerse las sobras de estos animales; hizo un alto
en su vida; se encuentra consigo mismo; recordó la casa de su padre; toma la
decisión de salir; se levanta; entra en sí; y se pone en camino (Lc 15, 11ss)
Todos estos pasas pertenecen a la dinámica de la fe. Son parte de un proceso
lento y doloroso, sus peores enemigos son su mente servil y su sentido de
indignidad: “No soy digno de ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
criados”. ¿Cuánto tiempo le llevó vivir estas etapas del proceso? ¿Cuántas
personas le ayudarían de una manera u otra? ¿Qué palabra escuchó que lo hizo
cambiar de rumbo? ¿Habría alguien que lo confrontó con el estilo de vida que
llevaba; reflexionó que su modo de ser y de actuar no respondía a los deseos y
anhelos de su corazón de años atrás? Estas y otras preguntas son realidades,
experiencias del camino que responden a una realidad que hará decir al hombre:
“No soy feliz; he fallado; tengo una necesidad; estoy necesitado de ayuda. Todo
esto es el “clamor que brota del corazón humano y que sube al Cielo, donde Dios
responde: “¿Qué quieres que haga por ti?”, “¿En qué puedo ayudarte?”, “¿Qué
necesitas de mi?”. Recuerdo el día que encontré en la Biblia estas palabras de
Jesús: “Vengo para que tengas vida y la tengas en abundancia” (Jn 10, 10)
Confronté mi realidad con lo que Jesús ofrece, y nació en mi la esperanza de
poseer esa vida en abundancia.
El encuentro con el Señor es liberador y gozoso por
que nos quita las cargas y nos da la hermosa experiencia de su amor (Mt 11,
28s). Al llegar a “Casa”, es Cristo quien sale al encuentro del que regresa;
encuentro entre la miseria del pecador y la ternura y la misericordia de quien
lo acoge (Lc 15, 11ss). Para quien llegó a tocar fondo y conoció la miseria,
ahora, después de su encuentro; después de haber experimentado lo bueno que es
el Señor; después de romper ataduras, dejar lo mundano para hacer la voluntad
de Aquel que lo ama hasta el extremo; ahora comienza la fiesta. (Jn 13, 1; Gál
2, 2); esta experiencia, es sencillamente una fiesta. Ahora si es posible la
conversión; ahora es posible hacerlo sin pujidos, sin tristezas, sin reclamos.
Ahora se camina, ya no se arrastra; ahora se piensa y se decide a la luz de la
Palabra que es “espíritu y vida” (Jn 6, 63). Se ha retomado el camino; camino
lleno de experiencias. Ahora se puede tomar la decisión de caminar con Jesús
para vivir “la aventura de la fe”.
7. Los nuevos ángeles de carne y hueso.
En mi experiencia personal, con un agradecimiento
profundo a mi Señor que me hizo volver al “Rebaño”, a la “Familia” a la
“Comunidad”, pienso, mirando hacia atrás en las personas, hombres y mujeres que yo ni siquiera conocía y que
nunca volví a encontrarme con ellas. Pero, en su momento me dieron una palabra
que me sacudió, que me puso a pensar, que me llevó a tomar conciencia de mi
realidad existencial. Sus palabras fueron “luz” que iluminaron mis tinieblas;
fuego que chamuscaba; espada que cortaba. Recuerdo a una hermosa joven de color
que me decía en el momento que compraba una botella de licor: “yo no gastaría
mi dinero en eso”. “Yo prefiero vivir mejor y comer mejor”, “Yo mejor gastaría
mi dinero en otra cosa”. En otra ocasión en un centro nocturno, después de que
había dado una espléndida propina, una bella señora de apariencia muy culta me dijo: “No se moleste por lo que
le voy a decir, pero, creo que éste no un lugar para usted”. “usted no
pertenece a este ambiente”. ¿Cuál será mi lugar o mi ambiente? Le respondí: “No
lo sé”, me dijo ella: “pero, sé que esto no es lo suyo”. Después de mi
encuentro con el Señor comprendí que mi lugar era “Mi comunidad cristiana”, “Lo
mío: mi ambiente y mi vida, era Cristo”
Otra mujer que visitaba mi casa para darme testimonio
de su experiencia de encuentro con Cristo en un retiro espiritual al que había
ido el fin de semana, yo bajo los efectos del alcohol, la invitaba a ir a la cama, me respondió: “¿No
sabe usted que su cuerpo es cuerpo de Cristo?”. “Lea su Biblia”. “Usted debe
huir de la fornicación, yo, ya lo hice y soy feliz”. Palabras que me
atravesaron y llegaron hasta el fondo de mi conciencia. Personas que veces me
dieron una palabra, veces un testimonio de vida, pero siempre me dieron tema
para reflexionar mi vida. ¿Quiénes eran estas personas? Hombres y mujeres;
personas algunas pobres, otras cultas, algunos negros, otros blancos. De
algunas, no sé si serían católicas o evangélicas. Hoy creo que eran profetas de
Cristo; ángeles de carne y hueso, verdaderos enviados del Señor Jesucristo que
me invitaba a volver a casa… y volví.
… Gracias Señor, por hacerme volver…
Gracias por haberme recibido.
Reflexión por grupo
Plenario para compartir
experiencias.
Oración individual y comunitaria.
Tema
6.Picos y valles en la vida espiritual
Objetivo:
Mostrar las exigencias de renunciar a todo lo que no ayuda a que el reino de
Dios crezca en nuestros corazones, para
poder realizar lo que estamos llamados a ser: servidores de los demás.
Iluminación: “Permanezcan en mi amor; como yo permanezco
en el amor de mi Padre. Si ustedes guardan mis mandamientos permanecen en mi
amor, como yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”
(Jn 15, 9). La coherencia en la fe necesita también una sólida formación
doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más
justa, más humana y cristiana (Benedicto XVI. Discurso, 12 de mayo del
2007).
1. La experiencia de Dios.
La experiencia de Dios no es cosa
del pasado, es para vivirse día a día. El camino estrecho está lleno de
exigencias, de experiencias, veces dolorosas, otras veces liberadoras, unas
veces gozosas y otras gloriosas. Al principio es una verdadera luna de miel con
el Señor. Dichosa la suerte de los principiantes (Pablo Coello); con sólo
pensar en Dios y desear algo, el Señor le responde diciéndole: “Me llamaste,
aquí estoy. ¿Qué necesitas de mí?” A la misma vez, Dios le sugiere o propone
algo y con alegría hace lo que se le pide; la razón es que ha probado lo bueno
que es el Señor. Llega el día del compromiso, de la “opción radical por Cristo
y se responde con generosidad. Guardar los Mandamientos no es una carga, es una
fiesta.
Después viene la etapa del desierto, las noches frías y
áridas; Dios parece que fuera un espejismo (Jeremías). Lo que realmente pasa es
que ha llegado el tiempo de la madurez espiritual, del crecimiento en el
conocimiento de Dios, mediante la práctica de las virtudes; para lo que se
requiere el cultivo de una voluntad, firme férrea y fuerte para amar a Dios por
lo que Él es, y no por lo que Él da. Al final del desierto la victoria es de
Dios. El desierto es una etapa de preparación para realizar una misión. El
Señor nos saca del ruido y del bullicio para estar a solas con su elegido y
enseñarlo a escuchar su voz, a tomar decisiones como respuesta al amor
recibido. Al final del desierto se toma la firme determinación, de manera libre
y consciente, de quedarse por amor en “Casa” para servir al que primero lo amó.
Siguen los años de apostolado, de misión, de entrega hasta el sacrificio y la
renuncia. Días, meses y años de acciones heroicas, todo por amor a Cristo y a
su
Iglesia.
Pero, un día, puede llegar el
cansancio, el activismo y con él, el vacío: se baja el nivel de oxigeno del
corazón y aquellos demonios que habían sido expulsados o atados, vuelven
aparecer y ahora con más fuerza y furia que antes (el miedo, el odio, los
complejos, etc). Se buscan compensaciones y auto justificaciones, la verdad, se
está perdiendo altura: ha comenzado el descenso, hay pérdida de convicciones,
aparecen las debilidades en la carne que humillan. Lo que realmente está
sucediendo es que se ha abandonado la vida de oración y de intimidad con el
Señor por hacer cosas que llevan a la pérdida de identidad, para entrar,
nuevamente en los terrenos de la mentira y del demonio de la confusión que hace
perder claridad y va desapareciendo el celo apostólico, a la misma vez que va
desapareciendo la alegría por el llamado al servicio, las cosas se hacen por
obligación, por que toca, vuelve el mal genio y la agresividad con la vuelta de
los deseos carnales. Todo esto desemboca en un servicio al Señor, no en
Espíritu, sino en la “carne”. La carne es un modo de ser y de actuar que no es
agradable a Dios (Rm 8, 1-9).
La carne es un modo de vivir
siendo conducidos por cualquier espíritu que no sea el espíritu de Cristo, es
por eso, vida mundana y pagana; vida de pecado que lleva a dar culto a los
ídolos del tener, del placer o del poder. Ídolo es todo aquello que se pone en
el corazón en lugar de Cristo. Es una realidad, cuando amamos al dinero, a los
lujos, a las cuentas bancarias, a las faldas o a lo que hay debajo de las
faldas, con palabras de san Agustín,
amamos a la criatura más que al Señor. Cuando nos amamos a nosotros mismos
hasta llegar al desprecio a Dios y a los demás es una verdadera inversión de
valores, es idolatría.
El amor a Cristo pide amor a los
pobres, amor a la Iglesia, amor al servicio… El testimonio de Jeremías ilumina
la realidad que todo servidor de Cristo puede llegar a vivir: “Si te vuelves a
mí, porque yo te haga volver, volverás a ser mi boca. Si separas la escoria del
metal precioso, volverá a ser mi siervo”. (Jer 15, 19) ¿Será que Jeremías se
hundió en el lodo? (Jer 38, 6) ¿Viviría alguna experiencia de pecado?.
Creo, la experiencia me lo ha enseñado, que el camino de la
perfección cristiana no sube en forma recta, perfecta y siempre continúa, no sé
porqué razones, el proceso, veces, es animado por una “fuerza impulsora” que
luego se debilita para comenzar una experiencia de hundimiento, de decadencia.
Lo que se había conseguido con muchos esfuerzos fácil y rápidamente se pierde.
Es necesario que una fuerza nos detenga, nos ayude hacer un alto y sacarle una
enseñanza a la caída, para comenzar con las nuevas energías que da una “fuerza
renovadora” volver a retomar el camino, y ascender nuevamente la “Montaña” de
la perfección. Lo creo, porque lo he vivido, que la decadencia espiritual no es
gratuita, me descuidé y resbalé… pero toda experiencia de decadencia me ha
dejado una enseñanza… soy débil, más aún, sigo siendo pecador; reconozco que no
he cultivado una voluntad firme, fuerte y férrea para el amor, para la verdad,
para la justicia… soy débil, soy caña… he recurrido a las máscaras, a las
apariencias… he vivido en la mentira; me gusta que me alaben, pero me duele que
me critiquen. Reconozco que estas experiencias negativas me han llevado a la
pérdida de “identidad sacerdotal y cristiana”. Confieso que no había entendido
las palabras de Juan el Bautista: “Es necesario que yo disminuya y que él
crezca”
(Jn 3, 30)
Querer crecer en importancia, en
sabiduría para tener éxitos y recibir aplausos en la vida, hacen desaparecer a
Cristo, para dar lugar nuevamente al reinado del hombre viejo. Una señal clara
de esto es cuando nos preocupa el que dirá la gente, en vez del que dirá Cristo
de nosotros. Experiencia liberadora y gozosa, ésta del crecimiento en Cristo,
pero que sólo pueden vivirla aquellos que “Están en comunión con el Señor y
permanecen en su amor” (Jn 15, 1- 8) Siendo dóciles al Espíritu Santo que lleva
a los hijos de Dios a estar crucificados con Cristo (Gál 5, 24) y poder ser sus siervos; a éstos los llama
amigos (Jn 15, 15). Amigos que deben rechazar toda mentira (Ef 4, 25); “Como
también deben rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda
clase de maledicencias” (1 Cor 6, 18; 1 Pe 2,1; 2 Pe 1, 4b; 2Tim 2, 22).
Para poder dar frutos de vida eterna he de tener siempre
presente las palabras de Jesús, el
Señor: “Permanezcan en mi amor; como yo permanezco en el
amor de mi Padre. Si ustedes guardan mis mandamientos permanecen en mi amor,
como yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,
9). La clave de la fidelidad al amor de Cristo, no es otra, que la docilidad al
Espíritu de Verdad que habita por la fe en nuestros corazones.
(cfr Ef 3, 17)
2. Huye de la corrupción.
El Apóstol Pedro el día de pentecostés exhorta a más tres
mil judíos que lo escuchaban a ponerse a salvo huyendo de la corrupción: “pónganse
a salvo, apártense de esta generación malvada” (Hech 2, 40). En su segunda
carta, treinta años más tarde nos dice: “huyan de la corrupción para que puedan
participar de la naturaleza divina” (2Pe 1, 4). Huir significa apartarse, poner
distancia y terreno de por medio. Huir también significa abandonar un
determinado estilo de vida, con sus costumbres, tradiciones, acciones y
actitudes. Huir significa despojarse; quitarse el traje de tinieblas y echar
fuera la vieja levadura a la que
Pablo llama en la carta a los
Gálatas “obras de la carne”: fornificación, adulterio, indecencia, libertinaje,
idolatría, superstición, enemistades, peleas, envidia, cólera, ambición,
discordias, sectarismos, celos, borracheras, comilonas y cosas semejantes” (Gál
5, 19s)
La razón es que Pablo está de
acuerdo con la que nos había presentado el Apóstol Pedro: “Huyan de la
corrupción, para que puedan participar del Reino de Dios” (de la naturaleza
divina) (Gál 5, 21; 2 Pe 1, 4). A la comunidad de Corinto, el mismo Apóstol Pablo
les recomienda: “Huyan de la fornificación” (1 Cor 1, 18) Es una referencia del
Apóstol a todos los pecados implícitos en la inmoralidad sexual, tal extendida
en el puerto de Corinto.
Huir de la corrupción es una
exhortación a los nuevos creyentes a dejar de vivir en el mundo del paganismo.
Se han de abandonar las obras muertas de la idolatría para pasarse al reino de
la Gracia (Col 1, 13). El reinado de los ídolos debe llegar a su fin, y con
ello, terminar con la opresión, las injusticias, la explotación, la mentira, la
falsedad, el culto a los ídolos del poder, del placer y del tener. Huir de la
corrupción es morir al pecado para poder vivir para la justicia (1 Pe 2,
24).
3. El deseo de pertenecer a Cristo.
Huir es por lo tanto despojarse
del traje de tinieblas para poder revestirse con el traje de la nueva Vida (Rm
13, 12) que se nos ha dado en el Bautismo como semilla, pero que ahora hemos de
cultivar hasta llevarla a su madurez. El deseo de Dios, muchas veces es ahogado
por la vida mundana y pagana. Es deseo de conocerlo, amarlo y servirlo. La
exhortación del Apóstol está acompañada de una hermosa razón que deberíamos de
llevarla impresa en un lugar visible de nuestro cuerpo para tenerla siempre
presente: “De modo que no se pertenecen a sí mismos, sino que han sido
comprados a un gran precio” (1Cor 6, 19- 21) el Apóstol Pedro nos ha dicho “que
no fuimos comprados con oro ni plata, sino con la Sangre de Cristo, cordero sin
mancha y sin defecto” (1 Pe 1, 19).
4. ¿Basta con abandonar las obras muertas del
pecado?
¿”Basta con decir: yo no peco? ”.
“Yo no hago mal a nadie”. Jamás… nunca. De nada sirve decir que no se peca o
que no se le hace mal a nadie, si tampoco, le hacemos bien a alguien. Se
abandona y se huye de la corrupción para practicar la justicia y proceder
honradamente, realizando las obras de misericordia, los frutos de la fe o lo
que Pedro llama las “buenas obras” (1 Pe 2, 12). La carta de Pablo a los
Gálatas nos presenta algunos de los frutos del Espíritu que deben estar
presentes en nuestra vida para que no sea estéril e infecunda: “el amor,
alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio
propio” (Gál 5, 22); en la carta a los Efesios enumera otros más: “la bondad,
la verdad y la justicia” (Ef 5, 9). No son los únicos, existen muchísimos más,
pero, lo que importa es saber que no basta con ser creyentes, hay que ser
practicantes del bien para que la vida del hombre esté orientada hacia los
terrenos de Dios, con una inteligencia iluminada por la verdad, una voluntad
fortalecida por la práctica de la justicia y por un corazón purificado por el
fuego del amor. Los terrenos de Dios son el amor, la verdad, la libertad, la
justicia, la responsabilidad, la solidaridad, la misericordia, etc.
Sólo mediante la práctica de
éstas y otras virtudes o valores del Reino, podrá realmente el creyente decir o
afirmar que su fe es auténtica y verdadera. Lo anterior exige que hombres y
mujeres seamos enseñados a vivir el Evangelio de la Verdad para que podamos
desplegar todas nuestras potencialidades, viviendo como seres en proyección y
sirviendo en la construcción de la tan ansiada “Civilización del Amor” que debe
estar al servicio de la “Comunidad fraterna y solidaria”, conocida también como
la “Comunidad Cristiana”.
Reflexión por grupos.
Plenario para compartir
experiencias.
Oración individual y comunitaria.
Tema
7.Formar en el amor a la verdad.
Objetivo: Resaltar la importancia que existe en el educar en la
verdad y para poder llevar una vida íntegra, cultivando los valores del Reino y
crecer como personas en la entrega por amor a los demás.
Iluminación: Pero
los hombres malos e impostores irán de
mal en peor, engañando y siendo engañados. Tú, sin embargo, persiste
en las cosas que has aprendido y de las cuales te convenciste, sabiendo de
quiénes las has aprendido; y que desde la
niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría
que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús (2 Tim 3, 14ss).
La educación de los jóvenes en la fe debe estar basada en el encuentro
directo y personal con el hombre, en el testimonio –es decir, en la auténtica
transmisión de la fe, de la esperanza, de la caridad y de los valores que
derivan directamente de ellas- de persona a persona (Benedicto XVI.
Discurso, 26 de noviembre del 2006).
1. Lo que Dios quiere
Dios desea que todo hombre
experimente la salvación gratuita e inmerecida que Él ofrece a todo ser humano. Así lo ha expresado el
apóstol Pablo: “La voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la Verdad” (cfr 2 Tim 2, 4) ¿Cómo pueden llegar los
hombres al conocimiento de la Verdad? La respuesta la encontramos en la evangelización,
la predicación de la Palabra de verdad (Jn 17, 17) que es la Palabra de Cristo
(Rm 10, 17), capaz de llevarnos a la salvación por la fe en Cristo Jesús (2Tim
3, 14). Desconocer está Palabra es desconocer al mismo Cristo (San Jerónimo).
La Palabra de Dios es manifiesta
con claridad la “Voluntad de Dios” que debe ser aceptada con conciencia
responsable y libre para poder llevar una vida digna de Dios y como seres
humanos, creciendo en conocimiento de Dios, mediante la práctica de las
virtudes que nos revisten de Jesucristo: La Verdad, la justicia, la Libertad y
el Amor (cfr Col 1, 9-12).
2. El encuentro con Cristo.
El amor a la Verdad nace del
Encuentro con Cristo. Encuentro liberador y gozoso que se convierte en el
“motor de la vida cristiana”. Del Encuentro con Cristo en la fe (Que hace de la
fe una experiencia de vida), nace el gusto por la Palabra, por la oración y por
el servicio, como expresión de la caridad. “Sólo tú tienes palabras de vida
eterna”, le dijo Pedro a Jesús (Jn 6, 68)
La primera comunidad de Jerusalén reunía cuatro
características que le dan el derecho de ser modelo y figura para toda
comunidad cristiana: “Asistían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a
la comunión fraterna; a las oraciones y llevaban una vida centrada en la
Eucaristía. Todo lo tenían en común y partían el pan con alegría” (Hech 2,
42ss). De la experiencia de la primitiva comunidad podemos afirmar que “El amor
a la verdad” implica y exige educar la inteligencia, la voluntad y el corazón
del hombre en la práctica del amor a la verdad.
“La verdad es la fuerza del amor”
que abre la conciencia de los hombres a relaciones recíprocas de libertad, de
responsabilidad y corresponsabilidad. Educar en la verdad para que seamos
hombres y mujeres apasionados por la vida, por la causa del Reino. Apasionarse
por la verdad es comprometerse totalmente y orientar al hombre con todas sus
facultades en la búsqueda de lo real, de lo firme, de lo seguro, de lo
verdadero, es decir, de la verdad, que no atropella, ni se impone, sino que
respetando lo que es propio de cada ser humano, cuestiona e invita a ser
auténticos, sinceros y leales. El amor a
la verdad compromete la totalidad de la existencia. De esta manera los
cristianos viven su propia libertad, con responsabilidad y solidaridad.
3. Las fuentes de la verdad.
Formar en el amor a la Verdad nos pide volver
la mente, la mirada y el corazón a las “Fuentes de la enseñanza cristiana”.
Fuentes de luz y de verdad que iluminan la realidad, la historia y la
existencia personal de los creyentes para darnos principios de reflexión,
criterios de discernimiento y líneas de acción. Las fuentes son: La Sagrada
Escritura, leída y meditada a la luz de los Padres de la Iglesia, la enseñanza
del Magisterio de la Iglesia y el corazón traspasado de Cristo; fuente de
redención, de purificación y de santificación.
Formar en el amor a la verdad debe llevar a la misma vez, a la renuncia
y al rechazo de la mentira, del odio, del fraude, de la manipulación y de toda
injusticia (1Pe 2,1; 2 Pe 1, 4b).
4. Criterios de formación.
• Pensar la verdad. ¿Para qué pensar la
verdad? Los criterios puramente humanos llevan a dar la espalda a la verdad.
Pensar la verdad para sacar de la mente todos los criterios patriarcales,
machistas, feministas, consumistas, conformistas o totalitaristas; pensar la
verdad para forjar nuevos criterios para ver a todo ser humano, como un fin en
sí mismo, como una perla preciosa. Pensar la verdad para que el hombre se haga más inteligente, ponga orden
en su vida y la construya sobre la jerarquía de unos valores, sin los cuales no
sería más que un simple bosquejo de persona. Para la Biblia, inteligente es
aquel que sabe vivir, por eso, pensar la verdad nos lleva a la creación de
nuevas actitudes y hábitos, como la lectura de una buena literatura y el
cultivo valores, de nuevas y provechosas
amistades.
• Honrar la verdad. ¿cómo honrar la
verdad? Honras la verdad cuando reconoces tu propia dignidad y la dignidad de
los demás. Honras la verdad cuando te valoras por lo que eres. Cuando te piensas
y te miras con amor; cuando te aceptas como eres y te proyectas buscando una
mejor calidad de vida. Honrar la verdad es respetar a la persona en su
dignidad, a la familia, a los otros en
su realidad individual y social. Es reconocer y aceptar a los otros como
personas importantes, valiosas y dignas. El hombre que honra la verdad ha
aprendido a identificar y distinguir entre el bien y el mal. El tiempo de que
llamaba bueno a lo malo y a lo malo bueno, ha quedado atrás. Quien no camina en
la verdad, es un ciego que no reconoce la dignidad propia ni de otros.
• Hablar la verdad.“Fuera de tu mente y
de tus labios toda mentira” (Ef 4, 25). Fuera juicios despectivos y
condenatorios sobre los demás (Mt 7,1ss). Hablar la verdad es hablar bien de la
mujer y del varón, de su vocación y misión, de sus derechos y de sus deberes,
de sus cualidades y talentos. Es hablar bien de todo ser humano. Quien habla la
verdad su lengua es limpia, amable y veraz. El que habla la verdad evita toda conversación estéril; todo vocabulario impuro
y mordaz; los chistes en doble sentido y las burlas a los demás desaparecen de
sus labios. Las palabras groseras a la luz de la verdad pierden todo sentido al
igual que las críticas y las acusaciones.
• Caminar en la verdad. ¿Qué significa caminar
en la verdad? Significa reconocer que no fuimos creados para llevar una vida
arrastrada, permitiendo que otros sean los que piensen y que decidan por
nosotros. Arrastrarse es dejar que otros hagan tu historia; que seas manipulado
y usado sólo como instrumento de placer o de trabajo. Caminar en la verdad es
poner tus dos pies sobre la tierra y caminar con tu cabeza en alto, con
dignidad, siendo protagonista de tu propia historia. Caminar en la verdad
implica rechazar todo lo malo, es decir, todo aquello que impida que te
realices como persona. Implica también cultivar la belleza, la unicidad, la
bondad y la verdad que hay en cada ser humano. Camina en la verdad todo el que
ama; el que es generoso y servicial; el que comparte su “bien” movido por el amor
fraterno; el que es solidario con todos y está siempre dispuesto a lavar los
pies a los enfermos y desprotegidos. Ese es el que camina en la verdad.
• Defender la verdad. ¿Qué significa
defender la verdad? Significa respetar y defender los derechos de toda persona,
de todo ser humano. Es ayudarle a remover los obstáculos que impiden que realice su ser de mujer o de varón. Defender
la verdad es abrirle a la mujer y al hombre campos de acción para que
desarrollen sus capacidades de ser ellos mismos, como individuos, esposos,
padres, profesionistas…como personas capaces de amar, donarse y entregarse.
Defender la verdad es comprometerse en la defensa de los “Derechos Humanos”, sin
la búsqueda de intereses personales, sino, movidos por “el hambre y sed de
justicia” que brotan de un corazón que ha echado raíces en la solidaridad
humana.
• Enseñar la verdad. Es el camino para
humanizar la educación, la economía, la política y la religión. Es el enseñar
el arte de la personalización que ayudará a descubrir y realizar el sentido de
la vida. Evitando toda cosificación, instrumentalización y manipulación, para poder
llevar una vida digna.
5. Formar mujeres y hombres nuevos en Cristo.
Tarea que exige dedicación,
tiempo, esfuerzo, mente, corazón, desvelos, renuncias y sacrificios para llevar
la semilla de la Palabra de Dios y sembrarla en corazón de las personas y de las
culturas, para iniciarlas en un proceso de renovación de la mente, de la
voluntad y del corazón que lleva a hombres y mujeres a la conformación de sus vidas con la de Cristo. Para esta tarea
evangelizadora, muchos hombres y mujeres hemos sido llamados en la Iglesia:
“Evangelizar, es para la Iglesia, el arte de enseñar a vivir en comunión”.
Comunión con Dios, con los hombres, consigo mismo y con la naturaleza.
“Evangelizar es sembrar en el corazón de los hombres la semilla de la verdad,
del amor y de la justicia”. Veces se siembra y veces se riega, pero siempre se
siembra y se riega con la Palabra de Dios; Palabra poderosa, capaz de cambiar
nuestros corazones de piedra en corazones de carne. La Palabra de Dios es
semilla de verdad y semilla de amor recibidas por el hombre como regalo de Dios
en la mente y en el corazón.
6. Con la fuerza de la Palabra.
Los Obispos Mexicanos, apoyándose en el Documento de
Aparecida, nos han presentado un itinerario espiritual para alcanzar este
hermoso objetivo:
• Desarrollar
en nuestras comunidades el proceso de iniciación cristiana con base en el
Kerigma, para que guiados por la Palabra de Dios los hombres sean llevados al
encuentro con Jesucristo y a una conversión del corazón, al discipulado, a la
inserción eclesial y a la madurez en la fe mediante la práctica de los
sacramentos, en la vivencia de la caridad y en el compromiso misionero (Doc de
Aparecida, no. 289).
• Implantar
un proceso catequético permanente, orgánico y progresivo, que abarque toda la
vida, sus distintas etapas y situaciones; que no se limite a la formación
doctrinal, sino que sea una verdadera escuela de formación (Doc. De Aparecida,
no. 294).
• Acompañar
a los discípulos de Cristo en el camino de la perseverancia para que
permanezcan en el amor (Jn 15, 9), a través de la experiencia del encuentro con
el Señor en la lectura y meditación de la Palabra, en la oración, en la activa
y fructuosa participación de la liturgia, en la vivencia comunitaria y en el
compromiso apostólico, con especial atención en los que más sufren y a los
pobres. (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, no. 15)
• Aprovechar
la riqueza de la Doctrina Social de la Iglesia como instrumento de
Evangelización que educa en las virtudes sociales y políticas.El discípulo de
Jesucristo se inserta en la vida social, para ser en ella sal y fermento, de
manera que las estructuras que organizan la convivencia social estén siempre
impregnadas por los valores evangélicos de la libertad, el amor, la justicia y
la caridad que son valores fundamentales de la convivencia humana. (Juan XXIII,
carta encíclica Pacem in terris, no 37)
• Fomentar
en los discípulos misioneros de Jesucristo que asuman responsablemente su
compromiso como ciudadanos para construir un orden social justo, cuidar de la
creación y construir la paz.
• Buscar
formas de acompañamiento de la vida interior de las personas. En medio de una
sociedad que fácilmente lleva al hastío, al sentimiento de vacío… que ofrece
como bien el camino del consumismo, de la droga…
• Fomentar
el amor a la verdad. La fe adulta se expresa “viviendo con verdad y amor” (Ef
4, 15) (Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna, CEM, Pág 69- 70).
7. Nuestro compromiso en las escuelas.
• Promover
la educación en el amor y para el amor. Educar significa dar algo de sí mismo y
ayudar a otros a superar los egoísmos y así hacerse capaces del auténtico amor.
• Promover
la educación en la verdad y para la búsqueda sincera de la verdad. Esto supone
ayudar a encontrar el sentido del dolor y del sufrimiento como elementos
constitutivos del amor.
• Formar
en el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina. Sin reglas de
comportamiento y de vida no se forma el carácter y no se fortalece para superar
las pruebas de la vida.
• Alentar
a los educadores a asumir responsablemente el rol de autoridad en la tarea
educativa. Lo que exige coherencia de vida e involucrarse personalmente.
• Alentar
la esperanza, pues esta es el alma de la educación. La esperanza que se dirige
a Dios, tiene un sentido comunitario e universal.
8. Nuestro compromiso cristiano.
• Potenciar
el papel de la familia en la construcción de la paz. “La familia es vehículo
privilegiado para la trasmisión de aquellos valores religiosos y culturales que
ayudan a la persona a adquirir su propia identidad” (G. S. no. 47). Los grandes
promotores de la paz y justicia se forjan en la familia.
• Formar
en el respeto de la dignidad de cada persona y en los valores de la paz para
por erradicar la injusticia y la opresión de nuestras vidas.
• Promover
el establecimiento de distintas instancias de servicio y promoción a la
familia. Como pueden ser centro de acogida y escucha para acompañar a las
familias afectadas por inesperadas y graves adversidades.
• Impulsar
leyes que estén orientadas a promover el bienestar de la familia.
• Que
nuestra acción pastoral esté orientada a formar patrones de conducta en las
relaciones familiares que estén fundamentadas en el respeto, la paz y en la
justicia. Fuera toda violencia, toda agresividad, toda injusticia.
• Promover
en los discípulos de Jesús el trato digno y respetuoso hacia todas las mujeres.
Acompañándolas y promoviéndolas para que sean promotoras de una nueva nación.
• Desarrollar
acciones preventivas y curativas para las víctimas de la trata de personas.
• Trabajar,
tutelar y promover la dignidad y derechos inalienables de los niños y de las
niñas.
• Promover
la pastoral de la infancia, de la adolescencia y de los jóvenes. Enseñándoles a
amar la verdad, a discernir entre lo bueno y lo malo, conocer lo justo, lo
noble, lo virtuoso; a reconocerse como personas con una dignidad inalienable;
ayudándoles a desarrollar su creatividad y a cultivar los valores y la virtudes
del Reino de Dios que les permitan superar las tentaciones de la droga, del
alcoholismo, y de todas las formas de violencia. (Qué en Cristo nuestra Paz
México tenga vida digna. CEM, págs. 73-
76).
Reflexión por grupos.
Plenario para compartir experiencias.
Oración individual y comunitaria.
Tema
8.Quiero ser un hombre abierto a la verdad
Objetivo: Desarrollar
criterios de discernimiento y líneas de acción que ayuden crecer en el conocimiento y de la realidad
para poder fundamentar un compromiso seria responsable en la creación de una
sociedad más justa y solidaria.
Iluminación: La educación de
los jóvenes en la fe debe estar basada en el encuentro directo y personal con
el hombre, en el testimonio –es decir, en la auténtica transmisión de la fe, de
la esperanza, de la caridad y de los valores que derivan directamente de ellas-
de persona a persona. Por tanto en la educación de los jóvenes en la fe se
trata de un auténtico encuentro con otra persona, a la que primero hay que
escuchar y comprender (Discurso 26 de noviembre del año 2006. Benedicto
XVI).
1. La verdad es el camino que lleva al amor…
… a la práctica de la justicia, a
la libertad, a la solidaridad. Con cuánta razón dijo Jesús el Señor: “La verdad
os hará libres” (Jn 8, 32). Para los cristianos la “Verdad” no es un concepto,
como tampoco es un principio filosófico, sino, una Persona que ha venido como
Luz a iluminar las tinieblas de la mentira para que los hombres conociendo la
verdad adquieran un nuevo modo de ser y de actuar, abandonen la obras de las
tinieblas y, con un corazón solidario hagan el bien, especialmente a los menos
favorecidos de la comunidad humana. Podemos afirmar que la “Civilización del
amor” está cimentada en la verdad, el amor y la vida, la única cultura que
puede echar fuera la mentira, el odio y la muerte que llenan las calles de
nuestras ciudades y los campos de nuestra Patria. Los hombres hemos olvidado
las palabras que Dios pronunció por medio del Profeta: “Hombre, ya te explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti:
que defiendas el derecho y ames la lealtad, y que seas humilde con tu Dios”
(Mq 6, 8).
Urge educar en la verdad, para
que los hombres puedan conocer el arte de vivir en comunión con Dios como
Padre; con los demás como hermanos y con las cosas como amos y señores. La
verdad, la justicia y la bondad (Ef 5, 9), son tres de los valores del Reino de
Dios que dan consistencia a la estructura espiritual, tanto individual como
comunitariamente. La unidad de los tres anula el divorcio entre fe y vida;
entre inteligencia y voluntad, para dar consistencia a una espiritualidad y
personalidad orgánicamente estructurada. Amor y verdad, nos dicen los Obispos
Mexicanos, son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de
cada ser humano. (Cristo es nuestra paz… no. 170)El Papa Benedicto XVI nos ha
dicho: “Son a la vez la fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada
persona y de toda la humanidad” (Caritas en Veritate no. 1).
2. La verdad nos lleva a la práctica de la
justicia.
Justicia a Dios y justicia a los
hombres, especialmente a los más pobres. A Dios le hacemos justicia cuando
elegimos el Camino que Él nos propone: el camino del amor que nos hace guardar
sus Mandamientos: Creer, amar y servir al Señor en los demás. La justicia es
darle al otro lo que realmente le corresponde, lo que es suyo: reconocerlo,
aceptarlo y respetarlo como persona. No es darle limosnas, sino, ayudarlo a
iniciarse su proceso de realización, para que saliendo de situaciones menos
humanas, pase, a situaciones más humanas, y de situaciones humanas, pase a
situaciones cristianas. El método a usarse es el del amor que nos hace: verlo y
pensarlo como Dios lo hace; aceptarlo, valorarlo y amarlo como Dios lo hace…
Sólo entonces se podrá reconocer su “dignidad como persona” y ayudarlo a
ponerse en camino. De esta manera podemos de decir que la caridad supera la
justicia, va más allá, la supera, siguiendo la lógica del perdón y de la
entrega. La justicia cristiana, restaura, no destruye; reconcilia, no mata;
promueve, no aplasta; corrige, pero con caridad. Es virtud moral y a la vez,
criterio orientador de toda acción moral. (Que en Cristo nuestra paz… no. 172.
CEM)
“El amor es una fuerza extraordinaria que mueve a las
personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia
y de la paz” (Benedicto XVI. Caritas in Veritate, no. 1) Amar es darse y
entregarse a un alguien; es trabajar eficazmente por él, para que se realice
como lo que es persona, hija de Dios. La fuerza del amor la encontramos en el
caminar en la verdad. Nos puede surgir una pregunta, la misma que Pilatos le
hizo a Jesús: “¿Qué es la verdad?”. La verdad es la armonía entre la
inteligencia y la realidad; entre la palabra y la acción; la verdad lleva al
amor y el amor lleva a la verdad. Para el cristiano la verdad es una; se debe
aceptar y adecuar la existencia a ella. Para él, la Verdad cristiana es una
Persona: Jesús, el Hijo de Dios. (cf (Jn 14, 6) El Único capaz de hacernos
realmente libres (Jn 8, 36)
3. La verdad nos lleva a la solidaridad.
La solidaridad es fruto de la
caridad cristiana, su principio es: “La determinación firme y perseverante de
empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para
que todos seamos verdaderamente responsables de todos”. Principio que nos ayuda
a entender el desarrollo en el horizonte de la plenitud del ser de las personas
y no como un progreso sin fin, ni como la multiplicación de bienes y servicios.
(Compendio de la doctrina social de la Iglesia, no. 102. Consejo Pontificio
Justicia y Paz).
No podemos negar que lo anterior
pide el cultivo de una voluntad firme, férrea y fuerte para amar y servir a los
demás. Sólo entonces seremos capaces de meternos en los zapatos del pobre y del
necesitado; sólo entonces podremos llevar a la práctica el Mandamiento nuevo de
Jesús (Jn13, 35). Los Obispos Mexicanos
nos han dicho que el desarrollo tiene una dimensión moral que al mismo tiempo
que lo orienta, lo limita (CEM. Cristo nuestra paz… no 181).
Formar las conciencias para la
solidaridad exige poner en práctica el principio del compartir lo que sabemos,
lo que tenemos y lo que somos; camino de desprendimiento y renuncias que nos
lleva la libertad. Por un lado hemos de
renunciar a todo aquello que nos haga sentirnos los amos y señores de vidas y
de haciendas; renunciar a los gastos superfluos y a los lujos innecesarios que
terminan siendo un fraude a los pobres; se hacen fiestas, se gasta y se
derrocha buscando prestigio, identidad, quedar bien, mientras que muchos a
nuestro alrededor pasan hambres o duermen a la intemperie. Por otro lado,
siguiendo el consejo del Papa Benedicto XVI, urge: “aprender la renuncia, la
sencillez, la austeridad y la sobriedad. Donde hay renuncia ahí brota la vida,
la libertad y la virtud. “Sólo así puede crecer una sociedad solidaria y se
puede superar el gran problema de la pobreza de este mundo” (Catequesis en la Audiencia
General del 27 de Marzo del 2007).
Muchos son los creyentes que derrochan fortunas en vicios,
lujos, regalos, aparatos y técnicas para tener al alcance de la mano y en casa
pornografía. Son capaces, al pagar por sus gustos grandes cantidades de dinero,
y con ello aumentan el poderío económico del monopolio de la pornografía, pero,
cuando se les pide para una causa noble, no tienen.
4. La verdad nos lleva a la fraternidad.
Para los cristianos la
fraternidad nace del encuentro personal con Cristo que nos incorpora a su
Comunidad, a su Familia. En ella, todos somos hijos de Dios; iguales en
dignidad, en valor y en importancia, con la vocación de ser hijos de Dios y al
mismo tiempo, hermanos de los demás. El principio de la fraternidad pide que
todos los seres humanos sean incluidos en esta Gran Familia en la cual se
construye la solidaridad sobre las bases de la justicia y de la paz (Benedicto
XVI, Caritas in Veritate, no. 54)
¿Basta con saberse hijos de Dios y hermanos de los demás?
No basta. Es necesario además, promover el desarrollo, de manera libre y
responsable a favor de todo el hombre y de todos los hombres, siendo sus
criterios de verificación la solidaridad y la fraternidad, sin las cuales, el
desarrollo de los pueblos no será realmente humano y no llegaremos a construir
la paz.
5. La verdad nos lleva a la libertad.
La palabra de verdad (Jn 17, 17) es la semilla de la
libertad. El mismo Señor Jesús nos había dicho: “Si permanecen unidos a mi
Palabra, seréis mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os hará
libres” (Jn 8, 31- 32). La libertad cristiana es don y es respuesta; es don y
responsabilidad. Existen muchas libertades, pero pocos hombres libres, capaces
de elegir bien por ellos mismos, lo que es lo mejor en miras a su realización personal.
La libertad es propiamente el modo de vivir humano. El hombre es un ser
condicionado, no obstante, puede decidir de manera libre y consciente, por sí
mismo lo que él quiere ser el día de mañana. La verdad respeta la libertad del
hombre, no se impone, no obliga, no manipula. La libertad en Cristo, la que nos
hace realmente libres responde a dos preguntas:
• ¿Libres
de qué? Libres de prejuicios y complejos; de ataduras y esclavitudes. La
liberación cristiana nos hace libres de la esclavitud del mal en todas sus
manifestaciones. De la esclavitud de apego a las cosas y del apego desordenado
a las personas. Por último nos hace libres de la esclavitud a la ley, la peor
de todas las formas de esclavitud.
• ¿Libres
para qué? Libres para conocer la verdad, para practicar la justicia y libres
para amar, ser generosos y serviciales. Sólo quien camine en la verdad puede
realmente ser solidario con todos, sin hacer distinción de personas. Libre es
el hombre que consciente y responsablemente se dona y se entrega en servicio a
un “algo” o a un “alguien” por amor, para ayudarle a realizarse como lo que es,
persona.
6. La verdad, camino que nos lleva a la paz.
El evangelista Lucas nos describe la lamentación de Jesús
por la ciudad santa: Al acercarse y divisar la ciudad, dijo llorando por ella:
“Ojalá tú también reconocieras hoy lo que conduce a la paz”. (Lc 19, 42s). San
Juan nos dice de que camino se trata: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”
(Jn 14, 6) Jesús es el Camino que nos lleva al Padre, al Cielo, a la Paz. Jesús
es el Camino que el Padre nos propone; es Camino y es Puerta (Jn 10, 7).
Los Sinópticos nos hablan de los
tres avisos de la Pasión: “He tomado la firme determinación de subir a
Jerusalén”. Jesús sabe a dónde va: a su pasión, a la muerte y a la
resurrección, es el camino de su Pascua (Mc8, 31; Mt 16, 21ss; Lc 9, 27ss). A
sus discípulos les propone: “El que quiera venir conmigo, niéguese a sí
mismo, cargue con su cruz cada día y
sígame” (Lc 9, 23) El Señor invita a los suyos a estar con Él, a beber el cáliz
de su pasión y a padecer con Él (cfr Mt 20, 23); para también reinar con él y
sentarse a la Mesa con él en Reino de los Cielos. Jesús quiere que sus
discípulos entiendan que el camino de la pasión es el que nos lleva a la
resurrección; El Mesías tiene que padecer antes de entrar en su gloria (Lc 24,
26).
Para los creyentes, la fe
cristiana es ante todo una fe pascual. En la fe y por la fe, pasamos de la
muerte a la vida; de la esclavitud a la libertad; del pecado a la gracia. Toda
nuestra vida, cuando está orientada hacia Dios, es un continuo morir al pecado
para vivir para Dios: Muerte y Resurrección son dos momentos de un mismo
acontecimiento. Pablo en la carta a los Gálatas nos confirma esta hermosa
verdad: “Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus
pasiones y sus apetencias. Para vivir y obrar según el Espíritu” (Ga. 5,
24-25).
Leer y meditar por
grupo las palabras del Señor Jesús: Juan 8, 31-36.
9. La
enseñanza de Jesús.
Objetivo: Profundizar en el conocimiento del Proyecto de Dios a
favor de toda la Humanidad, para poder tomar la firme decisión de seguir a
Cristo y vivir como él vivió
Iluminación: Y mientras ellos iban por el camino, uno le dijo: Te
seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen
madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde
recostar la cabeza.
A
otro dijo: Sígueme. Pero él dijo: Señor, permíteme que vaya primero a enterrar
a mi padre.…(Lc 9, 57ss)
1. Jesús enseña sobre el “don de Dios”.
Jesús de Nazaret, es un buscador de perlas preciosas, de
corazones rotos, de vidas destruidas. Es también Aquel que se deja encontrar,
se hace el encontradizo. El Evangelio de Juan nos habla de su encuentro con una
mejor conocida como la samaritana, mujer que había ido de hombre en hombre, de
experiencia en experiencia en búsqueda de la felicidad. El Señor, sentado en brocal del pozo de
Jacob, la espera, le dirige su palabra, le hace una petición: “Dame de beber”.
Ella se niega y le recuerda que la enemistad que existe entre judíos y
samaritanos. Jesús no se da por vencido y vuelve a decirle: “Si conocieras el
don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te
daría agua viva” (Jn 4, 1ss). El don de Jesús es el Agua Viva, el don de su
Espíritu. A eso ha venido de junto al
Padre, a traernos al Espíritu
Santo, o como dijo el Papa Benedicto XVI: “Ha venido a traernos a Dios”.
Jesús Maestro enseña con sus palabras, con sus milagros,
exorcismos y con su vida. Su vida misma es una parábola: se sienta a la mesa
con pecadores para enseñarnos que los pecadores, también son llamados a
sentarse a la Mesa con el Padre Celestial. Jesús se hace amigo de pecadores,
para enseñarnos que Dios quiere ser amigo de todos. La Buena Nueva de Jesús
llena de aliento a los excluidos, también ellos son invitados al “Banquete de
Bodas” (Mt 9, 10- 13; Mc 2, 15- 17).
Jesús habla con toda verdad: “Entren por la puerta
estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la
perdición” (Mt 7, 13) El camino que lleva a la vida es angosto porque al hombre
que quiera caminar en él, y entrar por la “puerta estrecha”, no se le entregan
las cosas hechas, se entrega la semilla, para que cultive, trabaje la tierra y
llegue un día a comer los frutos de la cosecha. Esto exige esfuerzos,
purificación, cultivo de buenos hábitos; de virtudes y valores, especialmente,
los valores del Reino. El camino es estrecho
por que exige esfuerzos, dedicación, empeño y corazón. El sentido de la
vida no está expuesto a la charlatanería o la simple curiosidad. El pueblo dice
que Dios dijo:
“Ayúdate que yo te ayudaré”. Yo
nunca lo he encontrado en la Biblia, sin embargo está cargado de una gran
verdad: “Dios no hace por ti, lo que tú puedas hacer por ti mismo” (San
Agustín). Dios no hace milagros donde el hombre puede dar una respuesta.
Jesús sana y libera a los
hombres, para luego ponerlos en camino: “Levántate toma tu camilla y vete a
casa” (Mc 2, 11) Cada milagro, cada sanación, cada exorcismo que el Señor hace
a favor de una persona, es una “enseñanza” con la cual nos dice que el reinado
del mal, ha llegado a su fin; para dar lugar al reinado de Dios. “Si los demonios
son el expulsados por el Dedo de Dios, significa que el Reino de los cielos ha
llegado a Ustedes” (Lc 11, 20)
Hoy día muchas son las personas que en todo le echan la
culpa a los demonios, razón por la que recurren a los Ángeles en busca de
protección. Pero no sólo a los Ángeles, sino también a toda clase de agoreros y
adivinos, lo que está prohibido en la Biblia (Dt 18, 12ss) ¿Dónde queda la
libertad del hombre? ¿Está o no está llamado a ser protagonista de su propia
historia? ¿Dónde queda su responsabilidad? Gastan, derrochan y se complican la
vida, para luego exigir un milagro que solucione sus problemas económicos.
Legiones de hombres y mujeres llenan hoy día las casas de gurús, brujos,
adivinos, espiritistas, espiritualistas y charlatanes esperando que les
arreglen la vida, les adivinen el futuro, les ayuden a conseguir fortunas, les
den protección contra las fuerzas oscuras y les quiten su dinero. Si sólo
escucháramos la Palabra de Jesús: “Éfetta”, es decir, “ábrete” a la Palabra, a
la acción del Espíritu; ábrete a la verdad, a la voluntad de Dios; el resultado
sería un “hombre nuevo”, regenerado y reconstruido. Marcos nos describe con
detalle lo que Jesús hizo con el endemoniado de Gerasa: lo liberó de una legión
de demonios, y el que antes era el terror de la comarca, ahora lo encuentran
sus paisanos: sentado, vestido y en sano juicio; es un hombre dispuesto a
seguir a Jesús; quiere ser de su grupo, Jesús, sencillamente lo envía como su
primer misionero a tierra de paganos (Mc 5, 1ss).
7. La ignorancia religiosa
El apóstol Pablo nos ha dicho con toda claridad: “Dios
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”
(2 Tim 2, 4) ¿Cómo pueden llegar los hombres al conocimiento de la verdad? La
respuesta a esta pregunta siempre será: “por medio de la evangelización y de la
catequesis de la “Palabra de verdad” (Jn 17, 17) El
Apóstol nos dicho con toda
certeza: “El hombre con mente embotada no puede conocer a Cristo” (Ef 4, 17).
La mente embotada es aquella que está revestida de tinieblas: mentira,
falsedad, y toda clase de maldad. No dudemos en decir que la “ignorancia
religiosa” es causa de perdición para mucha gente que desconoce la verdad del
Evangelio, que se niegan a ser protagonistas de su propio destino y
constructores de su propia historia; personas que evaden su realidad para poner
su vida en las manos de oportunistas y de charlatanes.
Digamos con toda certeza: Dios quiere que todo hombre sea
protagonista de su propio destino (cfr Eclo 15, 15s); que tome las riendas de su
vida en sus manos, camine con los pies sobre la tierra, con su mirada puesta en
el futuro, pero, dando respuestas, hoy, a cada momento de su existencia; con
otras palabras, Dios quiere que todo hombre se haga responsable de sí mismo,
para que luego llegue a hacerse responsable de los demás, especialmente, de los
menos favorecidos. Dejemos de culpar a otros por todos nuestros fracasos.
Muchos culpan al gobierno, a los padres, a la iglesia, a los demonios, de esta
manera se auto justifican y tratan de esconder su mediocridad, su falta de
juicio y su falta de proyección.
8. ¿Qué se entiende por demonio en la época de
Jesús?
Todos los estudiosos modernos de
la Biblia, tanto católicos como no católicos, están de acuerdo en decir que en
la época de Jesús se le llama demonio a toda realidad que impide que el reino
de Dios crezca en el corazón de los hombres y a la vez, hacer que la vida del
hombre se convierta en sepultura, en caos, en vacío, en tinieblas. ¿De qué
demonios se trata? ¿Se trata de debilidades humanas o de seres espirituales?
¿Se trata de barreras y obstáculos que serían ausencia de bien, de luz, de
verdad o realmente serán mensajeros del Mal que vagan por el mundo para la
destrucción de los hombres? La Iglesia nos ha dicho que quien niegue la
existencia del Demonio, se sale de la enseñanza de la Iglesia. Pablo VI dijo:
El Demonio es un ser espiritual, perverso y pervertidor”. Por lo pronto,
confiando en la enseñanza de la Escritura y de la Iglesia, me propongo en esta
reflexión presentar lo que Dios nos ha propuesto, hablando del Paraíso:
“Protégelo y cultívalo” (Gn 2, 16).
Dios quiere que todo hombre sea jardinero, cultivador de su
propio corazón, de su propia historia, de su propio destino. Sólo entonces
entenderemos la advertencia que nos hace San
Pablo: “No descuides el don de Dios” (2 Tm 1, 7). Jeremías
dice a sus contemporáneos y hoy nos dice a nosotros: “Cultiven el barbecho del
corazón” (Jer 4, 3). A la luz de estas recomendaciones podemos entender la
seriedad de las palabras del Apóstol: “El que no trabaje que no coma” (2 Ts
3,10). “El que robaba, no robe más, y póngase a trabajar honestamente con sus
manos para ganar algo y poder ayudar a los necesitados” (Ef 4, 28). Tomar en
serio la vida es comprometerse con el Plan de vida que Dios: “Aborrezcan el mal
y amen apasionadamente el bien” (Rom 12, 9) Teniendo presente la exhortación
del Apóstol Pablo: “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el
bien al mal” (Rom 12, 21).
9. ¿Cuál es el daño que hacen?
Descuidar el don de Dios, abandonarlo o enterrarlo,
equivale a dejar que los vicios o los demonios invadan la casa para que hagan
de ella: “Una cueva de ladrones”, en vez de lo que debería ser: “Una casa de
Dios” (Jn 2, 16); descuidarlo, no protegerlo o abandonarlo equivale a dejar que
los obstáculos nos desvíen del camino; los vacíos existenciales o las
realidades negativas, dependiendo del nombre que se les quiera dar, hagan de la
vida del hombre, un caos, confusión, sepultura. Demonios, vicios o debilidades,
son enemigos a vencer, erradicar, superar y echar fuera para que no obstruyan
el proceso del crecimiento humano. Demonios serían entonces los que estorban a
las personas para que no lleguen ni alcancen su realización personal y
comunitaria. ¿Serán los que confunden, meten miedo, dividen, aplastan,
destruyen y dan muerte? ¿Será su acción el desviar a los hombres del
“Camino” que lleva a la Casa del
Padre, como también obstaculizar el camino para que no se alcance la
realización personal y comunitaria? De lo que sí estamos seguros de la
estrategia del mal. Se hace pasar por ángel de luz para impresionar e impactar
a sus víctimas. La obra de Dios la hacen aparecer como mala, aburrida, tediosa
y sin sentido; mientras que lo malo lo hacen aparecer como lo bueno, lo útil,
lo que hace feliz. (cfr 2 Cor 11, 14)
Podemos hablar de los demonios de
la fama, del prestigio, del poder, del tener, del placer realidades en sí
mismas buenas, pero, al no darles el correcto sentido hacen que la vida de los
hombres se convierta en desierto, en caos, en confusión, en vacío y, en no
pocos casos, lleven a la frustración de la vida. Se puede tener fama, prestigio
y poder, pero, para que estás realidades no pierdan al hombre, a éste, se le
pide vivir en la verdad que viene del amor y lleva al amor; toda realidad negativa como el odio, el rencor, la
pereza, el alcoholismo, el consumismo, el afán de riquezas, el hedonismo, pueden
ser llamados también demonios o caminos torcidos que obstruyen la realización
personal y comunitaria.
Para nuestra reflexión hablamos
de un demonio que sería la fuente de otros tres: la mentira, que nos lleva a la
confusión, la parálisis y la frustración, que a su vez, se desencadenan en una
legión de ellos que al invadir a las personas, a las familias o a las
comunidades, buscan la desintegración, la división y la destrucción de todo lo
bueno, lo útil, lo justo, lo perfecto…
para convertir a las personas en simples bosquejos de personas que no
responden a lo que deben ser.
Leer y meditar por grupo las palabras del Señor Jesús: Entonces
Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que
quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí,
la hallará.… (Mt 16, 24s)
Oración: Dios nuestro que has reconciliado a la humanidad entera
por medio de tu Hijo, concede al pueblo cristiano prepararse con fe viva y
entrega generosa a celebrar las fiestas de Pascua. (Oración colecta del IV
Domingo de Cuaresma).
Reflexión por grupo
Plenario para compartir
experiencias
Oración individual y comunitaria
Tema 10.Ley
de Cristo.
Objetivo:
Mostrar la Ley de Cristo como norma suprema para alcanzar la perfección
cristiana, mediante la donación, la entrega y el servicio al Reino de Dios.
Iluminación: “Ahora yo voy a hacer
nuevas todas las cosas” (Apoc 21,5).
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1. Si conocieras el don de Dios.
El Espíritu Santo que Dios nos da
en Cristo y por Cristo, es infundido en nuestros corazones para que podamos
comprender las palabras de Jesús; nos consuela en los momentos difíciles; nos
defiende en la lucha contra los adversarios; nos da las palabras acertadas en
los momentos de prueba; nos capacita para discernir entre lo bueno y lo malo;
nos guía por los caminos de Dios; nos enseña a vivir en comunidad fraterna; nos
capacita para toda obra buena y nos configura con Jesús el Señor para que
lleguemos a tener sus mismos sentimientos de acuerdo a las palabras del Apóstol
(Flp 2, 5). Podemos decir que sin el Espíritu Santo, somos, sencillamente, un
cadáver y nuestra vida será estéril e infecunda, sin los frutos de la fe,
llamados también frutos del Espíritu (Gál 5, 22) Gracias a la presencia del
Santo Espíritu en nuestra vida se actualiza hoy día en nosotros la “Obra
Redentora de Cristo Jesús”, nos apropiamos de los Frutos de la Redención y
podemos guardar el Mandamiento de la Ley de Cristo, que es la ley del Amor.
2. El Mandamiento Regio.
Jesús de Nazaret, hombre que se pasó la vida haciendo el
bien, curando a los enfermos, sanando a los oprimidos y enseñando el camino de
la verdad y del amor; defendió a las mujeres, jugó con los niños, se sentó a la mesa con pecadores, se hizo amigo de
publicanos y de prostitutas; en los últimos días de su vida quiso dejar a sus
amigos y discípulos el estilo de vida que había vivido al recorrer los caminos
de Galilea y Judea. “Llegado el momento, después de haber amado a los suyos,
los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1); sentado
a la mesa con ellos y después de haberles lavado los pies les dijo:
“Ustedes me llaman maestro y señor, y en verdad lo soy; y dicen bien.
Pues yo que soy maestro y señor les he lavado los pies, ustedes deben lavarse
los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan ustedes lo mismo”
(Jn 13, 13- 15).
Lavar pies significa ayudar a
otros a crecer en la fe y ayudarles a vivir una vida más digna. Podemos afirmar
que lavar pies es amar con humildad y sencillez; es amar haciéndose como niños.
Para un creyente que quiera vivir su fe de manera sincera y auténtica, lavar
pies significa servir al estilo de Jesús: por amor hasta las últimas
consecuencias. Para el cristiano servir es amar, es dar vida. Cristiano es el
que es portador del amor de Cristo. Sin amor nadie debería atreverse a llamarse
cristiano. Jesús ha venido a Jerusalén para graduarse como el Siervo de Dios;
como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Al hacerlo, invita a
los suyos a graduarse con él: “Hagan ustedes lo mismo”. Los constituye
servidores de la Humanidad; ministros de la Nueva Alianza.
Antes de terminar la cena,
después de que Jesús había anunciado la traición de uno de los suyos, Judas
salió del cenáculo, entonces Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del
Hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él,
también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará. El Señor Jesús
con su corazón lleno de ternura y compasión dice a los suyos: “Hijitos, todavía
estaré un poco con ustedes”. Mirando a cada uno de sus discípulos les dejó su
“legado”: “Les doy un mandamiento nuevo:
´que se amen los unos a los otros, como yo los he amado´; y por este amor
reconocerán todos que ustedes son mis discípulos” (Jn 13, 31- 35).
Para creer en las palabras de
Jesús y ser capaces de ponerlas en práctica es necesario tener un corazón de
pobre. Pobre es aquel que reconoce sus debilidades y pecados para acercarse a
Dios con un corazón abatido y contrito para confesar sus culpas y recibir la
misericordia del Señor. Pobre es aquel que nada tiene, por eso puede poner su
confianza en Dios y amar desde su
pobreza al compartir sus bienes porque no se considera amo y señor, sino siervo
y administrador de la multiforme gracia de Dios. Recordando las palabras del
Obispo Dom Cámara decimos: nadie es tan
suficientemente rico que no necesite de los demás, y nadie es tan
suficientemente pobre que no tenga algo para compartir con otros.
3. Las manifestaciones del reino de Dios en
los discípulos.
• Una
de las manifestaciones claras de la presencia del reino es el desprendimiento
que se manifiesta en el compartir. El compartir es el primero de los valores
del reino que estamos llamados a cultivar.
• Otra
manifestación es la dignidad humana compartida por todos los seres humanos. La
luz del reino nos da una mirada para ver a los otros como iguales en dignidad.
• Una
de las manifestaciones más claras del reino es la solidaridad humana. Solidario
es el hombre que se mete en los zapatos del otro, del pobre, del necesitado;
hace propio el sufrimiento y el dolor de los demás, a quienes ve como hermanos.
• Otra
manifestación es la humildad que se manifiesta en la donación, la entrega y en
el servicio. Sólo los humildes sirven con entusiasmo, fortaleza y amor.
• La
sencillez de vida que nos impide complicar la vida a los demás y que nos lleva
a la transparencia que nos arrebata la
máscara de la hipocresía.
Para Jesús el Reino de Dios es
Buena Noticia, especialmente, para los pobres. Hablar del Reino es hablar del
amor, la paz y la justicia. Justicia a Dios y justicia a los hombres. Hacemos
justicia a Dios cuando guardamos sus Mandamientos que no tienen otro sentido
que el amor y el servicio a los hombres, pero, también hacemos justicia a Dios
cuando elegimos el camino que Él nos propone. Este camino es Jesucristo:
Camino, Verdad y Vida. Le hacemos justicia a Jesucristo cuando elegimos el
camino que nos propone: El Amor, que es dar vida, es entregarse, es donarse a
los otros para que vivan con dignidad. Le hacemos justicia a los demás cuando
los reconocemos, aceptamos y respetamos como personas. Les ayudamos a remover
los obstáculos que impiden su realización personal y ponemos los medios que te
poseemos a su disposición.
4. El Reino de Dios es para los pobres.
Jesús predicó su Evangelio a un
pueblo que vivía de las ideas y tradiciones del Antiguo Testamento. Cada uno a
su modo, todos esperaban el Reino de Dios: los fariseos en la fiel observancia
de la Ley; los esenios, en el retiro del desierto para ponerse al margen de
toda contaminación; los zelotes, por la observancia revolucionaria con
intereses políticos. Por otro lado existen los pobres de Yahvé, ellos deseaban
la venida de un rey, que por fin implantaría en la tierra el ideal de la
verdadera justicia (Is 11, 3-5; 32, 1-3) Los pobres esperaban una liberación
espiritual que sólo podría venir de Dios. La justicia de este rey esperado
consistiría en ser voz de los que no tienen voz; en defender a los que no
pueden defenderse por sí mismos. Así lo había dicho el Salmista: “Qué él
defienda a los humildes de su pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante
al explotador…El librará al pobre que pide auxilio, al afligido que no tiene
protección; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los
pobres; él vengará la vida de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos”
(Sal 72,4.12-14)
Cuando Jesús dice que ya llega el
reino de Dios quiere decir, (según el padre José Pagola) que por fin se va a
implantar la situación anhelada por los marginados y despreciados de este
mundo: por fin se va a realizar la justicia según Dios para los desheredados,
los oprimidos, los débiles los indefensos, los pequeños, los pobres (Mt 5, 19;
Mc. 10, 14; Lc. 6, 20).
Cuando Jesús dice que el reino de Dios que se acerca, es
sobre todo para los pecadores y no para los justos, se convierte en causa de
escándalo (Mt. 6, 11), no está excluyendo a los justos, sino que éstos, están
llamados a perder terreno, a dejar de creerse buenos y mejores que los demás;
dejar su soberbia y hacerse humildes para reconocerse pecadores como el
publicano del Evangelio y llegar a ser como niños; por el camino del “Nuevo
Nacimiento”, del cual le habla Jesús a Nicodemo (Jn 3, 1- 5) Es entonces cuando
se hacen candidatos para que en ellos se manifieste el poder redentor del
Cristo de Dios. Al decir Jesús que ha
sido ungido para evangelizar a los pobres (Lc 4, 18), Él quiere dar una
esperanza a los que nunca la tuvieron, por ser pobres y marginados. Las
palabras del Señor Jesús al estar llenas de esperanza hacen que los pobres se
sientan amados por Dios. Él, Jesús hace presente el reino de su Padre entre los
hombres y lo siembra en sus corazones. ¿Cómo lo hace? Movido por el amor y la
compasión:
• En
primer lugar anunciando la Buena Nueva: predicación y enseñanza. Jesús siembra
la semilla del Reino: “La Palabra de Dios”. Por medio de su Palabra Jesús
denuncia la injusticia y siembra “una esperanza en quienes lo escuchan y
acogen”.
• En
segundo lugar Jesús ejercitó una actividad liberadora por medio de sus milagros
y de sus exorcismos. Ellos son la señal que el Reino de Dios ha llegado (Mt 12,
28) Son obras a favor de quien está necesitado y son a la vez la señal de que
el fin del reinado del mal ha llegado a su término.
• En
tercer lugar Jesús promueve la solidaridad entre los hombres. Él, no sólo
enseña con Palabras, sino y de manera especial, con su propio estilo de vida:
se sienta a la mesa con pecadores, marginados y oprimidos por lo sociedad, come
y dialoga con ellos, para enseñarnos que también ellos son invitados a sentarse
a la “Mesa con el Padre Celestial”.
• En
cuarto lugar Jesús denuncia toda acción, actitud o estructura que mantenga a
los hombres divididos en lobos y en corderos, en “orgullosos” y en
“despreciados”. Jesús llama necio al rico agricultor (Lc. 12, 16-18); condena
al rico Epulón (Lc. 6, 19-319; llama malditos a los que no ayudan a los pobres
(Mt 25, 41-45).
• Por
último Jesús vive y propone la práctica del amor como ley de vida en el Reino
que se construye en la medida en que vivamos en el amor fraterno; amándonos
como hermanos, nos sabemos amados por Dios mismo. Vivir según Dios es vivir
amándonos porque Dios es amor. (1 de Jn 4,7) El reino de Dios es pues, reino de justicia, de amor, de paz, de vida y
de verdad. (cfr Rm 14, 17). Por eso, la novedad del Anuncio de Jesús consiste:
en que los pobres vuelven a la vida, a la justicia, a la verdad, a la libertad,
a la dignidad del amor fraterno.
Para leer y comentar
en grupo 1 carta de Juan 1, 7- 2, 4:
“Mas si andamos en la luz, como El está en la luz, tenemos
comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de
todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la
verdad no está en nosotros. Si
confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados y
para limpiarnos de toda maldad.… Hijitos míos, os escribo estas cosas para que
no pequéis. Y si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo
el justo. El mismo es la propiciación por nuestros
pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. Y
en esto sabemos que hemos llegado a conocerle: si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no guarda sus
mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él”.
Oración de alabanza para
agradecer por la obra de Dios realizada en nuestra vida por la acción del
Espíritu Santo.
Reflexión por grupo
Plenario para compartir
experiencias
Oración individual y comunitaria
Tema 11.
¿Cómo entrar al reino de Dios?
Objetivo: Mostrar
las exigencias fundamentales para entrar al Reino de Dios y crecer en él, como
discípulos de Cristo Jesús, servidores de la Verdad.
Iluminación:“Yo te aseguro que quien no renace de lo alto, no puede ver el Reino de
Dios”. Nicodemo le preguntó: “¿Cómo puede
nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede, por segunda vez, entrar en el
vientre de su madre y volver a nacer?”. Le respondió Jesús: “Yo te aseguro que
el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo
que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te
extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla
donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así
pasa con quien ha nacido del Espíritu” (Jn 3, 1- 5).
1. Por la fe y la conversión
Para entrar al reino de Dios hay
que cambiar de vida, es decir, cambiar el modo de pensar y de actuar para poder
creer en la Buena Noticia. Pues según el modo de pensar del mundo es imposible
aceptar los valores del reino. Es necesario un cambio profundo de corazón para
poder entender al Dios verdadero, el Dios de Jesús. Convertirse es, pues,
volverse al Dios vivo y verdadero, al estilo como lo hizo el hijo pródigo (Lc.
15. 11sss), para conocerlo, amarlo y servirlo (cfr 1 Ts 1, 9) Pero, hemos de
decir que no hay conversión sin encuentro con Jesús, con su Palabra, en
oración, individual o comunitaria, con los otros. Sólo la experiencia de
encuentro con el Señor nos pone en el camino que nos lleva a la “Casa del
Padre”. Fe y conversión son dos realidades inseparables que se interrelacionan
mutuamente para forjar la experiencia cristiana.
2. ¿Cómo lograr esta clase de conversión?
Sólo por la acción del Espíritu
Santo que nos lleva al encuentro con Jesús, Buen Pastor, que busca a las ovejas
perdidas, hasta encontrarlas (Lc 15, 4). En el encuentro con Jesús nos
encontramos no solo con nuestra propia miseria, sino también con la ternura y
la bondad del Pastor. El encuentro es el punto de partida de toda auténtica conversión.
En segundo lugar “hay que hacerse
violencia dentro, en el corazón (Mt 11, 12) “Forcejeen para abrirse paso por la
puerta estrecha” (Lc. 13, 24). En este esfuerzo nunca estamos solos: la Gracia
de Dios, el Espíritu Santo, nos acompaña y fortalece nuestra debilidad (Rm. 8,
26) Quien no se esfuerce por negarse a sí mismo y cargar la cruz de Jesús no es
digno del reino (Mt. 10, 38) Para entrar y permanecer en el reino hay que
aprender a pensar y actuar según Dios. Nos salen al paso algunas exigencias: vencer
algunas crisis reales para poder decidirse por Jesús y su reino (Lc. 17, 21);
hay que estar dispuestos a perderlo todo para adquirir la Perla preciosa (Mt.
13, 45-46); hay que buscar el reino de Dios y su justicia, siempre y en primer
lugar, lo demás viene por añadidura.
El Espíritu Santo es el que forja
las personalidades cristianas maduras, pero, para hacerlo requiere de nuestra
colaboración; necesita que le dejemos modelarnos, que sigamos sus
inspiraciones. Por eso para “vivir en la Verdad” somos invitados a vivir
abiertos a la acción poderosa del Santo Espíritu y a incrementar en nuestras
vidas la fe y la docilidad a su acción, porque sólo Él puede hacer de cada uno
un verdadero santo y un apóstol de Jesucristo.
3. ¿Qué es la conversión Cristiana?
Por la acción del Espíritu Santo,
el Señor, Jesús, Buen Pastor, irrumpe en la vida de los pecadores para decirles
andas equivocado, para hacer nacer en ellos los deseos de volver a la Casa del
Padre, y de esta manera, abandonar las obras muertas de la carne y orientar la
vida hacia Dios (cf Lc 15, 4).
La conversión
cristiana siempre será ir a Jesús: “Todas las cosas
me han sido entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni
nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid
a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas.…
(Mt. 11, 28)
La conversión es el paso
de la sequía a las aguas vivas: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han
abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas,
cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jer 2, 13). Paso de la tierra
árida, a una tierra que mana leche y miel (Ex 33, 3).
“
|
Pero
ahora, habiendo sido libertados del
|
La
conversión es el paso de la muerte a la vida:
pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la
santificación, y como resultado la vida eterna.
Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida
eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 6, 22- 23).
La conversión es el paso
de las tinieblas a la luz: “Jesús les habló otra vez, diciendo: Yo soy la luz
del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida. Entonces los fariseos le dijeron: Tú das testimonio de ti mismo; tu
testimonio no es verdadero” (Jn 8, 12-13).“Porque antes erais tinieblas, pero
ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de la luz (porque el fruto de la
luz consiste en toda bondad, justicia y verdad) (Ef 5, 8-9).
La conversión es un Nuevo
Nacimiento, del agua y del Espíritu: “En verdad, en verdad te digo que el que
no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios (Jn 3, 3). Toda nuestra vida,
cuando está orientada a Dios, es un continuo morir al pecado para vivir para
Dios, en Cristo
Jesús. Nacimiento que nos hace hijos de Dios, hermanos y servidores de los
demás, como discípulos misioneros de Jesucristo.
4. ¿Dónde se construye el reino de Dios?
El Reino de Dios se construye en una sociedad de
hombres nuevos. Jesús nos los dijo: “El vino nuevo en odres nuevos” (Mc 2,
22).El reino de Dios busca la construcción de una sociedad digna del hombre,
pues solo así será digna del Padre y de todo el hombre: una sociedad en camino
hacia la nueva fraternidad, la igualdad y la solidaridad entre todos ha de
estar libre de la vieja levadura. El sistema actual se basa en la
competitividad, en la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación
del poderoso sobre el que no tiene poder (Mc 10,42).
Frente a esto Jesús proclama que
Dios es Padre de todos por igual, y por ello, todos han de ser hermanos, con la
misma dignidad y los mismos derechos; sociedad en la que se debe privilegiar al
menos favorecido, al enfermo, al indefenso y al pobre. Esta nueva sociedad es
la “Comunidad de Jesús”, la Iglesia, en la cual nadie debe ser excluido. Con
tristeza podemos ver que no siempre es así, que distamos muchos de ser lo que
deberíamos ser: ciudadanos del reino de la luz, del amor, de la justicia.
5. ¿Cómo realizar esta utopía?
Éste es el ideal del reino de Dios predicado por Jesús.
Este proyecto no se puede implantar por la fuerza tiene que realizarse poco a
poco mediante la conversión de la mente y los corazones. El reino de los Cielos
se va construyendo donde haya hombres y mujeres que cambien radicalmente su
propia mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y concreta por
el dinero, el poder y el prestigio. El reino es como una pequeña semilla que se
va desarrollando poco a poco, pero con firmeza (Mc 4,30-35); semilla buena que
por ahora crece junto a la mala yerba, pero que puede llegar a convertirse en
arbusto grande. El reino de Dios no empieza grande y portentoso, en medio de
aplausos y de ostentación, todo lo contrario, necesita de un terreno pobre y
humilde para que pueda implantarse en nuestro corazón y en medio de nosotros.
Pero también hemos de reconocer que hay mucha gente que
llama reino de Dios a lo que nada tiene
que ver con él o pueden ser proyectos contrarios al reino. Por eso, más que hablar del reino de Dios, debemos hablar
del “Reinado de Dios”, tal cual lo presenta Jesús, no es el resultado de
aplicar y vivir al pie de la letra la ley religiosa de Israel. Como tampoco es
el resultado de una práctica fiel y observante de obras religiosas como serían
el culto, la piedad, los sacrificios. Creo, que por esa razón Jesús defraudó a
muchos hombres de su pueblo y de su
época.
Jesús no creó comunidades de puros, de santurrones, sino de
creyentes, conscientes de su pecado y del amor sin límites del Padre de los
Cielos. Pecadores redimidos que expresan
en una nueva mentalidad y actitudes sinceras la presencia del reino de
Dios en sus vidas. Nada de actitudes perfeccionistas, rigoristas o legalistas,
eso es fariseísmo. Los opresores, los orgullosos, los ricos egoístas no sirven
para el reino de Dios. En Israel muchos de ellos se consideraban justos ante
Dios y sin embargo Jesús dice a sus discípulos: “si vuestra justicia no supera la
justicia de los fariseos no entrareis al reino de Dios” (Mt 5, 20).
6. Es un Reino de amor.
El reino que predica Jesús no es un reino de poder. Cuando
el Diablo le ofreció el poder terreno, Él lo rehusó enseguida (Mt. 4, 8-10).
Cuando el pueblo quiso nombrarlo Rey, Él huyó al monte (Jn 6, 15). Cuando
Pilatos le preguntó si Él era Rey, Jesús le contestó: “Yo no soy rey de este
mundo, como ustedes piensan (Jn. 18, 36); el poder de Jesús es diferente: No es
como el de este mundo corrompido: En este mundo no se respeta a la persona
porque sea persona, se le respeta por su dinero, por el cargo que ocupa, porque
usa uniforme o lleva condecoraciones, o por el color de su piel, por la marca
de carro, de la ropa que usa, etc. No así para Jesús, cuando alguien le pregunta
sobre quién era el más importante; Jesús abrazando a un niño oloroso y sucio,
dijo: “Este” (Lc. 9, 46-48)
A lo largo de toda su vida Jesús
sufrió la tentación del poder (Lc. 4, 1-13). La tentación consistía en reducir
la idea de reinado universal y total de Dios. Reducir el reino a una forma de
dominación política: la tentación en el cerro desde donde el Diablo le muestra
los reinos de este mundo; o reducir el reino al poder religioso: la tentación
en el pináculo del Templo; o reducirlo a
la satisfacción de las necesidades fundamentales del hombre: La tentación de
trasformar las piedras en pan (Mt 4, 1- 11; Lc 4, 1- 12).
Eran tres tentaciones de poder
que correspondían al modelo del reino que esperaba la gente de entonces. Jesús
fue tentado, pero no vencido. Se negó a dejarse manipular por los hombres de su
época, como también se negó a manipular la voluntad de los hombres y a
quitarles la responsabilidad de construir un mundo justo, de hermanos. Algo que
Jesús nunca haría es manipular o dejarse manipular.
Jesús el Hijo de Dios se negó
rotundamente a encarnar un reino de poder; éste está cimentado en la mentira.
El encarna el amor y no el poder de Dios en el mundo: Hace visible el poder
propio del amor de Dios, que consiste en dar la vida para que se construya una
sociedad más humana: un mundo lleno del amor fraterno sin tener que forzar a
nadie y sin quitarle a nadie su
responsabilidad. Jesús rechaza todo poder dominador como algo propio del
Diablo. Jesús manifiesta el poder de su Padre, sirviendo, lavando pies,
limpiando leprosos.
El reinado de Dios predicado por
Jesús no coincidió con las ideas nacionalistas que tenían algunos judíos, como
los zelotes. Podemos decir entonces que nadie podrá jamás comparar el reinado
de Dios con una situación socio-política determinada. Ningún partido político podrá llamarse cristiano,
pues el proyecto del reinado de Dios es mucho más grande y sublime que todos
los proyectos de los hombres. No existe proyecto político que se iguale al
ideal predicado por Jesús (Padre José Pagola).
Por lógica, podemos añadir, que
es absolutamente imposible implantar el reinado de Dios por la fuerza de las
armas o por el poderío de los ejércitos. El reinado de Dios predicado por Jesús
nada tiene que ver con los golpes de Estado. “Mi Reino no es de este mundo”
quiere decir que no se identifica con “el sistema establecido”. Nada tiene que
ver, ni con los fines ni los intereses de este mundo: mundo de mentira, de
explotación e injusticia. El reino de Dios, es el reino de la verdad, de la justicia, de la libertad
y del amor, mientras que los reinos de este mundo se miden con cuentas
bancarias, con títulos de propiedad, con carros lujosos o con ropas elegantes,
el reino de Dios se manifiesta en la debilidad y en la sencillez de los hombres
que se lavan los pies unos a los otros, a ejemplo de Jesús.
7. Las Manifestaciones del Reino de Dios.
Para Jesús el reino de Dios tiene sus manifestaciones
propias y por lo tanto inconfundibles: el amor, la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo (Rm 14,17). Su Ley por lo tanto es el amor:
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que como yo os
he amado, así os améis vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34). El
mandamiento de la Ley de Cristo exige, para poder guardarlo tres exigencias
fundamentales: La primera estar en comunión con Cristo: ser creatura nueva (2
Cor 5,17). Jesús nos los había dicho:
“Solamente unidos a mi podéis dar
fruto sin mi nada podéis hacer” (Jn 15,5).La segunda exigencia es guardar los
Mandamientos, todos, los 10 Mandamientos, quien este rompiendo uno de ellos, no
puede guardar el Mandamiento nuevo, por lo mismo la Ley de Cristo nos pide
salir del pecado, cualquiera que éste sea. En tercer lugar para guardar el
Mandamiento nuevo los hombres y la sociedad de hoy hemos de poseer el “don del Espíritu Santo”.
8. Yo soy el que hace las cosas nuevas.
El Apóstol Pablo nos ha legado un Mensaje lleno de
esperanza, de consuelo y de alivio:
“Todo el que está en Cristo es una creatura nueva, lo viejo
ha pasado, lo que ahora hay es nuevo (cfr 1 Cor 5, 17) ¿Qué fue lo viejo? ¿Qué
es lo nuevo? La respuesta es personal, brota de la experiencia de encuentro con
Cristo. La novedad del reino es Jesús, es el Espíritu Santo, es el hombre
nuevo, es la comunidad fraterna. La Palabra de Dios en el libro del Apocalipsis
nos descubre la presencia del reino que
se aproxima al hombre, de tal manera que presente y futuro están unidos
íntimamente entre sí:
“Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo
y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía. También vi que
descendía del cielo, desde donde esta Dios, la ciudad santa, la nueva
Jerusalén, engalanada como una novia, que va a desposarse con su prometido. Oí
una gran voz que venía del cielo, que decía: “Ésta es la morada de Dios con los
hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo. Dios les
enjugará todas sus lágrimas y ya no
habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque ya todo lo antiguo terminó”.
Entonces el que estaba sentado en el trono, dijo: “Ahora yo voy a hacer nuevas
todas las cosas”(Apoc 21, 1- 5).
Lo que da sentido a la vida del hombre no es su situación
actual, sino lo que está llamado a ser: Hombre nuevo, solidario y fiel a los
principios y a los valores del Reino que son el fundamento de la comunidad
fraterna. Digamos con toda claridad que el hombre de fe no vive instalado en un
presente que no cambia y temeroso de un futuro incierto. El creyente en Jesús
está siempre en actitud de apertura hacia el futuro, viviendo el presente en
actitud confiada, sabiendo que el futuro pertenece a Dios. La razón no se
encuentra en la actitud de Jesús en el pasado de los pecadores: es de poco
interés. El no condena a nadie, solo le interesa las posibilidades del futuro
que la conversión tiene en el presente. San Lucas nos describe la señal que nos
ayuda a descubrir la presencia del reino de Dios entre nosotros:
“Si los demonios empiezan a ser
expulsados, es que el reino de Dios ha llagado a ustedes” (Lc 11, 20). Los
demonios estorban al crecimiento del reino entre nosotros, son verdaderas
barreras que impiden la sana convivencia. Los más destacados son el
individualismo, el relativismo, la mentira, la corrupción, el fraude, el odio,
la envidia, la maledicencia, y otros muchos más. Mientras que la fe en Cristo
resucitado se convierte en el Camino para hacer las cosas nuevas. Una manera de pensar, de sentir y de actuar
que nos identifica con Jesús el Hermano de todos, el Sembrador del reino que en
los últimos momentos de su vida gritó: “Padre en tus manos me abandono” (Lc 23,
46), para invitarnos a creer en la
Resurrección y a no tener miedo al futuro. Así nos lo había dicho desde
antes:
“No andéis preocupados diciendo: que vamos a comer, que vamos a beber,
con que vamos a vestirnos que por todas estas cosas se afanan los gentiles:
pues ya sabe Vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo esto, buscad
primero su Reino, y su justicia, y todas esas cosas se les dará por añadidura.
Así que nos os preocupéis por el mañana: el mañana se preocupará de sí mismo.
Cada día tiene bastante con su propio mal”
(Mt 6, 31-34).
Una señal evidente de que el reino de Dios quedará al
descubierto cuando seamos hombres
“Abiertos a la Verdad” será el
amor a Dios y a los pobres. La amistad con Dios en Jesús y el amor fraterno son
una señal evidente que tenemos, aunque gradual, un auténtico y verdadero un
conocimiento de Dios,
Todo servidor público, ya sea
religioso, político o educador debe
tener presente que para construir una sociedad en la cual crezca “la
Civilización del Amor”, está llamado a vivir en la verdad que hace a los hombres ser honestos, sinceros
e íntegros. Esta Civilización tiene como
fundamento los valores del Reino: “La Verdad, la Justicia, la Libertad y el
Amor”, y
todo está al servicio de todos, ya que
Dios creó todo para todos. En el reino de Dios nadie puede vivir para sí
mismo (Rm 14, 8). Ahí no hay hermanos separados, ni adversarios, nadie debe ser
extraño a los demás: todos viven la comunión que hace Dios siguiendo las
huellas de Jesús para aprender de él a cargar con las debilidades de los más
débiles (Rm 15,1) y a destruir las obras del diablo (Hech 10, 38), pero sobre
todo, aprender de su estilo de vida a ser manso y humilde de corazón (Mt 11, 2)
para llegar a ser un servidor de los demás.
Para concluir afirmamos que la verdad es el fundamento de
todas las libertades. Hoy día se dice que existen muchas libertades, cuando en
realidad existen muy pocos hombres libres, aquellos que con valentía responden
al clamor de los más débiles con voz solidaria, de frente a una necesidad
concreta: “¿De a cómo nos toca?”. Palabras que le escuché a don Obispo Samuel
Ruiz, cuando le compartía la necesidad de un hermano enfermo con cáncer dentro
de la prisión, el hombre del pueblo me respondió sacando su cartera con las
palabras más solidarias que yo le había escuchado decir a un Obispo.
Vivir en la verdad para ser “Hombres responsables y libres”
para amar, para compartir, para servir. Eso es caminar en la verdad: “Llevar
una vida sin apegos, sin nidos ni madrigueras, que oprimen y hacen perder el tiempo, energías,
anhelos y los deseos de vivir con otros y para otros2.
Reflexión por grupos las cinco verdades fundamentales de
nuestra fe:
1) Dios
me ama incondicionalmente con amor eterno a todos los hombres y tiene para
ellos un Plan de vida, de salvación.
2) Todo
hombre es pecador, realidad que me priva de la gloria de Dios; me oprime y me
convierte en opresor de los demás.
3) Todos
estamos necesitados de un Salvador, Jesucristo. Sólo él tiene palabras de vida
eterna, y sólo en su Nombre hay salvación.
4) Sin
el Espíritu Santo de la Verdad, del Amor y de la Libertad, los miembros de la
Iglesia, no somos más que un cadáver.
5) La
Iglesia es la casa del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3,
15)
6) Sin
fe nada es agradable a Dios (Hb 11, 6). Creer en Jesús es: confianza,
obediencia, pertenencia y discipulado, es decir, donación y servicio.
Plenario para
compartir experiencias Oración Individual y comunitaria.
María, Señora del
Sagrado Corazón, ruega por nosotros.
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