ME AMÓ Y SE QUEDO POR MÍ EN LA EUCARISTÍA. PARTE 2

 

1.     LA EUCARISTÍA EXPERIENCIA DE INTIMIDAD CON EL SEÑOR.

 

“Yo soy el pan de, vida, El que venga a Mí, no tendrá hambre, y el que crea en Mí, no tendrá sed” (Jn 6, 35). Es el Cuerpo de Cristo crucificado, resucitado y glorificado, es vida divina

 

La Eucaristía es el sacramento en el cual, bajo “las especies de pan y vino”, Jesucristo se halla verdadera, real y sustancialmente presente, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad. Jesús en la Eucaristía está radiante y glorioso como en el cielo, aunque oculto por las apariencias sacramentales. Quitadas las apariencias no hay ninguna diferencia sustancial entre Jesús a la diestra de Dios Padre en el cielo y Jesús en el más humilde sagrario de la tierra.

 

En cada Eucaristía, Jesús nos hace una gozosa invitación: permanecer en íntima relación con Él, cuando nos dice: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros” (Jn 15, 4), “Permanezcan en mi Amor” (Jn 15, 9) ¿Cómo permanecer en el amor de Dios? La respuesta es del mismo Jesús: guardando su Mandamiento: “Hagan esto en memoria mía”. Celebrar la eucaristía es permanecer en su Amor y poder amarnos como Él mismo nos amó. “Esta relación de íntima y recíproca  “permanencia” nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra Se nos da la Comunión Eucarística para “saciarnos de Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en el cielo” (Mane nobiscum Domine, 19).

2.     La Eucaristía edifica la Iglesia.

 

El estar sentados a la Mesa con el Padre celestial, manifiesta que la Eucaristía forma la familia de Dios, la comunidad de hermanos, es una cena de hermanos, una comida fraterna. Formar la Iglesia y la unidad de los hermanos es uno de los frutos de la Eucaristía. Todos los que reciben la Eucaristía con “dignidad” se unen más estrechamente a Jesucristo y por ello mismo con todos los miembros de su Cuerpo que es la Iglesia.

 

En la Iglesia la comunión nos renueva, fortalece y profundiza la incorporación al Cuerpo de Cristo, realizada por el Bautismo, por el que fuimos llamados a formar un solo cuerpo. La Eucaristía realiza la Comunión con Dios y entre los fieles: “El Cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan? (1 de Cor 10, 17). Todos comemos de un mismo pan y bebemos de un mismo cáliz, por eso creemos que la Eucaristía es vínculo de caridad y símbolo de unidad: Nos une con Dios, con los hermanos y nos hace que nos amemos más.

“Yo soy el pan de la vida, el que venga a Mí, no tendrá hambre, y el que crea en Mí, no tendrá sed” (Jn 6, 35). La Cena del Señor y la cena fraterna están de la mano. Eucaristía y vida de caridad no pueden nunca estar separados. El Pan es comida, la comida es alimento y el alimento es vida, vida que nutre, transforma, nos hace Eucaristía, es decir, regalo de Dios para los demás.

“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día”. La vida eterna es la vida de Dios que Cristo nos da gratuitamente en la Eucaristía. El comer el Cuerpo de Cristo y el beber su Sangre me une a él, y él habita en mi ser; entonces, Cristo hablará en mí; mirará a través de mis ojos y amará a través de mi corazón. Lo llevaré conmigo a mi casa, a mi trabajo. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida… quien come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él… quien me come vivirá por mí…” (Jn 6, 54-58). En la Eucaristía, Cristo me asemeja a él, me asimila. De la Eucaristía deberíamos salir más hermanos, más unidos y más llenos del amor de Dios, con la disponibilidad de servir a los demás.

 

3.     La Eucaristía: el sacrificio de Cristo.

 

La Eucaristía contiene todo el bien espiritual y toda riqueza de la Iglesia, es su Tesoro. Y la riqueza de la Iglesia es Cristo. De manera que Jesús nos muestra un amor que llega hasta el extremo, un amor que no conoce medida y que no tiene límites: No solamente nos dice: Tomen y coman…tomen y beban, para luego decirnos: “Este es mi Cuerpo y esta es mi Sangre” sino que añadió que será entregada por nosotros… derramada por nosotros (Lc 19, 20). De esta manera la Iglesia siempre ha visto y creído que la Eucaristía es “Presencia, Banquete y Sacrificio”. Cristo presente en la Misa nos habla y se nos da en alimento y se ofrece por nosotros en sacrificio.

 

San Pablo nos dice: “Cuantas veces se celebra en el Altar, el sacrificio de la cruz, se realiza la obra de nuestra salvación” (1 Cor 5,7) Jesús había dicho: “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10); “Mi vida no me la quitan, Yo la doy, porque soy el buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10, 18) y no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15, 13).

 

¿Qué hace Jesús para darnos vida? Abrazó la voluntad del Padre hasta el fondo, de modo que podemos decir que por un acto de obediencia de Cristo al Padre, y por un acto de amor de Cristo a los hombres, hemos sido salvados, en ese acto de amor sin límites en el corazón de Cristo se mezclan la obediencia y el amor al Padre y a los hombres. Eso quiere decir san Juan cuando afirma: “Nos amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) Cristo nos amó humillándose a sí mismo; entregándose a su Pasión, sufriendo y muriendo en la Cruz.

 

4.     Cuerpo y Sangre de Cristo.

 

Al ofrecer Cristo su cuerpo y su sangre, es toda la persona la que se está ofreciendo, no hay división entre cuerpo y sangre. Cuerpo y Sangre, es decir,  la persona de Jesús de Nazaret. Cristo al ofrecer su cuerpo está ofreciendo todo lo que hizo, todo lo que sucedió desde su nacimiento hasta la Cruz, sus trabajos, sus milagros, su predicación, no se reserva nada para sí, ni siquiera a su Madre, lo entrega todo. Y al ofrecer su Sangre significa que nos amó hasta la muerte: al ofrecer las humillaciones, los desprecios, los rechazos, el desamor que recibe,  significa que nos amó hasta la muerte, y hasta la muerte de Cruz.

 

Cristo es sacerdote, víctima y altar. Sacerdote, porque ofreció un sacrificio para sellar la Nueva Alianza de Dios con los hombres; víctima porque se ofreció por amor a los hombres, con palabras de Pablo: “Se humilló a sí mismo para destruir el cuerpo del pecado que nos separaba de su Padre y nos privaba de su presencia salvadora” (Fil 2, 7-8); y Cristo es altar, porque hizo de corazón un altar donde se ofreció como Hostia Santa, viva y agradable a Dios. Con su muerte y resurrección Cristo instaura en la tierra el nuevo culto a Dios. Con el único sacrifico agradable a Dios sella la Nueva Alianza.

 

5.     La Eucaristía: Celebración de la Muerte y Resurrección de Cristo.

 

En la Misa, la Iglesia celebra y hace memoria de la Pascua de Cristo: su muerte y su Resurrección, y por lo tanto, hace presente el Sacrificio que Cristo ofrece de una vez para siempre en la Cruz, permanece siempre actual (Hb 7, 25-27). De manera, que cada vez que se renueva en el altar el sacrificio de la Cruz, en el que Cristo nuestra Pascua fue inmolado, se realiza la obra de nuestra Redención (1 Cor 5, 7; CATIC 1364; LG 3).

 

La Eucaristía hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no se le multiplica, lo que se repite es su celebración memorial (I. de E. 12). La Eucaristía es entonces sacrificio en sentido propio, porque Cristo se ofrece, no sólo como alimento a los fieles, sino que  es un “don a su Padre” para sellar la “Nueva y eterna Alianza”; es el don de su amor y obediencia hasta el extremo de dar la vida a favor nuestro. Más aún, don a favor de toda la Humanidad (Iglesia de Eucaristía 13).

 

6.     La Eucaristía, Misterio de Fe.

 

Decir que la Eucaristía es un Misterio, es afirmar que no podemos abarcarlo con nuestro entendimiento, por muy inteligentes que seamos. Después de la Consagración, el celebrante dice: “Este es el Misterio de nuestra Fe”. Y esta fe es un don de Dios que él gratuitamente da a quien se la pida con sencillez y humildad. En la Eucaristía nos encontramos en el corazón del Misterio en el cual se funda la fe cristiana: la resurrección del Señor Jesús. “si no hay resurrección de los muertos, Cristo no resucitó y vana es nuestra (1Cor 15, 13-14. En cada Eucaristía celebramos la “Muerte y Resurrección del Señor Jesús”.

 

7.     El sacrifico de Jesús y nuestro sacrificio

 

Cristo quiso integrar a su Iglesia a su sacrificio redentor para hacer suyo el sacrificio espiritual de la Iglesia (I. de E. 13b). En la Misa, la Iglesia, no solamente ofrece al Padre el sacrificio de Cristo: Sacrificio Sacramental, sino que ofrece a la misma vez, su mismo sacrificio espiritual. De manera que la Iglesia, Cuerpo de Cristo, participa en la Ofrenda de su Cabeza, con Cristo se ofrece totalmente. En la Misa el sacrificio de Cristo y el Sacrificio de la Eucaristía, son un único sacrificio de manera que el Sacrificio de Cristo es también el Sacrificio de los miembros de su Cuerpo. Nosotros en la Misa, nos unimos con Cristo para ofrecernos al Padre, con un Sacrificio Espiritual, de manera que podemos afirmar que sobre el altar están dos ofrendas, la de Cristo y la de la Iglesia.

 

¿Qué podemos ofrecer con Cristo al Padre en la Misa? ¿Cuál es nuestro Sacrificio? Recordemos que por las Palabras de la Consagración y por la acción del Espíritu Santo, el Pan y el Vino son transformados en un Cristo vivo que ofrecemos como Hostia Viva al Padre por la salvación de los hombres: “Esto es mi cuerpo que será entregado por Vosotros, esta es mi Sangre que será derramada por Vosotros”.  “Haced esto en Memoria mía”.

 

Este es el “Mandamiento de Jesús”, pide que hagamos lo que Él hizo: partió el Pan, es decir, se fraccionó, se inmoló, se entregó como ofrenda viva al Padre por los hombres. Él quiere que nosotros repitamos su gesto: “Que nos inmolemos y ofrezcamos en la presencia de Dios como “Hostias vivas, que ese sea nuestro culto espiritual” (Rom 12, 1). Ofrecemos nuestra vida, nuestra alabanza, sufrimientos, oraciones, trabajos, humillaciones, que todo lo que hagamos se una a Cristo, para que Él se lo ofrezca al Padre. Nosotros ya no ofrecemos la sangre de toros ni de machos cabríos. Podemos decir con Jesús: “Sacrificios y holocaustos no te han agradado, pero, heme aquí Oh Dios, para hacer tu voluntad (Hb 10, 9). Nosotros hoy, podemos ofrecer con Jesús en la Misa: nuestro cuerpo y nuestra sangre, es decir, nuestra vida para que seamos una “alabanza de la gloria de Dios”; ofrecemos el pan y el vino que somos nosotros; ofrecemos nuestro sufrimiento, oración, trabajo, sus fracasos y humillaciones… (Catecismo de la Iglesia Cat 1368).

 

8.     ¿En qué consiste nuestro sacrificio espiritual?

 

“Consiste en someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios”. Para eso somos, por amor de Cristo, sacerdotes, profetas y reyes. Al someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios, estamos sellando nuestra alianza y nuestra Comunión con Dios y con la Iglesia, estamos renovando nuestro Bautismo y estamos dando nuestro “sí” a Dios y a la Comunidad fraterna; estamos diciendo que sí queremos ser Comunión, Alianza, Comunidad solidaria y fraterna. El sacerdote se ofrece con Cristo al Padre e invita a los fieles a hacer lo mismo, cada uno según su naturaleza: “Oren hermanos para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Todopoderoso”.

 

Por el Bautismo, todos los bautizados, participan del sacerdocio común y real de los fieles, por lo mismo, pueden ofrecer su sacrificio espiritual, cada uno de los participantes de la Misa, puede ser sacerdote, víctima y altar para ofrecer un sacrificio, ser víctimas y a la misma vez altar: ofrecerse en el altar de su corazón, el sacrificio de someterse a la voluntad de Dios. Llevar una vida como la de Cristo que se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo (Hch 10, 38). La adoración a Dios se extiende fuera de la Misa, en un culto existencial, viviendo como hijos de Dios y como hermanos de los demás con quienes se ha de vivir en Comunión.

 

9.     El Mandamiento de Jesús.

 

 "Haced esto en memoria mía". Asistir a Misa es cumplir este mandato del Señor. Y no es sólo una memoria histórica, es una memoria que lo hace presente. Jesús te invita y se te entrega… no responder, ser indiferente a su llamado, sería un desprecio bastante considerable.

 

El Concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y nuestro Pan vivo que, a través de su “Carne resucitada, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo”, da vida a los hombres, invitados así, y conducidos a ofrecerse a sí mismos, con sus trabajos y todas las cosas, juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y culminación de toda evangelización (Presbyterorum ordinis, n. 5. Ver también Documento de Puebla, n. 923).         

           

Jesús es el Verbo Eterno del Padre, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, nacido de la María Virgen que vivió y murió como hombre verdadero y fue resucitado con el poder de Dios y que ahora está en Cielo sentado a la derecha del Padre como Sacerdote eterno que intercede por nosotros: Él es nuestro Redentor y Salvador, quien sin dejar el Cielo está presente en la Hostia consagrada. El es Viático, Alimento y Medicina mientras avanzamos las jornadas de esta vida. El es Maestro, Amigo, Compañero y Dialogante, todo sabiduría y encanto, mientras vamos de un lugar a otro, como aquellos dichosos caminantes de Emaús al atardecer del día luminoso de la Pascua.

 

10.  La Eucaristía edifica la Iglesia, y la Iglesia hace la Eucaristía.

 

Los Apóstoles al comer del cuerpo y beber la sangre de Cristo en el Cenáculo, entraron por primera vez en comunión sacramental con Cristo. Desde aquel momento y hasta la consumación de los siglos la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros en el altar de la Cruz (I. de E. 21c).

 

La Eucaristía es el Sacramento de la Comunión; Comunión con Dios y comunión entre los fieles que comulgan, une al cielo con la tierra. Al unirse a Cristo el Pueblo de la Nueva Alianza, éste se convierte en “Sacramento de salvación” para la humanidad, en obra de Cristo, en “luz del mundo y sal de la tierra” para la redención de todos (Mt 5, 13; I. de E. 22)

 

Cuando recibimos el “Cuerpo Eucarístico” recibimos el don de Cristo  y de su Espíritu. Cristo y el Espíritu son inseparables, son las manos de Dios, en la Redención y Santificación de la Comunidad de la Nueva Alianza. La Eucaristía construye la Iglesia como “Comunidad fraterna y solidaria”.

 

La Comunidad primitiva de Hechos de los Apóstoles, nos da un ejemplo de esto: “Asistían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la Comunión, a la fracción del Pan y a las oraciones (Hch 2, 42). Estos cuatro elementos son el fundamento de toda comunidad cristiana cimentada en la verdad, en el amor y en la vida (Jn 14, 6), y que por lo mismo debe estar centrada en la Eucaristía, alimento y fuerza de los fieles.

 

Juan Pablo II, en la Iglesia de Eucaristía, de acuerdo con el Vaticano II nos ha dicho: “No se construye ninguna comunidad cristiana, sí ésta no tiene como raíz y centro la celebración de la Sagrada Eucaristía” (I. de E. 33; PO 6). Es una lástima que sean muchos los que asisten a la Misa y no comulgan, ya sea porque no creen en la presencia real de Cristo en las “especies eucarísticas”, porque no están preparados, porque no tienen hambre del Pan vivo o porque no se creen dignos.

 

El Cristo que recibimos en la Eucaristía es, verdaderamente el mismo que vivió, enseñó y murió en Palestina hace más de dos mil años. Pero al mismo tiempo es mucho más que eso. El Jesús que recibimos es el Cristo resucitado que está con nosotros, vivo y activo en la Iglesia y en el mundo. Es “el cuerpo y la sangre, alma y divinidad”, “toda la persona” de Cristo “resucitado y glorificado”. Es el que recibimos en la sagrada comunión.

 

11.  La exigencia para comulgar.

 

Para recibir el Sacramento de la Comunión, el Papa, nos recuerda la exigencia de estar en estado de Gracia por medio de la cual participamos de la naturaleza divina (2 de Pe 1, 4). El mismo Apóstol nos dice: “Examínese, pues cada cual, para que no coma el pan y beba de la copa indignamente (1 Cor 11, 28). El Catecismo de la Iglesia nos recuerda no pasar a comulgar con una conciencia manchada y corrompida; Al estar en pecado grave se debe recibir el Sacramento de la Reconciliación antes de pasar a comulgar (Catic 1335). La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí que ayudan a los fieles a estar en un continuo proceso de conversión.

 

Lo que nos pide el Señor para participar dignamente del “Banquete de Bodas”. Lo que nos pide es el “vestido de fiesta”, la pureza o limpieza de corazón. Qué estemos reconciliados con él y con los hermanos, y el lugar para reconciliarnos con Dios es el sacramento de la Confesión. Con tristeza, con firmeza y a la misma vez con una gran caridad hemos de recordar que las personas que están viviendo en unión libre, en amasiato o en una situación de adulterio permanente, no deben pasar a comulgar, sería recibir indignamente el cuerpo de Cristo. Pero no por eso deben sentirse rechazadas por la Iglesia que es Madre y Maestra, y sufre con esta situación de muchos de sus hijos. Estás parejas pueden y deben venir a la Misa, escuchar la Palabra de Dios, hacer oración, practicar la caridad, dar testimonio, hacer actos de fe, esperanza y caridad, practicar otras virtudes cristianas y “hacer una comunión espiritual”, abriendo su corazón al Señor que tiene sus caminos para llevar a sus fieles a la salvación por la fe en Cristo Jesús y a la perfección cristiana (cfr 2 Ti, 3, 14ss).

 

12.  La Eucaristía como “Culto existencial”

 

Al salir de  “Misa”,  fuera del templo, somos portadores del Amor de Cristo que se nos ha dado en el Pan de la Eucaristía, hemos de irradiarlo por donde vayamos pasando haciéndonos prójimos al estilo del Buen Samaritano de todos los hermanos que encontremos a nuestro paso, sin discriminación o “acepción de personas”. Cuando damos  un trato “según Cristo” comprenderemos que “Participar en la Misa es un compromiso para vivir el misterio de “Comunión”, al estilo de la primera comunidad.

 

Con la disponibilidad de hacer la voluntad de Dios en cada situación de nuestra vida; con la disponibilidad de salir de sí mismo para ir al encuentro del pobre, del necesitado, de los demás para iluminarlos con la Luz del Evangelio; y con la disponibilidad de dar la vida por realizar los otros dos objetivos. El Eucaristía: Sacramento del Amor, nos trasforma en “regalo de Cristo a los hombres. Amén, Amén.

 

13.  Cinco llaves para entender la Eucaristía.

 

Muchas son las personas que no entienden lo que está pasando a lo largo de la celebración de la eucaristía, y algunos se aburren al no encontrarle el sentido a la Misa. Sabemos que se trata del Sacramento de nuestra fe. Lo esencial es creer que Jesús está presente en el Pan y en el Vino que se han consagrado por las palabras de la consagración y por la acción del Espíritu Santo”.

 

La primera llave es el “silencio”. Para lograrlo hay que tener recogimiento interior. El silencio ha de ser interior y exterior. Cuando nuestro corazón está lleno de preocupaciones estériles, estamos llenos de ruidos que impiden que el Espíritu haga oración en nuestro interior de acuerdo a las palabras de la Escritura: No sabemos orar como conviene pero el Espíritu Santo ora e intercede por nosotros. (Rm 8, 26) El hombre de hoy tiene miedo hacer silencio, y solo en el silencio del corazón puede escuchar la voz de su conciencia.

 

La segunda llave es la “contemplación”. Mirar con los ojos del corazón, con los ojos de la fe a Aquel que sabemos que se entregó por todos los hombres y que está presente en la Eucaristía. Él mismo es nuestra Eucaristía.

 

La tercera llave es “la oración”. A Misa vamos a orar, y en ella podemos encontrar todas las formas de oración cristiana que queramos. Desde la oración de pedir perdón, dar gracias, silencio, acogida, ofrecimiento, vaciamiento, experimentar el amor de Dios y muchas más. En la Misa oramos como hijos de Dios y como hermanos de los demás.

 

La cuarta llave es la “caridad”. La caridad es la vida de Dios derramada en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado (cfr Rom 5, 5) Es donación, entrega abandono en las manos de Dios, es disponibilidad de hacer la voluntad de Dios, de servirlo en los demás; es disponibilidad de ofrecerse y dar la vida como sacrificio con Cristo por la causa del Reino de Dios.

 

La quinta llave es “la escucha”. Escuchar la voz de Dios que habla a nuestro corazón para animarlos, exhortarnos, motivarnos, enseñarnos y corregirnos. Cuando escuchamos a Dios en la Misa nuestro corazón arde, nuestra mente es iluminada con la luz de la verdad y nuestra voluntad se fortalece para orientar nuestra vida en la “Voluntad de Dios”. De la calidad de la “escucha” será nuestra fe, es decir, nuestra confianza en el Señor, nuestra obediencia a su Palabra, nuestra pertenecía y nuestra consagración a Él: “estoy a la puerta y llamo, si alguno, escucha mi voz y me abre la puerta, Yo entro, y ceno con él y el conmigo” (Apoc 3, 20)

 

Estas cinco “llaves” son manifestación de nuestra apertura a la acción del Espíritu; son expresión del verdadero culto a Dios, y su eficacia depende de la fusión de todas ellas: sin silencio no hay escucha, sin la escucha no se da el diálogo que es la oración, y sin la oración, no hay caridad, ésta es el alma y la fuerza de la oración.

 

Pbro. Uriel Medina Romero.

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