EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO ES LA EUCARISTÍA.

 

1.      

EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

1.     1.  La “Fracción del pan” es la Eucaristía.

 El primer nombre con el cual se llamó a nuestra Misa fue la “fracción del pan” (cf Hech 2, 42; 20, 7; Lc 24, 28s) Partir pan significa para Jesús “ofrecerse como hostia viva al Padre”; significa sacrificarse, dándose y entregándose por la salvación de la Humanidad; significa inmolarse en la presencia de Dios a favor de toda la humanidad; significa no vivir para sí mismo, sino, para los demás. Antes de ser “presencia” “banquete” y “sacrificio” la Eucaristía nos descubre cómo vivió Jesús: abrazando la voluntad de su Padre y empeñado en la construcción del “Proyecto de Dios para la Humanidad”: Un Reino de amor, paz y justicia para todos los hombres. 

En la última cena, el Señor Jesús dejó a su Iglesia su más hermoso legado: “Esto es mi cuerpo… esta es mi Sangre… que será entregado y derramada por vosotros. “Hagan esto en Memoria Mía”. Es un Mandamiento, es una invitación gozosa, no sólo, a actualizar el memorial de la Muerte y Resurrección hasta que el Señor vuelva, sino también a vivir como Jesús vivió: haciendo el bien y amando a los suyos (Jn 13, 1). Los cristianos sabemos qué tanto, en la Iglesia como en el Reino de Dios, nadie vive para sí mismo, sino para el Señor y para los demás (Rom 14, 8). Vivir para los demás compartiendo con ellos los dones de Dios, reconociendo en los otros la “dignidad humana y cristiana”, siendo solidario y servicial con todos, tal como lo pide el Mandamiento Regio de Jesús (Jn 13, 34-35)

En la “Ultima cena” Jesús celebró toda su vida, desde su nacimiento hasta su muerte como “Don del Padre” a los hombres y como “Don de sí mismo”. Toda su vida fue un vivir dándose y entregándose a los suyos hasta el extremo. La última cena es la hora a la que Él había hecho referencia diciendo: “Cuanto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes”. Es la noche en la que fue entregado, y es la noche en la que Él se entregó anticipadamente: “instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre”. Y lo dejó a su Iglesia como el “don por excelencia”. Don de sí mismo, de su persona, en su santa humanidad y divinidad, además, de su obra de Salvación. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía memorial de su muerte y su resurrección, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención.

¡Quédate con nosotros, Señor porque atardece y el día va de caída! (Lc 24, 28). Es la invitación que los discípulos de Emaús hacen a su Maestro, después de que Él, les ha explicado las Escrituras y a ellos les ardía el corazón. ¡Quédate con nosotros!, es el anhelo más profundo del corazón, Jesús acepta la invitación y entra en la casa de los discípulos a eso ha venido ¡a quedarse! Y a quedarse para siempre, es su promesa: “Estaré con ustedes todos los días, hasta la consumación de los siglos” (Mt 28, 20) y para estar siempre con los hombres, Cristo Jesús instituye “LA EUCARISTÍA”.

Podemos recordar que Jesús es Emmanuel: “Dios con nosotros”, “Dios entre nosotros” y “Dios a favor de nosotros”. Y con esta presencia en la Eucaristía, Cristo se hace presente, a lo largo de los siglos, el Misterio de su muerte y de su Resurrección. En ella, se le recibe a Él en persona, “Pan Vivo que ha bajado del Cielo”. Jesús inventó la Eucaristía  para ser luz,  alimento de su Cuerpo que es la Iglesia y perpetuar por su medio su Muerte y Resurrección.

2.  La Eucaristía como “presencia real” de Jesucristo. 

Pablo VI llamó a la Eucaristía “Presencia Real de Jesucristo”, no por exclusión, porque las otras precencias no fueran “reales”, sino por antonomasia, ya que es sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y Hombre, entero e íntegro (Misterio de Fe No. 39). El grito, el clamor de los fieles debe ser como el de los testigos de Emaús: “Señor, quédate con nosotros”: Jesús responde con un permanente sí: “y entró para quedarse con ellos” (Lc 24. 28s) La Iglesia católica cree firmemente que después de las palabras de la Consagración, Cristo vivo, está presente sobre el Altar ofreciéndose como “Víctima viva al Padre por la salvación de la humanidad”. Presente en cada uno de los fieles, miembros de su Cuerpo; presente en la Palabra que se proclama; presente en el sacerdote celebrante y presente en las especies eucarísticas del pan y del vino que por las palabras de la consagración y por la acción del Espíritu Santo son trasformados en cuerpo y sangre de Cristo. Esta es nuestra fe católica, que la Iglesia recibió de los Apóstoles.

3.   3.    Las dos mesas.

La Eucaristía, no obstante es una, se divide en dos grandes partes, la Mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía: Palabra y Eucaristía son inseparables, razón por lo que la Iglesia pide a los fieles pasar a recibir la comunión, solamente si han estado presentes en la proclamación de la Palabra. En la misa, encontramos dos mesas, dos comidas que son alimento y Vida: la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía. Muchos podrán decir: me hubiera gustado vivir en la época de Jesús para haber escuchado su Palabra, nosotros hoy más de dos mil años después, no necesitamos hacer un viaje y regresar a la época histórica de Jesús, hoy y aquí nosotros, gracias a la Liturgia de la Iglesia,  podemos ver a Jesús, escucharlo, tocarlo, creer en Él, ofrecernos con Él y comérnoslo,

·    La Mesa de la Palabra, hace que la Eucaristía sea encuentro de Luz, Cristo nos ha dicho: “Yo soy la Luz del mundo y el que me sigue, no camina en tinieblas” (Jn 8, 12). Su Palabra es Luz, es Luz en nuestro camino, es antorcha para nuestros pies y alimento para nuestra alma de acuerdo a las palabras del mismo Señor: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34). Su Palabra nos ilumina: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros” (Jn 15, 4), es decir nos señala el camino para vivir en comunión con Dios. La Palabra de Dios es viva porque es Palabra de Dios vivo, Palabra de vida. Exige adhesión plena y abandono total a lo que Dios manifiesta en ella. Podemos decir que en la Misa Dios nos habla, se nos revela y a esa Palabra hay que prestarle la obediencia de la Fe. Escuchar significa, adherirse plenamente y obedecer significa adecuarse a lo que Dios dice. Acoger y vivir la Palabra es la respuesta adecuada al amor de Dios. 

·     La Mesa de la Eucaristía. Jesús nos enseñó con parábolas, pero su misma vida es una parábola, se sienta a la mesa con pecadores (Mc 2, 15), para enseñarnos que los pecadores son invitados a sentarse a la mesa con el Padre celestial, de manera que en la enseñanza de Jesús, Él se entrega a los suyos en la Palabra y en la Eucaristía, único alimento que suscita y alimenta la vida. Jesús no dejó lugar a dudas: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre"; "en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo de Dios y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros"; "El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna" (cfr. Juan 6, 30-58) ¿Qué hacer para tener vida eterna y permanecer en comunión con Dios?. Recibir dignamente la Eucaristía.

4.      4. La Eucaristía como “Banquete”

La Eucaristía es un verdadero banquete, es un banquete anticipado del cielo que se nos da aquí en la tierra. “Por eso dichosos los invitados a la cena del Señor”. Banquete en el cual, Cristo se ofrece como alimento, y no se trata de cualquier alimento, sino de Cristo mismo que nos da a comer su cuerpo y su sangre: “En verdad en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6, 55).

La Eucaristía es el banquete  de hermanos con Dios, comida fraterna, comida de fiesta, comida divina, comida del más allá, porque anticipa desde aquí el banquete del cielo. El Banquete en el que Dios invita a todos a sentarse a la Mesa y comer “los manjares suculentos y los vinos exquisitos” que el mismo Dios sirve a sus comensales: Jesús se nos ofrece como pan de vida y vino de alianza, no como alimento maquinal, mecánico, que obra por fuerza incontrolable al margen de nuestras decisiones personales. “Tomad, comed y bebed” no es mandato forzoso: es una invitación a corresponder. Comer el “pan y beber el vino” son expresiones-visibles de acogida libre y cordial de Él en nuestro corazón y en nuestra vida. A la invitación: “Vengan y coman gratis”, nosotros respondemos: “Señor, yo no soy digno de acercarme a este Banquete, pero ya que tú me invitas, basta con que digas una sola palabra y mi alma quedará limpia para siempre”

5.      5. La Eucaristía: el sacrificio de Cristo.

La Eucaristía contiene todo el bien espiritual y toda riqueza de la Iglesia, es su Tesoro. Y la riqueza de la Iglesia es Cristo. De manera que Jesús nos muestra un amor que llega hasta el extremo, un amor que no conoce medida y que no tiene límites: No solamente nos dice: Tomen y coman…tomen y beban, para luego decirnos: “Este es mi Cuerpo y esta es mi Sangre” sino que añadió que será entregada por nosotros… derramada por nosotros (Lc 19, 20). De esta manera la Iglesia siempre ha visto y creído que la Eucaristía es “Presencia, Banquete y Sacrificio”. Cristo presente en la Misa nos habla y se nos da en alimento y se ofrece por nosotros en sacrificio.

San Pablo nos dice: “Cuantas veces se celebra en el Altar, el sacrificio de la cruz, se realiza la obra de nuestra salvación” (1 Cor 5,7) Jesús había dicho: “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10); “Mi vida no me la quitan, Yo la doy, porque soy el buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10, 18) y no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15, 13).

¿Qué hace Jesús para darnos vida? Abrazó la voluntad del Padre hasta el fondo, de modo que podemos decir que por un acto de obediencia de Cristo al Padre, y por un acto de amor de Cristo a los hombres, hemos sido salvados, en ese acto de amor sin límites en el corazón de Cristo se mezclan la obediencia y el amor al Padre y a los hombres. Eso quiere decir san Juan cuando afirma: “Nos amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) Cristo nos amó humillándose a sí mismo; entregándose a su Pasión, sufriendo y muriendo en la Cruz.

6.   6.    Cuerpo y Sangre de Cristo.

Al ofrecer Cristo su cuerpo y su sangre, es toda la persona la que se está ofreciendo, no hay división entre cuerpo y sangre. Cuerpo y Sangre, es decir,  la persona de Jesús de Nazaret. Cristo al ofrecer su cuerpo está ofreciendo todo lo que hizo, todo lo que sucedió desde su nacimiento hasta la Cruz, sus trabajos, sus milagros, su predicación, no se reserva nada para sí, ni siquiera a su Madre, lo entrega todo. Y al ofrecer su Sangre significa que nos amó hasta la muerte: al ofrecer las humillaciones, los desprecios, los rechazos, el desamor que recibe,  significa que nos amó hasta la muerte, y hasta la muerte de Cruz.

Cristo es sacerdote, víctima y altar. Sacerdote, porque ofreció un sacrificio para sellar la Nueva Alianza de Dios con los hombres; víctima porque se ofreció por amor a los hombres, con palabras de Pablo: “Se humilló a sí mismo para destruir el cuerpo del pecado que nos separaba de su Padre y nos privaba de su presencia salvadora” (Fil 2, 7-8); y Cristo es altar, porque hizo de su corazón un altar donde se ofreció como Hostia Santa, viva y agradable a Dios. Con su muerte y resurrección Cristo instaura en la tierra el nuevo culto a Dios. Con el único sacrifico agradable a Dios sella la Nueva Alianza para que el Espíritu Santo venga a nosotros.

7.      La Eucaristía edifica la Iglesia.

El estar sentados a la Mesa con el Padre celestial, manifiesta que la Eucaristía forma la familia de Dios, la comunidad de hermanos, es una cena de hermanos, una comida fraterna. Formar la Iglesia y la unidad de los hermanos es uno de los frutos de la Eucaristía. Todos los que reciben la Eucaristía con “dignidad” se unen más estrechamente a Jesucristo y por ello mismo con todos los miembros de su Cuerpo que es la Iglesia.

En la Iglesia la comunión nos renueva, fortalece y profundiza la incorporación al Cuerpo de Cristo, realizada por el Bautismo, por el que fuimos llamados a formar un solo cuerpo. La Eucaristía realiza la Comunión con Dios y entre los fieles: “El Cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan? (1 de Cor 10, 17). Todos comemos de un mismo pan y bebemos de un mismo cáliz, por eso creemos que la Eucaristía es vínculo de caridad y símbolo de unidad: Nos une con Dios, con los hermanos y nos hace que nos amemos más.

“Yo soy el pan de la vida, el que venga a Mí, no tendrá hambre, y el que crea en Mí, no tendrá sed” (Jn 6, 35). La Cena del Señor y la cena fraterna están de la mano. Eucaristía y vida de caridad no pueden nunca estar separados. El Pan es comida, la comida es alimento y el alimento es vida, vida que nutre, transforma, nos hace Eucaristía, es decir, regalo de Dios para los demás. 

 

 

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