Objetivo:
Ayudar conocer de manera más personificada a la persona del Espíritu Santo, de
quien somos templo los bautizados que hemos sido incorporados a Cristo.
1. El
Término espíritu.
La palabra espíritu en
hebreo se traduce por “rúaj”, en griego por “pneuma” y en latín por “spiritus”
y quiere decir “soplo” o “viento”. Con la palabra espíritu significamos lo que
es real pero no corporal. Cuando decimos Espíritu Santo nos estamos refiriendo
a lo más íntimo de Dios, es Dios mismo que se dona y se entrega a la Humanidad
para hacernos semejantes a Él.
2. El
Hombre tiene una necesidad.
El hombre, todo hombre tiene necesidad del Espíritu
Santo, de sus dones y de sus carismas, no sólo para su vida espiritual privada,
sino también para su contribuir a la curación de los males de una sociedad
enferma. La sociedad de consumo, hoy gasta muchas energías en inventar
necesidades para el hombre. Lo quiere hacer sentir bien, que sea feliz
consumiendo y derrochando en cosas y lujos supérfluos, tratando de ahogar la
única y realidad necesidad que el hombre, su necesidad de Dios. El Señor desde
la eternidad ha conocido está pobre realidad: El hombre pretende llenar los
vacíos de su corazón con “cosas”; recurre a la “química para ser feliz”. Mientras
el hombre quiere apagar su sed de Dios bebiendo del agua que el mundo le
ofrece. El Señor le tiene una Promesa.
3. El
deseo eterno de Dios.
La Promesa del Padre responde al “Deseo” eterno que
llena su corazón de Dios: “Darnos Espíritu Santo” para que participemos de su
naturaleza divina. El profeta Ezequiel nos explica en qué consiste el deseo de
Dios: “Dar Vida a los huesos secos”. Así dice el Señor Yahveh: “He aquí que yo abro vuestras tumbas; os
haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de
Israel. Sabréis que yo soy Yahveh cuando abra vuestras tumbas y os haga salir
de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi Espíritu en vosotros y viviréis;
os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, Yahveh, lo digo y lo hago,
oráculo de Yahveh” (Ez 37, 12- 14)
Es una Promesa de salvación para tiempos Mesiánicos.
Para realizar su promesa Dios envía a su Hijo que nace de mujer, (Ga 4, 4) se
hace uno de nosotros para con su muerte y resurrección sacarnos de la tumba, en
la cual sólo hay muerte y huesos secos. (Ez 37) Realizada la Obra del Padre por
el Hijo, nos envía el Espíritu Santo que nos guía a nuestro suelo: el Cuerpo de
Cristo, la Comunidad cristiana. En la
Iglesia, el Padre nos da el don del Espíritu Santo. El Espíritu que
habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo (1 Co
3, 16; 6, 19). Es el Espíritu de la vida o fuente del agua que brota hasta la
vida eterna (Jn 4, 14), por quien el Padre vivifica a los muertos por el
pecado. (Rm 8, 10)
Para nosotros muchas veces hacer promesas equivale a
decir mentiras, no así Para Dios. Pará Él, hacer una promesa es comprometerse,
es un compromiso que cumple a fidelidad. Antiguamente prometió salvación, hoy
la está cumpliendo, canta María en el Magnificat. Dios promete dar a los
hombres el don de su Espíritu, la cumple en Pentecostés. Él es el Dios fiel a
sus promesas.
4. La
Alianza del Sinaí.
Yahvé, Dios, por medio de Moisés sacó a Israel de Egipto, liberándole
de la esclavitud del Faraón: “Extiende tu
mano sobre el mar, y las aguas volverán sobre los egipcios, sobre sus carros y
sobre los guerreros…y no se escapó ni siquiera uno de ellos” (Ex 14, 20)
Moisés recibió la orden de Yahvé de llevarse el pueblo al desierto
rumbo a la “Montaña de Dios” para hacer alianza con él. Dios primero libera y
luego hace alianzas. Lo que nos hace pensar que nuestro Dios no hace alianza
con esclavos (cfr. Ex 19, 1). El Pueblo comprende que la liberación y la
alianza exigen una conversión de corazón y una fidelidad en el cumplimiento de
la Ley que esclarece la relación con Dios y las relaciones fraternas y
respetuosas con los demás (Ex 20, 1-17)
En la Alianza de Dios con su Pueblo encontramos cuatro elementos: Dios
que elige y llama; el Pueblo que acepta lo que Dios le propone; el sacrificio
de toros y de machos cabríos, con su sangre rocían al pueblo y al altar; y el
signo de la alianza, las tablas de la Ley. Dios se compromete con su Pueblo y
éste se compromete a ser fiel a la Alianza para gozar de los cuidados de su
Dios. “Yo soy tu Dios y tu eres mi pueblo”. De la experiencia de la
alianza nace la fe de Israel
EL Dios de la Alianza es ante todo un Dios vivo y personal que llama al hombre a un encuentro personal
con Él; un amigo muy cercano que camina con su Pueblo, lo defiende, le da de
beber, de comer, lo corrige para manifestarle abiertamente su amor y le invita
a corresponder. Este Dios que se va revelando es un Dios Único, que se
revela a su pueblo como fuente de amor y
de vida. El pueblo es su propiedad, y por eso le exige: “No tendrás otro Dios fuera de mí” (Ex 20,3)
5. La
Ley del Sinaí
En el Sinaí Dios dio a los
hombres su Ley, que es para todos y para siempre. El Pueblo se comprometió a
cumplirla como señal de que tendría, en verdad a Yahvé como su Dios. La Ley es
buena y santa, fue dada al hombre para que entendiera que es lo bueno y que es
lo malo. El pueblo se comprometió a cumplirla como una señal que aceptaba la
voluntad de Dios, pero no pudo ser fiel y rompió la alianza, sin embargo, la
Ley ayudó al hombre a descubrir que lleva el pecado dentro de él. Los
Mandamientos de la Ley de Dios son expresiones del amor a Dios a los hombres
(Dt 10,12ss). Si Israel quiere vivir debe de poner en práctica las palabras de
la Ley (Dt 29, 28), porque son salidas de la boca de Dios. La Ley es fuente de
vida (Dt 32, 29). El sentido de la Ley no es otro que el amor y el servicio a
Dios y al prójimo (Dt 4, 29). Fe y obediencia son de parte de Dios las
cláusulas de la Ley.
6. La
Nueva Ley del Espíritu.
Dios promete hacer una Nueva Alianza con su Pueblo. Esta nueva Alianza
pide también un sacrificio, pero, no de toros ni de machos cabríos, será
sellada con la sangre del Cordero de Dios. La nueva ley, la ley del Espíritu,
significa que el Espíritu Santo es la Nueva Ley, la Ley del Amor, llamada
también la “Ley de Cristo”. Esta ley es
el Espíritu de Cristo que nos llena con su Poder extraordinario, y que actúa en
el interior del corazón de cada uno, nos capacita para guardar los mandamientos
de la ley de Dios por amor y con amor. Porque el don de Cristo se convierte en
nuestro interior en “Manantial de aguas vivas” en “Tierra que mana leche y
miel”. Desde este momento los Mandamientos no serán una carga y Dios no será un
freno, un obstáculo en nuestra vida, sino, un Padre amoroso y compasivo, sus
Mandamientos son manifestaciones de su Amor.
En Pentecostés toman vida las profecías de Jeremías y Ezequiel: “Ésta es la alianza que haré con el pueblo
de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor: pondré mi ley en su interior,
la escribiré en su corazón” (Jr 31, 33) Ya no será en tablas de piedra como
en la alianza del Sinaí, sino en los corazones; ya no será una ley externa,
sino, una ley interior.
¿De qué días se trata? Son las siete semanas transcurridas desde la
Pascua, desde la muerte y resurrección del Señor Jesús. A los 50 días se da el
cumplimiento de la Promesa, durante la fiesta de las siete semanas. Era la
fiesta grande en que judíos
celebraban el “don de la Torah”.
¿De qué ley se trata? Escuchemos a Ezequiel explicarnos la profecía
de Jeremías: “Os daré un corazón nuevo y
os infundiré un espíritu nuevo, os arrancaré el corazón de piedra y os daré un
corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis
mandamientos, observando y guardando mis leyes” (Ez 36, 26- 27) Esta nueva
ley interior que da vida, es la ley del Espíritu que nos libera por medio de
Cristo de la ley del pecado y de la muerte. (Rm 8, 2)
Una promesa mas, la encontramos en el profeta Joel: “Sucederá que yo derramaré mi espíritu sobre
toda carne: vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos
soñarán sueños y vuestros jóvenes
tendrán visiones. Hasta en los siervos y en las siervas derramaré mi Espíritu
en aquellos días. Y realizaré prodigios en el cielo y en la tierra. (Joel
3, 1- 3)
Este Espíritu de Dios que nos es dado, tiene también manifestaciones
externas, su donación no es exclusiva para un grupo o ciertas personas, sino,
todos podemos recibir el precioso don. Las exigencias fundamentales son
proclamadas con la fuerza del Espíritu el día de Pentecostés a los creyentes,
que preguntan: “Qué tenemos que hacer:”
La respuesta de Pedro es clara y concisa: “Convertíos
y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch
2, 38)
7. La
Promesa de Hijo.
Jesús de Nazareth en su vida terrena hizo promesas que
lleva a cumplimiento después de su Resurrección.
· “Y
yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para
siempre” (Jn 14, 26)
Otro Paráclito, lo que podemos entender que hubo uno
que vino primero, es Cristo Jesús, Nuestro, Salvador, Maestro y Señor, nuestro
Abogado y defensor que con su sangre abrió el camino para que viniera el
segundo Paráclito, el Espíritu Santo y pudiéramos todos entrar en la “Casa del
Padre en mismo Espíritu”.
· “Cuando
venga el Paráclito que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la
verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15, 26)
Paráclito significa Consolador, Maestro y Abogado. Él
es el Poder de Dios que nos hace caminar sobre las nubes y caminar sobre las
aguas. Esto quiere decir que por la presencia del Espíritu podemos amar incondicionalmente
a Dios y a los demás; Él es nuestra fuerza para rechazar el mal y vencer
nuestro pecado. Sin el Espíritu Santo la misma Palabra es letra muerta, los
Mandamientos una carga, el servicio y la oración, tiempo perdido, necesitamos
al Divino Espíritu para dar testimonio de un Cristo vivo y verdadero que “habita por la fe en nuestros corazones”
(Ef 3, 17)
· “Os
conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito,
pero si me voy os lo enviaré…” (Jn 16, 7- 11)
Cuando Él venga…viene a
actualizar en nuestra vida el Plan de Salvación realizado por Cristo. “No los dejaré huérfanos, volveré para estar
con vosotros” (Jn 14, 18) A la luz de la acción del Espíritu en el Antiguo
Testamento el Divino Espíritu se revela como Espíritu de firmeza, santidad, buena voluntad,
contrición, humildad, sumisión a la voluntad de Dios, enderezamiento de sendas,
rectitud, justicia y paz, conocimiento de la
voluntad divina y don de sabiduría. En el Nuevo Testamento, podemos
añadir que se manifiesta como don de lo Alto, amor, paz, gozo, dominio propio.
Él es “Dulce huésped del alma” que nos consuela en todas nuestras tribulaciones
y nos confirma en la Verdad. Sobre todo aparece la plena revelación del
Espíritu Santo como el Don del Padre a
su Hijo, Amor derramado en el Corazón de los fieles y como la Tercera Persona
de la Trinidad.
· “Mucho
tengo aún que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el
espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa”. (Jn16,12-15)
Espíritu de verdad: el verdadero Espíritu de Dios se
opone al espíritu del mundo y a la sabiduría mundana. Los que son del mundo no
pueden recibirlo (Jn 14, 17). Los discípulos aún no podían comprender las
palabras de su Maestro, es necesario que venga el Maestro interior, los guíe
por los caminos de Dios hasta la verdad completa. Cristo es la verdad, y la
Verdad completa es el mismo Cristo Crucificado y Resucitado. La verdad no es un
concepto, es una persona Dios mismo que se nos da conocer y por la acción del Espíritu Santo en nuestra vida podemos al ver sus
manifestaciones decir: “Hemos visto al Señor.
· “Sino
que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y
seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines
de la tierra” (Hch 1, 8)
Jesús en vida
es aquel que nos hizo promesas, Cristo resucitado es Aquel que cumple sus
promesas. Antes de ascender al Cielo para ser confirmado como Señor y Cristo,
reúne a sus discípulos y les asegura que dentro de pocos días cumplirá su
Promesa y los bautizará con Espíritu Santo y Fuego, con el Poder de lo Alto. Él
hará de cada discípulo un testigo con poder de la misión que el Padre le confió
a su Hijo, y que ahora Él se las confía a sus Apóstoles: “Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra”, (Mt 28, 18), “así como el Padre me envió yo los envío a
ustedes” (Jn 20, 21).
8. La
Promesa es para todos.
“Pues la Promesa es para
vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuántos
llame el Señor Dios nuestro” (Hch 2, 39)
En la doctrina del Antiguo Testamento no sea revelado todavía como una
persona sino como “fuerza divina” que crea de la nada y transforma
personalidades humanas para hacerlos capaces de realizar gestos excepcionales
como en los jueces, los reyes y en los profetas. Personas que fueron invadidas
por el “Ruaj de Yahvé” para gobernar, conducir, defender y confirmar al pueblo
de Dios, y hacerlo servidor y asociado al Dios Santo. En la doctrina del Nuevo
Testamento qué nadie se sienta excluido del amor de Dios porque, Él a todos llama a la salvación y su don es
para todos los que lo pidan con fe. Lo único que hemos de tener presente es el
recibir al Primer Paráclito que es Cristo Jesús.
9. La
Promesa es para ti.
Dios te piensa con amor
desde antes de la creación del Mundo y te eligió para estar en su presencia (Ef, 1,4) Te destinó a ser adoptado como hijo suyo mediante Jesucristo (Ef 1,
5) Te ha redimido y perdonado tus pecados
(Ef 1, 7) Te santificado y te ha dado los
dones del Espíritu Santo (Ef 1, 8)
Dios te está llamando a la vida de comunión con Él, a una vida de
santidad, de donación y de entrega, pero quiere darte a ti su precioso don: “Su
Espíritu”, que es Santo porque santifica, consagra y hace que todo llegue hasta
Dios y que las cosas de Dios lleguen a los hombres. El Espíritu Santo actúo en
la Creación, en la Iglesia y en cada uno de los creyentes para que lleguemos a
reproducir a Cristo en nosotros, es decir, nos consagra y nos santifica. Te ama
incondicionalmente y Él tiene “Un regalo para ti: El don de su Espíritu. Dios
nos piensa llenos de su Espíritu dando frutos de vida eterna; nos mira sin
mancha y sin arruga, por eso quiere darte de lo suyo, lo que Él realmente es y
tiene.
10.
Los Dones del Resucitado para su Iglesia.
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerrada,
por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los
discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con
vosotros” Dicho les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron
al ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”. “Como el Padre me envió, también yo os envío.”
Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo a quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos.” (Jn 20, 21ss)
· “La
Paz con vosotros”. El primer
regalo es la paz, fruto del amor y fuente de alegría. No es la paz según el
mundo, sino la paz que sólo Cristo, el Príncipe de la paz, puede darnos.
· “Nos
participa su misma misión”
Nos da de lo suyo, nos promueve por el camino de la donación y de la entrega. La Misión de Cristo es dar
vida a los hombres. Nos hace sus discípulos y misioneros para que el mundo
tenga vida en Él.
· “Recibid
el Espíritu Santo”. No envía
a su Iglesia con las manos vacías, la llena y reviste con su Espíritu Divino y
le confía el Ministerio de la Reconciliación con Dios y con los hombres.
· “El
perdón de los pecados.” La Iglesia recibió del Señor resucitado un
Poder que sólo le corresponde a Dios: El poder de perdonar los pecados, en el
Nombre de Dios Uno y Trino y no por méritos propios, sino en virtud de los
méritos de Jesucristo.
· “La
experiencia de la Resurrección”. La experiencia de ser hombre nuevo: perdonado, amado, reconciliado,
responsable, libre y capaz de amar. Experiencia indeleble que no puede ser
explicada con palabras humanas, hay que vivirla para ser testigos de la
Resurrección del Señor.
· El
poder para edificar la Iglesia mediante la Evangelización, la Oración y los
Sacramentos. Todos somos
llamados a trabajar en la edificación de la Iglesia. Todos somos llamados a
construir el Reino de amor, de paz y de justicia.
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