LA
FE QUE VIENE DE LA ESCUCHA DE LA PALABRA DE DIOS ES SABIDURÍA.
Aprendí la sabiduría sin malicia, reparto sin envidia, y no me guardo sus
riquezas. Porque es un tesoro inagotable para los hombres: los que lo adquieren
se atraen la amistad de Dios, porque el don de su enseñanza los recomienda. Sb
7, 13-14
No tengáis deuda con
nadie, a no ser en amaros los unos a los otros. Porque quien ama al prójimo ya
ha cumplido la ley. La caridad no hace nada malo al prójimo. Así que amar es
cumplir la ley entera. (Rm 13, 8. 10) El que ama no peca (1 de Jn 3, 6). La
Palabra de la verdad no nos engaña, ni nos manipula, con toda claridad os dice:
Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la
verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor
de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. (1 de Jn
2, 4- 5)
La
ley del Señor alegra el corazón y da luz a los ojos.
La ley del Señor es
perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al
ignorante; los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del
Señor es límpida y da luz a los ojos; la voluntad del Señor es pura y
eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente
justos; más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de
un panal que destila. Aunque tu siervo vigila para guardarlos con cuidado, ¿quién
conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta. Preserva a tu siervo de
la arrogancia, para que no me domine: así quedaré libre e inocente del gran
pecado. Que te agraden las palabras de mi boca y llegue a tu presencia el
meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío. (Slm 18)
El hombre de Dios, el que
lleva la Ley del Amor en su corazón, tiene dominio propio (2 de Tim 1, 6). “Sea todo hombre pronto para escuchar, tardo
para hablar, remiso para la cólera. El hombre encolerizado no obra lo que
agrada a Dios. Quien piensa que sirve a Dios y no refrena su lengua se engaña a
sí mismo. No vale nada su religión”. (St 1, 19-20. 26) Pablo está de acuerdo
con Santiago, al decirnos: “No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la
que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que
os escuchen. No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis
sellados para el día de la redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos,
maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros”. (Ef
4, 29- 31)
Renovad vuestra mente para
que cambie vuestra manera de hablar y vuestra manera de sentir (Rm 12, 2; Flp
2, 5) Que vuestras palabras sean amables, limpias y veraces que sirvan para
reconciliar, para consolar, para liberar, para enseñar y para corregir, y por
ende para salvar. Esto nos pide conversión cristiana que consiste en llenarnos
de Cristo para amarlo y servirlo: “Ellos mismos cuentan de nosotros cuál fue
nuestra entrada a vosotros, y cómo os convertisteis a Dios, tras haber
abandonado los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero”. (1 de Ts 1, 9) Sin
conversión no hay amor ni fortaleza ni dominio propio, de nuestro corazón vacío
de una fe sincera, brota los impulsos, los instintos y los arrebatos, y hacemos
daño con nuestras palabras, matamos y asesinamos (pecamos contra el quinto
mandamiento y contra el octavo con nuestra maledicencia, 1 de Pe 2, 1).
Por eso tomemos en cuenta
el momento en que estamos viviendo, con palabras de Pablo: “Y esto,
teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque es ya hora de levantaros
del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la
fe. La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras
de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz”. (Rm 13, 11- 12)
Teniendo presente las palabras de Pedro:
“Tomad en serio vuestro
proceder en esta vida. Ya sabéis con qué os rescataron, no con bienes efímeros,
con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto
ni mancha”. (1Pe 1, 17-19) La Gracia de Dios es “carísima”, no la abaratemos
fuimos comprados a precio de Sangre, la del Cordero, Cristo Jesús. Busquemos la
sabiduría de Dios y no la mundana ni la diabólica. Qué Cristo habite en nuestro
corazón para que podamos comprender la altura, la anchura, la longitud y la
profundidad del amor de Cristo que supera todo conocimiento (Ef 3, 17- 18)
La sabiduría que viene de arriba
ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de
misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están
sembrando la paz; y su fruto es la justicia. (St 3, 17-18) Cristo es nuestra
sabiduría (1 de Co 1, 30) Y es uno de los siete dones del Espíritu Santo que
Dios infunde en los corazones que están en gracia de Dios. El que tiene
sabiduría ama a Dios y ama a la Iglesia. ¿Quién es el que ama a su Pueblo? El
que ora por todos, los buenos y los malos, por los débiles y por los fuertes,
por los sanos y por los enfermos, por los santos y por los pecadores, así lo
dice Pablo: Por eso, también yo, al tener noticia
de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos,
no ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones, para que el
Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de
sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; (Ef 1, 15- 17) Jesús
mismo, en la oración sacerdotal, ora al Padre por toda la Iglesia (Jn 17, 1-
26).
Publicar un comentario