EL EXILIO ES UN CAMINO QUE VA A LA INVERSA DEL ÉXODO.
El exilio es una situación de desgracia, de miseria,
de no salvación y que no es querida de Dios para su pueblo al que atrae
hacia él con cuerdas de ternura y de misericordia (cf Os 11, 4) Salir del exilio
es salir del pecado para participar de la naturaleza divina (2 de Pe 1, 4b) Poniéndose
en camino de éxodo.
¿Porqué fue Israel al destierro? Por la misma razón
por la que el hijo pródigo salió de la casa de su Padre para irse a un país
lejano (Lc 15, 11) y por la misma razón que nosotros hoy día salimos de la casa
de Dios para convertirnos en cueva de ladrones. (cf Mateo 21,
12-16; Lucas 19, 45-47;Juan 2, 13-16) Es un desprecio a la voluntad de Dios y a
sus caminos. Quién se ponga en camino de exilio, da la espalda a Dios y a los
designios de su Voluntad para adentrarse en una tierra lóbrega, vacía y
estéril. Camino que lleva a la inversa del éxodo y nos lleva al extravío, a la
catástrofe y por ende al destierro y la muerte. (Dt 31, 17; Lv 26, 41; Os 11,
5; Jer 13, 23; Ez 33, 10)
Las amenazas de las profetas tomadas hasta entonces a
la ligera se realizaban al pie de la letra. El exilio aparecía así, como el
castigo de las faltas tantas veces denunciadas: faltas de los dirigentes que,
en lugar de apoyarse en la alianza divina, habían recurrido a cálculos
políticos demasiado humanos (Is 8, 6; 30, 1-2; Ez 17, 19ss); faltas de los
grandes, que en su codicia habían roto con la violencia y el fraude la unidad
fraterna del pueblo (Is 1, 23; 5, 8; 10, 1); faltas de todos, inmoralidad e
idolatría escandalosas (Jr 5, 19; Ez 22), que habían hecho de Jerusalén
un lugar de abominación.
Conversión y esperanza de retorno a la libertad, una
libertad gratuita. Pero Dios
no se conforma con la situación en que queda colocado su pueblo (Lv 26,44-45);
de nuevo hay que preparar en el desierto un camino para el Señor (Is 40, 3); él
mismo lo abrirá (Is 43, 19) y de todas las montañas hará caminos (Is 49, 11)
para un retorno a la libertad. El anuncio del castigo por parte de los profetas
va acompañado constantemente de una llamada a la conversión y de una promesa de
renovación (Os 2, 1-2; Is 11, 11; Jr 31). La misericordia divina se manifiesta
aquí como la expresión de un amor celoso: aun castigando, nada desea Dios tanto
como ver reflorecer la ternura primera (Os 2, 16-17). Por lo demás, el retorno
de Babilonia no será menos gratuito que el éxodo de Egipto; más aún,
la misericordia de Dios aparece todavía más en el retorno del exilio, puesto
que éste era el resultado final de los pecados del pueblo.
Experiencia universal de la esclavitud: paganos y
judíos de ayer, masas humanas de hoy. La experiencia de Egipto, como la de Babilonia,
contiene un mensaje fundamental sobre la propia condición humana. Es el siguiente: Todo hombre vive y
permanece en una esclavitud radical, en la medida en que Dios, Señor de la
historia, no se hace camino de liberación para el. Es una experiencia de
todos: paganos de otro tiempo que se sentían regidos por la fatalidad, y judíos
que se negaban a confesarse esclavos (Jn 8, 33), pero también masas humanas de
hoy día, que aspiran confusamente a una liberación total.
Llamados por Dios a la libertad del Evangelio de Jesús.
Sin embargo, "Hermanos,
vuestra vocación es la libertad" (Gal 5, 13): éste es uno de
los aspectos esenciales del evangelio de Jesús: él vino a anunciar a los
cautivos la liberación, a devolver a los oprimidos la libertad (Le 4, 18). Pero
esta libertad no debe convertirse en pretexto para el libertinaje (Ga 5, 13).
La libertad de Cristo es otra: Cristo vino a proclamar los mandamientos que
liberan: sed pobres, sed pacíficos, sed misericordiosos, sed limpios de
corazón, haced obras de paz, dejaos perseguir por la justicia, entrad así desde
ahora en el reino de los cielos (Cfr. Mt. 5, 3-11). Jesús viene a liberarnos de
la esclavitud del mal. La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la
envidia, la gula, la pereza… Nos libera de la esclavitud del pecado. No libera
de los apegos de las cosas: cuentas bancarias, vehículos lujos, lujos
innecesarios, placeres desordenados… y de las personas que cosifican oprimen,
explotan y excluyen… y nos libera de la peor de las esclavitudes: la Ley (exterior)
que nos hace legalistas, rigoristas, y perfeccionistas, un camino sin amor y
sin alegría. Todo se hace para quedar bien, para que nos vaya bien, por que
toca o por obligación. Sin verdad, sin bondad y sin justicia no hay liberación
del corazón, no hay encuentro con el Señor, Jesús (cf Ef 5, 8)
Una conversión real y realmente liberadora, signo de
la presencia del Reino de Dios entre los hombres.
Alguien podrá decir: "He ahí un programa que
nadie puede cumplir." Y es cierto. El hombre está "vendido como
esclavo al pecado" (Rm 7, 14), no puede liberarse a sí mismo.
Ni siquiera puede cumplir la Ley, mucho menos cumplirá el programa evangélico
del Sermón de la Montaña. Pero la
conversión es efecto de la irrupción gratuita del Reino de Dios en medio de la
historia humana. Y si la conversión comienza a ser realidad (y realidad
liberadora), entonces es que el Reino de Dios, como anunciaba Jesús, está en
medio de nosotros (Mt 4, 17). No obstante, la realidad auténtica de esa
liberación no podrá ser detectada con certeza por los hombres: pertenece al
secreto de Dios. Así pues, lo que el hombre no puede lo puede el
Espíritu de Dios que prometió Jesús (Jn 3, 16). El prosigue en cada creyente y
en el mundo un inmenso proceso de liberación que sólo se consumará al final. El
verdadero éxodo pertenece al futuro: cuando superadas las fronteras del pecado
y de una ley exterior que no podía salvar al hombre, sea superada también la
última frontera que esclaviza, la frontera de la muerte (1 Co 15, 25-28). Así
la existencia entera es un inmenso éxodo que concluye, como el éxodo (misterio
pascual) de Cristo, con el "paso" de este mundo al Padre (Jn 13, 1;
8, 23), quien en medio del mar y en medio del desierto abrirá un camino donde
tampoco lo hay: abrirá un camino decisivo en medio de la muerte.
En situación personal de éxodo.
Dios conoce nuestra opresión (Ex 3, 7ss); nos invita
como a Abraham (Gn 12, 1), a salir, a dejar, a caminar continuamente. El
quiere "abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los
cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos" (Is 58, 6),
liberar al hombre de toda fijación infantil y secretamente idólatra a las seguridades
del mundo presente, abrir los ojos a su propio futuro y a un elemento inherente
al destino humano: su condición peregrina. Una cosa importante: cuando el hombre
es libre, cuando no depende de nada, entonces está disponible para responder a
la acción de Dios en su propia historia. Se encuentra, como en otro tiempo
Israel, en situación personal de éxodo.
El hombre libre es el que tiene la disponibilidad para
hacer la voluntad de Dios; tiene la voluntad de salir fuera para ir al
encuentro de una persona concreta para iluminarla con la luz del Evangelio y
tiene siempre la disponibilidad de servir a sus hermanos, no obstante, se lo
impidan. Sigamos las huellas de Jesús, pongamos en él nuestros ojos (Hb 12, 2)
para que, en este nuevo éxodo, salgamos del exilio y caminemos con alegría a la
Libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1. 13).
El hombre libre es el que ama y serve, sin obligación,
sin aplausos, sin paga, sólo por amor y con alegría, con un corazón agradecido
sirve a Dios y a su prójimo. El hombre libre es portador de una presencia en su
corazón: es Jesús, su Maestro interior que lo lleva a la Casa del Padre. Está
en camino de éxodo, haciéndose un hombre nuevo, al igual que Cristo (Ef 4, 24)
Publicar un comentario