YO
A LOS QUE AMO LOS REPRENDO Y CORRIJO
Dichoso
el hombre a quien corrige Dios: no rechaces el escarmiento del Todopoderoso,
porque él hiere y venda la herida, golpea y cura con su mano. (Jb 5,
17-18) “Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y
arrepiéntete”. (Ap 3, 19) El que corrige al arrogante se acarrea desprecio, y
el que reprende al malvado, insultos. No reprendas al arrogante, porque te
aborrecerá; reprende al sabio, y te amará. Da al sabio, y se hará más sabio
todavía; enseña al justo, y crecerá su doctrina.(Prov 9, 7- 9)
Sabio
es el que se deja corregir, dejarse corregir por Dios para ser más inteligentes
y aprender a vivir, y para ser sabios, capaces de amar y de servir. “Dichoso el
que encuentra sabiduría, el que alcanza inteligencia: adquirirla vale más que
la plata y su renta más que el oro, es más valiosa que las perlas ni se le
comparan las joyas”. (Pr 3, 13-15) La sabiduría entendida como don del Espíritu
Santo, es un don infuso, que Dios infunde en las potencias del alma que está en
Gracia de Dios. Pertenece a uno de los siete dones que posan sobre el Mesías
(Is 11, 1- 2) Para poder penetrar los misterios de Dios, conocer su voluntad
para ponerla en práctica, es inseparable de la humildad y de la caridad. En el
Antiguo Testamento la sabiduría es impersonal, es en el Nuevo Testamento donde
adquiere rostro personal, Cristo Jesús. Tal como lo dice el apóstol Pablo:
De
él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros
sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que,
como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor. (1 de Cor 1,
30- 31) “El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque
en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las
visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las
Potestades: todo fue creado por él y para él”. (Col 1. 15- 16)
Como
don de Dios viene de arriba: “La sabiduría que viene de arriba ante todo es
pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia
y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la
paz; y su fruto es la justicia”. (St 3, 17-18) En esto Santiago nos describe
una fotografía de Cristo: el pobre, el manso, el sufrido, el humilde, el limpio
de corazón, el misericordioso, el pacifico
y el justo (Mt 5, 3- 11) Un hombre lleno de Luz y de Verdad.
¿Qué
tenemos que hacer para tener sabiduría? Lo primero es creer y convertirse a
Cristo (Mc 1,15; Mt 4, 17) Haber nacido de Nuevo en Cristo (Jn 3, 1- 5) Haber recibido
el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo, haber sido justificados
(Gál 2,16; Rm 5, 1- 5) Estar en proceso de conversión, abandonando al hombre
viejo (Ef 4, 23- 24) “Por eso, también yo, al tener noticia de vuestra fe en el
Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos”, (Ef 1, 15) Pablo
pide entonces los dones del Espíritu: sabiduría y entendimiento, iluminación y fortaleza
para comprender cuál es la grandeza y la esperanza de lo que esperamos: la herencia
de Dios (Ef 1, 17- 19; Rm 8, 17) En el proceso de nuestra conversión primero
aparecen los frutos, las virtudes, los carismas y luego los dones del Espíritu
que vienen a perfeccionar la Obra de Dios.
Con
el don de la sabiduría, el Señor, ilumina nuestra inteligencia para que
comprendamos la voluntad de Dios, la busquemos, la encontremos y la pongamos en
práctica, aparece entonces la fortaleza que actúa en nuestra voluntad para que
hagamos el bien y rechacemos el mal. La inteligencia y la voluntad, unidas por
la caridad, se convierten las tres, en lo que se le ha llamado “la Conciencia
Moral” Que nos da la triple capacidad: de distinguir entre lo bueno y lo malo,
rechazamos lo malo y hacemos el bien, y con el bien vencemos el mal (Rm 12, 21)
Sin sabiduría no hay santidad. Y sin santidad nadie verá al Señor (Heb 12, 14).
Los dones del Espíritu Santo son para ayudarnos a crecer en la santidad de Dios
como lo dice el Padre Nuestro: “Santificado sea tu Nombre” (Mt 6, 9) Esa es la
voluntad de Dios: nuestra santificación ( 1 de Ts 4, 3)
Para
ser santos hay que ser libres con la libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1)
Hay que ser mansos y humildes de corazón como Jesús (Mt 11,29) Hay que poseer una
fe sincera y un corazón limpio (1 de Tim 1, 5) Buscar en todo la gloria de Dios
y el bien de los demás, movidos por la caridad, para poder decir con Cristo: “Mi
alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4,34) La voluntad de Dios es que
creamos en Jesús, que confiemos en él, que lo obedezcamos y que lo amemos (cf 1
Jn 3, 23) Que nos amemos unos a los otros, pero que rechacemos el pecado. Porque
Dios ama a los pecadores, pero, odia el pecado.
El
fruto de la fe es la santidad que lo logramos en comunión con Cristo, siguiéndolo
y amándolo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento
que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé
más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado.
Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar
fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no
permanecéis en mí”. (Jn 15, 1- 4) El que se separa de Cristo se seca y se muere.
Hay que vivir en comunión con él para estar siempre verdes y para dar frutos en
abundancia:
La
gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. Como
el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si
guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los
mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. (Jn 15, 8- 10) Los
mandamientos de Jesús son el amor, el compartir y el servicio. En la unidad de
los tres está nuestra santidad y nuestra sabiduría. Discípulo de Cristo es el
que lo escucha, lo obedece, le pertenece, lo ama y lo sigue. Nonos contentemos
con ser creyentes, o solamente oyentes, hay que ser practicantes discípulos de
Cristo.
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