LA CONCIENCIA MORAL Y LA LIBERTAD DEL HOMBRE

 


LA CONCIENCIA MORAL Y LA LIBERTAD DEL HOMBRE

1.    La conciencia debe ser obedecida y formada

¿Qué es la conciencia?  La conciencia es "el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella" (GS 16). La conciencia Moral es conocida como el “órgano de la vida”; como “el profeta” que denuncia los atropellos contra la dignidad humana y como “el faro” que lleva al barco a puerto seguro. Tiene tres facultades: nos capacita para discernir entre el bien y el mal; nos da la fuerza para rechazar lo malo y para hacer l bueno.

 Solamente a través de su propia con-ciencia, aún errónea, llega al hombre el conocimiento de cualquier exigencia moral y religiosa. Por la conciencia han de pasar todos los requerimientos de Dios y del prójimo. Es camino ineludible. Por ello la conciencia propia debe ser escuchada. La Iglesia ha enseñado constantemente que la con-ciencia obliga siempre aunque pueda ser errónea, porque todo lo que no procede de "la buena fe" es pecado (Rm 14, 23). Pero precisamente por este carácter insoslayable de la obediencia a la propia conciencia le urge al hombre formarse una "recta conciencia" (Cfr. GS 16), es decir, con-forme a la norma moral objetiva. El hombre fiel a Dios busca sinceramente qué es lo que honestamente debe hacer. La fidelidad a la conciencia implica fidelidad a la verdad. Esta urgencia es tanto más imperativa para el creyente cuanto que su propia existencia de creyente encuentra su sentido en la docilidad a la Palabra de Dios.

En el interior de todo ser humano Dios ha puesto cuatro voces que responden a la voz de la conciencia o del corazón: “No hagas el mal, haz el bien, arrepiéntete y el gozo por haber obedecido a las anteriores” (Is 1, 16- 17). La conciencia moral otorga a quien la posea la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, juntamente con la fuerza para rechazar lo malo y hacer lo bueno. La conciencia moral se forma en la fidelidad a la Ley de Dios, en obediencia a la Palabra y a los Mandamientos. Se va forjando en la escucha y en la obediencia a la Palabra de Dios (cf Mt 7, 24- 25)

2. El hombre, en manos de su propia decisión

El paso de la condición de hombre viejo a la de hombre nuevo es libre. (Ef 4, 23- 24) Dios ha hecho libre al hombre para que pueda escoger la vida, aún a riesgo de que a veces prefiera la muerte. Como dice el Concilio Vaticano II, "Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección" (GS 17). El hombre es libre porque es un ser personal. Por voluntad divina el hombre es protagonista y artífice de su propia realización humana, responsable de su propia existencia:

“Mira, yo pongo hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Si escuchas los mandamientos de Yahvé tu Dios que yo te mando hoy, amando a Yahvé tu Dios, siguiendo sus directrices y guardando sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y te multiplicarás; Yahvé tu Dios te bendecirá en la tierra en la que vas a entrar para tomarla en posesión. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les das culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio y que no viviréis muchos días en el suelo que vas a tomar en posesión al pasar el Jordán. Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando a Yahvé tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él. Piensa que de ello depende tu vida, así como la prolongación de tus días mientras habites en la tierra que Yahvé juró dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob. (Dt 30, 15ss).

Gracias al riesgo de la libertad, el hombre puede ser, de veras, hijo de Dios, y consiguientemente también de veras, hombre. Dios invita al hombre a ser protagonista de su propia historia y a tomar en sus manos las riendas de su propio destino. De esta manera, el hombre decide, libre y conscientemente levantarse para caminar y desplegar todas sus potencialidades, o por el contrario quedarse caído, al margen de su realización. Jesús, el hombre libre, es el prototipo y origen de toda libertad plena a través de su Espíritu.

2.    La libertad humana, ineludible responsabilidad ante Dios y los hombres

Hombre responsable es el que vive de frente a sí mismo y frente a los demás. Es aquel que responde a la vida, a la Palabra a Dios. La libertad humana puede degradarse. Es una limitación propia de la libertad humana. Dios, en cambio, sólo es capaz de amar. El hombre está llamado a darse a sí mismo a Dios. La respuesta al amor de Dios ha de ser una respuesta de amistad. Ahora bien, la verdadera amistad es libre. El pecado —y su consecuencia, la condenación— consiste en rechazar libremente la amistad que Dios ofrece gratuitamente al hombre para siempre. El hombre puede apartarse del amor fraterno, puede separarse de Dios, puede pecar. Con su libertad el hombre puede orientar su vida hacia la Plenitud, sin desviarse ni a izquierda ni a su derecha (Jueces 1, 6) La izquierda es el totalitarimo y la derecha es el conformismo, ninguno de los dos realiza,

4. Dominio de sí mismo. Al servicio de Dios y de los otros

La libertad no es sólo ausencia de coacción interna o externa. El hombre está llamado a alcanzar un dominio de sí mismo, a ser verdaderamente dueño de sus actos, palabras y pensamientos. Para ello deberá luchar contra los poderes que le esclavizan: el egoísmo, el apetito de placer, el afán de riqueza y poder, la presión del ambiente. La maduración de la libertad humana está en vencer los propios egoísmos y darse a los demás. El amor verdadero es raíz y término de la libertad humana.

Pero esta liberación no es posible sin la gracia de Cristo: “Por tal motivo, te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Piensa que el Señor no nos dio un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza” (2 Tim 1, 6- 7). La auténtica libertad humana supone que el hombre, con la ayuda de la gracia de Dios, se esfuerza por ser fiel a su conciencia, fiel a la verdad, fiel a los derechos y deberes de la persona humana, fiel a Jesucristo. La verdadera libertad es, ante todo, capacidad de escucha y atención a los requerimientos de Dios y del prójimo. San Pablo afirma: "Hermanos, habéis sido llamados a la libertad, sólo que no toméis de la libertad pretexto para la carne: antes al contrario, servíos por amor unos a otros". (Ga 5, 13).

Cuando no se tiene el dominio propio, el hombre termina siendo esclavo de sus propios instintos, de sus impulsos o del apego a las cosas y a las personas, y termina por llevar una vida arrastrada, al margen de su realización como persona. Para crecer en libertad hay que ponerse límites y cultivar los buenos hábitos, las virtudes humanas y los valores del Reino que la Palabra de Dios nos propone para ir alcanzando la madurez humana y cristiana.  (2 Pe 1, 5- 8). Jesús nos propone a los creyentes vivir en su Palabra para convertirnos en sus discípulos y conocer la verdad que nos hace libres (cfr Jn 8, 31- 32). La Palabra de Jesús es Palabra de Verdad y de Santidad. (Jn 17, 17)

5. Condicionantes de la conciencia y de la libertad

El hombre en el ejercicio de su libertad puede quedar limitado por diversos factores de distinta naturaleza como la fuerza física de otros que le impidan actuar, las amenazas, las torturas, o cualquier forma de influir en la conducta ajena por el terror, el miedo, las drogas, las enfermedades que perturban seriamente la capacidad de reflexión y decisión, el atractivo del placer, el dominio del erotismo, el soborno, las experiencias que se han vivido desde la infancia, el ejemplo o el escándalo que se haya recibido, y otros factores que condicionan la responsabilidad, la lucidez y rectitud de la conciencia. Algunos factores influyen más directamente en la capacidad de juicio, como puede ser la mala información, la ignorancia, las ideas dominantes en el ambiente en que se vive, la tradición del grupo a que se pertenece, las ideologías más influyentes en la clase social o en el sector profesional en el que cada uno está integrado, el poder de los grupos de presión, etc. Este conjunto de factores desorientan con frecuencia la conciencia, la oscurecen y condicionan en mayor o menor grado la capacidad concreta de decisión de cada persona. El hombre es más libre cuanto más independiente es del influjo de estos factores.

6. No juzgar por las apariencias. Vivir comunitariamente. Promover la auténtica libertad de los hombres.

La atenta consideración de las diversas circunstancias que condicionan el ejercicio de la libertad humana debe llevarnos a tres consecuencias importantes para nuestra vida cristiana.

Primera: ser muy cautos y prudentes a la hora de juzgar la conducta de nuestro prójimo. Jamás debemos atenernos a las meras apariencias. Hemos de recordar siempre la palabra de Jesús: "No juzguéis y no seréis juzgados" (Mt 7,1; Lc 6,37).

Segunda: No podemos pretender vivir cristianamente sin contar con el apoyo de la comunidad humana y cristiana. El nivel moral de la sociedad en que se vive favorece o dificulta la libertad de sus miembros. “Que vuestra caridad sea sin fingimiento, hospitalaria y alegre” (Rom 12, 9-13) Esta es una de las razones por las que el Señor ha dispuesto que nuestra vocación cristiana ha de realizarse en el seno de una comunidad de fe, de esperanza y de caridad. La Iglesia es, en el plan de Dios, una respuesta comunitaria en el orden de la gracia opuesta a las estructuras sociales en las que se hace presente el poder del pecado. Según el designio de Dios, la Iglesia es constitutivamente un espacio de libertad y una liberación del hombre.

Tercera: los cristianos, como miembros de la Iglesia, deben sentirse llamados a promover la auténtica libertad de los hombres y para ello deben juzgar a la luz del Evangelio las ideologías vigentes y las situaciones concretas para liberar las conciencias de toda ilusión y de toda verdadera alienación. “Para ser libres nos liberó Cristo, pero no confundan la libertad con el libertinaje, (Gál 5,1. 13) que nos lleva a la descomposición social y a la esclavitud de los apegos a las cosas o  a las personas o a la peor de todas las esclavitudes: la esclavitud de la Ley.

7. La libertad del hombre.

La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad. «La libertad es una propiedad de 1a voluntad del hombre por la que éste puede elegir los medios para conseguir fines». La libertad no es un fin sino un medio. Es libertad –para- algo. Es como la vista en la que lo importante no es «ver» sino «ver algo». Si no se tuviese nada delante de los ojos, de poco serviría la vista. Por lo tanto, en la libertad se distinguen dos facetas: Un poder del hombre y una conquista del hombre al alcanzar lo bueno.

Libertad quiere decir que el hombre no está obligado a elegir de una manera automática o determinada unos bienes en lugar de otros. Se diferencia de los animales en que, ante el bien concreto, puede elegir o no elegir y, también, puede  elegir éste o el otro. La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión, para que así busque espontáneamente a su Creador, y adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección.(GS, 17)

El hombre libre, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de superar su propio egoísmo y salir de su individualismo, del totalitarismo, del consumismo, del secularismo, los grandes y peores enemigos de la libertad humana,  para ir al encuentro de los demás, especialmente los pobres para ayudar a levantarse y caminar hacia los terrenos de la verdad, de la bondad, de la justicia, libertad y del amor. Para salir de las tinieblas y entrar en la luz. (Ef 5, 8- 9). Sólo el hombre nuevo, puede ser responsable, libre y capaz de amar. Porque está saliendo de las manos de Dios, está en el proceso de conversión.

Oración. Señor Jesús concédenos la libertad interior para que seamos capaces de amar como Tú nos has amado.

 

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