TODO LO QUE DA EL PADRE VENDRÁ A MI Y YO LO
ACOGERÉ.
Aquel día, se desató una violenta persecución
contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por
Judea y Samaria. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran
duelo por él. Saulo, por su parte, se ensañaba con la Iglesia; penetrando en
las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres. Los que habían sido
dispersados iban de un lugar a otra anunciando la Buena Nueva de la Palabra.
Felipe bajó a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. El gentío
unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído
hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían
los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se
curaban. La ciudad se llenó de alegría. (Hechos 8, 1b-8)
Con la persecución nace la Iglesia Misionera.
Estaban muy contentos y con mucha paz en
Jerusalén vino la espada de la persecución salen los misioneros y la Iglesia
crece y se extiende hasta los confines de la tierra.
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Yo soy el
pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no
tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. Todo lo
que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque
he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha
enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo
que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi
Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día». (Juan 6, 35-40)
¿Qué tenemos que hacer para salvarnos? Creer en Aquel
que Dios ha enviado (Jn 3, 16) Jesús vino a traernos vida y en abundancia (Jn
10, 10) Para poseer la vida eterna hay que ver al Hijo y creer en él. “Yo soy el pan de la
vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed
jamás.” Jesús está hablando de su Cuerpo, la gente habla de la comida. Su Cuerpo
es el Pan de la vida. Su Pan es comida, la comida es alimento y el alimento es
Vida. No se trata de asimilarlo, es Él quien nos asimila y nos transforma en lo
que comemos y en lo que bebemos: Su cuerpo y su sangre.
Sólo nos pide verlo y creer en Él. Somos regalo del
Padre a Cristo- Nunca nos rechaza por
que ha venido del Cielo a salvarnos, esa es la voluntad del Padre que todos los
hombres se salven y conozcan el conocimiento de la Verdad (1 de Tim 2, 4) Por
la escucha de la Palabra del Padre llegamos al conocimiento de la Verdad que es
Cristo, y por la recepción de los Sacramentos nos llega la salvación. Y en la
resurrección del último día nos da la vida eterna. El último día del hombre
viejo ese día morimos al pecado, somos sepultados y resucitamos con Cristo a la
vida eterna (Rm 6, 4-5) Por la fe en Jesucristo nos apropiamos de los frutos de
la Redención: el perdón, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo, somos
hombres nuevos, porque estamos en Cristo (2 de Cor 5, 17)
Experiencia que nos lleva al Nuevo Nacimiento,
nacemos de lo Alto como hijos de Dios (Jn 1, 12) Y si somos hijos también somos
hermanos y servidores de unos a los otros. Lo viejo ha pasado, lo viejo era el
pecado, ahora lo que hay es lo nuevo: Cristo Jesús que habita por la fe en
nuestro corazón (Ef 3, 17)Y ahora ¿Qué sigue? Ahora lo que sigue es el crecimiento
en la Gracia de Dios en Fe, Esperanza y Caridad para dejarnos conducir por el
Espíritu Santo a la verdad plena: Jesucristo el Hombre Nuevo.
Cuando somos conducidos por el Espíritu Santo nos
despojamos del hombre viejo y nos revistamos del Hombre Nuevo, gracias al
Espíritu Santo podemos seguir a Cristo y revestirnos de Él. Adios a las
pasiones de la juventud para dedicarnos a buscara a Dios de todo corazón en la
justicia, la verdad, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la misericordia
(Ef 5, 9; Col 3,12) Para que alcancemos a llegar a ser discípulos de Cristo: “Negándonos
a nosotros mismos, cargando la cruz y siguiéndolo” (Lc 9, 23) Siguiendo a Jesús
evitamos desviarnos a izquierda o a derecha, para llevar una vida recta y
guardar sus Mandamientos y caminar con las lámparas encendidas (Lc 12, 35)
Llevemos una vida resucitada, tal como la describe Pablo en la
carta los efesios: “Por tanto, desechando la
mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los
unos de los otros. Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis
airados, ni deis ocasión al Diablo. El que robaba, que ya no robe, sino que
trabaje con sus manos, haciendo algo útil para que pueda hacer partícipe al
que se halle en necesidad. No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que
sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os
escuchen. No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis
sellados para el día de la redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos,
maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed
más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os
perdonó Dios en Cristo. (Ef 4, 25- 32)
La vida resucitada nos pide llevar una vida
integrada a Cristo y a su Cuerpo que es la Iglesia. En Comunión con todos, en participación
y en reconciliación. Que haya preocupación de todos para con todos para que se
actualicen las palabras de Jesús: “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, Yo,
estoy en medio de ustedes” (Mt 18, 20) ¿Qué está haciendo? Nos libera, nos reconcilia, nos salva y nos
santifica, está construyendo su Comunidad fraterna solidaria y servicial. Nos
llena de Luz, de Poder y de Amor para que colaboremos con él, en su Obra y
podamos llamarnos sus Discípulos.
Está en medio porque nos ama, está como
dirigente desde nuestra esquina conduciendo nuestra vida, dándonos su Palabras
que nos animan, nos motiven nos enseñan, nos liberan nos salvan y nos corrigen,
todo con amor.
Por eso para sus discípulos su Presencia nos
basta su Amor es todo lo que necesitamos, según lo ha dicho el apóstol: Por
este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo:
«Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza». Por
tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que
habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las
injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por
Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte. (2 de Cor 12,
8- 10)
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