6. Ven y
Sígueme, un llamado que exige una respuesta
OBJETIVO: Profundizar en el estilo de vida que el Señor Jesús nos propone para tener más claridad en las exigencias del seguimiento y poder responder generosamente a la invitación de ser discípulos misioneros del Evangelio.
Iluminación. En aquellos tiempos, el
Señor le dijo a Elías: "Unge a Eliseo, el hijo de Safat, originario de
Abel-Mejolá para que sea profeta en lugar tuyo". Elías partió luego y
encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Delante de é1
trabajaban doce yuntas de bueyes y é1 trabajaba con la última. Elías
pasó junto a él y le echó encima su manto. Entonces Eliseo abandonó sus bueyes,
corrió detrás de E1ías y le dijo: “Déjame dar a mis padres el beso de despedida
y te seguiré". E1ías le contestó: "Ve y vuelve, porque bien sabes lo
que ha hecho el Señor contigo''. Se fue Eliseo, se llevó los dos bueyes de la
yunta, los sacrificó, asó la carne en la hoguera que hizo con la madera del
arado y la repartió a su gente para que se la comieran. Luego se levantó,
siguió a Elías y se puso a su servicio. (
1 Re 19, 16. 21- 23) El profeta Eliseo es un modelo de los discípulos de Jesús
en el Nuevo Testamento
Las
condiciones para seguir a Jesús. “Mientras iban de camino, un
hombre le dijo a Jesús: Señor, deseo seguirte a donde quiera que vayas. Jesús
le respondió: Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo
del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,
57). La Verdad que es Jesús, está en el fundamento de todo seguimiento, a la
vez que al inicio de toda llamada. Jesús no engaña, no seduce con promesas ilusorias. La Verdad es el
fundamento de toda sinceridad y de toda honestidad, de toda integridad, lealtad
y fidelidad. No hay lugar para la búsqueda de prestigio, de fama, de poder o de
seguridades. No se debe buscar el que nos vaya bien, como tampoco el quedar
bien… hay que darlo todo para la “Gloria de Dios” y para el bien de las almas,
hasta llegar al total desprendimiento de sí mismo. La verdad es que Jesús no
quiere ser un “parche” de sus amigos, el quiere ser el todo. A Jesús no se le
debe seguir por lo que Él da, sino por lo que Él es. “Yo sé porque me siguen”
(cfr Jn 6, 26), dice Jesús a sus discípulos.
Jesús le dijo a otro: Sígueme. Pero él le respondió: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: deja que los muertos entierren a los muertos; tú ve y anuncia el reino de Dios” (Lc 9, 59-60). La preocupación por las riquezas nos hace olvidarnos de lo esencial y no poner la mirada en las cosas materiales. “Dejar que los muertos entierren a los muertos”, es lo mismo que dedicarse a pelear herencias, que para un discípulo equivale a perder el tiempo. “Busca primero el reino de Dios y lo demás vendrá por añadidura”.
“Otro le dijo: Señor, quiero seguirte, pero, primero déjame ir a despedirme de los de mi casa. Jesús le contestó: el que pone su mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios (Lc 9, 62). Las ataduras, los apegos, los lazos familiares y el pasado pueden ser un obstáculo para seguir a Jesús. Son las cebollas y los puerros de Egipto. El peligro de volver a la mediocridad siempre está latente. El hombre viejo que fue destronado, no se da por vencido y quiere recuperar el lugar perdido.
Por
lo pronto es necesario. “Simón Pedro le preguntó a Jesús: Señor, ¿A dónde vas?, A donde yo voy,
le contestó Jesús, no puedes seguirme ahora; pero me seguirás después. Pedro le
dijo: Señor, ¿Por qué no puedo seguirte ahora? ¡Estoy dispuesto a dar mi vida
por ti! (Jn 13, 36-37). ¿Por qué Pedro no podía seguir
a Jesús en ese momento? En realidad Pedro no sabía lo que hablaba. Era necesario
que Jesús fuera solo y puro a la cruz, a la que abrazó hasta el fondo por hacer
la voluntad de su Padre y con su muerte gloriosa salvar a la Humanidad, y abrir
el camino para que el Espíritu Santo viniera a los discípulos, y entonces
también ellos pudieran ir y estar con Jesús. Ese es su deseo: “Donde yo esté, estén también ustedes”
(Jn 12, 26). Necesitamos la Gracia de
Dios para guardar el Mandamiento Nuevo y para dar la vida por Jesús. Esta
Gracia es el “Don del Espíritu Santo”. Las solas fuerzas o los buenos deseos y
propósitos no son suficientes para dar la vida por el Maestro. Se necesita el
Poder de Dios y nuestras decisiones personales para ir con Jesús a Jerusalén y
morir con Él.
La
Meta de Jesús. “Habiendo
llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos,
los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Jesús no es de
la tierra, es de Arriba, vino de junto al Padre y a Él vuelve. Antes de la
Ascensión al Cielo Jesús vivió su Pascua: pasó por la Cruz y la Resurrección.
Seguir a Jesús es pasar por su Pascua: pasar de la muerte a la vida, de las
tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad; es cambiar de paternidad y
apropiarse de los frutos de la Redención de Cristo: la Resurrección y el Don
del Espíritu, el Perdón y la Paz. De la Pascua de Cristo, brota como de su
única fuente la “Nueva Creación”, el hombre nuevo que se ha despojado de su
antigua manera de vivir para caminar con Jesús amando y haciendo el bien, dando
testimonio del poder de Dios.
Don
y tarea. La vida espiritual es “don y tarea” y sirve
para nutrir, fortalecer y transformarnos en hombres nuevos teniendo a Jesús
como Modelo que nos dice: “Mi alimento es
hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). ¿Cuál es
la obra del Padre? Mostrar al mundo el rostro de bondad, de misericordia, de
perdón y de amor. Jesús nos revela el rostro de Dios y a la vez el rostro del
hombre. Él es lo que nosotros estamos llamados a ser: Hijo de Dios y servidor
de los hombres. La tarea para esta vida es “reproducir
la imagen de Jesús” (Rom 8, 29). “Él
es la Imagen del Padre” (Col 1, 15). Nosotros estamos llamados a ser
“imagen del Hijo”, es decir, “ser hijos en el Hijo”. La clave para lograrlo es
el “seguimiento”, sin el cual no habrá identificación entre discípulo y
Maestro; sin seguimiento no hay santidad, y sin santidad, nadie verá al Señor.
El hambre de Dios es manifiesta el deseo de hacer “la voluntad de Dios la delicia de nuestra
vida”. Abrazar la voluntad de Dios es el alimento espiritual que nos hace tener
hambre y sed de Él, nos pide dejar de comer el alimento que entra por los
sentidos y que robustece al hombre viejo.
Un
evangelio sin componendas. Toma tu parte en los sufrimientos como un buen soldado de Cristo Jesús.
Ningún soldado en servicio activo se enreda en los asuntos de la vida civil,
porque tiene que agradar a su superior (2Tim 2, 4). El
trabajo del soldado es defender la patria. Para los soldados de Cristo es
defender los intereses del Reino: La fe, la esperanza y la caridad. Defender la
dignidad de la persona y de la familia. El sufrimiento que pueda venir, es
propio del oficio y ha de verse como un regalo de Dios (Fil 1, 29). El sufrir
por Cristo tiene un sentido oblativo, encuentra su fuerza en el amor a Aquel
que nos amó hasta el extremo y que ahora invita a los suyos a reinar con Él. Es
un verdadero servicio a la causa del Reino. Es el modo propio para dar vida a
la familia, a los hombres, al prójimo.
De la misma manera el deportista no puede recibir el premio, si no lucha de acuerdo con las reglas (2Tim 2, 5). No hay medias tintas. No hay lugar para la mediocridad ni para la tibieza. Jugar limpio es ser fieles al Evangelio de Jesús que supera todo conocimiento. No podemos mezclar la vida mundana con el estilo de vida que Jesús propone a los suyos. La mezcla resultaría en tibieza, enfermedad espiritual y mortal que nos excluye de la Salud y nos priva de la gloria de Dios (cfr Rom 4, 23). ¿Cuáles son las reglas? Podemos hablar de tres: “un corazón limpio, una fe sincera y una conciencia recta” (1 Tim 1, 5). El corazón limpio es el que se ha lavado en la “Sangre del Cordero”, no busca sus propios intereses. La fe sincera es la confianza en Dios y la obediencia incondicional a su Palabra. La conciencia recta todo lo hace para la mayor gloria de Dios y para el bien de las almas. En pocas palabras, la caridad de Cristo es el “alma de todo apostolado”.
El que trabaja en el campo tiene el derecho a ser el primero en recibir su parte de la cosecha (2Tim 2, 6). El primero en creer; el primero en vivir y el primero en anunciar lo que cree y lo que ha vivido. No podemos decir a los demás que amen a Jesús si nosotros no lo amamos primero. No podemos ser testigos falsos o predicadores vacíos por eso el Señor nos pide fidelidad a sus Mandamientos y cultivar una recta conciencia para buscar siempre y en toda circunstancia la Gloria de Dios. Buscar la propia gloria es equivocarse de camino, es errar en el blanco.
La fe cristiana será siempre, una fe pascual. Por ella pasamos de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, del pecado a la gracia. Muerte y Resurrección son para los cristianos dos momentos de un mismo acontecimiento. Realidad que se manifiesta en el seguimiento, camino del discipulado, y que un día, el día del Señor, al ser enviados seremos apóstoles, pero, sin dejar de ser discípulos, para nunca de dejar de aprender del único Maestro, Jesucristo de Nazareth. El Hombre humilde y manso de corazón que invita a sus discípulos a seguirlo, a estar con Él… para poder darle vida al mundo, como ministros de la Nueva Alianza sellada con la Muerte y Resurrección de Cristo Jesús.
La exhortación de Jesús a sus discípulos de ayer, hoy y siempre: “Permanezcan en mi Amor” (Jn 15,9) puede ser interpretado por “Permanezcan en mi Pascua” para que todo discípulo sea como su Maestro y todo siervo sea como su Señor (Jn 13,16) El Apóstol Pablo nos dice lo mismo con otras palabras: “pero los que son de Cristo han crucificado su naturaleza humana con sus pasiones y malos deseos” (cf Gál 5, 24) Permanecer en el amor de Cristo significa dejarse amar por él, y significa amarlo y servirlo, es decir guardar sus mandamientos y sus palabras (cf Jn 14, 21. 23) Todo discípulo de Cristo ha sido llamado a ser servidor del reino de Dios: existe para servir con alegría y con amor.
El llamado de Jesús pide prontitud, disponibilidad, desprendimiento, humildad y agradecimiento, al estilo del profeta Eliseo, (1 Re 19, 16. 21- 23) ) y de Zaqueo que prontitud y alegría obedece la invitación de Jesús de hospedarse en su casa. (cf Lc 19, 1ss) Sin olvidar, como discípulos, la fidelidad a la Voluntad de Dios, la obediencia a la Palabra de Cristo y a la docilidad al Espíritu Santo. Digamos con María, la primera discípula de Cristo: “Hágase en mí según su Palabra” (Lc 1, 38)
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