LA CARAVANA DE VIDA CAMINA HACIA LA CARAVANA DE MUERTE.

 


LA CARAVANA DE VIDA CAMINA HACIA LA CARAVANA DE MUERTE.

En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre. Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: "No llores". Acercándose al ataúd, lo tocó, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús dijo: "Joven, yo te lo mando: Levántate". Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre. Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo". La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas. (Lc 7, 11-17)

Un encuentro entre dos caravanas, una es de vida y la otra es de muere. al frente de la caravana de vida viene Jesús, lo siguen los Doce, y detrás de ellos una gran muchedumbre; Al frente de la caravana de muerte traen a un muerto, hijo único de una viuda. Detrás del cadáver, viene su madre, detrás de ella, las plañideras, las que lloran, detrás de ellas una gran muchedumbre.

Las caravanas se encuentran  a la entrada de la población; Jesús se adelanta y le dice a la madre: “No llores”. Como no va a llorar sí es la madre de un hijo único. Años más tarde Pablo dice a los tesalonicenses:   Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. (1de Tes 4, 13) Lo que Jesús realmente quiere decir a la mujer es: “Ten esperanza” en la Vida eterna. Más tarde Juan le dirá antes de resucitar a Lázaro: “Yo soy la Resurrección y la Vida (Jn 11, 25).

Luego  se acera al féretro y “lo toca”. Toca a la única realidad del muerto, su féretro. Los que lo cargaban lo bajan, y entonces le habla al muerto, le dice: “Joven, yo te lo mando: Levántate". El que estaba muerto, ahora está vivo, se ha enderezado y habló. Hubo palabra, señal que hay vida. Ahora, sigue el consuelo de Jesús a la madre: Ahora, además de hijo, es el don del Señor para la madre. Sale de las manos de Jesús como regalo para la madre y para la comunidad. Todos se admiran y llenos de alegría alaban a Dios, cambian de tristes y abatidos por la angustia, en gozo y en alabanza, y la fama de Jesús se extiende por toda la región.

El que estaba muerto y que ahora está vivo es figura de la humanidad redimida, y la madre es figura de la Iglesia. Pablo nos dice en la carta a los efesios: Y a vosotros que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el Príncipe del imperio del aire, el Espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo en medio de las concupiscencias de nuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, a la Cólera... (Ef 2, 1- 3) Porque el salario del pecado es a muerte, pero, Dios nos da vida en Cristo Jesús,  (Rm 6, 23) Por eso añade:

Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; (Ef 2, 4- 8)

 Jesucristo al igual que en la viuda de Naím, toma la iniciativa e irrumpe en nuestra vida y toca nuestra realidad: “Nuestro vacío existencial, nuestros pecados y nuestras necesidades”. Jesús nos dice: “Andas equivocado, vuelve al Camino que te lleva a la Casa de mi Padre”. Ilumina nuestros huesos secos y comienza el proceso de liberación: Tomar conciencia de nuestra pecaminosidad, con un sincero arrepentimiento para acercarnos al Encuentro con Cristo en el Sacramento de la Confesión, recibir el perdón de los pecados y recibir el don del Espíritu Santo. En el Sacramento nos apropiamos de los frutos de a Redención; el perdón, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo. Con el perdón recibimos el Nuevo Nacimiento y donde salimos de las manos de Cristo como regalo de Dios para la Iglesia, nuestra Madre. Y, ¿Ahora qué? A formarnos en la fe y en el amor como ciudadanos del Reino de Dios.  

La enseñanza de la Iglesia, nuestra Madre está orientada a formarnos como hijos de Dios, hermanos y como discípulos de Cristo. Podemos hablar de algunas lecciones a seguir: “Todo ser humano es un “Alguien” no es un algo, Todos tenemos igualdad en dignidad, llamados a ser hijos de Dios y personas, valiosas, importantes y dignas”. “Enseñar a distinguir ente lo que es bueno y lo que es malo, que nadie nos engañe para que le llamemos malo a lo bueno, ni bueno a lo malo”. “Enseñar la importancia de aprender hacer lo bueno y a rechazar lo malo”. “Saber que somos seres sexuados, niño o niña, somos regalos de la Vida, y que nadie nos engañe”. “Somos seres llamados a vivir en comunión, somos regalo de Dios para los otros y ellos son regalo para nosotros”. “Todos nacemos con una Misión, con una tarea que realizar: Humanizarnos como personas: ser hombres o mujeres, somos seres complementarios. El hombre que es un don de Dios para los demás está llamado a servir con lo que sabe, lo que tiene y lo que es para la realización de todos.

El día que regresé a la Iglesia ha sido el día más feliz de mi vida. El Sacerdote que me recibió me dijo: La Iglesia es una Madre que espera y desea el regreso de sus hijos ausentes. Bienvenido a tu Iglesia. Para luego darme la Penitencia: “Lo que usted derrocha en sus noches de parranda, dé lo que gasta en una noche a una familia pobre. La noche de parranda hacía referencia  a la vida de pecado. Lo que yo derrochaba eran los dones que Dios me había dado para mi realización y para la realización de los demás; la familia pobre, era la Iglesia a la que Él me llamaba a servirla como sacerdote, como que esa misma noche y en ese mismo momento me entregó como regalo a la Madre.

Los dones que yo había recibido en mi Bautismo, me los regresaba, ahora, en el sacramento de la Confesión.

 

 

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