San Cirilo de Alejandría
USTEDES DARÉIS TESTIMONIO DE MÍ EN JERUSALEN, JUDEA, SAMARIA Y HASTA LOS CONFINES DE LA TIERRA.
Objetivo: Dar a conocer la importancia del
Testimonio en el camino del discipulado como un auténtico medio de
evangelización y catequesis para resaltar la Obra que Dios ha realizado en
nuestras vidas en Cristo Jesús para que nuestra evangelización sea efectiva.
Iluminación. “Os daré
palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente… ningún adversario
vuestro”. (Lc 21, 15). “Cuando el
Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio
de mí” (Hech 1, 8).
1. El testimonio de Jesús
“Quien se avergüence de mí delante de los hombres, yo también me
avergonzaré de él delante de mi Padre que está en los cielos”. La
vida en Cristo es una vida en el Espíritu. Es una vida llena de experiencias
liberadoras y gozosas, con crisis, tentaciones, pruebas; verdaderas
oportunidades para dar gloria a Dios y ofrecerse como hostias vivas. En la
“escuela de Jesús” el Maestro es el Espíritu Santo que guía a los hijos de Dios
por el camino de la vida: nos abre la mente y nos explica las Escrituras (cfr Lc
24, 27).
La señal de la vida en Cristo en
nosotros es el testimonio, la oportunidad que nos ofrece el Espíritu de
confirmarnos en el amor, en la fe y en la esperanza (cfr Ef 6, 10). Enemigo
sería todo aquello que te quiere arrebatar o hacer perder la Paz y el Bien que
Cristo te ha dado. Tú relación con Dios, tu dignidad de persona y de hijo de
Dios. En esta lucha no estamos solos, el Señor nos ha garantizado su presencia
y su ayuda. “Os daré palabras y sabiduría
a las que no podrá hacer frente… ningún adversario vuestro”. (Lc 21, 15).
2. Jesús nos pone de sobre aviso
“Cuídense ustedes mismos; porque los
entregarán a las autoridades y los golpearán en las sinagogas. Los harán
comparecer ante gobernadores y reyes por causa mía: así podrán dar testimonio de
mí delante de los hombres”. (Mc 13, 9-10). Delante de los hombres,
no delante de los ángeles, ni de los edificios, ni de las montañas, “Delante de
los hombres, a quienes Dios ama y quiere salvar”. Si hay algo que tenemos que
defender es la “Gracia que Dios en Cristo” nos ha otorgado: Hoy día nadie nos
lleva a las sinagogas, ni ante autoridades, ni ante enemigos, sin embargo
podemos decir que la vida cristiana es una lucha y que nuestros enemigos son
“reales” con nombre y seña: “Nuestra
Lucha no es contra la gente sino contra seres espirituales que tienen
autoridad, dominio y poder contra este mundo tenebroso”. Conocemos cuales
son los enemigos de la salvación: el mundo, el maligno y la carne.
3. La promesa de Jesús
“Mándame Señor tu sabiduría para que me asista en mis trabajos”. ¿Cómo
podemos hoy día dar testimonio de Jesús? Sólo ayudados por el Espíritu que
prometió el mismo Jesús: “Cuando el
Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio
de mí” (Hech 1, 8). Dar testimonio es un momento de gracia que se debe
recibir con alegría y con esperanza. Es la oportunidad de anunciar a Jesús, de
resaltar la obra que Él está haciendo en nosotros y de manera especial, es
momento de optar por Él o renovar la alianza: en cada tentación, yo decido
abrirle las puertas del corazón a Jesús, como también me puedo decidir contra
Él.
El hombre soberbio se apropia de
la obra de Dios y se predica a sí mismo. Por el contrario dar gloria a Jesús es
hablar bien de Él y darle gracias: “¿Qué
tengo que no lo haya recibido de Dios?, y sí lo recibí de Dios ¿Para qué
presumir? (2Cor, 4, 7). El camino
para dar gloria a Dios es el camino de la humildad que Jesús mismo nos enseñó: “Siendo de condición divina no se aferró a
su igualdad con Dios, sino que renunció a lo que le era suyo y tomó naturaleza
de siervo, se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (cfr Fil
2, 6ss). El testigo de Jesús guiado por el Espíritu, es conducido por este
camino hasta la “Verdad Plena”: “Estoy crucificado con Cristo” (Gál 2, 19; 5,
25). “No me avergüenzo del Evangelio de Jesucristo que es poder de Dios” (Rom
1, 15). Avergonzarse sería esconderse, ocultarse y negar, por miedo o por
vergüenza la verdad de Jesús en nuestra vida. Aprovechemos toda oportunidad
para dar testimonio de Cristo Resucitado. Todos los días y todo el día pueden
estar llenos de momentos de gracia, que
nos permiten manifestar ante los demás que Jesús vive en nuestros corazones, y
que Él nos ha revelado el amor de Dios.
4. El testimonio del Espíritu
“El Espíritu Santo se une a nuestro espíritu
para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rom 8,16). Nos
ilumina, nos ayuda a tomar conciencia de nuestra pecaminosidad, nos lleva al
encuentro con Cristo, nos da la certeza de que Dios nos ama y que nosotros
también lo amamos, nos lleva a tomar la opción de seguir a Jesús, nos guía por
los caminos de Dios y nos colma con el don de la fidelidad. “Y sí hijos, también herederos, herederos de
Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con Él para ser también con Él
glorificados” (Rom 8, 17). Sufrir con Cristo es padecer en nosotros la
acción del Espíritu Santo que nos conforma con la persona de Jesús y nos ayuda
a reproducir su imagen gloriosa. Hace de nosotros hombres nuevos, revestidos de
libertad y renovados en el Espíritu: “Porque
donde está la libertad allí está el Espíritu del Señor”. (2Cor 3, 18).
5. El criterio fundamental
“Tened entre vosotros los mismos pensamientos de Cristo Jesús” (Flp 2,
5). El testimonio cristiano abarca a
la persona en su totalidad, puede ser de pensamiento, palabra o de obra. El
testimonio de pensamiento es para bien personal, para provecho propio. Frente a
un pensamiento negativo o demoníaco que pretende infundir miedo o confusión
frente al camino emprendido. El Espíritu nos recuerda la vida actual: ¿Cómo
vivías antes y como vives ahora? ¿Cómo hablabas antes y como hablas ahora?
¿Cómo te vestías antes y cómo te vistes ahora? Damos testimonio de Jesús con
nuestra manera de vestir. El testigo nunca olvida “Que su cuerpo es templo del Espíritu Santo” (2Cor 6, 19).
Se ven los cambios; se ve lo agradable de los
tiempos actuales, y se renueva la decisión de seguir a Cristo: “Hemos probado lo bueno que es el Señor”.
“Sólo tú tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6, 68). “Se ha saboreado lo bueno que es el Señor” (1Pe 2, 3). Se va pasando de la manera negativa y pesimista de
pensar a una manera nueva, creativa y positiva: la mente de Cristo (cfr Fil 2,
5). Pensarse con la mente de Cristo, verse como Dios nos ve, valorarse como Él
nos valora y nos acepta, es ir entretejiendo el testimonio que nos da el saber
que Dios nos ama, nos perdona, y nos ha elegido para que demos frutos de Vida
eterna. Por lo pronto, hemos de dar testimonio de la presencia de Dios en
nuestra vida.
6. No me avergüenzo del Evangelio de
Cristo
“Para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en
medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como
antorchas en el mundo” (Fil 2, 15). El Testimonio frente a los
demás genera en nosotros violencia interior, derrumba barreras, nos saca de
nosotros mismos y nos sitúa en el camino del Evangelio. “No me avergüenzo del Evangelio de Jesucristo” (Rom 1, 15). Para
que Él no se avergüence de mí ante su Padre, no obstante, el testimonio a favor
de Jesús es don del Espíritu; es enseñanza, deja huella, y deja experiencia,
llena de sabiduría. Es la manifestación más clara que nos hemos inscrito e
iniciado en la “escuela del discipulado”. La primera vez que di testimonio de
Jesús experimenté la sanación, la liberación, el poder de Dios que echa por
tierra las barreras, los complejos y los miedos. El testimonio solo puede
brotar de un corazón enamorado de Jesús, capaz de padecer por Él y de soportar
ofensas y palabras humillantes: “No es el
discípulo más que su Maestro, ni el siervo más que su Señor” (Mt 10, 25).
7. Las dimensiones del testimonio
El testimonio cristiano tiene dos
dimensiones, una negativa y la otra positiva: Renunciar al pecado y hacer el
bien. Guardar los Mandamientos de Dios, evitar el pecado y servir al prójimo.
Quien no guarde los Mandamientos de la Ley de Dios, mucho menos podrá guardar
el “Mandamiento Regio” de Jesús. (Jn 13, 34). “Si te dejas conmigo te doy este
billete”, dice un hombre mundano y pagano a una humilde mujer cristiana. “No
puedo”, responde ella, “Porque amo a Cristo y amo a mi marido”. Eso es dar
testimonio, como también el decir: No al pecado, “porque amo a la Iglesia y amo
mi ministerio”. Lo que sigue a las palabras vengan de quien vengan, sea el
testigo sacerdote, ama de casa o un simple campesino, depende del Espíritu y no
de la sabiduría humana. “Os daré palabras
y sabiduría a las que no podrá hacer frente… ningún adversario vuestro”.
(Lc 21, 15). No nos engañemos, las palabras que vienen de Dios no son groseras
ni agresivas, no confunden y no meten miedo; son claras y concisas, revestidas
de sencillez y sabiduría, tienen como finalidad sembrar el Reino de Dios en el
corazón de los “enemigos”. Palabras firmes llenas de verdad, pero también de
misericordia, veces corrigen, veces enseñan y exhortan a la conversión. El
Espíritu que conoce los corazones sabe lo que necesitan y Él sabe lo que dice;
primero pueden generar vergüenza, pero después llevan al arrepentimiento.
8. La radicalidad del testimonio
“Si, pues, tu mano o tu pie te es ocasión, córtatelo y arrójalo de ti… y sí
tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti, mas te vale entrar
en la Vida con un solo ojo, que con los dos ser arrojado a la gehena del fuego” (Mt 18,
8-9). ¿Qué enseñanza es ésta? El Espíritu nos abre la mente y nos explica la
Escritura. Sacarse el ojo o cortarse la mano es lo mismo que dar testimonio del
amor de Cristo; es negarse a sí mismo: negar al ojo el placer de complacerse
frente a lo que despierta los instintos de la carne o del placer, como pueden
ser las revistas o películas pornográficas, como también profanar el cuerpo de
Cristo en sí mismo o en los demás por medio del manoseo, de la fornicación o de
actos impuros. Cortarse el pie es simplemente evitar la ocasión de pecar, no ir
a donde el Espíritu no nos lleva. El Espíritu nunca nos llevará a un lugar
donde podamos poner en peligro la Gracia de Dios. Allá nos llevan los instintos
o los deseos desordenados de la carne.
9. Dar muerte a las pasiones
“Pues los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y sus
apetencias” (Gál 5, 24). La disponibilidad para ser fieles al
Espíritu me dice que la clave del testimonio cristiano es “La Cruz”, mediante
la cual le niego el alimento al hombre viejo que se alimenta por medio de los
sentidos, y para limpiar el corazón de los malos y desordenados deseos: “Pues yo os digo: todo el que mira a una
mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 28).
Aquí el testimonio es de mirada, se le niega al ojo el placer, esto pide crear
convicciones nuevas, cultivar nuevos hábitos y estar siempre atentos a nuestras
emociones y sentimientos personales. El mandamiento de Jesús: “Vigilad y orad
para no caer en la tentación”, (Mt 26, 41) y ver a los demás con la mirada de
Dios; esto es “don y respuesta”. Es camino recorrido, pide cambio de actitudes
de frente al sexo opuesto, exige enamoramiento del Señor.
10. Seguir a Jesús.
“Yo os aseguro que un rico difícilmente
entrará en el Reino de los cielos” (Mt 19, 23). El testimonio que
ha madurado lleva al desprendimiento de las cosas, de las riquezas y de manera
especial, de sí mismo.
La práctica de la caridad, el
amor y el servicio a los menos favorecidos es un testimonio poderoso que
expulsa demonios y renueva corazones. “Si
quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y
tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sígueme” (Mt 21-22). Toda la
persona queda al servicio del Reino de Dios. Sus conocimientos, sus riquezas,
sus debilidades, su pasado, su presente, su futuro y su vida misma, es del
Señor, de su Iglesia, de los pobres. Pero esto con la conciencia “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace
tu derecha” (Mt 5, 3). No hay méritos personales, la gloria y la honra son
del Señor que nos ha llamado a ser colaboradores en la predicación del
Evangelio.
“Vosotros sois… el Pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del
que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa” (1Pe 2,
9). La tiniebla no es otra cosa que el pecado y la luz maravillosa es la
santidad a la que el testigo es llamado: “Sed
para mí santos porque Yo el Señor, soy santo, y os he separado de entre los
pueblo para que seáis míos” (Lv 20, 26).
La santidad pide al testigo ir muriendo
a sí mismo, a sus gustos, caprichos, pasiones… para ir abrazando la voluntad de
Dios hasta la “obediencia de la cruz” (Flp 2, 8). La Escritura nos dice: “Pues ustedes aún no han tenido que llegar
hasta la muerte en su lucha contra el pecado” (Heb 12, 4). Sin lucha contra
el pecado, y sin las obras de la fe el testimonio está vacío y no convence a
nadie.
“Así los gentiles glorifican a
Dios por su misericordia” (Rom 15, 8-9).
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