LOS ROSTROS DEL PECADO

 

 

    



LOS ROSTROS DEL PECADO

 

 

Objetivo: Mostrar la realidad del pecado en nuestras vidas y en el mundo para que            tomando conciencia de que somos pecadores busquemos la ayuda que Dios nos ofrece para poder vencerlo.

                                                                                                                 

 

La realidad del pecado.

 

 “Todos somos pecadores y el pecado nos priva de la gracia de Dios.” (cf. Rm. 3, 23) Encontramos que casi en cada una de sus páginas, la Biblia nos habla de la realidad del pecado. También nos habla de su verdadera naturaleza, de su malicia y de sus dimensiones. Decir que el hombre es pecador, significa que el hombre hace el mal en la presencia de Dios. Podemos comenzar esta reflexión diciendo que pecado, es lo que se opone a la verdad, al amor, a la misericordia y a la santidad de Dios. ¿Quién de nosotros no ha experimentado la dura y difícil realidad que nos explica san Pablo?: “Queriendo hacer el bien es el mal lo que se me presenta”. “Siempre hago lo que no quiero y lo que quiero no lo hago” “Me siento como vendido al poder del pecado” (Rm 7, 14ss).

 

En lo más profundo de sí mismo, el hombre encuentra el deseo puesto en él por Dios de ser feliz. Se pasa la vida buscando razones para ser feliz, para sentirse bien. En esta búsqueda, hombre se ha descompuesto la vida; ha derrochado sus mejores potencialidades; se ha atrofiado y ha desfigurado la imagen de Dios; ha hecho de su vida un “Caos”; en vez de caminar se arrastra; ha caído en situaciones que deshumanizan, que atrofian, que despersonalizan; situaciones de no salvación y que no son queridas por Dios. El pecado lleva a la confusión, al endurecimiento del corazón y al desenfreno de las pasiones, al hombre se le descompone la vida, se convierte en un ser que se hace daño así mismo y le hace daño a los demás.

 

Cuando escuchamos las noticias o leemos el periódico nos damos cuenta que el mundo anda con la cabeza hacia abajo: crímenes, robos, fraudes, divorcios, traiciones, pornografía, etc. Realidades que nos hablan de los rostros del pecado.

 

Los rostros del pecado.

 

a)     El rostro de ancianos abandonados que son arrojados a vivir en la soledad y en la más completa pobreza.

b)    El rostro de los niños de la calle, expresión de una sociedad enferma por el des-amor y la opresión de la injusticia.

c)     El rostro de las madres solteras, mujeres muchas veces marginadas, juzgadas y condenadas por una sociedad que se rige por criterios mundanos o paganos.

d)    El rostro de familias golpeadas por el adulterio y por divorcio, causa y fuente de dolor y miserias humana para los hijos.

e)     El rostro de familias golpeadas por el alcoholismo, uno de los peores males de la sociedad, fuente de pobreza, esclavitud, etc.

f)     La brecha entre pobres y ricos; brecha  cada vez más ancha y profunda, por un lado una minoría de hombres cada vez más ricos, y una inmensa mayoría de gente cada vez más pobres. Lo podemos ver en barrios marginados al lado de urbanizaciones lujosas; por un  lado unos que lo tienen todo, y por otro lado, otros que no tienen lo indispensable para vivir con dignidad.

g)    El rostro del narcotráfico que genera enriquecimiento fácil y rápido, pero también muerte, sufrimiento, crímenes, consumismo, lavado de dinero, etc.

h)    El rostro de las guerrillas que siembran odio, pobreza, muerte en los pueblos y comunidades, con el pretexto de desestatizar a los gobiernos, cuando lo único que se llega a lograr es un cambio de opresor.

i)      El rostro del crimen organizado dedicado a la extorción, al secuestro, a los asesinatos, a sembrar miedos y odios. Tenemos una patria dañada por la violencia y dispersa por el miedo y la inseguridad.

j)      El rostro de indígenas marginados, hermanos que viven en situaciones infrahumanas, al margen de un desarrollo digno y humano.

k)    El rostro de la deuda externa que ha sometido a países pobres a una pobreza cada vez más acentuada y al enriquecimiento de unos pocos.

l)      El rostro de la prostitución de mujeres, hombres y niños: la trata de personas.

m)   El rostro de la guerra por el poder económico; realidad que manifiesta la sed de poder y de tener, a costa de la sangre de inocentes.

 

Jesús, el Salvador del pecado nos dijo: “De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre” (Mt. 15, 19- 20). Según la enseñanza del Señor Jesús la raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad.

 

¿Qué es el pecado?

 

El hombre no puede comprender lo que es el pecado, lo experimenta cuando lo comete, pero no lo entiende en su profundidad. Pensemos en las formas de manipulación entre los seres humanos, y digamos, que la manipulación es la peor ofensa contra la dignidad humana.

 

“Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas agrietadas, que el agua no retienen” (Jer 2, 13). El pecado es una falta contra la razón, contra  la verdad y contra la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o deseo contrarios a la Ley eterna” (San Agustín). (Catic. # 1849).

 

“De cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gén 2, 16-17). Todo pecado, al igual que el primero, es una desobediencia, una rebeldía contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo determinar y conocer el bien y el mal (Gn 3, 5; Catic. # 1850).

 

En la pasión de Cristo es donde mejor se muestra su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y  burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad por parte de Pilatos y crueldad por parte de los soldados, traición por parte de Judas, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo en la misma hora de las tinieblas y del Príncipe de este mundo, el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados (Catic. # 1851).

 

“Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí” (Sal. 51, 6). El pecado es una ofensa a Dios. A Dios le ofendemos  cuando le hacemos daño a los que Él ama.

 

“Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino” (Lc 15, 13). La parábola del Hijo pródigo nos muestra que el pecado es: separación, lejanía, barrera; es ofensa a Dios. Es un poder misterioso de hostilidad a Dios y a su reinado.

 

Las rupturas del pecado

 

El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la Ley de Dios: aparta al hombre de Dios, que es fin último (Catic. # 1855). Cuatro son las rupturas del pecado:

 

Con Dios: El hombre nació para ser hijo de Dios y el pecado lo convierte en su adversario; es él quien no quiere ya nada con Dios. Todo pecado nos excluye del reino de Dios. Lejos de Dios no hay acceso posible al “árbol de la vida” (Gn. 3, 22).

Consigo mismo: El hombre nació para ser amo y señor, dueño de sí mismo y el pecado lo convierte en esclavo de los propios instintos y de los deseos desordenados de la carne. Adán y Eva gozaban de la amistad con Dios, después cuando se “dan cuenta que están desnudos, experimentan el desgarre interior y  se esconden de Dios entre los árboles” (Gn. 3, 8).

Con los demás: El hombre nació para ser hermano, y el pecado lo convierte en lobo para sus hermanos: opresor, explotador, dictador. El pecado es ruptura entre el hombre y Dios; y entre los hombres. Apenas cometido el pecado, Adán se des-solidariza acusando a la mujer que Dios le había dado como auxiliar (Gn. 2, 18). En lo sucesivo esta ruptura se extenderá  a los hijos de Adán: ahí está el homicidio de Abel,  (Gn. 4, 8) luego el reinado de la violencia y la ley del más fuerte que celebra el canto de Lámec (Gn 4, 24).

Con la naturaleza: El hombre nació para ser amo y señor de las cosas y el pecado lo convierte en esclavo de las mismas. En enemigo de la naturaleza. Bosques, mares y ríos, tienen la huella del hombre irresponsable que quiere destruir su propio hábitat.

 

 

 Los efectos inmediatos del pecado

 

Ø  Desfigura el rostro del hombre y se pierde la semejanza con Dios (Gn 3,7).

Ø  Entorpece y destruye las relaciones humanas (Gn. 3, 16).

Ø  Esclaviza a los humanos, los oprime y priva de su verdadera libertad (Jn. 8, 38).

Ø  Paga con la muerte y genera el vacío existencial: sin vida, sin amor, sin Dios. (Rm. 6, 20).

Ø  Genera enemistad con Dios y entre los hombres: los divide y empobrece (Rm. 5,11).

Ø  Empobrece y deshumaniza para que lleven una vida arrastrada (Lc. 15, 11ss).

Ø  Endurece el corazón lo lleva a la pérdida del sentido moral y al desenfreno de las pasiones  (Efesios 4,18).

 El pecado original

 

Para comprender lo que es el pecado hay que partir del relato que nos presenta la Sagrada Escritura. El pecado de nuestros primeros padres es presentado como una desobediencia, un acto consciente y deliberante por el que el hombre se opone a Dios violando uno de sus preceptos (Gn 3, 3). Pero es cierto, que detrás de este acto de rebeldía la Escritura habla  de un acto interior del que procede el pecado: “querer ser como dioses, es decir, ponerse en lugar de Dios y decidir por su cuenta “sobre el bien y el mal”. Lo que equivale a ser dueños de su destino y disponer de sí mismos; negándose a depender de su Creador; el pecado rompe la relación de dependencia y de amistad que existía entre el hombre y Dios.

 

 El pecado del mundo.

 

El pecado de los hombres es en primer lugar de incredulidad: no creer en Dios y no abandonarse a él. No se tiene fe en Dios; es invisible y lejano, se prefiere a un dios al alcance de las manos, que se pueda tocar y que se pueda manipular. El pecado de la incredulidad nos ha llevado a dar la espalda a Dios. Quien le da la espalda a Dios cae en el pecado de la idolatría, al culto a los ídolos, como en otro tiempo Israel recorrió en adoración al “becerro de oro” (Ex. 32, 1). Ídolo es todo aquello que ponemos en nuestro corazón en lugar de Dios. Los ídolos siempre serán opresores, nos quitan la libertad. Nos llevan  a la esclavitud. “Todo el que peca es esclavo”, dijo Jesús a los fariseos en el Evangelio de Juan (8, 38). El hombre cuando peca saca a Dios de su corazón y le abre las recámaras de su corazón al Malo: rompe la alianza con Dios y hace alianza con el dios del Mal, el dios de las opresiones.

 

La esclavitud de los hombres manifiesta el desorden en el que ha caído la humanidad: no fuimos creados para estar por encima de nuestros hermanos. Nadie puede vivir por encima de sus semejantes, sino hombro a hombro, codo a codo, con un sentido de igualdad. Fuimos creados para ser hermanos unos de los otros y para ser amos y señores de las cosas, es decir, para estar por encima de las cosas, pero nunca por encima de los otros.

 

 

El pecado de los hombres.

 

“Vino a los suyos y no lo recibieron” (Jn. 1, 12). “Vino la luz a los hombres y estos prefirieron las tinieblas a la luz” (3, 17-18). Para san Juan el pecado es no creer en Jesús; es no aceptar su Evangelio como norma para nuestra vida; es rechazar la gracia que Cristo nos ofrece en sus sacramentos (Jn 20, 23); es sin más, no amar (1 de Jn.2, 9); no lavar pies (Jn. 13, 13); No servir y no compartir; es no aceptar a los demás como hermanos, hijos de un mismo Padre.

 

 Todo hombre es un buscador. (Pecador).

 

El hombre se pasa la vida buscando razones para sentirse bien; Podemos decir que cuando se reza, se hace deporte, se trabaja, se comete adulterio, se va de vacaciones, se descansa; en todo lo el hombre realiza, lo hace buscando razones para sentirse bien. En el fondo lo que busca es ser feliz. En lo más profundo de los seres humanos existe el anhelo de ser feliz.

 

En relación al  pecado podemos decir que en su búsqueda de realización, el hombre lo hace al margen del Plan de Dios; quiere realizarse sin Dios, por su cuenta, comiendo del “árbol de la ciencia del conocimiento” (Gn. 2, 17). Negando el Plan de Dios, hace sus propios planes; pretende ser su propio salvador, en el fondo lo que busca es ser dios. En la raíz de la negativa del hombre a ser dependiente de Dios se anida la soberbia: Por soberbia el demonio siendo un ángel de luz se reveló contra Dios; por soberbia nuestros primeros padres fueron arrojados del paraíso, como en otro tiempo los ángeles caídos fueron arrojados del Cielo, y hoy día nosotros salimos, por nuestros pecados personales de la presencia de Dios.

 

Al grito de una triple negativa: no obedeceré, no amaré, no serviré, los ángeles, nuestros primeros padres y hoy nosotros, salimos de la presencia de Dios, rompemos la comunión con Él y con la comunidad. Esta negativa se levanta como una barrera que impide que los hombres se relacionen con Dios y con los hermanos; barrera que impide que el amor de Dios llegue a nosotros y que nosotros amemos a Dios y a los demás. En la parábola del hijo pródigo podemos descubrir la realidad del pecado, sus frutos y sus consecuencias. El hijo menor abandona la “casa de su Padre” para irse a un país lejano. Abandonar la casa paterna es una ofensa contra el padre y contra la familia; una ofensa que lleva el no querer ser hijo y el no querer ser hermano; es una ofensa porque además, lleva la negación a reconocer que en lo más íntimo no nos pertenecemos y por lo tanto, no podemos vivir al margen del Dueño de la vida.

 

El País lejano es otra casa, otra realidad, es el camino de la deshumanización y del derroche; es lugar de esclavitud, opresión y explotación; lugar de hambre y miseria, allí se vive en la apariencia: haciendo lo que otros hacen o lo que otros dicen; lugar donde no es sagrado lo que en “casa” es sagrado: El hombre, la familia, los niños, la virginidad, etc. Qué bien lo expresó Jeremías cuando dijo: Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jer 2, 13).

 

 

1.   Condiciones para que se dé un pecado mortal.

 

1.     Materia grave: precisada por los Diez Mandamientos, de manera especial en el Mandamiento Regio, en la Ley de Cristo (Jn. 13, 34).

2.     Plena conciencia y entero  conocimiento: Presupone el carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios.

3.     Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal: Querer hacerlo.

 

Es de fe católica que todos nacemos con la potencialidad de pecar; por el pecado original somos pecadores desde el seno de la madre; pecadores en potencia, al nacer, crecer y pecar, seremos pecadores en acto. Todo hombre es pecador y necesitado de redención; necesitado de un Salvador que Dios nos da en Cristo Jesús.

 

 

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