LA ESPIRITUALIDAD DE COMUNIÓN.
Iluminación. “Todos vosotros sois hijos de Dios” (Gál 3,
26).Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23, 9)“Todos
vosotros sois miembros unos de los otros” (1Cor 12, 27).“Todos vosotros sois comunión” (cfr 1Cor
12, 12; Rom 12, 5).
¿Qué es la espiritualidad?
La
espiritualidad cristiana se define como el modo como se vive la Gracia de Dios
recibida, especialmente, en la Palabra y en los Sacramentos. Por un lado
implica la comunión con Dios y por otro lado la comunión con los hombres. Por
eso afirmamos que su fuente es “la fe echa experiencia de vida”: El Encuentro
personal con Jesucristo. No bastan los conocimientos, urge la experiencia de
encuentro, primero con el Cristo de nuestra fe, y después con los hermanos.
La
espiritualidad abarca la totalidad de la vida, y no tan solo un sector de ella.
Además pide congruencia de vida y la práctica de los valores del Reino. La
persona puede rezar mucho y no tener vida espiritual, porque obra el mal, no
vive según el Espíritu de Dios. La vida espiritual se puede vivir en toda
ocasión y en cualquier, lugar, dentro o
lejos de la familia; dentro y fuera del templo como lugar de reunión.
Para que el
hombre se realice como persona y como hijo de Dios es esencial que aprenda el arte de vivir en comunión con su realidad,
incluyéndose a sí mismo. El Papa Juan Pablo II, nos señaló un itinerario
espiritual que nos ayudaría a vivir “la espiritualidad de la comunión”. Este
itinerario tiene cuatro pasos que hay que caminar y que requieren nuestro empeño y dedicación día a día, para
ir consiguiendo vivir en comunión cada día más y mejor. Quiero insistir que
cada paso requiere de nuestro empeño, paciencia y perseverancia. Implica lucha,
esfuerzo, dedicación y mucha fuerza de voluntad. No es posible lograr algo tan
grande con ligereza y superficialidad.
1).
Dedicarse a buscar a Dios. Dedícate a descubrir a Dios dentro de
ti: Echa una mirada a tu corazón y descubre que allí está Dios, puedes
escucharlo, hablarle y dejarte conducir por Él; eso es espiritualidad de
comunión. ¡Sí, allí en tu corazón está Dios! ¿Te sorprende? Pues entonces
escucha los siguientes textos de la Sagrada Escritura: "¿No saben
que sus cuerpos son miembros de Cristo?", "¿O es que no saben que su
cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y que habita en
ustedes?” (1Cor 6, 15. 19-20). “El que me ama, se mantendrá fiel a mis
palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en
él" (Jn 14, 23). “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones” (Ef
3, 17). “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 19).
Para poder
descubrir la presencia poderosa del Padre, con toda su misericordia y ternura o
la presencia viva de Jesús con toda su fuerza salvadora y la presencia amorosa
del Espíritu Santo con toda su luz y su santidad, es necesario dedicar tiempo
especial para esto: es necesario hacer oración mental y profunda; es necesario
escudriñar con perseverancia las Sagradas Escrituras; es necesario acudir con
frecuencia a la Confesión y a la Santa Misa. Lo anterior lo podemos decir de
otra manera: Es necesario hacer un alto en tu vida, entrar dentro de ti mismo,
analizar tus estados de conciencia y tener la disponibilidad de proyectarse en
la vida recorriendo los caminos de Dios. Los lugares para encontrarnos con
Cristo y por ende con Dios son: la oración íntima y cálida; la Palabra de Dios
leída y meditada según los padres de la Iglesia; en la Liturgia, especialmente
los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía (Lc 24, 13ss); en las Obras
de Misericordia (Mt 25, 31ss); la Comunidad de Jesús reunida en su Nombre (Mt
18. 20) y en el Apostolado (Mt 28, 19- 20)
2).
Ahora bien, después que lo hemos encontrado en nosotros, podemos encontrarlo en
los demás.
Si quieres encontrarlo primero en los demás y luego en ti mismo, solo gastarías
energías. Quien dice que ha encontrado a Dios en sí mismo y no se da a la tarea
de buscarlo en los demás, pronto se dará cuenta que vive engañado. Hemos de darnos a la tarea de aumentar
nuestra sensibilidad para descubrir en cada momento y en cada circunstancia de
la vida (incluso en las circunstancias adversas), el rostro de Dios en cada uno
de los seres humanos con los que nos encontremos en el diario vivir y en ellos,
amar a Jesucristo de modo concreto (cfr Mt 25, 31-46). Todo hombre es imagen de Dios. De otra manera corremos el
riesgo de falsear nuestra búsqueda de Dios.
Al respecto vale
la pena leer la primera carta de Juan (3, 11-17) que, entre otras cosas, nos
enseña que si vemos a nuestro hermano en necesidad y no nos apiadamos de él, el
amor de Dios no puede permanecer en nuestros corazones. Si no estoy dispuesto a
encontrar a Dios en los demás, nunca lo encontraré dentro de mi corazón; pero
si no busco a Dios en mi corazón, no puedo mirarlo en el rostro de los demás.
Como vemos esta es una tarea complementaria, ardua sí, pero muy hermosa y llena
de satisfacciones.
Este primer paso
nos pone ya de frente a la identidad cristiana. ¿Cómo definir esta identidad?
La identidad es el “ser con”… ser hijo con mi Padre, ser hermano con mis
hermanos. El Papa Juan Pablo II definió la identidad cristiana en tres
vertientes que se entrelazan para dar consistencia al ser cristiano. “Todos
vosotros sois hijos de Dios” (Gál 3, 26).Todos vosotros sois hermanos (Mt 23,9)
“Todos vosotros sois miembros unos de los otros” (1Cor 12, 27). “Todos vosotros
sois comunión” (cfr 1Cor 12, 12; Rom 12, 5).
Es decir, por estar unidos a un mismo cuerpo, al Cuerpo de Cristo, todos
participamos de una misma vida.
3).
Descubrir que cada ser humano me pertenece. Ningún ser
humano me debe ser ajeno, el otro, los otros son miembros de mi cuerpo; al
aceptar lo anterior evitamos caer en la misma actitud que Dios reprobó a Caín
cuando le preguntó sobre su hermano y él respondió: "no lo sé; ¿soy yo
acaso el guardián de mi hermano?" (Gn 4, 11).
Por supuesto que
Dios nos ha constituido en "guardianes de nuestros hermanos", es
decir, Dios espera que yo me interese en apoyar decididamente a cada persona
con la que me encuentre, especialmente cuando ésta tiene necesidad, ya que es
mi hermano, ya que él y yo somos hijos del mismo Padre, y por lo tanto, me
pertenece, nos pertenecemos, pertenecemos a una misma familia, la familia de
Dios. Por ser hermanos en la fe existen lazos muy estrechos, que nos hace
pensar en la corresponsabilidad que debe existir entre nosotros los que nos
llamamos creyentes. Por este camino vencemos, tanto al individualismo como al
relativismo los peores enemigos de la salvación. Y a la misma vez nacen los
lazos de solidaridad entre los individuos como entre los pueblos.
4).
Descubrir que el otro es un regalo de Dios: Descubrir que
cada hermano es un regalo de Dios; esto quiere decir que tengo frente a mí la
tarea de aprender a no despreciar a nadie ya que cada ser humano ha salido de
las manos del Señor, cada ser humano es un don de Dios que posee una inmensa
riqueza, y que fue puesto a mi lado por el Señor para que mutuamente nos
enriqueciéramos con los dones que cada uno poseemos, y que Dios nos dio. Y si
cada hermano, es un don de Dios, entonces yo tengo el deber de cuidarlo, de
respetarlo, de admirarlo, de aprender de él, de enriquecerme con su persona y
compartir con él mi propia riqueza. Soy un don de Dios para los demás.
A la luz de esta
hermosa verdad podemos afirmar sin miedo que la riqueza de la Iglesia son sus
hijos, y entre ellos especialmente los santos.
5).
Profundizar en la misión que hemos recibido de Dios. ¿Cuál es la misión que hemos recibido? La misma Misión de
Jesús, es decir, dar vida al mundo (Jn 10,10); arrancando a los hombres de las
garras del Mal (Gál 4, 4- 6) Profundizar para san Pablo nos pide ser
tolerantes, pacientes y comprensivos: “Nosotros los fuertes,
tenemos que cargar con las flaquezas de los débiles y no buscar nuestra
satisfacción, que cada uno trate de agradar al prójimo para el bien común” (Rm 15, 1).
Es de suma
importancia vivir en un profundo espíritu solidario, que rompa con todo mi
egoísmo y mi indiferencia, los cuales no me permiten levantarme de mi comodidad
para enfrentarme con las dificultades propias de quien busca decididamente
ayudar a los demás, especialmente a quienes lo necesitan y no tienen nada con
que pagarme: los enfermos, los pobres, los presos, los ancianos, los niños de
la calle, los que no tienen casa, los tristes y los que viven solos, entre
muchos otros. Y no se trata sólo de ayuda asistencial, sino de colaborar para
que estas personas tengan todo lo necesario para vivir dignamente como Dios lo
desea. Esta es una tarea que cada uno debe de hacer de acuerdo a sus propios
talentos y posibilidades, sin poner pretexto alguno que le impide llevar a cabo
tan delicada e importante misión.
Ya estaremos
comprendiendo que lo anterior no es una tarea fácil: vivir en comunión es un
compromiso primordial si queremos salvarnos, si queremos ser personas sanas y
felices. Nuevamente es importante recordar que la felicidad se alcanza en la
fidelidad y no en la facilidad; y vivir en comunión significa vivir en
fidelidad a Dios, a mis hermanos, a la naturaleza y a mí mismo, aunque eso me
lleve por el camino del esfuerzo y por el campo de las renuncias. Es posible, con la Gracia de Dios y con
nuestra decisión.
Las
exigencias de toda espiritualidad de comunión. (Rm. 12, 1- 21)
1)
Esforzaos para ser un sacrificio vivo,
santo y agradable a Dios. Qué este sea vuestro culto espiritual.
2)
Dejaos renovar en lo más profundo de
vuestra mente para que conozcáis la voluntad de Dios.
3)
No viváis por encima de los demás.
4)
Viváis en comunión y reconoced vuestros
dones para servirse mutuamente.
5)
Amen con sinceridad, sin fingimiento
6)
Aborrezcan el mal…
7)
Tengan pasión por el bien…
8)
Estimen a los otros como más dignos.
9)
Con celo y fervor sirvan al Señor.
10)
Perseveren en la oración.
11)
Alégrense en la esperanza…
12)
Sean pacientes en el sufrimiento…
13)
Solidarios con los consagrados en sus
necesidades…
14)
Bendigan a los que los persiguen…
15)
Alégrense con los que están alegres…
16)
Vivan en armonía unos con otros…
17)
No busquen grandezas, pónganse a la
altura de los más humildes..
18)
En cuanto dependa de ustedes tengan paz
con todos…
19)
Digan no a la venganza…
20)
Dale comer a tu enemigo…
21)
No te dejes vencer por el mal, vence con
el bien al mal.(Rm. 12, 1- 21)
“El arte de
vivir en Comunión” es don y repuesta, es lucha y conquista, es la acción del
Espíritu Santo y nuestra respuesta personal y comunitaria. Es posible cuando
somos propiedad de Cristo (2 Cor 5, 17) En referencia a Dios nos llamamos sus
hijos, en referencia a los demás nos llamamos hermanos y servidores. Si hay
filiación con Dios, habrá también fraternidad con los demás. La clave para
hacer la Comunión es el Amor recíproco (Jn 13, 34). El Amor nos permite tener
un reconocimiento mutuo. Todos somos iguales en dignidad, pues todos hemos
salidos de las manos de Dios.
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