EL CAMINO DE LA PASCUA: MUERTE Y RESURRECCIÓN CON CRISTO.
Objetivo: Mostrar la importancia de la educación en la fe, para vivir nuestro Bautismo en la obediencia de la fe para amar a Dios y al prójimo.
Iluminación: “El que hace la voluntad del Padre entrará en el
reino de los cielos. Aleluya”. (cfr Mt 7, 21)
Entrar en la Pascua por el Bautismo
Un Acontecimiento
histórico como experiencia de vida: Cristo ha resucitado en nosotros por la fe y por el bautismo.
¿Qué diremos, pues? ¿Qué debemos permanecer en el pecado para que la gracia se
multiplique? ¡De ningún modo! Nosotros ya hemos muerto al pecado; ¿cómo vamos a
seguir entonces viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos
bautizados en Cristo Jesús fuimos incorporados a su muerte? Por medio del
bautismo fuimos, pues, sepultados con él en la muerte, a fin de que, al igual
que Cristo resucitó de entre los muertos mediante la portentosa actuación del
Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. (Rom 6, 1. 4)
“Para ser libres nos liberó Cristo” (Gál 5, 1. 13)
“Porque si hemos sido injertados en él por una muerte
semejante a la suya, también lo estaremos por una resurrección semejante.
Sabemos así que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera
destruida nuestra naturaleza transgresora y dejáramos de ser esclavos del
pecado. Pues el que está muerto queda libre del pecado (Rm 6, 5- 7).
El Bautismo es para
vivirse de fe en fe como hijo de Dios, hermano de Jesucristo y como servidor
del Reino.
“Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos
con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no
vuelve a morir, y que la muerte carece ya de poder sobre él. Su muerte implicó
morir al pecado de una vez para siempre; mas su vida es un vivir para Dios. En
consecuencia, también vosotros debéis consideraros muertos al pecado y vivos
para Dios en Cristo Jesús (Rm 6, 8- 11).
Las promesas de Dios.
“Entonces me dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son toda la
casa de Israel. Ellos andan diciendo: ‘Se han secado nuestros huesos, se ha
desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros.’ Por eso,
profetiza y diles: Esto dice el Señor Yahvé: Voy a abrir vuestras tumbas; os
sacaré de ellas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis
que yo soy Yahvé cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de ellas, pueblo
mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro
suelo, y sabréis que yo, Yahvé, lo digo y lo hago” (Ez 37, 11- 14)
Promesa cumplida:
Dios envió a su Hijo
para ser Salvador, Redentor, Maestro y Señor. “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió
Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley, para
rescatar a los que se hallaban sometidos a ella y para que recibiéramos la
condición de hijos. Y, dado que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo,
sino hijo; y, si eres hijo, también heredero por voluntad de Dios (Gál 4, 4-7)
La Ley nos llevó a
Cristo para justificarnos por la fe.
“Antes de que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la
vigilancia de la ley, en espera de la fe que debía manifestarse. De manera que
la ley fue nuestro pedagogo hasta la llegada de Cristo; a partir de aquí somos
justificados por la fe. Mas, una vez llegada la fe, ya no estamos a merced el
pedagogo, pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os
habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo, de modo que ya no hay
judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros
sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahán,
herederos según la promesa” (Gál 3, 23- 29).
No recibimos espíritu
de esclavitud o de miedo, sino de amor, fortaleza y dominio propio” (2 Tim 1, 7)
“En efecto, todos los que se dejan guiar por el Espíritu de
Dios son hijos de Dios Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos
para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos
adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a
nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si somos
hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si
compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados. Destinados
a la gloria. (Rm 8, 14- 17)
Dios hace cosas buenas de algo malas. Y,
también los que están y viven la nueva Alianza pueden hacer las obras del
Padre: “Por lo
demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le
aman, de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues Dios predestinó
a reproducir la imagen de su Hijo a los que conoció de antemano, para que así
fuera su Hijo el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó,
también los llamó; y a los que llamó, también los hizo justos; y a los que hizo
justos, también los glorificó. (Rom 8, 28ss). Por la Pascua, el Señor en su
Misericordia nos ha revestido con vestiduras de salvación (Is 61, 10). Y nos ha
capacitado para alcanzar la perfección por el Amor, al estilo de Jesucristo.
Cómo ser servidores de
Dios
El Bautismo se vive en
el seguimiento de Jesucristo para tener sus pensamientos, sus sentimientos, sus
preocupaciones, sus intereses y sus luchas para configurarse con Él y ser
transformados por la acción del Espíritu Santo. “Se te ha hecho saber, hombre, lo
que es bueno, lo que Yahvé quiere de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la
lealtad y proceder humildemente con tu Dios” (Miq 6, 8) “Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también
mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará (Jn 12, 26).
El Camino de la Pascua nos
lleva a pertenecer, amar y servir a Cristo. “Permanezcan en mi amor”.
Publicar un comentario