JESÚS PARA PROMOVER A TODOS LOS CREYENTES LOS INVITA A SER SUS DISCÍPULOS.
Iluminación:
«No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.» Llevaron a tierra las barcas
y, dejándolo todo, le siguieron. Lc 5, 11)
“Estando Jesús a la
orilla del lago de Genesaret, la gente se agolpaba a su alrededor para oír la
palabra de Dios. En esto vio dos barcas
que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y estaban
lavando las redes. Subió entonces a una de las barcas, que era de Simón, y le
rogó que se alejara un poco de tierra. Se sentó y empezó a enseñar desde la
barca a la muchedumbre. (Lc 5, 1- 5)
Decía
también: «¿Con qué podremos comparar el Reino de Dios, o con qué parábola lo
explicaremos? La fe se siembra, nace, crece, madura y
de frutos de vida eterna. Es todo un hermoso proceso: hay un tiempo para
sembrar y otro para nacer… otro tiempo para crecer y madurar… no es de un día
para otro, no es de la noche a la mañana. Recordemos las Palabras de nuestro
Maestro: “En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto.” (Jn 12,
24)
El que siembra y no
cultiva corre el peligro de perder la semilla. Pablo nos recuerda que “el que
siembra poco, cosechará poco, y el que siembra mucho cosechará mucho” (cf 2 Cor
9, 6) De la misma manera que los padres engendran un niño, al nacer deben de
cuidarlo, alimentarlo, educarlo hasta que se pueda valer por sí mismo. Así el
que siembre, debe tener la disponibilidad para cultivar y proteger su cultivo (cf
Gn 2, 15) para que pueda ser el primer en comer el fruto de su trabajo (cf 2
Tim 2, 5)
Pablo
nos dirá algo lapidario: El que no trabaje que no coma (1 Ts 3, 10) y el que robaba que ya no robe, que
se ponga a trabajar para que con sus manos ayude a los necesitados (Ef 4, 28)
Existen terrenos fértiles y otros no tan fértiles, para algunas regiones hay
que ponerle mucho corazón al cultivo para que la tierra produzca el fruto tan
necesario. “desmontar, la quema, remover las piedras, aflojar la tierra,
esperar las lluvias, sembrar, arrancar la yerba, ponerle cerco al campo
sembrado, vigilar…”
En el campo espiritual
Pablo nos dirá: En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros y os
recordamos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios
y Padre la eficacia de vuestra fe, la difícil tarea de vuestra caridad y la
tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor.” (1 Ts 1,2- 3) Para
que el grano de trigo nazca, primero tiene que morir, así el hombre, cuando
recibe la semilla de la fe, tiene que morir al pecado para que nazca para Dios,
(Rm 6, 12; Gál 5, 24)
Para que la fe crezca, al
igual como el grano de trigo o de maíz, debe de ser cultivada. Los medios del
crecimiento para toda planta es remover la tierra para que eche raíces; ponerle
agua las veces que sean necesarias, remover los obstáculos que le impidan
crecer, ponerle fertilizante, podar y mata plagas cuando sea necesario. En la
vida espiritual tenemos los medios que el Señor ha dejado a su Iglesia: La
oración, la Palabra, la confesión, la eucaristía, las obras de misericordia, la
comunidad y con la práctica de las virtudes podamos poner el cerco o la muralla
para protegernos de la invasión de todo lo que impida nuestra madurez o nuestro
crecimiento en Cristo. (cf 2 Pe 1, 1- 8)
Es como un grano de
mostaza que, en el momento de sembrarlo, es más pequeño que cualquier semilla
que se siembra en la tierra. Pero una vez sembrado, crece y se hace mayor que
todas las hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a
su sombra.» El reino de Dios nace en un corazón sencillo, humilde y pobre. Se
recibe como regalo de Dios y va creciendo en medio de muchas contradicciones,
de cambios de pensar, de sentir y de vivir. Cuando la fe nace, crece con ella
la esperanza y la caridad, las tres son inseparables. Si desaparece una,
desaparecen las tres y el corazón se queda vacío y en tinieblas.
La
fe crece y permanece viva donde hay confianza, obediencia y amor a Cristo.
Ha llegado el momento de crecer para después madurar: “Cuando acabó de hablar,
dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.» Simón le respondió: «Maestro, hemos estado
bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, basta que tú lo dices, echaré
las redes.» Así lo hicieron, y pescaron
tan gran cantidad de peces que las redes amenazaban con romperse. Entonces llamaron por señas a los compañeros
de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron
tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo, Simón Pedro cayó a las
rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.»
Y es que el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a
causa de los peces que habían capturado. Y lo mismo les ocurrió a Santiago y a
Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de
hombres.» Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.” (Lc
5, 5- 12)
El
recorrido de la fe:
1)
Escuchar la Palabra de Cristo Jesús
que tiene poder para cambiar nuestra mente y nuestra vida, traer paz y armonía
a la familia, a la sociedad, a toda la tierra. (v. 1)
2)
Lavar las redes. Lavar todas nuestras
dimensiones. La Palabra nos limpia y nos libera (cf Jn 8, 32; 15, 1-5) (v. 2)
Buscar a Cristo con un corazón contrito y arrepentido. Confesarse.
3)
Dejar a Cristo entrar en nuestros
corazones para que sea nuestro Maestro interior (cf Apoc 3, 20) (v. 3) Cristo
entró en la barca de Pedro, entró en su vida.
4)
Dejarnos enseñar para profundizar en la fe
y hacerse discípulos. Etapa de formación a sus discípulos. (v. 3)
5)
La obediencia de la fe: “Rema mar adentro
y echen las redes a la derecha” (v. 4)
6)
La objeción de Pedro: hemos pescado toda
la noche y no conseguimos nada… pero en tu Nombre… (v. 5)
7)
La pesca milagrosa que se hace en la
obediencia a la Voluntad de Dios y en obediencia a la Palabra y en la fidelidad
al Espíritu Santo (v. 7)
8)
La admiración de Pedro y los discípulos:
Señor ten piedad de mi soy un pecador. (v. 8)
9)
El llamado de Jesús al apostolado: Los
haré pescadores de hombres. (v. 10)
10) La
respuesta de los discípulos: Lo dejaron todo para seguir al Pastor de las
ovejas, al Maestro y Señor de los suyos. (v, 11)
Jesús promueve a sus
Apóstoles compartiendo su misión con ellos y en ellos a toda la Iglesia. Para
eso los había llamado: “Subió al monte y llamó a los que él quiso. Cuando
estuvieron junto a él, creó [un grupo de] Doce, para que estuvieran con él y
para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13- 14)
Cristo resucitado cumple
las promesas que había prometido a sus discípulos: “Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y
estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo.”
(Mt 28, 19- 20)
“Pero
vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real” La
madurez humana exige tener conciencia de la “Filiación divina,” de la
“Fraternidad” “y del llamado al Servicio” Juntamente con el tener conciencia de
ser Iglesia, Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios. Siguiendo la pedagogía de la
Santa Escritura: “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación
santa, pueblo adquirido, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha
llamado de las tinieblas a su admirable luz; vosotros, que, si en un tiempo no
fuisteis pueblo, ahora sois Pueblo de Dios: ésos de los que antes no se tuvo
compasión, pero que ahora son compadecidos.” (1 Pe 2, 9)
Qué hermoso es anhelar lo
que Dios nos promete y obedecer lo que el Señor nos manda. ¿Qué nos promete
Dios? Escuchemos la Palabra de Dios: Por eso, también yo, al tener noticia de
vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos, no
ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones. Así, pido al
Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, que os conceda
espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente, que ilumine
los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que
habéis sido llamados por él, cuál la gloriosa riqueza otorgada por él en
herencia a los santos (Ef 1, 15- 18)
“Cuál
la gloriosa riqueza otorgada por él en herencia a los santos”
¿De qué se trata? ¿Qué es lo que se nos promete? “En efecto, todos los que se
dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis
recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis
recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El
Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos
de Dios. Y, si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y
coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él
glorificados.” (Rm 8, 14- 17) Nuestra herencia es Dios mismo, lo nuestro es
Cristo, él es nuestro Cielo, nuestra Gloria, nuestra Esperanza, nuestra
Salvación. No dejemos que nos arrebaten nuestra Herencia, digamos con Pablo:
“Para mí la vida es Cristo y la muerte es ganancia” (Flp 1, 21) Y todo lo que
tenía como grande lo considero basura (cf Fil 3, 7-8)
Digamos con el salmista:
“Hagamos de la Voluntad de Dios la delicia de nuestra vida, y él, nos dará lo
que nuestro corazón anhela. El anhelo del corazón es la salvación, la santidad,
el amor, la vida eterna.
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