ESTAD ALEGRES PORQUE SUS NOMBRES ESTÁN ESCRITOS EN EL CIELO.

 


ESTAD ALEGRES PORQUE SUS NOMBRES ESTÁN ESCRITOS EN EL CIELO.

En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» Él les contestó: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.» En aquel momento, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.» Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.»  Lucas (10,17-24):

El reencuentro entre el Maestro y los 72 discípulos es todo una fiesta. El gozo se desborda  por ambos lados. Los discípulos están felices al ver que la fuerza de Satanás había sido dominada por ellos en el nombre de Jesús. Y por otro lado, Jesús está Feliz porque Dios ha mostrado su poder en favor de los débiles. La fuerza del enemigo ha sido sofocada y vencida. Entonces el Maestro les enseña una razón para estar realmente alegres: Porque sus nombres están escritos en el Reino de Dios.

Y, entonces, lleno del gozo del Espíritu, estalla en gritos de júbilo y de alabanza: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”. La gente sencilla son aquellos que le abren su corazón a Dios, los que creen, confían y obedecen a la Voluntad de Dios. En cambio los otros, los que tienen mucho conocimiento de Dios, pero, no tienen su amor en su corazón, se quedan sin conocer a Dios. Tienen la mente embotada por la soberbia y el corazón endurecido por desamor, han perdido la moral y han caído en el desenfreno de las pasiones (Ef 4, 17- 18) Son aquellos que sirven a dos señores, a Dios y al dinero (Mt 6, 24) O al poder y no a Dios, o al Placer y no a Dios (cf Mt 20, 25; 1 de Jn 2, 15) No pueden conocer y amar a Dios.

“Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.” El conocer y amar al Padre y al Hijo es un don de Dios que el Espíritu Santo nos entrega, si creemos en Jesús, esta es la obra del Espíritu que creamos en Jesús, para que creyendo nos salvemos. El que cree y ama al Hijo, también cree y ama al Padre por la acción del Espíritu Santo que actúa en nuestro corazón. El que guarda los Mandamientos y la Palabra, ama al Padre y ama al Hijo. (Jn 14, 21. 23) “Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos”.(Jn 17, 9- 10)

«¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.»  ¿Qué miraron y qué escucharon los discípulos que tan solo los profetas lo desearon?

 

Escucharon las palabras de Jesús: “Tus palabras son espíritu y vida” (Jn 6, 68) Palabras poderosas que nos convencen de que Dios nos ama, nos perdona, nos salva y nos da Espíritu Santo. Palabras que nos liberan, nos reconcilian, nos consuelan, nos corrigen y nos enseñan, pero sobre todo son palabras que nos salvan. Palabras que son de Luz, que iluminan nuestro camino y nuestros corazones para que reconozcamos nuestra pecaminosidad. Nos enseñan el camino del discipulado y nos llevan al conocimiento de la Verdad para que nos haga libres (Jn 8, 31- 32) Palabras que nos llevan a la salvación por la fe y a la perfección cristiana por el amor (2 de Tim 3, 14. 17)

Los discípulos miraron el rostro de Jesús, rostro de Amor, de Verdad y de Vida (Jn 14, 6) Un rostro de Misericordia, de Santidad y de Justicia, vieron a Dios en Jesús (Jn 20, 28) Miraron las Obras del Padre que Jesús realizaba, sus milagros y sus exorcismos: Los ciegos, ven, los sordos oyen los mudos hablan, los cojos caminan, a los corazones vacío quedan llenos de sentido que es el Amor. En la Trasfiguración lo miraron como él realmente era; como Dios. (Mt 17, 3ss; Mc 9, 3ss;  Lc 9, 28- 29)

 

Al final de sus días sobre la tierra, Jesús dio a sus discípulos la “Experiencia de la Resurrección” y del “Gran envío”: Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (Jn 20, 23- 23) Experiencia de la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en sus corazones. Experiencia que es el Motor de la Vida nueva. Nos llena de amor a Jesús, a su Palabra, a su Oración y a su Iglesia. De esta experiencia nace en nuestro corazón el deseo de servir a Cristo y a su Iglesia. (cf Flp 2, 13) Para luego ver con amor el crecimiento de los carismas en favor de la Comunidad, Carismas como dar la Palabra, hacer y dirigir oraciones, dirigir comunidades, pastorear, dar catequesis, consolar y servir. Para la gloria de Dios y para a edificación de la Iglesia.

 

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