EL ESPÍRITU SANTO ES NUESTRO MAESTRO INTERIOR.
“Por esto te recomiendo que
reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.
Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de
fortaleza, de caridad y de templanza.” (2 DE Tim 1, 6-7)
¿Qué s un
carisma? Es la manifestación de la Gracia de Dios que está en nuestro
interior. La gracia es el Espíritu Santo que ilumina nuestra inteligencia,
fortalece nuestra voluntad y conduce nuestro corazón. Es el que nos ayuda a
discernir entre el bien y el mal, lo que es bueno y lo que es malo. Es Maestro de
Discernimiento para que distingamos lo que viene de la Fe y lo que viene de
otra fuente; “Pero el que come dudando, se condena, porque
no obra conforme a la fe; pues todo lo que no procede de la buena fe es pecado.”
(Rm 8, 23)
De la Fe viene el Amor. Y este es el Padre de todas las Virtudes que son el Vigor y el Poder
que actúa en nuestro corazón para vencer todo que no viene de Dios. Vuestra
caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al
mal con el bien.” (Rm 12, 9. 21) La Fe sólida, confiada, obediente, viva y
eficaz es Jesucristo que habita por la Fe en nuestro corazón (Ef 3, 17) Por la
Fe recibimos al Espíritu Santo; “El
Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar
de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo.” (Rm 15, 13).
¿Cómo y cómo recibimos el Espíritu Santo? A los Apóstoles después de su primera predicación, la gente les preguntó:
¿Qué debemos hacer? Pedro les contestó: “Convertíos y que cada uno de vosotros
se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados;
y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2, 38) La Fe viene de lo que se
escucha, la Palabra ungida que es Luz, Poder y Misericordia. Creer que Cristo nos amó para perdón de
nuestros pecados y resucitó para darnos Vida eterna (Rm 4, 25) Por la Fe y el
Bautismo somos bautizados con Espíritu Santo y fuego (Gál 3, 26- 27) Somos
templos vivos del Divino Espíritu[D1] : ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario
del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os
pertenecéis? (1 de Cor 6, 19)
El Espíritu que recibimos es el de Jesucristo resucitado. Jesús era Maestro exterior, enseñaba desde fuera desde lo exterior,
después de su resurrección es Maestro interior, enseña desde dentro, y puede
estar a la vez en todos los creyentes para conducir a toda la Iglesia que es
fiel a su Palabra.
¿Qué y cómo nos enseña el Espíritu Santo? Nos enseña la Palabra de Dios hablada por los Profetas, por Jesucristo
y los Apóstoles. Lo hace por medio de los Dones del su Espíritu (Is 11, 2) La misma Palabra de Dios hablada
por Jesús y después por los Apóstoles. “El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado.” (Jn 14, 24) De san Pablo escuchamos: “De ahí que también por nuestra parte no cesemos de dar
gracias a Dios porque, al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la
acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de
Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes.” (1 de Tes 2, 13)
Jesús para enviar al Espíritu Santo revistió con Poder y
Fuego a sus Apóstoles: Jesús
se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en
la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a
guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos
los días hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 18- 20) Dicho
esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo: a quienes
descarguen de sus pecados, serán La liberados, y a quienes se los retengan, les
serán retenidos.» (Jn 20, 22- 23)
La Palabra de Dios y los Sacramentos tienen la
misma Fuente, el corazón de Cristo que derrama sobre su Iglesia su Espíritu
Santo para llevarla al conocimiento de la Verdad y para que su Salvación llegue
a nuestros corazones como voluntad de Dios. (cf 2 de Tim 2, 4) Todo lo
concentra en el corazón desde donde nos conduce y une o reconcilia la
Inteligencia y la Voluntad para darnos una “Conciencia Moral” que nos da la
triple capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo, rechazar lo malo y
hacer lo bueno. Es una conciencia llena de Amor: Cristo habita en nuestro
corazón por la fe para que podamos estar cimentados en el Amor que supera todo
poder, todo tener y todo placer (Ef 3, 1- 18)
La acción del Maestro interior nos lleva desde
los terrenos del hombre viejo a la Fe, a la Templanza a la fortaleza, a la
Humildad, al Dominio Propio, a la Santidad, a la Ciencia y al Amor fraterno y a
la Caridad. Pues si tenéis estas cosas y las tenéis en abundancia, no os
dejarán inactivos ni estériles para el conocimiento perfecto de nuestro Señor
Jesucristo. Quien no las tenga es ciego y corto de vista; ha echado al olvido
la purificación de sus pecados pasados. (2 de Pe 1, 8-9) Pero, nada es a
fuerzas o por obligación, todo es sí tú quieres. Decía a todos: «Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y
sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su
vida por mí, ése la salvará. (Lc 9, 23- 24)
La acción del Espíritu Santo en
los creyentes nos lleva a estar sentados a la Mesa del Señor para comer los
frutos del Árbol de la Vida que está en el Paraíso de Dios (Apoc 2, 7) Y Poder
saborear los frutos del Espíritu: En cambio el fruto del Espíritu es amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de
sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han
crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el
Espíritu, obremos también según el Espíritu. (Gál 5, 22- 25)
El Maestro interior siempre nos
conducirá y nos llevará a Cristo para que creamos en él, confiemos, los
obedezcamos y lo amemos para que nuestra “fe sea sincera, el corazón limpio y
tengamos una conciencia recta” (1 de Tim 1, 5) Hombres nuevos revestidos de
justicia y santidad (Ef 4, 24)
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