VENGAN A MÍ TODOS LOS QUE ESTÁN FATIGADOS Y AGOBIADOS POR LA CARGA.
Iluminación: Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio, dice el Señor. (Mt 11, 28)
Relato evangélico.
En aquel
tiempo, Jesús dijo: "Vengan a mí, todos los que están fatigados y
agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y
aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso,
porque mi yugo es suave y mi carga, ligera". (Mt 11, 28-30)
Jesús con un corazón lleno de misericordia
invita hay todos a la conversión. Nos llama a salir del exilio para levantarnos
de la postración del pecado; para salir de la servidumbre y para ponernos en
camino de éxodo hacia la Tierra Prometida que es Cristo Jesús. El Señor nos
llama a liberarnos para luego reconciliarnos, ser hombres nuevos y amigos y
discípulos de Jesús, para ser servidores del Reino de Dios. Y sentarnos todos
la Mesa del Padre Celestial.
"Vengan a mí, todos los que
están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio” El llamado es
para todos, judíos y gentiles, hombres y mujeres porque todos somos pecadores y
pecamos (Rm 3, 23) Para los judíos es la carga de la Ley con sus 613 preceptos.
Jesús tan solo nos propone un precepto: el del Amor. Para judíos y gentiles la
carga es el pecado: Un costal lleno de piedras que nos cansa, nos agobia y nos
mata (Rm 6, 23) El pecado nos divide, nos engaña, nos confunde, nos manipula y
nos paga con la muerte. Jesús quiere darnos vida y en abundancia (Jn 10, 10).
Tráiganme su carga, su costal de piedras, póngalo a los pies de mi Cruz
y yo lo redimiré. Vengan con un corazón contrito y arrepentido para que reciban
el perdón y la paz, el amor y el don de mi Espíritu, y sean así hombres y
mujeres nuevas, llenas de fe y amor para Dios y entre ellos. La carga es
también las preocupaciones, las enfermedades, los fracasos, la tristeza,
las desilusiones, la muerte de un ser
querido, a lo que Pedro nos invita: Humillaos, pues, bajo la poderosa
mano de Dios para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle todas vuestras
preocupaciones, pues él cuida de vosotros. (1 de Pe 5, 6-7)
El Señor en virtud de su sangre nos
perdona todos nuestros pecados (Ef 1, 7) y lava nuestros corazones de los pecados
que llevan a la muerte (Hb 9, 14) Nos redime; redimir es vencer el mal y
cancelar la duda. Al entregarle nuestras miserias, Él, nos entrega su
Misericordia, su Amor es derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo
que nos ha dado” (Rm 5, 5) Su amor es su yugo, ahora caminamos unidos, Jesús y
nosotros. No nos quita la carga la redime, la lava en la fuente de su
Misericordia, seguimos siendo los mismos, pero, no los mismos, ahora somos
hombres nuevos, con responsabilidad, con libertad y con amor, podemos caminar
con Él hasta entrar en su descanso. Nuestro descanso es Cristo, nuestra Paz,
nuestro Paraíso (Apoc 2, 7) No es lo mismo caminar con Amor a caminar sin él.
Por el intercambio entre nuestras
miserias y su misericordia, somos una Nueva Creación (2 de Cor 5, 17) Jesús
vive en nuestros corazones (Ef 3, 17) Ahora porque tenemos su Amor, nuestra
carga es más ligera, más liviana. El Amor de Cristo nace y crece de una fe
sincera, de un corazón limpio y de una conciencia recta (1 de Tm 1, 5) Y
busquemos a Jesús para que le entreguemos nuestras preocupaciones. ¿Dónde lo podemos
encontrar? En la oración íntima, cálida y silenciosa. En tu casa, en la calle,
en tu trabajo, el cualquier lugar, pero especialmente, ve al Santísimo Sacramento
y entrégale tus miedos, tus inseguridades o tus preocupaciones,
Podemos encontrar a Jesús en el
Sacramento de la Confesión para entregarle nuestro costal de piedras. Guiados
por su Palabra, reconozcamos nuestros pecados, hagamos un acto de contrición,
con arrepentimiento nos hacemos el propósito de enmendarnos y vamos al
Encuentro para confesar nuestros pecados y ser perdonados. (Jn 20, 23)
Luego busquemos a Jesús en su Palabra
para que nos guíe y nos lleve a los terrenos del Hombre Nuevo y revestirnos de Justicia
y Santidad (Ef 4, 24) Y aprendamos de Él que es Manso y Humilde de corazón para
permanecer en su Descanso (Mt 11, 30)
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