4. ¿Cómo fue la
pastoral de la Iglesia primitiva?
Objetivo: Dar a conocer la pastoral de la primitiva Iglesia para destacar los más importantes elementos para que sirvan como modelo a la Iglesia de hoy.
Iluminación: “Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hech 2, 44-47)
La Palabra Iglesia significa convocación. Designa la Asamblea de aquellos a quienes convoca la Palabra de Dios, para formar el Pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo (Catic 777).
Primera
etapa: La predicación del Kerigma. Dos momentos claves
se han de resaltar: El primer anuncio y la experiencia del Espíritu Santo (Hech
2, 22-36). El crecimiento en la fe y la organización de la pastoral vendrán
después (Hch 2, 42; 61)
a) En la Iglesia primitiva el orden seguido por los Apóstoles partiendo de la experiencia de Pentecostés fue, en primer lugar, el anuncio profético de Pedro que presentó a Jesús como el Mesías de Dios: “Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales…ustedes lo mataron por medio de gente malvada…a este, Jesús, Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos…sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo, a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hech 2, 22- 36).
b) Al anuncio profético de los Apóstoles el pueblo responde compungido: “¿Qué tenemos que hacer?” “Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de vuestros pecados y para que recibáis el don del Espíritu Santo. La Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro». Los Apóstoles hacen la invitación a la conversión, a la recepción del bautismo para el perdón de los pecados y a la recepción del Espíritu Santo: (Hech 2, 37- 40).
El encuentro personal con Jesús nos da la experiencia del Espíritu Santo: Encuentro liberador, gozoso y transformador, porque nos quita las cargas, y gozoso, por que experimentamos el triunfo de la Resurrección. Transformador, porque nos promueve y nos transforma en Ministros de la Nueva Alianza, “servidores de Cristo por voluntad del Padre” Ministros de la Palabra y de los Sacramentos. (Palabra y Sacramentos son inseparables).
Segunda
etapa: La catequesis apostólica. En el segundo momento
viene el crecimiento de la Comunidad con cuatro características bien definidas:
a) El conocimiento creciente de la enseñanza comunicada por los apóstoles, maestros de esa verdad. Qué enseñaban los Apóstoles? Los Apóstoles enseñan lo que Jesús les enseñó a ellos. Jesús enseñó a los suyos el “arte de vivir en Comunión” el “arte de amar” y el “arte de servir a los hermanos”. Enseñó con su Palabra y con su vida.
b) La integración de una auténtica comunidad cristiana en donde cada miembro contaba con la ayuda espiritual y temporal de sus hermanos. Vivían en comunión fraterna y solidaria.
c) La vida sacramental centrada en la Eucaristía o fracción del pan de vida. Eucaristía celebrada el primer día de la semana (Hech 20, 7)
d) La oración asidua en sus diversas formas, recomendada y practicada por Jesús y que fue el alma y la fuerza de esa comunidad. (Hch 2, 42)
Tercera etapa: El servicio a las mesas. En un tercer momento la
primera Comunidad se organiza para el servicio de las mesas: la pastoral de la
caridad.
Según el libro de los Hechos de los apóstoles la pastoral de la Primera Comunidad sigue pasos muy concretos: la primera predicación apostólica, la catequesis como segundo término y en tercer lugar el cultivo organizado de la caridad: “Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra. Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos. La Palabra de Dios iba creciendo; en Jerusalén se multiplicó considerablemente el número de los discípulos, y multitud de sacerdotes iban aceptando la fe” (Hech 6, 1-7).
¿Qué
encontramos en la Iglesia primitiva? A la luz
del texto de los Hechos, encontramos que en la Pastoral de la Iglesia se han de
tener presente: La Palabra, la vida
comunitaria (los servicios), los sacramentos y la vida de piedad.
Encontramos una gran sencillez y una gran eficacia en la pastoral de la
primitiva comunidad cristiana. El Espíritu del Señor estaba y actuaba en unos
pastores que lo habían recibido en plenitud y eran dóciles a la acción del
Divino Espíritu en su misión apostólica. La eficacia de esta pastoral la
encontramos en la lectura del mismo libro de los Hechos de los Apóstoles:
· “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno”.
· “Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hech 2, 44-47)
· “Muchos de los que oyeron la Palabra creyeron; y el número de hombres llegó a unos cinco mil” (Hech 4, 4).
· “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyo a sus bienes, sino que todo lo tenían en común” (Hech 4, 32)
¿Cómo
ha de ser la Pastoral de la Iglesia? Lo primero para tener presente es que nuestra pastoral ha de ser como
la de Jesús: invitando, pero, no imponiendo.
Ha de
estar llena de los mismos sentimientos de Cristo Jesús, especialmente, la
compasión. No solamente eso, sino que además, toda nuestra predicación debe
nutrirse con la “Palabra de Dios para que no sea palabrería vana” y “La catequesis debe extraer siempre su contenido de la Palabra de
Dios” (Juan Pablo II, CT 27) “Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que
constituye el sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos,
alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” (DV 27)
En segundo lugar hemos de tener en cuenta el no menospreciar alguna de las vertientes de la pastoral en detrimento de las demás para no caer en el reduccionismo: sacramentos sin evangelización, o evangelización sin sacramentos o sin la práctica de la caridad. Esto reduce y empobrece la pastoral de la Iglesia. Busquemos siempre la Unidad del Anuncio, del Culto y de la Moral o práctica de las virtudes. Un culto, sin moral, o una moral sin anuncio ha llevado a muchos creyente a un ateísmo práctico, a muchos ritos vacíos. A una Iglesia sin identidad y sin seguimiento de su Pastor.
En tercer lugar se ha de tener siempre en cuenta al hombre integral, hijo de una cultura, poseedor de un cuerpo, un alma y un espíritu (1 Ts 5, 23) y situado en un contexto familiar y social. La pastoral de la Iglesia está al servicio del hombre y de la familia. Obra de la Pastoral es la formación de personas. En la obediencia al Mandamiento nuevo. La Iglesia, los cristianos lavando pies ayudamos a acrecer y a madurar como personas: “Así ya no seremos como niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce al error” (Ef 4, 14).
Lo anterior nos hace ver la evangelización como proceso y no como acontecimiento. Los grandes cambios no se dan de la noche a la mañana ni de un día para otro. El cultivo del hombre y de su espiritualidad requiere tiempo y el uso de los medios adecuados. La verdadera evangelización, no se da, como una llamarada de petate. La formación de criterios, convicciones, principios y valores humanos nos piden paciencia, confianza y tolerancia.
Aplicación
en nuestros días. Los primeros cristianos crecieron
pronto en el conocimiento de la doctrina del Señor, gracias a la enseñanza de
los Apóstoles que trasmitían con toda fidelidad lo que el Señor Jesús les había
trasmitido a ellos: “Jesús se acercó a
ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo
os he mandado. Y estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día, hasta
el fin del mundo.» (Cfr Mt 28, 18ss). La primera predicación de los
Apóstoles tenía una mayor pureza doctrinal: eran testigos de las palabras y
hechos de Jesús, de su muerte y de su resurrección, además eran hombres
poseídos por el Espíritu Santo, según la promesa de Jesús: “Sabed que yo estaré con ustedes hasta el fin de los siglos” (Mt
28, 20). Podemos hablar de varias acciones como expresión de la Pastoral:
V
La
pastoral bíblica. Los Apóstoles eran hombres penetrados y poseídos por la palabra
de Dios; verdad que hace que Pablo recomiende a la comunidad de Colosas: “Que la palabra de Cristo habite en ustedes
con toda su riqueza” (Col 3, 16) y a su discípulo Timoteo le dice: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil
para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia: así el
hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda buena obra” (2
Tim 3, 16)
Hoy por fortuna existen cada vez más personas que están leyendo la Biblia de una manera asidua y apasionada que les permite poseer las riquezas de la Palabra. La experiencia y la Iglesia nos han enseñado que la lectura de la Palabra de Dios ha de ir acompañada por la práctica de la oración para que según san Agustín se dé un verdadero diálogo con Dios: A Dios hablamos cuando oramos, y a Dios, escuchamos cuando leemos su Palabra (Dei Verbum 25). Toda predicación y catequesis en la Iglesia ha de nutrirse con la Palabra de Dios para que no resulte ser sólo vana palabrería (Ct 27)
Al gusto por la Sagrada Escritura (leerla o escucharla asiduamente, meditarla, amarla y ponerla en práctica) Dios apremia abriendo la mente, explicando su sentido y llenando con su poder a quienes así lo hagan. El Concilio nos dice: “Dios viene al encuentro de sus hijos para conversar con ellos, y es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” (Dei Verbum 21).
V
La
pastoral de comunión. El término comunión que encontramos en el texto de
Hechos 2, 42, y que constituyó un medio de gran crecimiento espiritual y
comunitario para la Iglesia primitiva, hace referencia a la creación de
pequeñas comunidades cristianas mediante la unión de espíritus y la solicitud
por los pobres y necesitados de todo orden: “todos los creyentes vivían unidos”
(Hech 2, 46).
Todo cristiano necesita el apoyo, el estimulo y la ayuda para cultivar
sus valores y virtudes; ayuda que encuentra eficaz en una pequeña comunidad de
hermanos que se preocupen por él, le enseñen a orar y a servir a la Iglesia
desde el “don recibido”. Nadie se
realiza solo; nadie camina solo; nadie aprende a vivir para los demás, cuando
camina solo. El cristiano solitario pronto cae y se queda caído. La
acción del Espíritu Santo que es Amor, guía a los hombres a la comunión con
otros creyentes para que hagan comunidad con ellos y de esta manera trabajen en
la construcción de una Comunidad fraterna: “Donde
dos o tres se reúnen en mi Nombre... ahí se construye la Comunidad (Mt 18, 20). Lo importante que se ha de saber
es que para que la comunidad sea auténtica ha de ser animada y conducida por el
Espíritu Santo para que pueda proporcionar ayuda a todos sus miembros, esté
centrada en la Eucaristía y esté insertada en la vida parroquial y unidas a los
Pastores que el Señor ha dado a su Iglesia.
V
Una
Pastoral centrada en la Eucaristía o “fracción del Pan”. El término
“fracción del pan” significa en el lenguaje cristiano “La cena del Señor”, es
la primera forma que la Iglesia uso para referirse a la “Misa”. Es el
sacrificio en el que Cristo se inmola, se sacrifica, ofreciéndose como pan
partido, entregado y como sangre derramada en favor de toda la Humanidad. Después
pasó a conocerse como “Eucaristía” que significa “acción de gracias”, rito
eucarístico que las comunidades cristianas celebraban en las casas, nunca en el
templo de Jerusalén. Dos textos de Pablo nos ayudan a entender el misterio de
la “fracción del Pan”: “El cáliz de bendición, no es acaso el comunión con la
sangre de Cristo? Y el pan que partimos, no es comunión con el cuerpo de
Cristo?” (1 de Cor 10, 16).
“Porque yo recibí del Señor lo
que os he trasmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó
pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: este es mi cuerpo que se da
por vosotros, haced esto en recuerdo mío”…. Este es el cáliz de la Nueva Alianza en mi
sangre. Cuantas veces lo bebiereis, hacedlo en recuerdo mío. Pues cada vez que
coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que
venga. Por tanto, quien coma del pan y beba el cáliz del Señor indignamente,
será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz.
Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo.
Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos”
(1 Cor 11, 23, 30)
La vida espiritual de los primeros cristianos estaba centrada en la participación de la Eucaristía. Nosotros si queremos tener un alimento que nos nutra y nos fortalezca debemos hacer lo mismo: “comer del pan y beber del cáliz del Señor” El Concilio definió la Eucaristía como “Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da como prenda de la gloria venidera” (SC No. 47) Para enseguida invitarnos a participar de una manera consciente, piadosa y activa de todos en la acción sagrada para que los fieles no sean mudos espectadores, sino aprendan a ofrecerse a sí mismos como hostias inmaculadas (SC No. 48).
La Eucaristía contiene todo el Bien espiritual de la Iglesia: Cristo mismo, y a ella se ordenan todos los ministerios y apostolados. Aparece como la fuente de toda predicación evangélica y es el centro de toda Asamblea de los fieles que preside el presbítero” (P O No. 5). Más delante el mismo Documento nos dice como hacer de la Eucaristía la fuente principal de santificación personal y de crecimiento pastoral: “practicar la oración frente al Sagrario para dar testimonio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por la predicación, para mostrar a los fieles la insondable riqueza de la Eucaristía y la enseñanza diaria a insertarse diariamente en la vivencia de la Pascua eucarística; ayudando eficazmente a la comunidad a crecer en la fe, la esperanza y la caridad y a vivir el “sacrificio eucarístico en el que los Sacerdotes cumplimos nuestro principal ministerio” (PO No. 13)
V
Las
oraciones. La primera comunidad cristiana tuvo tanta vitalidad, pues los cristianos impregnaron sus vidas con
una intensa, continua y cálida oración: Eran comunidades orantes. Asistían
asiduamente a las oraciones (Hech 2, 42). La comunidad y los Apóstoles al
frente de ella, seguían el ejemplo de Jesús Buen Pastor que fue para la
comunidad primitiva el modelo de Pastor Orante. Dos modos de orar: personal y
comunitariamente. Oración acompañada siempre con el ayuno y la caridad. Sólo
una vida de intensa oración puede explicarnos el crecimiento y la fortaleza de
las comunidades en tiempo de persecución. Una pastoral que no tenga como alma
la oración estará siempre vacía y sus frutos serán pobres o nulos. Urge que los
pastores aprendamos a orar con la comunidad, con las personas y no solamente
por ellas. Hagamos de nuestra Parroquia una Comunidad orante. El Libro de los
Hechos de los Apóstoles nos describe la intensidad de oración de la primitiva
comunidad.
Los Apóstoles reunidos con María, la Madre el Señor y los demás creyentes, esperaron en oración la llegada del Paráclito Divino. (Hech 1, 13s) “Subían al Tempo a orar diariamente (Hech 3, 1): Los Apóstoles se dedicaban a la oración y a la predicación de la Palabra (Hech 6, 4) Oran en momentos importantes como acciones y ordenaciones para cargos en la Iglesia (6, 6; 13, 3; 14, 23) Oran con la comunidad en momentos de persecución (4, 24- 31; 12, 5- 12). Esteban ora al estilo de Jesús por él y sus verdugos (Hech 7, 59s). Pablo hace oración después de su encuentro con Cristo (Hech 9,11). Pedro ora cuando el Señor lo envía a casa de Cornelio (10,9). Pablo y Silas, oran mientras estaban en prisión (16, 25) Y en muchas otras ocasiones se dedican a la oración (20,36; 21,5)
“Acudían diariamente al Templo
con perseverancia y con un mismo espíritu; partían el pan en las casas y
tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y
gozando de la simpatía de todo el pueblo. Por lo demás, el Señor agregaba al
grupo a los que cada día se iban salvando” (Hch 2, 46-
47).
Oremos con María y los Apóstoles por la Iglesia….
Publicar un comentario