DICHOSA LA MUJER QUE TE LLEVO EN
SU SENO Y CUYOS PECHOS TE AMAMANTARON.
En aquel tiempo, mientras Jesús
hablaba a la multitud, una mujer del pueblo, gritando, le dijo: “¡Dichosa la
mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!” Pero Jesús le
respondió: “Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen
en práctica”. (Lc 11, 27-28)
La escucha y la obediencia de la
Palabra de Dios nos embaraza y nos lleva al Nuevo Nacimiento; al nacer de lo
Alto somos hijos de Dios, hermanos y templos vivos de Espíritu Santo. Pero, además
nos hace ser “discípulos de Cristo” para recibir la misma Misión de Jesús: La
salvación de los hombres. Esta es la voluntad de Dios que todos los hombres se salven
y lleguen al conocimiento de la Verdad (1 de Tm 2, 4). Tal como lo dice Pablo:
Pero, al llegar la plenitud
de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la
filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que
ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de
Dios. (Gál 4. 4- 7)
Dichosos los que han pasado
de la muerte a la vida; del pecado ala gracia; de la esclavitud a la libertad,
de las tinieblas a la luz y podemos conocer los frutos de la Luz: la bondad, la
verdad y la justicia (Ef 5, 9) Podemos escuchar de Jesús: Dichosos los pobres
de espíritu porque de ellos es el reino de Dios; dichosos los limpios de corazón,
los misericordiosos y los compasivos (cf Mt 5, 3ss) Por que son de Cristo, le
pertenecen y son una Nueva Creación. Lo viejo ha pasado, y lo que ahora hay es
lo Nuevo: Cristo Resucitado (2 de Cor 5, 17) Dichosos porque ahora podemos
entrar en la Casa del Padre unidos y conducidos por el Espíritu de Cristo. (cf Ef
2,18)
Ha llegado
la etapa de la Gracia.
Hermanos:
Si la ley dada por medio de Moisés fuera capaz de dar la vida, su cumplimiento
bastaría para hacer justos a los hombres. Pero, en realidad, la ley escrita
aprisionó a todos bajo el pecado para que, por medio de la fe en Jesucristo,
los creyentes pudieran recibir los bienes prometidos. (Gál 3, 21, 22)
La justicia
de Dios se ha manifestado en Cristo Jesús para salvar a los hombres (Rm 3, 21-
22). La Ley de Moisés no pudo darnos vida eterna, esta vida está en Jesús que
nos trae “Vida en abundancia” (Jn 10, 10) Por el sacrificio de Cristo hemos sido
justificados: nuestros pecados han sido perdonados y hemos recibido el don del
Espíritu Santo (Rm 5,1) Por la fe de Jesucristo somos justos, es decir, somos
gratos y agradables a Dios. “Miren cuanto nos ama Dios que podemos llamarle
Padre, y en verdad lo somos (1 de Jn 3, 1s)
La fe es el
pedagogo que nos lleva a Cristo, la Ley es nuestra infancia.
Antes de
que llegara la etapa de la fe, estábamos presos y bajo la custodia de la ley,
en espera de la fe que estaba a punto de manifestarse. De modo que la ley se
hizo cargo de nosotros, como si fuéramos niños, para conducirnos a Cristo, a
fin de que fuéramos justificados por la fe. Pero una vez que la fe ha llegado,
ya no estamos sujetos a la ley. (Gál 3, 23- 25)
Bajo la Ley todos éramos pecadores privados de la gracia de Dios y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención
realizada en Cristo Jesús, (Rm 3, 23- 24)
“Pues
cuando erais esclavos del pecado, erais libres respecto de la justicia. ¿Qué
frutos cosechasteis entonces de aquellas cosas que al presente os avergüenzan?
Pues su fin es la muerte. Pero al presente, libres del pecado y esclavos de
Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna. Pues el salario
del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo
Jesús Señor nuestro. La salvación llega a nosotros por la fe de Jesucristo.
Por la fe y
el bautismo somo hijos de Dios.
Así pues,
todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues, cuantos han
sido incorporados a Cristo por medio del bautismo, se han revestido de Cristo.
Ya no existe diferencia entre judíos y no judíos, entre esclavos y libres,
entre varón y mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y si ustedes
son de Cristo, son también descendientes de Abraham y la herencia que Dios le
prometió les corresponde a ustedes. (Gál
3, 26- 29)
Por la
fe y el bautismo somos hijos de Dios, hermanos de Jesús y de los demás, templos
vivos del Espíritu Santo y servidor de los demás. Nos hemos incorporado y
revestido de Cristo; incorporados a su Cuerpo que es la Iglesia, el Nuevo
Pueblo de Dios y revestidos con la Gracia que Cristo nos otorga, el Espíritu Santo
que actualiza en nuestra vida, hoy, la Obra redentora de Cristo y nos conduce a
la Vida eterna.
“En efecto,
todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no
recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien,
recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!
El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos
hijos de Dios”. (Rm 8. 14- 16) Un Espíritu de Amor, Fortaleza y Dominio propio
(2 de Tm 1, 7)
Jesús vino a
traernos al Espíritu Santo que viene a nosotros por la Fe en Jesucristo y el
bautismo, sacramento de la fe. Según las palabras de mismo Jesús: El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no
crea, se condenará. (Mc 16, 16) Y en Pentecostés después de la predicación
de Pedro, la gente le pregunta: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro
les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el
nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo; (Hch 2, 37- 38)
Fe y
sacramentos; Fe y obras; Fe y comunidad. Por la fe y el bautismo todos, tenemos
una misma dignidad, todos somos iguales, hombres y mujeres, pobres y ricos,
judío y gentiles. Todos tenemos la “Dignidad de ser hijos de Dios”. Todos con
diferentes carismas para ayudarnos unos
a los otros.
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